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30 abril 2009
Guerra en el club de la miseria

Para Pilar, José Antonio Montano y Jolly Roger

Salgo de mi cubil para hablarles de un asunto de candente actualidad, portada de noticieros y tema estrella en las tertulias de televisiones y radios: la pobreza y el subdesarrollo.

Acaba de publicar Turner un nuevo libro de Paul Collier. Se llama Guerra en el club de la miseria. Ese club es el bottom billion en su original inglés, un club “marxista”, porque si te admiten en él es la prueba de que estás verdaderamente jodido.

Para alegría de sus editores, diré eso tan socorrido de que es un libro que puede leerse sin necesidad de haber hecho lo propio con la obra anterior: El club de la miseria. Pero la verdad es que las dos obras se complementan y la primera es una introducción magistral a los temas de los que trata la segunda. Es más sencillo comprender la importancia de reducir la violencia si se conoce el alcance de su influencia en el desarrollo de los países con paupérrimos niveles de renta.

Hay varias razones por las que recomiendo esta obra. Para empezar Collier se expresa con claridad. Y no crean que eso se lleva demasiado. Tengo entre las manos un libro que se llama A propósito de resistir. Repensar la insurgencia en África, una recopilación de trabajos de varios autores sobre el mismo asunto. Si lees la introducción descubres la facilidad de algunos para pensar lo mismo y lo contrario y no dejar huella. Es una buena manera de no meter el diente a otra de las razones por las que aprecio a Collier: sus análisis terminan siempre (bueno, siempre que puede) en mediciones. No piensa cómo deben “actuar” las sociedades y luego nos explica por qué los hechos se ajustan a ese sistema deducido previamente. No, lo que hace es preguntarse si verdaderamente actúan como pensamos que lo hacen. Claro, los expertos que llevan años utilizando las visiones emic de los oprimidos y las visiones emic de los opresores, con esa abstrusa jerga sociocultural, tienen pánico –deduzco- a esos estudios cuantitativos, llenos de porcentajes significativos, que se cepillan de un plumazo sus versiones sobre el mal, la opresión, el hambre y la injusticia.

Por otro lado, Collier no te aburre con el aparato, aunque te dice dónde está si quieres examinarlo o discutirlo. Y además es un tipo divertido. Creo que el libro le haría gracia en algún momento incluso a algún espadón africano (aunque no le arriendo la ganancia al pobre desgraciado que se lo lea).

Lo más interesante, sin embargo, no son las anécdotas (que son muchas y suelen venir a cuento), sino las conclusiones. Algunas se alejan mucho de lo que parece razonable y por eso son tan valiosas. Ver dónde falla el sentido común es el mejor camino para evitar errores.

Por ejemplo, descubres que la democracia es peligrosa. O por decirlo mejor que la simple existencia de elecciones hace más peligrosos a los países pobres. Concretamente, el umbral es el de los 2.700 $ de renta per cápita. A partir de esa cifra las autocracias se hacen más violentas (ya está ocurriendo en China), por debajo de esa cifra las democracias son más violentas. La explicación se encuentra en dos conceptos fundamentales: la responsabilidad y la legitimidad. Su ausencia nace del déficit de información, de la mayor importancia tribal y racial (cuestión que tiene una influencia decisiva en la falta de provisión de bienes públicos y en el desacierto de modelos socializantes en países muy pobres), de que las estructuras estatales no puedan generar lealtades, del atractivo del poder para los criminales en sociedades sin contrapesos, y de la paradójica disminución de las purgas. Es muy interesante el análisis sobre las formas de intimidación electoral, sobre la política de reformas en y tras los períodos electorales, sobre la dificultad intrínseca de basar buenas políticas en elecciones amañadas, y sobre el riesgo de pensar que las elecciones por sí solas ya son un buen paso.

En ese punto es decisiva la cuestión de la dificultad de lograr la cooperación cuando las políticas identitarias llevan al extremismo, precisamente porque los partidos que producen más satisfacción identitaria son los más extremistas. Aquí introduce Collier un concepto importante, el de selectariat, que explica las dificultades de que una camarilla controle al tirano cuando esa camarilla está basada en lealtades tribales. Al final, una medida útil es el fomento de sentimientos de unidad nacional, basado en (ya lo sospechan), la lengua, el invento de una historia común, la retórica de la unidad nacional, la creación de símbolos. Lo que en Europa llevó siglos, aquí ha de hacerse en una generación, lo que exige personalidades fuertes como la de Sukarno o Nyerere. Y por eso resultan contraproducentes los intentos disgregadores, contrarios a economías de escala, en países mínimos, que generan “dentro” las prácticas que se supone combatían: el caso de Timor Oriental –que exigió una “invasión” de dos mil soldados holandeses para evitar la matanza- o de Eritrea, embarcado en una represión brutal –que degenera en guerra civil- tras la independencia de ambos. Es bestial el dato sobre Sudán del sur y que los únicos proyectos de inversión sean macroministerios (para gobernantes que viven en Nairobi) y un hotel de cinco estrellas para los técnicos internacionales. Y es revelador el estudio de la posibilidad de englobar en siete grandes estados una diversidad étnica igual a la actual.

Todo esto es además importante, porque demuestra que los acuerdos de paz son peligrosos si no van acompañados de garantías internacionales y de una política económica controlada durante un plazo de diez años de promedio. Para hacerlo posible defiende el sistema de “garantías en el horizonte” (la amenaza de intervención de un tercero), que se demostró tan útil en el África francófona. Esas garantías influyen en la ausencia de huidas masivas de capitales (el 36 % de la riqueza africana está en fuera de África), y en la posibilidad de recuperación de la capacidad técnica. De promedio, tras siete años de reconstrucción, todos los indicadores han llegado al punto previo al conflicto, salvo la productividad, que en el caso africano se refiere a sectores tan básicos como la construcción. Propone el autor que, en vez de gastarse el dinero en mensajes de reconciliación (¡ah, la ministra Chacón que quiere que los somalíes y los afganos nos quieran!) se gaste en proyectos de capacitación técnica local, lo que él llama “albañiles sin fronteras”. Y lo acojonante es que está calculado el beneficio de las misiones de paz, y es enorme.

Como esta entrada está quedando muy larga, les dejaré que descubran ustedes por qué las armas son un lujo, por qué un kalashnikov vale en África la mitad, qué parte de la ayuda internacional se gasta en armamento, y cómo se mide. O cómo prever una guerra y qué factores la hacen probable, con la sorpresa, para disgusto de muchos, de que no influyan nada el colonialismo, la guerra fría, o la represión, a diferencia de los antecedentes de guerra, la edad de la población o la orografía. También descubrirán (oigo los gritos del experto holandés que repiensa los conflictos) que la razón fundamental para las rebeliones es la avaricia (con el ejemplo del presupuesto ordinario de los tigres tamiles de 350 millones de dólares) y que si una rebelión es viable alguien ocupará ese nicho de mercado, como se ha demostrado en el caso de Darfur. Descubrirán una buena receta para evitar golpes de estado y una rebaja en las expectativas en esa forma tan querida de dar matarile a los tiranos; por qué la carga fiscal directa en esos países es baja y por qué eso –y el recurso a las “minas de Potosí”-los coloca en un atolladero. En fin, podrán leer las propuestas del señor Collier –muy moderadas tras las andanzas de Bush- y entre ellas, un interesantísimo proceso de examen hacia atrás para justificar la viabilidad del uso de la propia violencia interna como fuerza benéfica.

Por cierto, hay un capítulo magnífico en el libro sobre la construcción del Estado y la Nación. He de ser sincero: me lo parece porque ha reforzado algunas opiniones previas sobre el origen del predominio europeo y las guerras (argumentos que suelo extender a la influencia de la técnica y las necesidades del príncipe frente al “humanismo cristiano” como motor de nuestra superioridad). Y no puede ser malo un libro que coincide con tu opinión. Y que además te proporciona argumentos para las discusiones de bar. Argumentos santificados por estudios realizados por gente que se llama Anke o se apellida Pattillo. ¡A ver quién te lleva la contraria!

En fin, que se lo recomiendo (les recomiendo los dos). Y no dejen ir demasiado la imaginación cuando leen sobre los países del club de la miseria y sus prácticas políticas y sociales. Nosotros, ya lo saben, somos modernos y responsables.

(Escrito por Tsevanrabtan)

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29 abril 2009
100 días y 200 años
Hoy se cumplen 100 días del nuevo gobierno norteamericano y poco más de 200 años del abandono de estas nuestras colonias. La primera conmemoración corresponde a un país tan amante de las prisas que disfruta de dinastías cortas, no superando ninguna de ellas los cuatro años, o los ocho en raros momentos de nostalgia monárquica. Su dependencia del reloj es paralela a la nuestra de la desidia. El segundo aniversario es de mayor enjundia y requiere una crónica urgente, no vayan a proclamar otra vez la independencia mientras esperamos a un nuevo Deseado. Un país cuya última presencia en el mundo fue hace dos siglos necesita un enviado especial.

