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31 enero 2008
Sopa de Ajo Arcadiana
Se acerca con una hoja impresa en la mano y la sonrisa colgada de oreja a oreja. “¿El blog ése no se llama nosequé de arcadiano? Pues mira lo que he encontrado por la red”. La receta no tiene mala pinta así que decidimos probarla. Evocadora de la gente sencilla y curtida: masoveros, gañanes, segadores, muleros, repatanes, esquiladores, bataneros, navateros… gente que se acerca al fuego y a la olla una noche de helada que hace quebrarse la tierra.

Para la sopa necesitaremos:

  • Unos 15-20 dientes de ajo de calidad
  • 5 cucharadas de aceite de oliva, a ser posible virgen y de mucho sabor
  • 5 tazas de caldo de pollo o ternera o mezclado. Es probable que en tierras de pelasgos se usara más el carnero o la cabra quebrados para hacer el caldo con los restos de la canal, por lo que podría hacerse un caldo de carcasa de pollo y huesos del asado
  • 2 cucharaditas de tomillo fresco, así pellizcados de las plantas que el monte bajo enresinan
  • sal marina
  • pimienta blanca
  • 3 yemas de huevo de gallina corredora, esas que andan escarbando por las huertas y los patios
  • pan seco candeal, pan de pueblo morenillo y denso, pan que huele a pan y no a bolsa de plástico, unas rebanadas cortadas con buena mano. Mejor el pan que se ha secado en la bolsa de tela, o si no tostado en la llama pinchado con el tenedor
  • queso rallado, ese trozo de queso que anda rondando por las alacenas o los frigoríficos y que ha adquirido la cualidad de fósil.

Pelar los ajos. En cazuela de barro ya estrenada freírlos en la mitad del aceite sin que lleguen a dorarse. Añadir el caldo, la sal, el tomillo y la pimienta, revolviendo con cuchara de madera. En fuego moderado como de brasa de encina o sarmiento, guisarlo una media hora, probarlo y rectificar la sazón si fuera necesario. Pasar por un pasapurés, un chino (¿existirán todavía los chinos en las cocinas modernas?) o por la batidora (no es lo mismo, no es lo mismo), reservando algunos ajos que añadiremos al servir. Volver a poner al fuego la sopa. Batir las yemas y añadir gradualmente el resto del aceite. Añadir a las yemas una cucharada de la sopa para desleír la mezcla. Retirar la sopa del fuego y añadirle las yemas batidas, vertiendo a modo de hilo sin dejar de remover para evitar que se cuajen o coagulen. Servir inmediatamente con el pan en rebanadas en el fondo de cada tazón y un pellizco de queso rallado para rematar.

El acompañamiento debe ser un vino tinto sin pretensiones, de cuerpo y nariz aparentes, o bien la taza de metal llena de leche de oveja o cabra recién ordeñada, aún tibia, como suelen tomar los pastores para apechugar las comidas montaraces.

Como variante, podemos omitir hacer el puré con la sopa, eliminar las yemas y escalfar un huevo por comensal, que para más rusticidad puede ser de codorniz, como de nido expoliado, porque en tierras de hambre la ecología es un lujo.

(Escrito por Mandarin Goose)

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[0] Editado por Protactínio a las 8:38:00 | Todos los comentarios 506 comentarios // Año IV
30 enero 2008
DE ENTRADA, NO.





Creer

que esto

no es una entrada,

la convierte en una entrada.



●●●


(Leer una entrada no es una salida,

escribirla, quizás, sí).




(Escrito por Sr. Verle)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:10:00 | Todos los comentarios 578 comentarios // Año IV
29 enero 2008
ALICE AND PETER (Neverland & Wonderland)

No creo que se me acuse de exagerado si afirmo que pocas niñas no desearon en algún momento ser como Alicia en el País de las Maravillas, o si digo que sería difícil encontrar algún muchachito que no haya querido parecerse a Peter Pan.

Y sin embargo, los hubo: concretamente, los que no pudieron escoger, los que fueron escogidos como modelo para crear los personajes y tuvieron que soportar durante toda su vida esa pesada carga: ser el ejemplo de carne y hueso sobre el que se formaron los mitos de miles de niños y jóvenes.


Hablo de Alice Pleasance Liddell y Peter Llewelyn Davies, ésos fueron sus nombres reales. Hubo un momento en que se encontraron, en 1932, con motivo del centenario de Lewis Carroll que organizó la Universidad de Columbia. Ella era una anciana de 82 años y él un hombre joven de 35. La pregunta es: ¿qué pasó en ese encuentro, de qué hablaron?

Hay respuestas para todos los gustos y por supuesto no faltan las almibaradas: «Por una última vez ambos jugaron en regiones alejadas, en espacios llenos de aventura y de misterio y escucharon historias maravillosas


Desde luego, tenían suficientes cosas en común para poder empezar una conversación.

Por ejemplo, sus creadores. Alice pudo contar a Peter cómo era Charles Dodgson, (profesor en un college de Oxford del que el padre de ella era deán), un hombre obsesionado por las paradojas matemáticas y la fotografía de jovencitas y niñas semidesnudas, y Peter, por su parte, pudo recordar a James Barrie, el pequeño escocés, un hombrecillo de un metro y cincuenta y dos centímetros de altura, acomplejado toda su vida por tal motivo, lo que no le impidió gozar del suficiente sentido del humor como para subtitular su obra más famosa como «el niño que no quiso crecer».

Pudieron comparar el alumbramiento de sus personajes: Alicia, a partir de un paseo en barca por el Támesis en el que Carroll inventó la historia, que la pequeña Liddell le pidió que escribiera, cómplice o instigadora, por tanto, de lo que ocurrió después; y Peter Pan, creado mientras Barrie y los niños Llewelyn Davies jugaban en los jardines de Kensington.

O quizás trataron sobre las extrañas relaciones que tuvieron con los autores, sobre las acusaciones de pedofilia que inevitablemente recayeron sobre ambos, sobre los posteriores distanciamientos. El de Alice y Charles, por la preocupación de los padres de ella ante lo raro del caso y los rumores maledicentes. El de Peter y James, a la postre tutor del joven, por hacer aquél al escritor responsable del alejamiento de sus padres.

Es posible, incluso, que se contaran qué hubo de cierto y qué de falso: por qué faltan páginas del
diario de Carroll, por qué Barrie leyó Jimmy donde sólo estaba escrito Jenny.

Pero tal vez soy demasiado pretencioso, quizás sólo hablaron de sus vidas mortales, de la cruel guerra que se llevó a dos hijos de ella y al hermano mayor de él, como a tantos jóvenes británicos de su tiempo.


Quizás ella le confesó qué hubo de verdad en sus amoríos con un hijo de la reina Victoria, o con John Ruskin, amigo de Carroll, que «sólo» le llevaba treinta y cinco años de edad y es posible que Peter, a su vez, le hablara de su affaire con Vera Willoughby, bastante mayor que él, para contrariedad de Barrie.

Puede ser que ella le contara sus posteriores penurias económicas, que le llevaron a vender el manuscrito de Carroll que conservaba, por el no desdeñable precio de quince mil cuatrocientas libras, o que él le hablara de su próspero trabajo como editor.


