La prensa local lo llama 'The Somali Teen Pirate', un nombre de película. Y el pirata pimpollo sonríe a las cámaras mientras es conducido al tribunal en Manhattan, como quien va a recibir un Oscar o se dispone a cortar la cinta de la llegada de la maratón de Nueva York.
Sus colegas piratas son hiperactivos y eficaces. Son poco más de un millar, según cuentan los satélites, y han conseguido poner al Cuerno de África en la pantalla global. Veinte mil embarcaciones transitan anualmente por el golfo de Adén, transportando, entre otras cosas, casi un tercio del petróleo mundial. Ciento treinta navíos fueron atacados en 2008.
La última presa de los piratas somalíes es un barco belga, el Pompei, que trabajaba en Dubai en la construcción de una isla artificial. ¡Una isla artificial! La crisis hundió el negocio de la isla y el capitán del Pompei debió enrumbar hacia África del Sur para trabajar en las obras de dragado del puerto de Durban. Como se trata de un barco de cubierta baja, fácil de abordar, para evitar las costas somalíes el capitán lo desvió hacia las Seychelles, paradisíacas islas, a mil kilómetros de Somalia. Allí lo interceptó una fragata pirata.
Simultáneamente a la captura del Pompei, un médico belga y un enfermero holandés que trabajaban en el sur de Somalia para Médicos sin fronteras han sido secuestrados por piratas de tierra adentro. La ONG ha salvado muchas vidas en el Cuerno de África. Tanta actividad la ha convertido en el principal empleador en ciertas regiones del país. La lógica de los piratas es ésta: si una organización extranjera paga a las autoridades locales para poder intervenir en el país, ¿por qué no debería pagarles también a ellos, que para eso son piratas y reparten mejor la ganancia? Hablando de pagos, Lloyd, principal asegurador de la marina mercante, aconseja a los armadores pagar y a otra cosa.
El comisario europeo Louis Michel, que por un casual es belga, acogió la pasada semana en Bruselas una Conferencia de donantes por Somalia, organizada por las Naciones Unidas. Una primicia en veinte años que dura la guerra en Somalia. Monto de la ayuda prometida: 165 millones de euros. Menos de lo que habrán recaudado los piratas durante el último año. Como sea, el nuevo presidente somalí, Sharif Ahmed, agradece la suma. La cuestión de fondo, sostiene, por su parte, el comisario Michel, es conseguir que el mar somalí cese de ser saqueado por los barcos pesqueros extranjeros y que las costas del país cesen de ser contaminados por los desechos tóxicos europeos. No todos los piratas son somalíes. Y viceversa.
En cuanto a nuestro pirata novato, si el fiscal demuestra que es mayor arriesga pasar el resto de sus días lejos de Somalia. Tal vez por eso sonríe.
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