Las dificultades del viaje no deben arredrar a una misión que se propone salvar tamaña negligencia imperial, así que fío los cuantiosos viáticos que se han de producir a la buena voluntad del Ministerio, cualquiera que sea el ramo, que es impropio de un corresponsal espontáneo señalar. En su probable defecto tendré que acogerme a la hospitalidad de los indígenas, demostrada en la reunión otoñal del G-20 –remedo de nuestro Consejo Real- en Washington, ciudad principal cuyo nombre es una perversión nativa de su evidente origen, Guadalajara y Chinchón. La impronta española se observa por doquier.

Valorar en su justa medida ambas efemérides obliga a una perspectiva caballera de la Historia, para la que me procuro un vehículo apropiado al empeño, una calesa, distrayéndola a una tribu local llamada amish, claros descendientes de nuestros carreteros. En medio del sorprendente disgusto de esas gentes sencillas y de genio pronto me dirijo al lugar más representativo de las costumbres indígenas: un almacén de coloniales del tamaño de una catedral acostada, a la que ellos llaman mall. Dejo la calesa en un invento local del que el nativo gusta mucho en su simpleza: un aparcamiento inmenso y casi vacío, de hormigón rajado y sitiado por vallas tan oxidadas como nuestro recuerdo en América. Es un rectángulo cruzado de rayas blancas que parecen haber sido pintadas por niños gigantes en un siniestro juego infantil de soledades simétricas, las que entran a comprar con la misma familia y cupón de la mano.

En su interior los habitantes se entregan a sus aficiones favoritas: el porte y acarreo de fardos y el trasiego de mercancías, al que llaman con inocente ilusión comercio. A diferencia de nosotros, no piensan que todo negocio paralice los sentimientos. La marcha de los cargadores nativos está dirigida por el instinto más que por la razón y entre ellos rige una curiosa costumbre por la cual los bultos abandonados pertenecen por derecho a las gentes de buena voluntad, es decir, a los más débiles. Siendo la carga y el comercio los oficios principales de estos indígenas no es de extrañar su devoción por los vehículos a motor y su dedicación a las caravanas, en las que pasan buena parte de sus vidas y en cuyo tráfico se atascan. Por lo demás, son gentes prácticas y alegres, carentes de la gravedad especial que nos distingue y ajenas a toda reputación, lo que les permite campar por sus respetos en el resto de nuestras colonias.

Adornan el lugar numerosos retratos del nuevo jefe de estas tribus, un mulato cuyos rasgos no son del todo desagradables y al que prestan una reverencia primitiva. Lleno a la vez de valor y prudencia, es alto y bien formado y sus miembros anuncian vigor, desplegando una tremenda actividad, probablemente incrédulo de su elección. Muestra fijeza de resolución y al ritmo que lleva su celo es muy posible que celebre los 200 días antes de que ustedes terminen de leer esta crónica. Está dotado de una cortesía enteramente europea y cuentan sus súbditos que ha abierto corte de criollos en la que caben desde sabios hasta los más variados vivales.

En materia de religión proliferan las herejías, amenizadas por cánticos grupales en las respectivas iglesias, clara reminiscencia de la época reciente en la que danzaban alrededor del fuego conjurando a los espíritus de la noche. De ese tiempo guardan un alto sentido del miedo, lo que les ha hecho un país adelantado en la moderna inducción de temor y consecuente administración de seguridad, para mejor control de sus súbditos. Profesan sus creencias con firmeza pero sin la rigidez de esos escépticos tan devotos de la duda que cualquier otra fe les supondría una liberación. A diferencia de los europeos, organizan y aprecian su breve historia pero no su nostalgia.

Harto de política y de historia busco una distracción acorde con la empresa patria y a cargo del dicho ministerio, cuando veo un letrero luminoso que reza algo así como “gay ear…” y que traduzco con soltura como gallera, uno de nuestros recios deportes. Entro con la avidez del apostador y unos caballeros de suaves modales me conducen sin mediar palabra inteligible a un reservado, sin duda reconociendo el gusto por la discreción del carácter español. Las galanterías se suceden en ese apartado cortesano de terciopelo raído e interpreto esas lisonjas como un prólogo a la tan esperada pelea de gallos, si bien ésta se retrasa sin explicación que valga. Con paciencia benedictina salgo de allí escocido en algo más que mi dignidad pero con la satisfacción de la misión cumplida.


(Escrito por Bartleby)

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28 abril 2009
Imaginación ante la crisis
El primer síntoma de esa enfermedad congénita que nos impide asumir la responsabilidad de nuestros actos cuando el asunto tiene que ver con las multas de tráfico es la emisión de dos vocablos: “afán recaudatorio”. Poco iba a dar de sí ese imputado afán sin la colaboración necesaria de los insobornables infractores del código de circulación.

Recuerdo que en toda mi vida habré visto robar en directo en unos grandes almacenes una o dos veces. Imagino que a los que me lean les habrá pasado otro tanto. Eso no quiere decir que no suceda con más frecuencia. No en vano esos establecimientos han debido recurrir a cámaras e incluso a guardias de seguridad para evitar los hurtos. Imagino que nadie osará criticarlos por intentar defender y proteger sus propiedades. Y supongo que nadie se atreverá a censurarlos por hacerlo las veces en las que cámaras dejen clara constancia del intento de rapacería. Pero recuerden que estamos hablando de dinero. El robo de artículos en comercios (que yo sepa) no suele poner en peligro la vida de las personas.

Bien. Ahora trasladémonos a la calle y detengámonos en los semáforos (siempre que la luz esté en rojo, en caso de luz verde, podemos continuar). ¿Por qué, en su “afán recaudatorio”, los poderes públicos no sancionan a todos aquellos que se los saltan? Aquí ya no hablamos de dinero, sino de vidas humanas que los infractores ponen en peligro. Y se podría hacer en “todos” los semáforos. Y más ahora, en tiempo de crisis. Proporcionaríamos empleo a miles de personas y sería una forma de educación vial que, estoy convencido, daría sus frutos al cabo de unos meses, cuando los infractores comprobaran lo fácil que resulta pillarlos cuando el estado se lo propone. Ya puestos, como la magnitud de la impunidad al volante alcanza cotas que no creerían en Suecia, la medida podríamos hacerla extensiva a los “stops”, señal que cientos de miles de conductores españoles traducen a la velocidad del rayo como “tira palante”.

Y como no todo va ser permanecer en posición estática comprobando la conducta incívica de los conductores, recomiendo también (así se estirarán las piernas) echarle un vistazo a los vehículos para los cuales pasar la ITV tampoco es una norma de obligado cumplimiento. Hace unas semanas, el escaso trayecto de unos dos minutos que me lleva desde la parada de metro hasta mi casa, me permitió comprobar con estupefacción que muchos vehículos lucían la pegatina de 08 07 incluso 06 (grand coupage). También vi algunos que ni siquiera disponían de pegatina ITV, a pesar de que por el número de matrícula ya tendrían que haber sido inspeccionados.

¿Y qué me dicen de los alegres y desinhibidos conversadores capaces de manejar el volante con una sola mano mientras atienden una llamada telefónica con la otra? ¿No deberían ser sancionados, sino con una multa económica, al menos con la retirada del móvil durante una semana?



Y no, no me olvido de los peatones. Esos obcecados e impulsivos cruzadores de calzadas. Duro con ellos también.

Dicen que las sociedades avanzadas en seguridad vial combinan la educación con la sanción, pues bien, vamos a probar con la sanción a ver si nos ahorramos la educación al tiempo que creamos ocupación. Porque al fin y al cabo ¿qué es la educación sino la simple aplicación del sentido común? Y no creo que nadie en su sano juicio admita que carece de él. Sería tanto como asumir que no se está capacitado para manejar un auto. Así que dejemos de tratar a la gente como a criaturas y dediquémonos a impedir la impunidad armonizándola con la creación de empleo. Podría ser el comienzo de una reforma integral del mercado de la conducta vial. Y sin necesidad de gastarnos dinero en campañas. Todo ingresos. Todo puestos de trabajo. Y espero que quede claro que no se trata en modo alguno de una invitación a infringir las normas. La idea se basa en el más absoluto respeto del libre albedrio.


(Escrito por Goslum)

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27 abril 2009
La sonrisa del pirata

Abdi Wali Muse dice tener quince años, la edad a la que se estrenan los futbolistas prodigio y las estrellas de Hollywood. A Abdi Wali Muse le ha correspondido debutar en el papel de pirata. De pirata somalí. Es un pirata bisoño, el único que capturó una operación comando de la marina norteamericana destinada a rescatar al capitán de un barco mercante secuestrado en el golfo de Adén, el primer pirata que Norteamérica atrapa en los últimos cien años.

La prensa local lo llama 'The Somali Teen Pirate', un nombre de película. Y el pirata pimpollo sonríe a las cámaras mientras es conducido al tribunal en Manhattan, como quien va a recibir un Oscar o se dispone a cortar la cinta de la llegada de la maratón de Nueva York.

Sus colegas piratas son hiperactivos y eficaces. Son poco más de un millar, según cuentan los satélites, y han conseguido poner al Cuerno de África en la pantalla global. Veinte mil embarcaciones transitan anualmente por el golfo de Adén, transportando, entre otras cosas, casi un tercio del petróleo mundial. Ciento treinta navíos fueron atacados en 2008.