Todo esto, por supuesto, no son sino elucubraciones más o menos chismosas, producto de mentes enfermas de literatura, que quieren saber, en realidad y sobre todo, si Alice era Alicia, si Peter era Peter Pan, pero poco importa
la verdad. Carroll siempre negó lo primero, aunque alguien ha presentado en su contra el poema que cierra el libro. Al final lo transcribo, para que los detectives de salón encuentren la pista.

Y en cuanto a lo segundo, si hacemos caso a Barrie, todo fue cuestión de frotar:

«Yo creé a Peter Pan frotándolos, todos juntos, al mismo tiempo. Mis queridos muchachos; yo los froté unos a otros del mismo modo en que un salvaje les arranca el fuego a dos trozos de madera. Peter Pan no es otra cosa que el producto de esa chispa que les robé a ustedes»

Pero como he dicho, nada importa
la verdad. El público creyó a pies juntillas que Alice Liddell era Alicia y en el caso del muchacho las muertes de sus hermanos mayores (el segundo, en tiempos considerado «el más Peter Pan de todos» falleció en un pacto de suicidio con un compañero) y su nombre le convirtieron, a los ojos de todos, en el genuino vencedor de Hook.

Yo también tengo mi hipótesis, faltaría más. Y con pruebas documentales, por supuesto. Poco después del encuentro,
la señora Liddell escribió a su hijo, por nombre Caryl (lo que provocó no pocas habladurías, por su similitud fonética con Carroll), una carta en la que dice «Estoy harta, harta de ser Alicia en el País de las Maravillas. ¿Suena ingrato? Lo es, pero yo sólo estoy cansada».

Así que creo que Peter miró a Alice y vio su cansancio, su insoportable hastío, preguntándose si él podría aguantar otro tanto.

A ella le quedaba poco, murió dos años después, pasó plácidamente al otro lado, pero a Llewelyn Davies le esperaban otras pruebas. Harto, según todos los testimonios, de ser
conocido como Peter Pan, tuvo sin embargo el empeño, quizás explicado por su profesión, de recolectar todos los recuerdos que tenía de su familia y de Barrie. A ese conjunto de recuerdos lo llamó, demostrando que su capacidad de ironía no tenía nada que envidiar a la de su tío Jimmy (así lo llamaban), «La Morgue

El 5 de abril de 1960, después de salir del bar del Royal Court Hotel, se dirigió a la estación de metro de Sloan Square y se arrojó al paso del convoy. Nada nos permite suponer que la razón última de su muerte fuese su hartazgo de todo lo relacionado con Peter Pan, a la que llamó that terrible masterpiece, y parecen existir otras razones de más peso.

En todo caso, una cosa es segura: si pensó que así se quitaría de encima la carga que Barrie y el público le habían colocado, se equivocaba.

Al día siguiente la prensa escribió:
Peter Pan killed on railway line.

Muchos años antes, Barrie, en la obra que lo inmortalizó, hizo decir al protagonista: «morir sería una aventura terriblemente formidable».


Pero quizás fue sólo un gran descanso.

A BOAT beneath a sunny sky,
Lingering onward dreamily
A BOAT beneath a sunny sky,
Lingering onward dreamily
In an evening of July --
Children three that nestle near,
Eager eye and willing ear,
Pleased a simple tale to hear --
Long has paled that sunny sky:
Echoes fade and memories die:
Autumn frosts have slain July.
Still she haunts me, phantomwise,
Alice moving under skies
Never seen by waking eyes.
Children yet, the tale to hear,
Eager eye and willing ear,
Lovingly shall nestle near.
In a Wonderland they lie,
Dreaming as the days go by,
Dreaming as the summers die:
Ever drifting down the stream --
Lingering in the golden dream --
Life, what is it but a dream?

(Escrito por Schultz)

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28 enero 2008
Camila
La verdadera diferencia entre el carterista y el descuidero me la enseñó Camila. Era el carácter. En el sabio mundo en blanco y negro de Camila, el descuidero era un sujeto tímido, introvertido, cobarde, un buitre -decía, que se aprovechaba de esas pequeñas dimisiones de los demás que cometían por alegría o cansancio en un mundo, entonces, lleno de confianza entre la gente. Frente a él, el carterista arriesgaba pegándose al incauto, batiéndose con la víctima en un juego de habilidad y jugándose el calabozo; era valiente y cariñoso. Todo hay que decirlo, a esta idealización ayudaba mucho que un carterista bajito, cetrino, moroso y de seductor acento uruguayo, que actuaba en la plaza de toros y las ferias de Navidad de la Alameda con eficaz puntualidad, fuera el cliente más querido por Camila. Puede que su único amante. Y la que hay entre el timador y el trilero, el primero imaginativo y encantador, un caballero para alguien como ella que conoció tan pocos, el segundo implacable en el engaño a los pueblerinos que desembocaban en la estación del Norte. Pero éste llevaba en el pecado la penitencia, decía tajante, porque no se podía fiar ni de sí mismo.

(Brassai, Sín título ,1932)

El nombre de
Camila era un atajo de la camomila que usaba y abusaba hacia su cuadrada y rotunda humanidad. Lo eligió porque le sonaba a exótico, lo había visto en una revista italiana; fue la única concesión a la estética que le recuerdo. También porque la hacía más llamativa y compensaba su escasa belleza ante las rivales del oficio, en una zona como el Grao, de mucha competencia. Era mujer de pocos caprichos y menos manías, no se las habría podido permitir con la vida que llevaba, pero no renunciaba ningún día a lo que llamaba su hora del té: arrastraba una mecedora vieja hasta la calle, se instalaba frente a la tapia de la nave industrial que había sido todo su paisaje desde que llegó a Valencia en los 60 y se sentaba después de comer a pintarse las uñas de negro y ablandarse los callos con piedra pómez. Con el tiempo se le contagió el invento de la piedra al alma, que se le fue volviendo porosa, hospitalaria, pero nunca blanda. Era áspera y gritona, pendenciera cuando hacia falta y a ratos que no, pero generosa y leal con quien conseguía traspasar la frontera de su dureza. El costoso pero feliz peaje era conocer el mundo real que te enseñaba para quienes estaban condenados al literario, en un anticipo del actual second life. Con el tiempo otras mujeres harían de sus gritos y desplantes caricias.

(Francesca Woodman)
Mujer de filias y fobias tremendas que amaba el boxeo por encima de todas las cosas y de todos los hombres, que tampoco le habían dado ocasión para más romances, jugar con el cheminova que le regaló un cliente como pago en especie por un servicio ocasional y el circo, el espectáculo más triste del mundo, decía recordando a los ambulantes de su infancia en Jaén. Los trapecistas era lo que más se le parecía a un milagro, ella que no creía ni en el amanecer. Un experimento con el juego de química le levantó el pulgar izquierdo, así que lo regaló pero se quedó en secreto con un par de tubos de ensayo en los que mezclaba vinagre con bicarbonato o carbón de las pilas con salitre del puerto cercano. Por el mono, se justificaba, por el mono que también se consolaba con el hachís. Como el circo le encogía el corazón y se tuvo que jubilar pronto de la investigación química sólo le quedó su afición al boxeo, a los salazones que servían en un bar de Nazaret frente a la casa cuartel y a la absenta matinal que se tomaba con pulpo seco en un bar de solera frente a la aduana, donde se trapicheaban relojes y joyería menor de contrabando. La absenta, como el cheminova, la prohibieron al cabo de poco tiempo, curiosamente por tóxicas cuando lo que empezaba era una época tóxica.

Sus fobias eran la nostalgia, porque era una mujer alegre, sin contemplaciones y para la que cualquier tiempo pasado fue peor, las chinches, los chulos y los políticos, de los que decía que eran la perfecta mezcla de ambos pero sin picante. Y odiaba la literatura, peste de la que salvaba a Marcial Lafuente Estefanía, al que leía con la misma voracidad que vivía sus pocas pasiones. No hubo manera de hacerle entender que un libro podía ser una estación de paso hacia una experiencia real; no hubo manera porque era poco demostrable, tenía razón: había más vida en su lista de la compra que en lo que uno pudiera escribir en un año.

Y el boxeo. Iba a ver entrenamientos y combates de preparación en un gimnasio que la federación tenía en una planta baja y agitanada, de trasera ancha como la nariz de los boxeadores, en una calle a medio asfaltar que hoy es la manzana de oro de la ciudad, casi frente a la ya entonces cerrada estación churra (por los que venían de Aragón). Alguien le enseñó su versión literaria del boxeo: un cartel antiguo del combate en la Monumental de Barcelona, en 1916, 6 interesantes combates entre notables luchadores, 6, entre ellos el estelar del campeón del mundo Jack Johnson (“negro de 110 kilos”) contra el de Europa, Arthur Craven (“blanco de 105 kilos”), el cual venció por K.O en el asalto 26. Se tentó a Camila con la bolsa de nada menos que 50.000 pesetas de la época y lo despreció contestando que había más valor y verdad en su admirado Tigre de Patraix. El Tigre se había bautizado a sí mismo por la única lectura de su vida, Los tigres de Mompracem, aunque en realidad se había puesto el nombre de guerra para compensar su handicap por ser excesivamente joven y nervioso, con lo que bajaba la guardia demasiadas veces y recibía a modo. Y para soñar asaltos a títulos nacionales que trascendieran lo local de su verdadero nombre, Blayet. Blayet era un peso gallo valiente, desgarbado y de hígado flojo, que no pasó mucho más allá de combates de teloneros en veladas benéficas y sesiones múltiples por el título regional. Y Blayet era uno de los discípulos predilectos de Camila, al que había iniciado en otras artes, que no siempre dejaban menos cicatrices, decía la maestra.

Todo esto sucedió pocos años antes de que el consumo masivo, el diseño y el sida nos cambiaran la vida y la forma de querer. Le tocó vivir los años de plomo de la larga posguerra, los de hojalata del último franquismo y la transición, los de plástico que le siguieron y hasta los actuales que vienen de plasma. Ahora se ha muerto como solía vivir, de repente. Se ha quedado seca de un trallazo. No ha llegado al combate 110; ni se lo propuso ni los contaba. La muy burra se ha hecho incinerar. Así lo dispuso hace años con tal de no tener que acogerse a sagrado. Nos ha dejado a sus deudos sin tumba donde hacerle homenajes. Descanse en la paz que tanto le faltó en vida. Y sirvan estos poemas de Leopoldo Mª Panero, a ella que odiaba la literatura:

Hasta que mi alma reviente
y caigan flores sobre mi tumba
recordando al poeta y su primera comunión
y cómo el día en que nació, se viera
una mujer en la sombra llorar.

El deseo mancha el verso
donde mora la carne putrefacta de una mujer
que es todo el poema
ofrecido a la nada
que no perdona.



(Escrito por Bartleby)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:07:00 | Todos los comentarios 488 comentarios // Año IV
27 enero 2008
La lección

Sólamente lo vi una vez. Se llamaba Ricard Vilches. Era una persona delgada, casi quebradiza. La luminosidad de su mirada contrastaba cruelmente con el deterioro que sufría su cuerpo a causa de una terrible enfermedad. Se servía de unas muletas para moverse cuando lo hacía a pie, aunque disponía de un vehículo adaptado para realizar sus desplazamientos de largo alcance. Por lo que comprobé tras una breve charla, su lucidez intelectual me pareció admirable. De ahí que no acabara de entender aquella actitud suya tan poco juiciosa. Y es que en el barrio nadie comprendía la razón por la cual iba ofreciendo su plaza de aparcamiento reservada para minusválidos a quien deseara utilizarla a ciertas horas, previo pago de una módica cantidad. Se rumoreaba que lo había hecho incluso delante de una patrulla de la policía municipal. Dada la escasez de aparcamiento que se producía en aquella parte del barrio, la oferta era tentadora. Un día, la noticia llegó a oídos del jefe de la policía municipal.

- Contreras, quiero que deis vueltas regulares por el aparcamiento del tal Vilches. Si hay alguien aparcado dentro del espacio reservado para minusválidos y la matrícula no coincide con la del titular, quiero que la grúa se lo lleve.

- Bien dicho, jefe, hay mucho espabilado por el mundo.

Aquella semana la grúa trabajó a destajo en el aparcamiento del tal Vilches. Y la siguiente. Y la otra. Y al cabo de seis meses, Ricard Vilches se presentó en las dependencias de la policía municipal y solicitó hablar con el jefe.

- Siento haberle chafado el negocio, señor Vilches.

- ¿De qué negocio me habla?

- Vamos, no tiene por qué disimular. Además, usted mismo lo iba pregonando a los cuatro vientos.

- Ah, claro, usted se refiere a eso de alquilar mi plaza de aparcamiento por horas.

- Eso mismo.

- Seguro que mi conducta le habrá parecido impresentable. Sobre todo, tratándose de un minusválido. Una persona en mi estado que se aprovecha ilícitamente de las ventajas que la sociedad le ofrece.

- Lo ha expresado usted de maravilla.

Ricard Vilches sacó de su bolsillo una diminuta grabadora:

- ¿Le importaría escuchar esto?

El jefe de la policía municipal abrió la palma de su mano y señaló el aparato invitándolo a que apretara el botón. "Policía municipal, diga... Hola, me llamo Ricard Vilches y acaban de instalarme un aparcamiento reservado para minusválidos al lado de casa. Les llamo para denunciar que no hay manera de que pueda usarlo. La gente no lo respeta... ¿Hay algún vehículo aparcado en este momento?… No, en este momento no... Pues cuando lo haya nos telefonea y haremos que la grúa lo retire... Sí, pero es que a veces aparcan durante diez minutos y estoy seguro de que cuando llegue la grúa, ya se habrá ido... Lo siento, señor, pero no podemos situar a un guardia municipal para que controle cada aparcamiento de ese tipo..." El jefe de la policía se olió que había gato encerrado. Y lo que era peor, se temió que él había colaborado más que nadie para esconder el gato.

- La razón por la que he venido es para agradecerle su cambio de política en lo que hace referencia al respeto de mi derecho de aparcamiento -dijo el tal Vilches abriendo una sonrisa sincera-, aunque, todo hay que decirlo, estará de acuerdo conmigo en que si no llego a estimularlo con la fingida provocación de alquilar mi aparcamiento por horas, usted no habría mostrado el más mínimo interés por mi caso.

- Me parece que comienzo a entenderlo -dijo el máximo responsable de los guardias-. Así que todo ha sido una trampa. Nadie pagó por usar su aparcamiento…

- Es que yo no lo hice con esa intención. Sólo pretendía que la noticia llegara a la policía municipal. De todas maneras, ¿piensa usted que habría alguien tan tonto de pagar si cada día podía infringir impunemente las normas y aparcar gratis? -Ahora la sonrisa apareció en el rostro del jefe de la policía municipal.