La última presa de los piratas somalíes es un barco belga, el Pompei, que trabajaba en Dubai en la construcción de una isla artificial. ¡Una isla artificial! La crisis hundió el negocio de la isla y el capitán del Pompei debió enrumbar hacia África del Sur para trabajar en las obras de dragado del puerto de Durban. Como se trata de un barco de cubierta baja, fácil de abordar, para evitar las costas somalíes el capitán lo desvió hacia las Seychelles, paradisíacas islas, a mil kilómetros de Somalia. Allí lo interceptó una fragata pirata.

Simultáneamente a la captura del Pompei, un médico belga y un enfermero holandés que trabajaban en el sur de Somalia para Médicos sin fronteras han sido secuestrados por piratas de tierra adentro. La ONG ha salvado muchas vidas en el Cuerno de África. Tanta actividad la ha convertido en el principal empleador en ciertas regiones del país. La lógica de los piratas es ésta: si una organización extranjera paga a las autoridades locales para poder intervenir en el país, ¿por qué no debería pagarles también a ellos, que para eso son piratas y reparten mejor la ganancia? Hablando de pagos, Lloyd, principal asegurador de la marina mercante, aconseja a los armadores pagar y a otra cosa.

El comisario europeo Louis Michel, que por un casual es belga, acogió la pasada semana en Bruselas una Conferencia de donantes por Somalia, organizada por las Naciones Unidas. Una primicia en veinte años que dura la guerra en Somalia. Monto de la ayuda prometida: 165 millones de euros. Menos de lo que habrán recaudado los piratas durante el último año. Como sea, el nuevo presidente somalí, Sharif Ahmed, agradece la suma. La cuestión de fondo, sostiene, por su parte, el comisario Michel, es conseguir que el mar somalí cese de ser saqueado por los barcos pesqueros extranjeros y que las costas del país cesen de ser contaminados por los desechos tóxicos europeos. No todos los piratas son somalíes. Y viceversa.

En cuanto a nuestro pirata novato, si el fiscal demuestra que es mayor arriesga pasar el resto de sus días lejos de Somalia. Tal vez por eso sonríe.


(Escrito por Josepepe)

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26 abril 2009
Una entrada sobre Rodríguez Zapatero
Para un domingo, y además primaveral, no me apetece escribir una entrada sobre Rodríguez Zapatero. Los administradores tendrán contabilizadas las aportaciones de todos nosotros. Pues no recuerdo ninguna que verse directamente sobre el actual Presidente del Gobierno ¿Por qué esta inmunidad? Hay plumas finas y afiladas, ingenio en bruto y mala leche a chorrazos. Pero es domingo, y no pienso ponerme a reflexionar si hay complejo contra nuestro director de orquesta o es directamente miedo. Por eso hago una entrada ligera, que me daba vueltas hacía tiempo y que insiste en las listas que son tan habituales en esta casa. Mi lista es la siguiente: “Los estribillos de canción más trabajados en la letra”. Voilà

El inevitable: Masiel, “Lalala”



El clásico: Wilson Picket, “Land of 1000 dances”



El cursi: Simon & Grafunkel, “The boxer”



Para nostálgicos: The Beatles, “Hey Jude”



Un español bueno: Triana, “Tu frialdad”



Mi favorito: Crash Test Dummies, “Mmmmmm”



El ochentero sería The Police (“De Do Do Do, De da da Da”), pero ningún alma caritativa lo ha “cogado” en Goear.

(Escrito por Cateto de Pacifistán)

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25 abril 2009
Bacalhau à Brás

Creo haber dejado escrito, en este o en otro antro de similar categoría, mi fervor prácticamente mariano por el bacalao. De dicho pez, por gustarme, me gusta hasta la definición del mismo que aparece en el D.R.A.E., porque no me digan ustedes que lo de la sínfisis no tiene su aquél. Realmente, un pescado con sínfisis y barbilla no puede estar malo. Al menos en mi opinión.

Hace unos cuantos años, y tras un largo viaje en coche por el camino equivocado, llegué a Coimbra justo a la hora de comer. Puede que el Hotel Tívoli Coimbra no tenga muchos más encantos que una buena limpieza, un bar decente y un comedor decorado con un inequívoco, melancólico estilo años setenta, pero su cocina es magnífica. Al menos, lo era en el año 2000. Y, a mayor gloria del creador, ese día había Bacalhau à Brás. Esta factura del hermoso teleósteo anacanto supone, para los españoles, eso que los británicos denominan una unfriendly word: algo que no es lo que parece, vamos. Porque a todos, o a casi todos, lo de à Brás nos sugiere que el pez está cocinado a la brasa, ¿o no? Bien: ya sé que Montano no caería en tan estúpida trampa, claro. Pero es que sabe portugués. Sin embargo, el muy amable maître del Tívoli me explicó, con pelos, señales y claveles en la bocacha-apagafuegos, en qué consistía el asunto. Y dije que sí. ¡En buena, en buenísima hora! Un bacalao perfectamente desalado, parecía seguir nadando –con sus tres aletas dorsales y sus dos anales– en un mar de fina patata, dulce cebolla y huevo cuajado en su punto. ¡Ay Portugal!, ¿por qué te quiero tanto?, que cantábamos entonces nosotros, los de entonces.

Semejante maravilla es, sin embargo, muy fácil de realizar. Desalarás unos lomos de bacalao (una buena pieza por comensal) durante un día entero, cambiando el agua, como es más o menos preceptivo, unas tres veces. Lo desmenuzarás con gran cuido y lo reservarás sin que se seque. Pela y pica finamente una patata por persona: se trata de dejarlas como si fueses a hacer patatas paja (con perdón por señalar). Del mismo modo fino, pica una cebolla mediana por cada dos personas y júntala con la patata. En buen aceite de oliva, pon a pochar ambas hortícolas. Despacito. A fuego lento, ya que la patata debe de quedar en un punto intermedio entre la patata frita de toda la vida y la semicocida que se usa, por ejemplo, para la tortilla de patata o las patatas a lo pobre. Ha de estar dorada, sí, pero no dura por su exterior. Y eso lo conseguirás con tiempo y portuguesa paciencia. Cuando se llegue a tal punto, añade el bacalao desmigado y da unas vueltas. Bate un huevo y medio por comensal, y añádelo a la sartén. Deja que cuaje, pero que quede ligeramente crudo. No lo pases, porque –de ser así– fraguaría espontáneamente, y no es cuestión. Retíralo del fuego, y a comer.

Para beber, pues algo portugués. Y no, precisamente, un tinto Douro –que podría decirle bien, siempre que sea relativamente nuevo– sino un blanco hecho a la francesa: Esporao 2007, del Alentejo. Aquí (y no en Portugal, ¡coño!) es un poco carillo: entre 12 y 14 leuros. Claro que, dicen, la crisis decae. ¿O no?

(Escrito por Protactínio)

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[0] Editado por Protactínio a las 9:00:00 | Todos los comentarios 245 comentarios // Año IV
24 abril 2009
Sin medio ni miedo

A día de hoy, martes 21 de Abril de 2009, todavía luce en la fachada del antiguo Ministerio de Fomento la inscripción de "Ministerio de Agricultura". El edificio fue diseñado por Ricardo Velázquez Bosco y sus obras finalizaron en 1897. No ha aparecido todavía ningún "optimista profesional ni adanista" al que se le haya ocurrido titularlo Ministerio de Medio Rural. Eso si el otrora llamado Secretario de Estado de Agricultura y Pesca, dícese ahora Secretario de Estado de Medio Rural y Agua. Rural y Agua. Tocado y hundido, el Medio Marino.



A pesar de la fuerte desaceleración económica es inmaterial que diría un auditor el número de restaurantes que han echado el cierre. Al menos en Madrid.


Aparte de la desaparición hace ya tiempo por decrepitud del cuasi primer chino de la capital, el House of Ming de la foto, el único restaurante digno de mención que ya no está entre nosotros es el Nicolás de la calle Villalar, refugio de políticos y famosos. Fuera de Madrid, cerró en Santiago Toñi Vicente, pero por motivos ajenos a la crisis. ¿No tienen miedo estos hosteleros? Este artículo del Expansión de hace unos días, explica bastante bien la situación. En la crisis del 93 hubo cierre masivo de restaurantes y en la desaceleración actual los restauradores han optado por menús a mediodía y en todo caso bajadas de precios.

No parece que los del 93 que cerraron fueran más tontos, sino que los restaurantes de ahora tienen (tenían) más margen y las alforjas más llenas. Y es que algunos de ellos, ó casi todos, se han forrado a base de bien durante los tres últimos lustros. Y no de alpiste.

(Inspirado por Goslum & Escrito por pangloss)

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[0] Editado por Protactínio a las 7:49:00 | Todos los comentarios 269 comentarios // Año IV
23 abril 2009
Sebastián: aprende, prenda
Mi primo el Richal (no sé a qué coño espera El Cejas para ponerle YA un sueldecito público), siempre atento al devenir de los acontecimientos y a lo que, en sentido lato, se llama la coyuntura, lleva semanas (¿qué digo semanas? ¡meses, de hecho!) estudiando las diferentes, convergentes, sobrepuestas y oscilantes crisis que, tamquam leo rugiens, nos minan y corroen. De momento, ya ha caracterizado seis amenazantes crisis, seis, a saber: la financiera, la económica, la dídima o gemelar, la del ladrillo recocho, la de los cincuenta y la del pardeamiento dental. ¡Pero no se preocupen, amiguitos y amiguitas! Como hombre práctico y endurecido por las mayores borrascas, mi primo ha dado, también, con la solución a varias de estas acechantes crisis. Este que aquí veis es, recién salido de la impresora, es el cartel anunciador del último negocio-salvavidas de mi primo.

(Pinchen, y lo verán más en grandecito.)

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[0] Editado por Protactínio a las 8:00:00 | Todos los comentarios 228 comentarios // Año IV
22 abril 2009
Tetas, rifas y chapuzas
No sé cuántos de los que frecuentan este blog llevan tatuajes, piercings, pendientes, se hacen las cejas, van depilados, teñidos de rubio o todo a la vez.

A mí el perfil del bloguero del NJ me parece el de un hombre ya algo maduro, que peina canas, o ni eso, que ya empieza a tener algún achaque y que hace muchos años que se ha estrenado. De las pocas mujeres que andan por aquí pues más o menos igual.

Los jóvenes y “jóvenas” (como diría la despechada Carmen Romero) de hoy en día no son nadie si no van por la vida con el pack entero. Pero aquí sí que las chicas lo tienen peor: sin tetas no son nada (“Sin tetas no hay paraíso” es el título de una serie de TV que no he visto nunca).

Conste que a mí no me gustan las neumáticas, prefiero unos pechitos pequeños y bien puestos que unas tetazas siliconadas en las que a veces un pezón apunta a Cádiz y el otro a Bilbao, como le pasó a la “bellísima” Nuria Bermúdez, que tuvo que entrar dos veces en quirófano para que a la segunda los pezones le apuntaran una al suelo y la otra al techo. A ver si a la tercera.

Si alguna (o alguno) quiere aumentarse el pecho, los morros u otras cosas tiene varias opciones, unas más económicas que otras, e incluso existe la posibilidad de que le salga gratis. Veamos.

Hace poco en la discoteca Pachá de Valencia se sorteaba una operación de aumento de pecho que se anunciaba con un cartel que rezaba “Pretty Woman” dentro de una campaña de “homenaje a la mujer”. La operación estaba valorada en 4.500 euros y el cirujano era “prestigioso”. Como detalle a tener muy en cuenta el premio incluía una noche en el hospital. Ignoro qué ocurriría si la cosa se complica y la paciente tuviera que estar más de un día ingresada. Afortunadamente, alguien metió mano en el asunto y al final se suspendió la rifa.

Otra opción es irse a un país pobre en el que hacen pechos, labios, pómulos y lo que se tercie a precio de saldo. Por ejemplo, a Tailandia. A mí me daría pánico pero hay gente que va tan pancha.

En Argentina, pese que en principio está prohibido, las discotecas se pasan la ley por el forro y por un precio que va de 2 a 6 euros te dan una entrada con consumición y un boleto de la suerte para operarte los pechos.

Aquí en Barcelona, el otro día vi un centro de estética que anunciaba el “Año Internacional sin pelo”. No el día, no, el año. Y para todo tipo de sexos.

España es el país europeo donde más intervenciones de este tipo se realizan y el cuarto del mundo, por detrás de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Desde el 2007 el negocio de las operaciones de estética se tiene en cuenta para el cálculo mensual del IPC y algunos doctores cifran el número de menores que pasan por el quirófano en unos 40.000, cifra que desmiente la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE). A mí también me parece una cifra exagerada. De ser cierto que cada año miles de menores de edad se operan de estética tenemos un problema que no lo soluciona una legión de psiquiatras trabajando a destajo.

Busco en el Google “riesgos aumento pecho” y la mayoría de webs son de clínicas que realizan operaciones de estética y, evidentemente, niegan que exista cualquier tipo de problema. Tampoco es que sean muy explícitos. En la web de un centro que se declara autorizado por la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid para realizar este tipo de intervenciones hay un apartado de “preguntas frecuentes” que dice lo siguiente: “¿Puede ser el implante peligroso para la salud? No hay ningún estudio que demuestre que las prótesis de silicona o de suero salino puedan ser perjudiciales para el ser humano y, por supuesto, no hay ninguna relación entre los implantes y el cáncer u otras enfermedades”. Y ya está, no hay ninguna otra pregunta frecuente.

Eso sí, por el amor de Dios, si hay alguno por aquí que en la madurez tiene una vocación tardía, se da cuenta de que su vida ha sido un terrible error y está inmerso en un mar de dudas sobre si le gusta la carne o el pescado, o alguna se quiere hacer un retoque y pasa por estrecheces económicas, no vayan al Raval y pregunten por “Juan” o “Marisol”, que en realidad son la misma persona, si no quieren acabar como Carmen de Mairena como mínimo.


(Escrito por Barley)

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21 abril 2009
El último Grand Tour
Antes de que los cascos de acero y el delirio de los portadores de runas y estrellas acabara para siempre con el recuerdo de la Europa de la doble monarquía danubiana, cuando la isla de la bruma aún se creía caput imperii y se empecinaba en un suicida apaciguamiento, aun se observaban costumbres centenarias, aunque matizadas por el tiempo, los medios y, en nuestro caso, la sorna y el ánimo de los protagonistas.

En diciembre de 1933 el descarriado hijo de un eminente profesor y caballero inglés, un reconocido geólogo de medios más que confortables, expulsado de varias instituciones académicas de prestigio, decide embarcarse en aquello que los británicos dieron en llamar el Grand Tour. Ha sido narrado de diversa manera, para encomio ex post factum del sufrido jóven, pero me da la impresión de que parte del mérito por venir se debe irrevocablemente a la asignación que recibió del severísimo Sir Lewis: una libra esterlina semanal. No es improbable que el orgullo impidiera abortar el viaje, como era el objetivo de esa cicatera paga, así que debemos a su progenitor que Patrick Leigh Fermor iniciara el periplo que conocemos por los libros de viajes ya publicados ("A time of gifts" publicado en 1977 y "Between the Woods and the Water" de 1986) y una carrera de escritor y viajero notabilísma. Se los recomiendo, pues aunque falta el tercero, con el que concluye su periplo iniciado en Hoek van Holland y finalizado en Estambul (espero que se de cierta prisa, pues Sir Patrick tiene ya más de noventa años), son reflejo de un modo de vida que una tormenta de fuego y gas iba a hacer desaparecer poco después. Cierto que Sir Lewis y allegados no se desentendieron del todo del díscolo Paddy, de modo que si no dinero, si le proveyeron de contactos y direcciones muy convenientes, de suerte que entre Hungría y Walaquia, y como el mismo reconoce, el viaje a pie se convierte en una alegre excursión a caballo de schloss en schloss, con alguna que otra pernocta al raso.

El retrato de los personajes que va dejando atrás y que en gran medida le van facilitando su viaje, es preciso y casi siempre amable, a salvo los impresiones que le causan los vocingleros camisas pardas que encuentra en la Hofbräuhaus muniquesa, aunque uno tiene la impresión, que tampoco oculta el autor, de que se trata de reelaboraciones muy posteriores. Pero no sólo personajes, por las páginas de ambos volúmenes pasan paisajes y costumbres que el lector descubre con sorpresa (partidos de polo en bicicleta) o envidia (enormes bibliotecas en herrumbrosos castillos).

El viaje es el trasunto de la forja del carácter del autor, al que no podemos dejar de tener la simpatía que merece quien acepta el reto y que empaca con la impedimenta más imprescindible las Odas de Horacio y el Oxford Book of English Verse. Con el tiempo Horacio iba a facilitar el trato con un relevante prisionero de Sir Patrick, ya convertido en capitán de los Baker Street Irregulars (el Special Operations Executive británico) a los que llegó desde los Irish Guards en los que se había alistado cuando estalló la 2ª Guerra Mundial. Quién le iba a decir a nuestro viajero, que se las prometía tan felices, enamorado como estaba de una descendiente de la imperial familia Cantacuzena y pasando su segundo verano en la soleada Moldavia (la de verdad no la república socialista soviética que recibió ese nombre) que esa decisión le llevaría a combatir (de nuevo, pues algunos tiros había disparado en 1935 contra los republicanos macedonios) como oficial de inteligencia y enlace, en Grecia, Albania y Creta, y a dirigir el comando que secuestró al también aficionado a los clásicos Generalmajor Heinrich Kreipe, recién ocupado su mando en Creta después de la retirada de Crimea.



Paddy Leigh Fermor, a la izquierda, con uniforme de la Wehrmacht antes de secuestrar al General Kreipe.

Tanto "El tiempo de los regalos" como "Entre los bosques y el agua" están publicados en español por RBA (del primero hay incluso edición de bolsillo). Dicen en el Reino Unido que solamente su editor espera el tercer volumen, pero entre tanto pueden entretenerse con otras obras del autor, como "The Violins of Saint-Jacques" (también traducida y publicada por Tusquets), "A time to keep silent", "Mani, travels in the Southern Peloponnese" y "Words of Mercury" esta última una muy buena recopilación de las mejores crónicas de Paddy Leigh Fermor.