- Acabo de recibir toda una lección.

- Hace semanas que nadie se mete en mi aparcamiento. La grúa ha dado sus frutos.

- De todas formas, haremos una cosa. Por lo que a mí respecta, esta conversación no se ha producido. No me daré por enterado de su ardid. Por lo tanto, seguiré enviando agentes para que controlen que en su aparcamiento sólo estaciona usted.

- Es usted muy amable, gracias.



(Escrito por Goslum)

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[0] Editado por Tsevanrabtan a las 9:07:00 | Todos los comentarios 389 comentarios // Año IV
26 enero 2008
Yo a ti te conozco

La masonería vuelve a la carga. Franco Bahamonde se encargó de repetir por activa y por pasiva que los judíos y los masones velaban por la destrucción de España. De los judíos no sé (creo que no), de los masones afirmo estar de acuerdo con aquel caudillo. Y escribo que la masonería vuelve porque basta con manejar información reciente donde se detalla el ascenso a los cielos públicos de muchos componentes de la Orden Secreta por antonomasia para creérselo, y escribo que a la carga porque con haber ojeado algo de la historia reciente de España puede uno constatar como el masón, por naturaleza, tiende a menoscabar el bienestar del reino. Incluso hay quien ha llegado a afirmar que hasta ocho ministros del actual gobierno socialista son masones. Y no era un cualquiera quien lo dijo, nada menos que mosén Josep Corominas i Busquetta, presidente de la Gran Logia Española y alto cargo del PSC (del que ha sido diputado y senador).

Otro caso muy reciente de actualidad masónica, el de monsieur Valery Giscard. Señor de Estaing y masonazo de pro, como Presidente de la Comisión para el Tratado para la Constitución Europea compuso aquel texto que desprendía no ya un cierto olor sino un tufo que tiraba patrás a compás y escuadra. Muchos atribuyeron su obstinada oposición a mencionar de forma expresa el cristianismo en aquel texto a su condición masónica, y no creo que anduviesen muy alejados de la realidad. Manuel Guerra Gómez, sacerdote, profesor de Teología y consultor de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso, no ha dudado en afirmar que Rodríguez Zapatero es Gran Maestre de grado 33. También lo afirmó el diario neoyorquino de habla hispana La Prensa, en un artículo firmado por dos importantes masones norteamericanos. No sería de todos modos el primer Rodríguez en profesar en la Sociedad Secreta. Su famoso y queridísimo abuelo, el capitán Juan Rodríguez Lozano, fue miembro de la Logia Emilio Menéndez Pallarés número 15, relacionada con los regeneracionistas agrupados en torno a Sierra-Pambley, otro destacado masón de origen leonés.

Sí, tal vez alguno piense que sacar a relucir a la masonería, justo antes de unas elecciones generales, es agitar un espantajo con la intención de convertirlo en enemigo real, pero los hechos están ahí, la masonería sigue provocando noticias (sin ir más lejos, la reciente dimisión del ministro de Justicia democristiano, Clemente Mastella, al que se le sospecha mezclado en una trama financiera sita en San Marino relacionada directamente con la masonería, y en la que hay indicios de participación del mismísimo primer ministro Prodi) y sus miembros siguen teniendo muy claro a quienes apoyan políticamente.

Desde que la Internacional Socialista se hizo realidad, la masonería ha marchado de la mano junto a aquella a la hora de hostigar a su enemigo favorito, la Iglesia Católica. Si hay algo que le provoque sarpullidos a un masón es la figura del Papa. Bueno, la figura del Obispo de Roma… y la prosperidad del reino de España. En ningún otro sitio la masonería se ha identificado tan sórdidamente con el odio hacia su propio país como en la que es de aquí. En España, históricamente, la masonería ha inclinado siempre la balanza de sus actuaciones hacia el vecino y “amigo” francés. Ya conspiraron masones españoles (de aquí y del otro lado del charco) junto a sus compañeros ingleses y franceses para provocar la independencia de nuestras provincias de ultramar. El coronel Riego, sin el apoyo de la masonería, no hubiera pasado de ser otro espadón traidor. ¿Quién evita a toda costa que alguna gran Casa de Banca europea fiase recursos al bando carlista? La masonería, pues quieren una reina regente débil y manejable. ¿Quién o quienes expulsan en realidad a Isabel II? Los masones, encabezados en aquella ocasión por el general (también masón) Serrano, que vence al monárquico Pavía en Alcolea, imponen “La Gloriosa” y en el colmo del despropósito nos traen a un príncipe (como no, masón) para ser Rey cuando el globo republicano se les desinfla.

Y es que tenía su razón aquel general gallego bajito e hijoputesco. Nada menos que 180 diputados de la II República pertenecían a la masonería, siendo el 95 % de los mismos de signo claramente izquierdista. Azaña (alias Plutarco), Casares Quiroga, Portela Valladares, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Fernando de los Ríos, José Giral… Todos ellos pertenecían al Gran Oriente (de inspiración francesa y anticristiana). Alejandro Lerroux, en cambio, pertenecía a la obediencia de la Gran Logia Española, mucho más moderada. La Masonería, durante la II República española, creyó encontrarse en el sitio justo, en el momento oportuno y con la fuerza suficiente como para adueñarse del alma y las instituciones españolas y crear así su Estado Ideal. E intentó aprovecharlo. De la noche a la mañana, expulsión de la Compañía de Jesús (hasta que ésta se volvió marxista, era otra de sus grandes fijaciones), aprobación de una Constitución política española claramente “ilustrada” y dominio abrumador en las administraciones. Se cree que aproximadamente un tercio de los altos cargos públicos de 1932 estaban en manos de masones. Y masones, en una España de 22 millones de almas, se contaban sólo unos cuatro mil.

Dirán que ya no es lo que fue, y probablemente tengan razón. Pero la masonería nunca acaba de morir(se). Y siempre se intenta mostrar ante cada sociedad que le toca con renovados discursos y diferentes ropajes, a ver si recupera terreno. Un ejemplo de ello, la asignatura Educación para la Ciudadanía. Hace muy bien la España Blanca (así llamo a aquella “mitad” de España que sigue creyendo en sus posibilidades como país, que profesa o respeta la fe católica y que se enfrenta sin complejos al frente social-nacionalista) en alzar la voz y protestar. No es más que la última vuelta de tuerca de las pretensiones de la social-masonería “nacional”. La Razón guiando al pueblo, sí, pero ya desde su más tierna infancia. El laicismo progresista a destajo, el Ideal Superior extendiéndose como un virus agresivo por todos aquellos sitios que se le permite. Que hay que obligar a los niños a que jueguen en igualdad, que la culpa de cualquier mal se halla en la injusticia. Pero también que hay un problema. Que esa misma Razón Suprema, en la que coinciden la masonería y nuestro querido presidente Rodríguez, es la misma Razón de aquella inspiradora II República. Y claro…

Que Dios o el Gran Arquitecto nos coja confesados.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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[0] Editado por Protactínio a las 9:31:00 | Todos los comentarios 360 comentarios // Año IV
25 enero 2008
No me diga usted que no
Se habla mucho, en todas partes -también aquí- sobre propiedad intelectual, canon digital, derechos de autor y otros seres mitológicos avistados en distintas localicades por observadores más o menos sobrios. En general no se suelen mencionar dos factores bastante clarificadores. Vamos a ello.