(Escrito por Phil Blakeway)

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20 abril 2009
Elogio de la ociosidad
No recuerdo qué crítico distinguió entre escritores verdaderos y otros que simplemente son aplicados trabajadores. Entre los primeros incluía a Fernando Pessoa o a J.W. Goethe. De los segundos recuerdo que citaba a Octavio Paz. La característica de los primeros era que habían planeado muchas obras pero habían llevado a cabo muy pocas. Paz, Vargas Llosa y algunos más, por el contrario, habían escrito mucho y bien, demostrando una voluntad que ya quisieran para sí los escritores verdaderos, muy aplicados también si uno juzga por la cantidad de apuntes que tomaron, notas que escribieron e ideas que dejaron impresas a la espera de un tiempo propicio. A Goethe, la política y las mujeres, por lo que cuentan, le llevaban mucho tiempo; a Pessoa, creo que las tabernas lisboetas. Paz y Vargas Llosa con sus vidas ordenadas, sus casamientos y divorcios pautados, la disciplina horaria y el concepto de escritor que ficha diariamente en la oficina de su casa, han logrado escribir una cantidad más que considerable de libros que guardan siempre un nivel más que estimable (y en el caso de los ensayos de Paz, son magistrales).

Sin embargo, trabajar mucho es perjudicial para el Arte. No es que haya que dejar todo al albur de la inspiración, las ganas o la casualidad, pero sí que hay que frenarse un poco. T.S. Eliot le reprochaba a John Donne en uno de sus ensayos los horarios draconianos que el poeta metafísico se había impuesto. Se levantaba a las cuatro de la madrugada, dicen, para leer. Así, logró leer toda la poesía, la filosofía e incluso la literatura religiosa que entonces merecían la pena, pero también leyó mucho que no revestía el más mínimo interés pero que, sobre todo en su juventud, dejó un poso menos noble del que dejaron las grandes obras. A ello podemos añadir que todos conocemos varios casos de lectores incansables que son capaces de abrumarte, agobiarte e incluso aburrirte con la lista de ob
ras leídas en la última semana pero que luego a la hora de escribir revelan la increíble incapacidad de asimilación que gobierna su mente. Otros hay que leyeron mucho menos pero fueron capaces de asimilarlo mejor.

Hay gente que se queja de las muchas distracciones de la vida moderna. Yo, y no es por llevar la contraria, creo que es algo muy necesario. Me explico con un ejemplo tomado de mi vida. Llevo cosa de nueve meses con un proyecto que me ronda la cabeza. Tengo ya la libretita en la que tomaré notas y redactaré los primeros esquemas, e incluso algunos párrafos. Tengo las cargas de tinta para la pluma, no sea que me quede sin tinta en medio de un párrafo y tenga que bajar a la calle, buscar la papelería más cercana (y está algo alejada), comprar los cartuchos y
regresar a casa. Pero tengo también una extraordinaria cantidad de compromisos sociales, libros que me regalan, ofrecimientos varios que ocupan buena parte de mi tiempo libre. El resultado es que después de nueve meses aún no he abierto el cuaderno para escribir la primera línea. ¿Es esto malo? En un principio pensaba que sí. Ahora, después de haber meditado intermitentemente, creo que es beneficioso. Si el proyecto que me tienta no consigue arrastrarme hasta la mesa para pasar horas sin cuento y obligarme a rechazar la vida social, significa que no merece la pena, que no la humanidad pero al menos sí mis amigos y conocidos, podrán pasar sin el libro (que se verían obligados a comprarlo). Lo que en el mundo natural es la ley de la selección de los mejores ejemplares de una especie según su capacidad para sobrevivir a los ataques, en el mundo de las personas es la ley de la selección de proyectos y trabajos según el interés que nos despierta.

Eso sí, una vez que uno se pone manos a
la obra, hay que seguir el consejo de Cesare Pavese y atarse a la silla.

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Gracias al Estado de las Autonomías, ya falta poco para esto.


Esto:
Y esto.

(Escrito por Garven)

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19 abril 2009
Impronunciario




Después de treinta años tenemos lo que comúnmente se conoce como metro. Es decir, tenemos un metro de hace treinta años. Cuesta trabajo analizar la necesidad (social) o no de la obra pero después de una pequeña vida a la sombra de jacarandás estoy vacunado contra obras grandes en presupuestos y pequeñas en productividad. Como el puente del Quinto Centenario y su siguiente de Reina Sofía bien atascados desde el mismísimo primer día; el estadio paraolímpico y desierto; el aeropuerto de San Pablo, ese precursor vigesimonónico del aeropuerto de Ciudad Real; o más recientemente el llamado MetroCentro, un tranvía que es una poltrona eléctrica, carísima, lentísima, sin posibilidad racional de crecer y que, al parecer, crecerá.

Resulta difícil analizar la necesidad de la obra, en abstracto, y yuxtaponerla con los resultados de la obra, en concreto. Sobre los resultados, al menos, algo puedo añadir. Por ejemplo, este es el único suburbano que publicita sin pudor su porcentaje sub (60%); dejando a las claras un 40% supra. Allí, a luz plena se observan tramos que más parecen una montaña rusa: curvas, contracurvas, bajadas y subidas; seguro que por necesidad y nuestra seguridad. Todo esto sólo puede traducirse en menor velocidad y menor eficiencia del servicio.

Otro punto bien destacable es lo eximio del material rodante. Son dicisiete trenes de treinta metros (uno por año de retraso) que se han bautizado ya en la ciudad como ibertrenes, trenecitos o centímetros. Más parecen por su estructura y configuración que sean tranvías o metros-ligeros; construidos por CAF (Constructora Auxiliar Ferroviaria) creo que, en todo o en parte, en Linares y, creo también, con algo que ver con Santana Motor. Tenemos, pues, un tranvía soterrado casi en la mitad de su trayecto, apto para transportar unas doscientas personas de una vez. Que por catorce trenes (tres quedan en reserva) hacen dos mil ochocientas personas cada vez que hubieran pasado todos los trenes por una estación; lo que ocurriría cada hora veinte minutos si la cadencia es seis minutos por tren.

El tercer aspecto es el diseño, localización y configuración de las estaciones. Empezando por abajo las estaciones tienen andenes de sesenta metros. Para los viajados, es el tamaño de andén que tienen las estaciones de las líneas 2 y 4 —es decir, las líneas decimonónicas— del metro de Madrid. Tiene una explicación probable: una buena parte del 60% soterrado ha aprovechado los trabajos hechos ya hace unos treinta años: con el tamaño y característica de una ciudad de hace treinta años; es decir, con el tamaño de las líneas 2 y 4 de las de Madrid. Lejos quedan los andenes de ciento quince metros de las líneas más modernas de Madrid como la 10 o la 12 (MetroSur: largos para el presente, aceptables para el futuro) o los intermedios noventa metros, una medida muy ajustada para empezar a hablar. Y el tamaño del andén importa porque el tamaño del tren no puede ser mayor que aquél. Es decir, aquí pueden unirse dos unidades para totalizar un tren de sesenta metros y cuatrocientas personas; pero no más. Un poco más al norte, un MetroBerri de Bilbao informa de que va a adquirir unidades de noventa metros aptas para setecientas personas. Cuatro de esos son toda la flota de aquí.

En el mismo andén se topa uno con otra característica singular: los andenes están cerrados, para prevenir los saltos a la vía. Esta, la seguridad, ha sido una de las excusas que han justificado la tardanza: ha sido, claro, por nuestro bien. ¿Por qué? Los andenes son cortos y, además, estrechos. No puedo dar una idea de su capacidad pero no debe ser mucho mayor que la de los trenes; en cualquier caso lejos de al amplitud moderna.

El último aspecto de las estaciones es su localización y distribución. Algunas estaciones no distan de la otra más de quinientos metros. La cercanía de las estaciones provoca, por ejemplo, que no pueda aumentar la frecuencia de paso de los trenes: un tren puede alcanzar a otro simplemente por la espera necesaria para recoger viajeros en el andén siguiente y próximo. Valga de ejemplo la secuencia de estaciones de Puerta de Jerez (aún inconclusa), Plaza de Cuba, Parque de los Príncipes, Blas Infante. Todas a vista una de otra y separadas por unos quinientos metros. Estos metros no son un número mágico: si Metro de Sevilla calcula 200000 usuarios potenciales que son los que viven a menos de quinientos metros de una estación, no se entiende entonces cómo no se optimiza ese número separando las estaciones por un kilómetro.

En buena lógica puede decirse que menos da una piedra y que peor nada que algo. Sin embargo, temo que sea otra oportunidad desaprovechada. Que sea una obra demasiado grande para tan poca gente (sospecho que los trenes pequeños encierran la aviesa intención de que parezcan llenos) o demasiado pequeña para tanta gente (una línea como al diseñada e inaugurada es poca cosa, pero si se cumplen los pronósiticos más optimista y alguna vez se hicieran nuevas líneas, el número de usuarios aumentaría grandemente; sin embargo las estaciones ya hechas, quedan).

Dos últimos apuntes incidentales. El primero mira al diseño. Tanto digital como analógico, ambos manifiestamente mejorables. El primero parece que habla de algo que no existe: en parte por su diseño verdoso y frío. Lo segundo, la señalética y la decoración de las estaciones, adolece de las mismas faltas: presupuesto escuálido y resultado deprimente.

El segundo mira a la gente, que no sabe aún hacerse a los protocolos. No les pidamos las prisas y carreras de Madrid: este es un metro, ligero, corto y lentito... se llega perfectamente al paso. Pero sí al menos que dejen salir antes de entrar. No obstante, no olviden que dentro de unos años —ahora no, dentro de unos años— por los metros de sus ciudades circulará una nueva especie; que mirará con desdén su alrededor y dirá: "qué cutre, el de Sevilla es más bonito y, además, no te puedes caer al andén."



La mayor parte de estos problemas tienen que ver con el poderoso caballero don dinero. La Junta de Andalucía hace un gran esfuerzo (pero no más que otros) en llenar Andalucía de tranvías y (nunca mejor empleada la copulativa) metros. Yo me permito recordar una vez más que, además, construye una línea de gran velocidad de algo más de un centenar de kilómetros de recorrido que enlaza Sevilla con Antequera y que mejora en una media hora el tiempo del trayecto resultante de hacer un pequeño bypass de una decena de kilómetros en Almodóvar del Río y que una las líneas de Sevilla-Córdoba y Málaga-Córdoba. Cambio aves superfluos por metros de ley. Diga lo que diga Obama.

Sabrán disculpar el largo trayecto dominical.

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18 abril 2009
Notas de cata

Mi amigo Mandarin Goose me envía esta magnífica referencia. Que ustedes lo disfruten y, sobre todo, se lo agradezcan a él.

Un abrazo para todos y todas.

Protactínio


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17 abril 2009
Sobre mis huesos levanto mi voz y mis anatemas

Tremenda polvareda ha levantado en la prensa occidental el argumentario de Benedicto XVI en su tournée africana acerca de la eficacia del preservativo en la prevención del SIDA por aquellas tierras. ¡Anatema! Han aullado los medios mediáticos y los anfóteros asimilados y los opinadores onminiscentes. ¡Anatema! Titulan los periódicos pendularios y los escribidores estabulados. Cómo se le ocurre a ese indocumentado negar la bondad de los preservativos en la lucha contra la plaga que diezma Africa… Pero si dejamos que se asiente un poco el barro en la charca, empiezan a verse otras cosas en el fondo. Se ve por ejemplo que el sonriente abuelito ha dicho cosas muy serias sobre temas de gravedad, cada uno de los cuales es un jinete del Apocalipsis montado en cebra, ñu, antílope o búfalo cafre. Delante de miles de personas ha hablado de violencia, de corrupción, de locura y de ignorancia. Ha señalado con el dedo a los blancos y a los negros que se sentaban en la tarima con diez kilos de chatarra en medallas, y les ha acusado de cómplices de los blancos. Discurso idéntico al que repiten todos aquellos a los que les duele Africa, desde las ONGs que están de verdad en el terreno a los redencionistas islámicos e islamistas, pasando por los fotógrafos de focal corta y el muy contundente Martínez Carreras. Que tal es el grado de descomposición social que la masa apaleada prefiere la Sharia (arcaica, durísima, defectuosa… pero coherente y fiable) como mal menor frente al caos de los señores de la guerra, los salteadores colocados hasta las orejas, los piratas nihilistas o simplemente del que tiene mas balas. En cuanto a lo del SIDA, acabáramos, el Papa ha citado los trabajos de Edward Green*, un tipo de marcada relevancia y credibilidad en la investigación. Pues el tal señor concluye que el preservativo es un producto eficaz en la prevención en grupos de riesgo mayoritariamente homosexuales de entorno occidental, con acceso a suministros de precio razonable y garantía de calidad, y con escasa incidencia de contagios por otras vías. Que la sociedad africana tiene sus propias características que se traducen en factores de gran peso en los resultados (que paradójico, tanto insistir en el “respeto a las diferencias culturales” en otras cosas y tan ciegos cuando mas se necesita estudiar la diferencia), y que lo que en Sitges o Queens es una brillante idea en los bidonville de Jonhburg o los chamizos pegados a los oleoductos nigerianos es un desastre

Si por una pirueta del continuum espacio-tiempo, un enredo de supercuerdas o una broma cósmica de a saber que demonio babilonio fuera yo investido Papa, un Adriano VII encarnado desde la pluma del Barón Corvo hasta la insoportable levedad del Ser, no hubiera paseado por las tierras del Mau-Mau la voz suave y templada (típica de un enfermo cardiaco) de Benedicto. Como un nuevo e iracundo profeta Ananías o un Josué apuntando las trompetas de bronce contra Jericó, un Jonás furioso pasado por la ballena, hubiera golpeado con mi báculo la tarima sacando chispas y aullaría en el micrófono para que mis rugidos de león llegaran a los despachos de Londres y París y Washington

-¡Hipócritas, fariseos, sepulcros blanqueados, nidos de víboras y alacranes, comerciantes de la podredumbre! Desde esta tierra que cada día pierde el hígado en las garras de alimañas vestida de trajes de Sackville, yo os llamo por vuestro nombre, ladrones, falsos monederos, bandoleros ¡Ah, vosotros los cínicos bienpensantes que os reís de Africa y os hacéis los buenos samaritanos vendiéndoles preservativos estropeados, medicamentos caducados, materiales herrumbrosos! ¡Usáis los almacenes africanos como escombreras de vuestra basura farmacéutica y a los africanos como conejillos de Indias!¡ Esquilmáis a los mas pobres entre los pobres endosándoles condones mal conservados, porosos y frágiles por el calor y los precinto rotos, que pagan a precio de oro los engañados de buena voluntad y desprecian los engañadores de negra alma! ¡Mientras, no queda dinero para pagar las mosquiteras o los desinfectantes! ¡Inaguráis hospitales con banda de música y helicópteros pero luego quedan abandonados porque no hay dineros para sueldos y medicamentos! Espantáis a los emprendedores locales para imponer la dependencia exterior, otra vez las colonias comprando las telas de colores de los talleres de Manchester mientras arden las fábricas de Mombasa!-

Y en este punto, lleno de ira santa, ardiendo en llama viva, me volvería hacia los ilustres locales que en el estrado exhibían tripones y medallas y les apuntaría con el destrozado báculo para continuar mi sermón

-¡Y vosotros, que aquí venís a besar mi mano y escupir en mi espalda! Vosotros, cómplices de las iniquidades, traidores a vuestros hermanos, putrefactos fantoches que os gastáis la comida de vuestros súbditos en viajes de lujo y arrasáis sus campos en juegos de guerra! ¡Vosotros que matáis a docenas las vacas de las remontas para engullir carne en merendolas con vuestros amigotes! ¡Vosotros que sois iguales a los que os combates sin tener límites en vuestras iniquidades! ¡Vosotros que os vestís con la púrpura de la Iglesia para seguir siendo hechiceros y caciques, azuzando a los hombres contra los hombres y convirtiéndolos en bestias, pervirtiendo el sagrado mensaje! Vuestros abuelos vendieron a millares a los hermanos a los comerciantes europeos y árabes, habéis sembrados con sus huesos la Ruta de los Esclavos como una herida que cruza el continente. Y los que vinieron después vendieron la tierra misma y el agua para seguir en su lujo de falsos blancos. ¡Oh tierra de roja arcilla y arena blanca, fertilísimo vientre cuyos hijos mas pequeños son acosados por el Hambre, la Peste, la Guerra y la Muerte, que cada día sobreviven apenas a la violencia brutal! ¡ Tratáis a vuestras hijas peor que a los perros del poblado, las moléis a palos y las destrozáis con salvajismo espantoso, las violáis día tras día, las matáis con tal banalidad que apenas lo tomáis como anécdota! ¡Caiga sobre vosotros el rayo de los cielos y líbrenos el Señor de vuestras presencias inmundas si no rectificáis y os rasgáis las vestiduras y afeitáis vuestras cabezas y os cubrís con cenizas y trabajáis para traer un nuevo cielo y una nueva tierra a estos caminos que fueron el paraíso de nuestros tatarabuelos y en los cuales paseara Lucy entre todos los animales que recibieron el nombre que Dios les asignaba! ¡Arrepiéntanse los impíos contra toda ley humana y divina, los que violan a los niños para curarse un SIDA aconsejados por brujos, arrepiéntanse los corruptos y los canallas, porque sin su conversión nada es posible!-

Supongo que tras la flagelación verbal y los exabruptos, roto el báculos en astillas, ronca mi voz, a duras penas podría bajar del estradillo sin sufrir la misma suerte que mi modelos, y que los idiamines allí reunidos se lanzarían contra mí para arrancarme la lengua con sus propias manos. Y si por la estupefacción quedaran convertidos en temporales estatuas de sal y me dieran tiempo a salir por patas de allí, subirme al avión y llegar a mis estancias vaticanas, no tardarían en aparecer dagas florentinas entre los cortinajes que se clavarían en el jardinero fiel. Por eso tal vez en esta realidad yo no soy el Papa y Africa está llena de hombres-cocodrilo

Bibliografía urgente

El jardinero fiel. John le Carré

Conflictos y cooperación en Africa actual. JU Martínez Carreras y B Rodríguez Cañadas (coord.). Casa de Africa, 6. Ed SIAL, Madrid 2000

Africa in Chaos by George B. N. Ayittey St. Martin’s Press • 1998

Betrayal: Why Socialism Failed in Africa. George B. N. Ayittey

Uganda AIDS Comisión.