Para empezar, circula por ahí la famosa publicidad que nos recuerda a los menos atentos que no robaríamos un bolso, para deslizarse por una pendiente (i)lógica hasta entonces, ¿por qué robas música? Pues no es difícil responder a esa cuestión: porque no es lo mismo, desde el momento en que cuando (o si) robo un bolso, alguien se queda sin él. Los objetos, digamos, 'materiales' tienen esa curiosa característica: o bien están aquí, o bien allí. Pero no en los dos sitios a la vez.

Así, basta con que los defensores de la propiedad intelectual admitan ese extremo -evidente, por otra parte, y sobre el que no hace falta extenderse- para que sepamos que estamos hablando de cosas distintas. Sin más consecuencias jurídicas, por ahora. Un bolso y una canción no pertenecen al mismo ámbito de realidad. Mientras la argumentación a favor de los derechos de autor sostenga que robar una tele es lo mismo que bajarse una canción de la red, la primera objeción ha de ser esa: no hablamos de lo mismo; suspendamos la discusión hasta que estemos de acuerdo en el objeto de la misma.

Por supuesto, cabe una protección jurídica de la propiedad intelectual. Pero no tiene por qué ser un trasunto del modelo de protección de la propiedad privada corriente.



En segundo lugar, así como esa diferencia que señalo entre un tipo de objetos y otro se refiere a dos categorías distintas de propiedad, la intelectual, reproducible hasta el infinito sin pérdida de información, de utilidad o de acceso, y la física o material (por llamarla de alguna manera), también cabe otro matiz sobre el término 'propiedad' mismo.

Los piratas, al contrario que los ladrones de materia, no queremos ninguna propiedad. De verdad. En serio.

Los piratas queremos ordenadores sin disco duro, utilizamos los cedés y los deuvedés para espantar a las palomas y tenemos las estanterías de nuestras casas llenas de libros de los de toda la vida, objetos sólidos, tridimensionales, por los que pagamos lo mismo que los demás. Los piratas queremos acceder en un tiempo razonablemente corto -ya que la tecnología lo permite; no pedimos cosas raras- a los archivos de otros tipos que nos los prestan; luego los utilizamos (vemos una película, oímos una canción) y los tiramos a la papelera (o sea: a ninguna parte, al limbo). No guardamos nada y, por lo tanto, no tenemos nada. Así que, ¿por qué pagar 'derechos' o 'impuestos' de propiedad' sobre lo que no tengo? ¿'Propiedad' de qué? ¿Qué tengo cuando escucho música; qué poseo?

Para terminar: en la red, gratis, hay alternativas legales a todo. Al sistema operativo de pago, al procesador de textos de pago, al reproductor de música o vídeo de pago. Hay gente que lo concibe, lo desarrolla, lo perfecciona y lo ofrece. Gratis. Me lo dan. ¿Por qué voy a decir que no?



Ah. El enlace para Bil. Que luego me llora.

(Escrito por Mercutio)

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24 enero 2008
Tortilla de alubias y chicharrones
AÚN EXISTEN EN BARCELONA BARES Y RESTAURANTES por los que el tiempo no ha pasado. Pienso, a bote pronto, en el restaurante del hotel España, el Pinocho o la cafetería y pastelería Escribà –todos ellos aledaños a las Ramblas–, pero también en Casa Leopoldo, El Xampanyet o Can Culleretes. Ninguno destaca por tener una carta espectacular, ya que ofrecen una cocina tradicional, honesta y sencilla, pero la sensación de que el cliente es un comensal y no una parte del decorado se ha convertido de un tiempo a esta parte en un lujo del que no siempre se puede disfrutar.

Uno de los lugares más curiosos y auténticos de la ciudad es el Flash Flash, en la calle de La Granada del Penedès, entre Tuset y Balmes. Desde su apertura en 1970 y por extraño que parezca, su decoración, a cargo de los arquitectos Federico Correa y Alfonso Milà, no ha variado ni un ápice. Bastantes son los encantos del local: un servicio más que correcto, un entorno digno de cualquier episodio de Los Vengadores y, sobre todo, la posibilidad de degustar casi un centenar de tortillas distintas. Una de ellas, bautizada como Vilafranca, responde a una vieja receta catalana que vale la pena conocer. Vamos a ello.

Antes de ponerte el delantal, aparta media docena de huevos, ciento cincuenta gramos de alubias ya cocidas y otros ciento cincuenta de chicharrones. Si lo deseas, pon de más o de menos, que no es éste manjar de repostería, pero ten presente que habrás de dar cuenta del plato antes de que se enfríe, pues luego no valdrá nada.

Asegúrate de que los chicharrones sean de tamaño discreto para que no entorpezcan el paso del cuchillo a la hora de cortar la tortilla. De no serlo, májalos en el mortero.

Por lo que respecta a las alubias, y dada la modestia y sencillez del plato, cualesquiera valen aunque, en la medida de lo posible, procura adquirirlas a granel en el mercado –mejor si son del ganxet–, pues las que se venden en frasco suelen estar pasadas de punto y rotas las más de las veces, cosa que confiere al plato un paso en boca un tanto harinoso que no siempre es agradable.

Bate con brío los huevos y, cuando yema y clara estén bien emulsionadas, añádeles las alubias y los chicharrones, y sala a gusto. Pon a calentar un par o tres de cucharadas de aceite en la sartén. Viértelo todo; no tardará demasiado en cuajar. Antes de que lo haga por completo, da la vuelta a la tortilla y aguarda, pero no mucho: recuerda que los chicharrones deben permanecer crujientes. Sírvela de inmediato, escoltada si lo deseas por unas rebanadas de pan tostado con tomate, y siéntate a la mesa.

Por lo que respecta al vino, permíteme que no diga nada, pues para tal menester buenos doctores tiene esta parroquia. No obstante, la sidra no es mala compañera, sobre todo si viene de Villaviciosa, como la embotellada por M. Busto, de ligera acidez afrutada.

(Escrito por Gongren)

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23 enero 2008
Juicio final
Las desgracias que nos depara la vida no lo son por desconocidas, sino porque confiados en la mediocridad estadística, ni sospechamos que nos vaya a tocar precisamente a nosotros. Pues ha pasado. De pronto, un día de febrero del 2008, el mundo se ha terminado. Nadie ha sobrevivido a lo que puede haber sido la explosión de una supernova cercana o de un agujero negro, qué más da ya. El caso es que la Tierra se ha cocido, la atmósfera y los océanos se han esfumado irreversiblemente en los espacios celestes, no ha quedado más que piedra, lava, níquel, hierro, silicio y polvo impalpable.

En la corte celestial están muy atareados preparándolo todo para el gran juicio. Montones de almas son llevadas de un lado para otro, distribuidas en diferentes lotes por San Pedro y sus cancerberos.

José Luis y Mariano no pueden disimular su sorpresa cuando se encuentran el uno frente al otro, en una celda sin límites, solos los dos. Mariano intenta pellizcarse, pero sus manos fantasmales son incapaces de hacer presa en su cuerpo inmaterial. ¡Virgen santísima!, exclama en voz baja. José Luis tiene una expresión de enorme perplejidad en el rostro, lleva bastante tiempo como noqueado, y cuando ve a Mariano, al fin y al cabo un paisano, no puede reprimir su alegría.
-¡Hombre, Mariano, tú por aquí! Me pregunto qué está pasando.
Inician una conversación confusa. Mariano también se alegra de encontrar a José Luis. Como es creyente, le hace ver que posiblemente se encuentran en una antesala del cielo. O del infierno. José Luis no puede evitar acordarse de sus abuelos y abuelas, y sin llegar a darse cuenta cabal de lo que hace, reza mentalmente un avemaría.
Entra en la celda un cancerbero celestial, que no es sino un viento terrible, y lee telepáticamente una especie de bando, según el cual deben prepararse para su gran juicio, que es inminente. Les anuncia que serán juzgados juntos, y que cada uno de ellos deberá actuar a la vez como acusador y defensor del otro. Y les advierte de la absoluta necesidad, so pena de condenación eterna, de que ambos desempeñen este papel dual.

Tienen que prepararse. Comprenden que deben hacerlo juntos. Inicialmente dudan, pues no acaban de creerse lo que está pasando. Pero un espantoso estruendo sobrenatural, que no es sonoro, sino sentimental, y que parece salir de lo más hondo de ellos mismos, los asusta de tal manera que deciden meterse en faena.
Lo primero que se preguntan es cómo pueden ser a la vez acusador, defensor, acusado y defendido, uno del otro. Llegan a la conclusión de que solo hay un camino, construir una autocrítica y una justificación comunes. De manera que se ponen a discutir sobre ello con gran vehemencia y angustia.
Después de tirarse las miserias respectivas a la cara durante un buen rato, reconocen que no siempre han antepuesto los intereses de España en su actividad política. Pero tampoco han tenido claro qué cosa era España y cuáles sus intereses.
Admiten que muchas veces se han considerado adversarios, hasta enemigos, el uno del otro, más que colaboradores en una tarea común. Pero es que en verdad eran adversarios, peleaban en cada uno de los dos lados de un frente de batalla, con el objetivo compartido de semidestruir al otro, semianiquilarlo. Y estaban honestamente convencidos de que esto era lo que esperaban de cada uno de ellos los militantes que tenían detrás, nada más natural, por cierto.
Ven claramente, y lamentan, que en sus afanes diarios han ignorado las consecuencias a largo plazo de lo que hacían. Pero eran políticos, es decir, gente acosada permanentemente por miles de pequeños problemas prácticos cuya solución no admite demora.
Son conscientes de que muchas veces han dado prioridad a los intereses de partido. Pero un partido es como una gran familia, y a ellos le han enseñado desde chicos que la familia es lo primero, la verdadera unidad de destino en lo carpetovetónico.

En estas siguen debatiéndose durante un tiempo que es indeterminado porque ya no existe ninguna referencia exterior, cuando de pronto, sin que lo esperen, son llevados al salón del gran juicio. Es un espacio infinito de construcción enteramente espiritual, en el que se sienten sobrecogidos. El silencio y el vacío son absolutos. Nadie les pregunta nada, y sin embargo ellos se sienten conminados a hablar, así que inician espontáneamente una declaración conjunta.
José Luis arguye mucho, pero lo que viene a decir puede resumirse en lo siguiente: “Nos hemos dejado llevar por las turbulencias de nuestro tiempo, pero al fin y al cabo no somos sino unos pobres hombres, y por lo tanto, de alguna manera, inocentes”.
A Mariano le pasa algo parecido. Al principio está nervioso, intenta mesarse la barba, pero ni ésta ni sus manos tienen consistencia táctil. Vacila, titubea, tose sin toser él, que antaño fue un orador tan grande. Se arranca por fin y termina declarando más o menos que: “Hemos usado el enfrentamiento y la desconfianza como herramientas para interactuar, pero es que se nos había situado en uno y otro lado de un péndulo que no dejaba de oscilar en ambos sentidos. No hemos sido capaces de ver que se trataba del mismo reloj, pero es que las dimensiones de todo aquello eran demasiado grandes para nosotros, y perdíamos la perspectiva”.

Súbitamente, se les prohíbe seguir argumentando. Una voz terrible, que no es voz, sino silencio pavoroso, al que solo pueden oir mediante la intuición, los conmina a que expresen su arrepentimiento mediante un propósito de la enmienda conjunto. Si el propósito está bien formulado se salvarán, si no serán condenados.
Y como guiados por una lucecita del Espíritu, dicen al unísono: “Si tuviéramos una oportunidad, aceptaríamos en adelante que no somos sino servidores del estado, es decir, de España, o sea, de los ciudadanos españoles. Pero no hoy de los catalanes, mañana de los vascos, pasado de los murcianos, etc, sino de todos a la vez y por igual. Y no solo de los que viven y nos votan actualmente, sino también de los que todavía no pueden votar, en muchos casos porque ni siquiera han nacido. Y de todos los que nos han precedido, cuya herencia asumimos en toda su extensión”.
Se detienen un segundo, y como perciben una misteriosa expectación, continúan: “Si el mundo volviera a ser viable y pudiéramos empezar de nuevo, dedicaríamos la mitad de nuestro tiempo a discutir socráticamente sobre la forma de nuestro futuro y la realidad de nuestro pasado, y lo haríamos personalmente entre nosotros dos y a través de los mejores cerebros españoles, que pondríamos a nuestro servicio. Y la otra mitad de nuestra vida, a luchar por ese futuro presentido que solo podríamos construir naturalmente, lógicamente, sobre nuestro pasado”.
“Nos opondríamos el uno al otro, sí, al igual que lo harían nuestros partidos, pero no como dos enemigos, sino como dos escaladores que llevan a España sobre sus espaldas o tiran de ella o la empujan hacia la cima inmediata, sin dejar de observar la gran cordillera siempre lejana. Turnándonos en esta tarea, aceptando que nuestras limitaciones nos impiden ver toda la verdad, y confiando en la capacidad del otro para ayudarnos a enmendar nuestros errores. Pero intentando cada uno, eso sí, ir siempre en cabeza, con España a cuestas”.

¿Eso es todo?, parece preguntar la terrible voz.
“Lo es”, responden al unísono.
¿Estáis seguros de que no falta algo?
La voz terrible se ha vuelto amenazante, y lo peor es la inmediatez con que los dos ven el castigo que empieza a cernirse sobre ellos.
“A mí me gustaría declarar que he sido demasiado cauteloso, y que lo siento”, dice Mariano.
“Y a mí que no me he esforzado nunca lo suficiente para llegar al fondo de las cosas. Pido perdón por ello”, dice José Luis.