Green, Edward C., "Culture Clash and AIDS Prevention." The Responsive Community.
Vol. 13(4); 4-9 2003

AIDS Prevention Research Project at the Harvard University Center for Population and Development Studies.


Y en el escritorio bajo la ventana he dejado un puñado de links para el que necesite mas detalles.

(*) Esta pista me la dio Belisario en el blog de Santiago González. Al Cesar lo que es del Cesar y al nick lo que es del nick

(Escrito por Mandarin Goose)

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16 abril 2009
Un paraíso nada artificial

Cada cual tiene el suyo. O los suyos, claro. Al volver, sólo paralíticas fotografías y la estúpida sonrisa del que acaba de perder el tren.

(Escrito por Protactínio)

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15 abril 2009
Influencias de Girard en España: Juaristi y Onaindía
René Girard es un autor cuya obra ha sido recibida en España de manera algo extraña. Por una parte, se han traducido casi todos sus libros, desde luego los más importantes (en editoriales como Anagrama, Gedisa, Encuentro o Trotta), y eso es raro en un país como el nuestro en el que demasiados autores de nivel se quedan mudos en castellano. En el caso de Girard, se puede pensar lógicamente que si se le traduce también se le lee, pero no parece el caso, pues este pensador sigue siendo un gran desconocido en España. Poca gente lo ha leído, y sólo unos pocos de estos se deciden a citarlo o a trabajar sus teorías. Hay excepciones, claro está, y en este texto quisiera referirme a algunas de ellas, todas vinculadas a la realidad del País Vasco y a los efectos que en esa región y en el conjunto de España ha acarreado el terrorismo de ETA. Jon Juaristi, Mario Onaindía y Fernando Savater son tres autores dispares que han sido muy influenciados por Girard a la hora de, primero, entender y analizar la particular situación de Euskadi, y, segundo, de plantear posibles soluciones a esa misma situación marcada por un asfixiante dominio político del nacionalismo. Los tres se sintieron muy impresionados al descubrir la obra de Girard, a finales de los años 70, aunque esa influencia no siempre se haya desvelado explícitamente en sus libros (Savater, por ejemplo, es el que menos profundiza, en sus memorias, Mira por dónde -ed. Taurus, 2003-, en la importancia de Girard en su vida).

En el caso de Juaristi, Girard, además del tipo de influencia citada, tuvo una incidencia decisiva en su conversión al judaísmo. En sus memorias, tituladas Cambio de destino (ed. Seix Barral, 2006), nos aporta una pista interesante en este sentido. Queda claro también que su vinculación poderosa con René Girard se inició cuando su compromiso en pro del nacionalismo vasco ya afrontaba un declive definitivo:

“En 1979, y en una librería de Bilbao -cosa bastante rara-, encontré un libro recién editado por Grasset, Des choses cahées depuis la fondation du monde [traducido en castellano, en la editorial Sígueme, El misterio de nuestro mundo], que recogía una serie de entrevistas de dos psiquiatras, Oughourlian y Lefort, con un intelectual católico francés cuyo nombre ni me sonaba, René Girard. “La impresión que su lectura me produjo fue tremenda y me costó reponerme de ella. Todo parecía estar allí explicado: el mecanismo de la violencia mimética, la elección arbitraria de víctimas propiciatorias en las situaciones de anomia, la función apaciguadora y fundacional de los sacrificios. Era como si ese libro me hubiera estado esperando, como si se hubiera escrito para mí (...). Me apresuré a comprar todo lo que se había publicado de Girard en España, que por entonces no era mucho. El único teólogo español que parecía haberle leído era Luis Maldonado, autor de un ensayo sobre La violencia y lo sagrado. Los científicos sociales ni lo citaban. Como se verá, la teoría de Girard tendría un peso decisivo en la nueva crítica del terrorismo que iba a surgir en los ochenta de las filas de los antiguos etarras e izquierdistas vascos”.

En sus conversaciones con gente como Onaindía o Juan Aranzadi, la figura de Girard aparecía y reaparecía constantemente, de modo que el entusiasmo privado se fue ampliando, afectando a casi todo ese círculo de amistades. Siguiendo con las memorias de Juaristi, regresa a Girard para explicar su conversión a la religión hebrea:

"Desde finales de los setenta, Gabi del Moral y yo habíamos comenzado a interesarnos seriamente en el judaísmo. En mi caso, el interés lo había suscitado la lectura de Girard, un católico, y, en concreto, su interpretación del Libro de Job [La ruta antigua de los hombres perversos, Anagrama]. El aspecto antisacrificial del judaísmo me resultaba muy atrayente".

Ese aspecto antisacrificial que es propio del judaísmo (también del cristianismo, que es su directa prolongación. Girard suele unir ambas corrientes bajo el término 'judeocristianismo') tendría que ver con la defensa explícita que se hace en la Biblia de las víctimas, sobre todo en diversas partes del texto, como el de Job, los Salmos y algunos textos proféticos. En el judaísmo se daría un posicionamiento por aquello que siempre se excluye, por lo que se deja de lado, por aquello que 'sobra' y es separado del círculo de lo propio. La culminación de todo ello se plasmaría en los Evangelios, texto fundamental de la cultura occidental, en el que el punto de vista defendido es el de la víctima, en este caso crucificada.

Por su parte, un amigo de Juaristi, el ya fallecido Mario Onaindía, también relata en sus memorias, El aventurero cuerdo (ed. Espasa, 2004), lo decisivo que fue para su trayectoria vital e intelectual descubrir a Girard. El escenario fue una de tantas reuniones que se llevaban a cabo, por motivaciones políticas, en el País Vasco que transitaba del franquismo hacia la democracia. El discurso marxista, en sus diversas variantes, comenzaba a resquebrajarse y a abrir a su alrededor vías de comprensión diferentes. En una de esas reuniones, explica Onaindía, Aranzadi planteó la idea del chivo expiatorio, teorizada por Girard, como herramienta para entender la mecánica en la que se encontraba inserto el nacionalismo vasco. Como todo nacionalismo, aunque en este caso en su versión más explícitamente beligerante, el vasco recurría, en su defensa de una identidad excluyente, a la confrontación con una serie de chivos expiatorios en cuya destrucción se depositaba la posibilidad de reunificar las esencias diluidas y la unidad perdida de la comunidad mitificada. Es decir, se trataría en este caso del funcionamiento del mecanismo expiatorio en su nivel más tribal y, por tanto, más tosco y explícito. Para ello, en aras de legitimar los ataques contra los concretos chivos expiatorios de la patria vasca (policía, ejército, partidos políticos no nacionalistas, etc.), se erigía un sistema acusatorio que justificara la dirección de la violencia y la fuerza de las mismas. Onaindía quedó fascinado con la tesis de Girard:

"Me dediqué a comprar todos los libros que encontré de René Girard, y cada uno me pareció más perturbador que el anterior, como un thriller; me daba la impresión de que su pensamiento era capaz de explicar aspectos de la sociedad a los que el marxismo no llegaba y, por lo tanto, parecía complementarse con él. Si una teoría pretendía explicar las contradicciones entre distintos (la oligarquía frente a la burguesía nacional o la burguesía contra al proletariado), la otra se esforzaba en comprender las contradicciones entre iguales. Y los problemas en Euskadi no eran solo entre distintos, sino al contrario, mucho más entre iguales".

Lo que se entiende aquí es que la diferencia de partida, aquella que pretendidamente justificaría los conflictos (es decir, que estos vendrían motivados por esas diferencias, vistas como injusticias), sería en realidad una diferencia a posteriori, buscada y deseada por una de las partes en juego. La diferencia es lo que se busca, no de donde se parte. Contrariado ante una situación de igualación entre los nacionalistas y los que no lo son, la parte nacionalista pretendería excavar entre unos y otros una separación a todos los niveles (legal, cultural, física, etc.), y todo el proyecto político del nacionalismo vasco desde la muerte de Franco (y antes incluso) consiste precisamente en eso (Hitler también lo planteaba en esos términos. En su famosísimo aunque escasamente leído Mein Kampf, escribe que le molestaban más profundamente los judíos adaptados a la vida alemana que aquellos que vivían y vestían según su fe. Era la indiferenciación entre el ario y el judío lo que abominaba, y ya se encargó él de volver a hacerlos, a unos y a otros, diferenciables). La identidad y su defensa siempre es algo que implica una tensión, una agresividad con respecto a otros, que se perciben como amenaza a la propia manera de ser (aunque esa amenaza sea totalmente imaginaria), pero cuando todo ello se eleva a planificación política o militar es cuando se da el paso que va más allá de lo permisible en democracia. Nos adentramos ya, de lleno, en el terreno devorador del totalitarismo.