Notan súbitamente los dos una angustiosa implosión que los reduce a miles de trizas de ellos mismos. Se hace un silencio lleno de estruendo y una oscuridad cegadora los invade hasta el punto de dejarlos sin sentido.
Se despiertan. Están enteros, en un valle inexistente lleno de luces y sombras invisibles y de los murmullos inaudibles que la brisa inmóvil arranca a frondas de álamos que ni siquiera se pueden imaginar. Se les cruza un alma.
- Buenos días, o lo que sea – le dice Mariano.- ¿Podría usted decirnos dónde estamos?
El alma en cuestión hace como si revoloteara por unos instantes alrededor de ellos. José Luis nota en la punta de la nariz la humedad de lo que le parece una cagadita de pájaro.
- En el purgatorio, naturalmente – les responde el alma. Y continúa:- por cierto, soy de Teruel; que tengan ustedes una buena estancia aquí.
- ¡Gracias a Dios! – suspira Mariano, dejando atrás con alivio el miedo al infierno.
José Luis se queda mirando, ensimismado, hacia ninguna parte. Su expresión es de sospecha, pues desconfía de algunos turolenses, aunque en seguida comprende que en sus actuales circunstancias todo es agua pasada. En un gesto fraternal, abarca con su brazo derecho las espaldas de Mariano, a la vez que le dice:
- ¿Ves cómo la sangre nunca llega al río?
-Que me hubieran dicho a mí anteayer que iba a estar hoy aquí, en el purgatorio y encima contigo – responde Mariano con gesto filosófico.
- Y según pintan las cosas, para casi toda la eternidad – el rostro de José Luis se ha llenado de una sonrisa traviesa, la misma suya de siempre. Da la impresión de que las circunstancias no han podido con él.
Mariano empieza a subir una cuesta que en realidad es una vertiginosa caída hacia ninguna parte, elevándose en un rizo casi increíble dentro de lo que le parece una cinta de Möbius hecha de un extraño campo de fuerzas. Ve con claridad, como inspirado por una luz divina, que esta cinta de una sola cara y su caminar incesante sobre ella serán su purgatorio. Y el de José Luis, que corretea a su alrededor. Está seguro Mariano de que si hubiera en el suelo que no existe una lata imposible de Coca-Cola vacía, José Luis le daría una patada jubilosa. Sorprendiéndose de sí mismo, Mariano siente que le gustaría seguirle el juego a su frívolo compañero. Pero eso sí, antes de darle un puntapié imposible a la inexistente lata no llena de Coca-Cola, se lo pensaría dos veces. O por lo menos una y media.

(Escrito por Olo)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:50:00 | Todos los comentarios 364 comentarios // Año IV
22 enero 2008
Cosas de la vida: A certain surprise.
Un joven matrimonio se muda a su nuevo hogar. Hasta hace bien poco no sería necesario especificarlo, pero se trata de un matrimonio formado por dos personas de distinto sexo. Si bien es cierto que para los hechos que voy a narrar no es importante la composición (género, número y especie) del matrimonio, la hago constar como homenaje (tal vez póstumo) a la familia de toda la vida.Y también porque aquellos tuvieron lugar en la vida real, y voy a ceñirme a ella. Para justificar el título, pues esta es una de esas cosas de la vida.

Bien, tenemos al matrimonio en su nuevo hogar. Se trata de una vivienda unifamilar - lo que antes denominábamos “chalet”, y, aún antes, “hotelito” -, en Mirasierra, un barrio pijo situado al borde de la ciudad de Madrid, España. Ellos son muy sociables y educados, y en seguida hacen amistad con su vecina, un mujer de la tercera edad - lo que antes denominábamos “venerable anciana”, y, aún antes, “vieja”. Ellos tienen perro, un enorme Gran Danés, Gran Danés que se mueve a sus anchas por el jardín, jardín que abona con regularidad y abundancia. Sí, es MUY GRANDE, sonríen con resignada indulgencia cada vez que alguien repite la manoseada broma de que lo suyo no es un perro, sino una vaca, un elefante, un caballo, una hormigonera. Ella también tiene un perro, al que adora, y que es su más fiel compañía; es un Yorkshire. Algunos se refieren al can como “la rata”, pero es una broma privada que no repiten en presencia de la anciana.

Ha pasado el tiempo, quizá un par de años. Un buen día, la cónyuge B del ahora dos años menos joven matrimonio descubre horrorizada que eso que lleva su Gran Danés en la boca es… ¡el Yorkshire de la vecina! El dogo, noble animal, atiende presto a la llamada de su ama y se deja quitar, con docilidad, el frágil contenido de sus fauces; ella lo toma en sus manos, el perrito está sucio de barro y babas, inerte… no hay duda: está muerto. No niego que le embarga la tristeza, pero pienso que lo que sobre todo siente ella es estupor, asombro. Su perro nunca había hecho nada igual, jamás le han visto pelearse con otro perro, y era “amigo” del Yorkshire. ¿Qué puede haber pasado? “¿Se ha escapado el perro de la vecina (sería raro, porque nunca andaba suelto por ahí: o en casa o en el jardín, pero siempre con su dueña) y se ha colado en nuestro jardín y le ha podido un remoto instinto territorial?”
El cónyuge A, que en estos dos años ha engordado y parece más bien cónyuge D (ahora comprenderán por qué ella es el cónyuge B: ¡está embarazada!), al que ha puesto en seguida al corriente, coincide con ella en que no han de aparecer ellos como los causantes indirectos de tanto dolor; en que vale la pena mantener una tan buena vecindad; en que hay que mitigar en lo posible, a una mujer tan mayor, ese terrible disgusto. Traman un pequeño y piadoso engaño: limpian y peinan el cadáver, y aseadito, lo dejan subrepticiamente junto a la puerta de la casa de la vecina.Y se vuelven a su vivienda, a esperar acontecimientos.

Bien, tenemos al matrimonio en su ya no tan nuevo hogar esperando acontecimientos. Acontecimientos que no tardan en producirse: oyen un pequeño grito, un ¡Ay, Virgen de las Angustias! procedente del chalet contiguo, y se intercambian una mirada cómplice que sin palabras dice: “la rata”. Corriendo, preparando cara de sorpresa, van a ver a su vecina, a la que encuentran sentada a la puerta de su casa, visiblemente inquieta. Pero qué pasa, qué pasa, preguntan. Ella mira con distancia, con resquemor, el cadáver de su perrito, tirado en el suelo.
- Salgo de casa y me lo encuentro aquí –dice señalando al animal-, como lo estáis viendo… pero es que… Ellos ensayan palabras de condolencia, frases de ánimo, pero la viejita interrumpe: - No, si no es eso; es que… No os lo vais a creer, es que … ¡AYER SE ME MURIÓ Y LO HABÍA ENTERRADO EN EL JARDÍN¡

(Escrito por Funes)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:03:00 | Todos los comentarios 544 comentarios // Año IV
21 enero 2008
³A cinco columnas²

³por Errabundo²

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[0] Editado por Tsevanrabtan a las 9:36:00 | Todos los comentarios 337 comentarios // Año IV
19 enero 2008
Necrológica
Si yo fuera Tsevanrabtan, para lo cual me sobran años y kilos y me faltan oído e inteligencia, hoy les deleitaría a todos ustedes con una bonita necrológica dedicada al ajedrecista Fischer. Pero no me gusta el ajedrez. Nada. Cuando tenía unos trece años y me pasé casi uno en cama por mor de unas fiebres de origen desconocido, mi padre se empeñó en enseñarme a jugar. Inútil. Demasiada estrategia. Demasiado pensar a largo plazo. Me aburría como una ostra perlera. Quizá por ello sea químico en lugar de físico (que, con el tiempo, se ha convertido en mi vocación frustrada). ¿Por qué, pensarán ustedes, esta fuga científica sin aparente ilación? Bien: porque, en mi opinión, si la física es el ajedrez, las damas son la química: algo más simple, inmediato y trivial. Como sin fuste, ¿no? Más juego de niños que prodigio de profundidad. Cocina ilustrada, realmente. Pero, por extraño que pueda parecer, me divierte. Me sigue divirtiendo.