Juaristi se refiere a esta conversación, a la que también asistió Patxo Unzueta, en el restaurante Tres de Cáceres. Tras señalar que no sólo Aranzadi llevó la voz cantante, sino que él también dijo algunas cosas sobre Girard, Juaristi critica la asimilación de un pacifismo maximalista que llevó a cabo Euskadiko Ezkerra (partido en el que se enrolaron algunos de ellos, especialmente Onaindía). La crítica total (irreflexiva) del sacrificialismo pudo conducir, según Juaristi, a Onaindía y a su partido, a defender unas posturas de pretendida equidistancia que igualaban la violencia terrorista de ETA y la violencia de un estado que ya no era el dirigido por el general Franco, "repartiendo condenas morales a diestro y siniestro". No tomar partido entre dos posiciones para tratar de superar el ciclo de venganzas que se alimentan hasta el infinito, intentando no 'ensuciarse' con la violencia existente, nos acercaría más a Ghandi que a Jesús, referencia principal de las tesis de Girard. Mientras que Ghandi concede al sacrificio de la víctima unas virtudes expiatorias (recordemos su recomendación a los judíos de que se dejaran masacrar como vía para 'ablandar el corazón de la bestia' Hitler), Jesús sí que permite atenazar el devenir de la espiral de venganzas no dudando en intervenir cuando una víctima es sometida a abusos, como es el caso de la supuesta adúltera que va a ser lapidada (Juan 8, 1-11). Se interviene en la disputa, aunque sin recurrir a una violencia explícita. Caminar por la senda de Ghandi, es decir, no intervenir pero tácitamente aceptar una situación brutalmente asimétrica, ha supuesto no pocas contradicciones y problemas a determinados pacifismos del siglo XX y XXI, por su no oposición real a la violencia sacrificial.

(Escrito por Horrach)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:00:00 | Todos los comentarios 249 comentarios // Año IV
14 abril 2009
Cuestión de memoria


14 de abril y no se me ocurre nada. El almanaque podría echarme una mano, pero ni el hundimiento de Lincoln ni el magnicidio del Titanic me atraen demasiado.

Esta angustia de querer escribir y no saber como empezar (cuatro infinitivos seguidos, grave pecado) está tan manida, por otra parte, que tampoco sirve de tema. Antes lo achacaba a la escasez de imaginación, pero leí que Roberto Bolaño era de la opinión de que eso era una tontería, que lo único imprescindible era la memoria. Eso nos da una oportunidad a casi todos, si fuera verdad, aunque la conclusión de todo ello es que mi vida ha debido ser muy aburrida.

Hay otros, sin embargo, a los que les sobran ambas cosas, imaginación y memoria. El problema es que lo mezclan. Así, Mathias Enard, autor de Zona, una de esas grandes revelaciones periódicas de la literatura francesa. Uno lo lee y cada dos por tres tiene que recurrir a la enciclopedia, virtual o no, para comprobar si tal o cual personaje existe.

Al principio me engañó con un supuesto escritor albanés, al que ingenuamente creí real, pero del que no pude encontrar referencia. Luego, cuando me topé con Eduardo Rozsa, me pareció increíble.


Imaginen: padre húngaro y madre boliviana, exótica combinación que de por sí ya resultaba fantástica, y un recorrido (Bolivia y Chile, en los años de hierro, la guerra de Yugoslavia, Irak) a priori exagerado.

Pero qué va. La realidad supera a la ficción una vez más. El tipo existe y el novelista se quedó corto.

Nuestro hombre, Eduardo Rozsa, nació en Bolivia, hijo de padre húngaro, judío y marxista, y madre boliviana y católica. De allí escaparon a Chile, coincidiendo con el último año de Allende. Tras el golpe, pasaron una temporada complicada hasta que les dejaron salir. El hombre volvió a Hungría, pasó una temporada en la URSS, donde dice que se desencantó de la revolución y al parecer hizo sus pinitos como agente secreto. Trabajando como corresponsal de La Vanguardia, mientras cubría la guerra en Yugoslavia, dejó la pluma y cogió la espada para pelear en el bando croata, contra los serbios. En aquella guerra, con ocasión de un bombardeo sobre una mezquita de Sarajevo en la que se encontraba, sintió la llamada del Islam (antes había pertenecido al Opus Dei, del que habla maravillas).

En la actualidad, tras haber pasado por Irak y Sudán, es uno de los máximos representantes de la comunidad musulmana en Hungría y, claro está, tiene un blog.

Entre las personas que ha conocido está el famoso Carlos (Ilich Ramírez, creo recordar).

Júntese todo y remuévase con cuidado.

En la novela resulta un personaje muy interesante, aunque de todo esto no se cuenta ni la mitad y sólo aparece en unas pocas páginas.

Pero si uno se pasa por su blog o por las entrevistas que le han hecho, encuentra tal abundancia de lugares comunes que resulta un tipo de lo más vulgar.

Quiérese decir que el novelista, aun no queriendo abusar de la exorbitante realidad que tenía a mano, construyó un personaje fabuloso. La persona, aún más desorbitada, resulta por el contrario anodina.

O lo que es lo mismo: tampoco basta con la memoria, tal y como yo me temía.

(Escrito por Schultz)

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[0] Editado por Mercutio a las 8:00:00 | Todos los comentarios 258 comentarios // Año IV
13 abril 2009
Sólo una canción
Y a veces mi voz es una canción
inconclusa y confusa que se pierde sin más...

Self-conscious, consciente de sí, llaman los anglos a esa pobre criatura que todos somos de vez en cuando. Encerrados en nosotros mismos, atrapados en nuestro papel, lo ejecutamos con desgana sin dejar por un minuto de ser convincentes, reconocibles. Que el carácter de un hombre es su demonio ya lo sabía Heráclito. Pudo escribir que es, asimismo, su castigo: no se nos deja ser sin ser de cierta constante manera, compulsiva, predecible y limitada. Definido el programa, habrá sin duda renuncios, excursiones, paréntesis —pero incluso el suicidio, la más radical de tales diversiones, no hace sino cerrar la base de datos y permitir un informe definitivo de nuestros márgenes y rutinas.

Nuestra relación con las formas de expresión refleja este conflicto. Facere factum, hacer lo hecho, sugiere, con razón, un aburrimiento trivial e innecesario. Sonetos o sonatas han parecido en algún momento pesados caparazones, vendajes que limitaban nuestra capacidad de movimiento. Huyendo de ellos, hemos acabado en el discurso del verso libre, el atonalismo, el free jazz —para descubrir que nada termina pareciéndose más (ni resultando más monótono) que dos piezas de ‘discurso libre’.

La canción que habla de sí misma (metapoética, en dialecto; metacanción, incluso) es hija de estas cavilaciones. Robert Wyatt, experto en el género, termina una de ellas con inusual franqueza:

And this is the chorus
or perhaps it's a bridge
or just another key change.
Never mind, it doesn't hurt,
it only means that I lost faith in this song
'cause it won't help me reach you...


Desde la consciencia de sí, la obra de arte se torna ante todo artificio, voluntarismo. Los sonetos al soneto, clásicos de esta encrucijada, marcan la pauta. El de Manuel Machado (quizá el mejor) establece explícitamente la analogía entre las limitaciones del soneto y las de la vida:

Cabe la vida entera en un soneto
empezado con lánguido descuido,
y, apenas iniciado, ha transcurrido
la infancia, imagen del primer cuarteto.

Llega la juventud con el secreto
de la vida, que pasa inadvertido,
y que se va también, que ya se ha ido,
antes de entrar en el primer terceto.

Maduros, a mirar a ayer tornamos
añorantes y, ansiosos, a mañana,
y así el primer terceto malgastamos.

Y cuando en el terceto último entramos,
es para ver con experiencia vana
que se acaba el soneto... Y que nos vamos.

El célebre de Lope reconoce la encerrona (que nunca me he visto en tal aprieto), pero escapa de ella burla burlando. Baltasar de Alcázar, en cambio, se finge atrapado y vencido:

Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado,
que teniendo el soneto ya en la boca
y el orden de decillo ya estudiado,

conté los versos todos y he hallado
que, por la cuenta que a un soneto toca,
ya este soneto, Inés, es acabado.

Por no tan distintos caminos, se llega a las mismas costas, aunque esta vez con amargura:

The time is gone,
the song is over,
thought I’d something more to say.

Por supuesto, siempre cabe mantener la compostura cómica:

Y es en este punto
que me falta una estrofa,
por eso todo el mundo
de mí se mofa,
de mí se mofa.

Pero la broma siempre va en serio. Es tan fácil declararse punk libertario como imposible huir del rigor estructural de la canción pop al uso, más cárcel que motel, con sus férreas estrofas, estribillos y rimas. Nadie más prusiano, en fin, que los punks en lo tocante al recorte de libertades que exige una canción como Dios manda, con límites de duración (3 minutos ya es mucho), instrumentación (sintetizadores fuera) y un agudo sentido del decoro (100% proletario y cazurro: que nada poético ni high class se atreva a asomar la nariz).

Obligado a elegir una canción selfconscious, elijo una que tiene un poco de todo: la angustia del compositor consciente de sus límites que se sabe relegado a un tercer puesto (por no decir a tercera clase: de hecho, la canción no fue aceptada en el Sgt. Pepper’s, donde su autor quiso colarla), y en contraste con ella, la relativa libertad que da componer una cara B o Z, desde la perspectiva de una estrella del rock que sabe publicables todas sus ocurrencias. Sigh no more, ladies:

It doesn't really matter what chords I play,
what words I say or time of day it is,
as it's only a Northern song.


__________________________
Imagen: Gordon Matta-Clark, Splitting (detail) of 322 Humphrey Street, Englewood, New Jersey, 1974.

(Escrito por Al59)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:00:00 | Todos los comentarios 177 comentarios // Año IV