Como dar clase. El pasado lunes, día 14, hizo –exactamente– veinticinco años que di mi primera clase en la Universidad. Lo cual significa, fundamentalmente, que ya tengo una edad razonablemente provecta. Vamos: que ya no me llama de tú ni un estudiante. Empecé con veintisiete años: tenía alumnos casi de mi edad. Ahora, ya he dado clase a algún hijo de aquéllos. Y debe de ser por la edad, la barba o el perímetro de mi barriga, pero hasta me hacen regalos en Navidad. Curiosa antisimetría en la que quien recibe los presentes es, precisamente, el más parecido al estúpido de Papá Noel. Este año, en concreto, un alumno me ha regalado unas hermosísimas, dulces naranjas de un huerto que tiene en Valencia. Dos enormes bolsas. Y otro, una caja del vino que hace su padre en cierto pueblo de Cuenca, de estos tan pequeños e irrecordables que, cuando el natural de allí es preguntado por su origen, dice sencillamente: “Soy de un pueblo de Cuenca…” Sin embargo, como soy fiel al Atleti y a mis principios, al acabar las sesiones de laboratorio, justo antes de las pasadas fiestas, hicimos un botellón. Siempre lo hacemos. Los chicos compran el bebercio y yo pongo el local, que no es otra cosa que el propio laboratorio donde acaban de terminar las prácticas. No crean ustedes que los jóvenes han cambiado mucho en veinticinco años. En lo esencial, nada. No son ni más broncas ni peores estudiantes que antes. Al revés, incluso: mucho más formalitos; de perfil más bajo, que diríamos los pedantes. Más preocupados por ahorrar durante la semana para gastárselo todo la noche del jueves, pero sin faltar a una clase. Asumiendo disciplinadamente su probable destino de mileuristas a corto plazo. Creo, incluso, que más de derechas, dicho esto de forma generalizada y, por lo tanto, posiblemente poco cierta. Un ejemplo: cuando, hace cuatro años, era director de mi Escuela, una de las preocupaciones principales de la Delegación de Alumnos (en mayúsculas, claro) fue el destino de los objetos sacros de la capilla que, con motivo de una reforma, propuse eliminar. ¡Había, incluso, unas ropas talares completas, incluyendo bordada casulla! Y fueron ellos, los alumnos, los que gestionaron su cesión a una parroquia cercana. Yo, francamente, no había ni pensado en ello. En esta reforma, igualmente, se retiraron los crucifijos que presidían cada aula. Cosas del anterior régimen, ya saben, que nadie se había ocupado de corregir. Será que lo de la Memoria Histórica (ibídem) no nos preocupaba en exceso. También los estudiantes se encargaron del marrón. Incluso se quedaron con un crucifijo para su despacho: no me preocupé en constatar que lo habían colocado.


Pero siguen siendo tan divertidos como los de antes. Escriben (mucho) peor, pero no les preocupa decir que les gusta el fútbol y que si salen los jueves es, sobre todo, por pillar y no tanto por discutir sobre Bergman (Ingmar) o intercambiarse libros más o menos prohibidos. Entre otras cosas, porque ya no existen. Han superado (¡gracias a la evolución!) la cantautoritis mesentérica que a nosotros nos devoraba y pasan de muermos. Prefieren leer a Noah Gordon o a Ken Follett que a Marta Harnecker. Como debe ser, claro. Sólo tienen una cosa de malo: son, cada año, igual de jóvenes. Y yo, no.
(Escrito por Protactínio)

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[0] Editado por Protactínio a las 9:33:00 | Todos los comentarios 248 comentarios // Año IV
18 enero 2008
La tierra de los hombres perdidos
Mapa de Palestina, hacia 1845

-Es tarde, ha oscurecido, y aún no hemos empezado a revisar los trabajos que recopilamos. Deberíamos ponernos a la faena antes de que se acabe el tiempo que nos es concedido de pausa.

La sombra que se adivina en los cojines se mueve sobre el raso, encarnándose en la imagen de una mujer vestida con sedas y aderezos de plata. Juguetona y displicente, mueve los brazos para hacer sonar las ajorcas, y se ríe encantada por el efecto. La luz de las velas que nos alumbran apenas se difumina al atravesar su imagen.

-Me gusta ser un djinn, es divertido.

-Un poco de frivolidad preternatural no está mal, pero es incómodo para tomar el té si se despistan y reasumen su aspecto vaporoso.

La djinniyah arruga la nariz, flotando por encima de los papeles y las revistas para alcanzar un pellizco de pétalos de rosas secos y frotarlos entre las manos

-Esta forma corporeizada me permite hacer muchas cosas, incluyendo comer, seducir y ser herética. Deja de ser un ganso fastidioso o te torturaré con exquisita maldad.

-Haya paz entre nosotros, que bastantes palos nos van a llover con el tema. El problema palestino visto por los árabes, ahí es nada. Me quedo con esta frase de Polk: Palestina es un complejo y letal entramado de odios y aspiraciones, hipocresía y altruismo, temores y ambiciones, pesadillas y sueños, crueldad y generosidad. Añadiría que hay muchas víctimas pero nadie es inocente.


Oficialmente, la destrucción del Templo y de toda Jerusalén tras la primera Guerra Judeo-Romana marca la Diáspora o expulsión de los judíos de sus tierras de Judea. En realidad, aunque las enormes matanzas, la esclavización de miles de supervivientes y la huída de otros muchos dejó a la población reducida a mínimos. Pero no los elimina como habitantes: el zorro Vespasiano, antes de largarse a Roma a ser emperador, tasar los urinarios públicos (entre otras muchas cosas) y darle empleo a Marco Didio Falco, permite la creación de una escuela talmúdica en Yavne y concede al Sanedrín la dirección política y religiosa de los judíos que quedan. Los cuales se apuntan a última hora a la revuelta de los exiliados en la Cirenaria, y acaban teniendo de invitados permanentes a la Legio VI Ferrata, cortesía de Adriano. Un tipo con ideas propias, que cuando decide que se va a construir una bonita ciudad encima de las ruinas de Jerusalén, prohibir varios ritos judíos como la circuncisión y, en fin, romanizar a los paisanos por la vía Apia, se encuentra con el Sanedrín de morros. El gobierno local judío designa a Simón Bar Kokhba mesías oficial y proclama la Guerra Santa contra el impío. Vuelven los judíos a llevarse las suyas y las del pulpo, y encima abren un cisma con los grupos cristianos, que nunca les perdonarán lo del mesías aunque posteriormente el Sanedrín lo degrade a falsario y asegure que, cariño, esto no es lo que parece. Aún habrían de revolverse en el 351 dC contra Constantino Galo y en el 613 contra Heraclio, ambos ya emperadores del Imperio del Este, o sea Bizancio. Esta última revuelta consigue aparentemente acabar mas o menos bien: los judíos, hartos de los bizantinos, se alían con los persas en el sitio de Jerusalén del 614 aC, y el general sasánida Shahrbaraz, reconociendo el papel jugado por los judíos como aliados, les concede el honor de masacrar a sus enemigos cristianos personalmente. Durante cinco años están muy contentos con su autonomía dentro del imperio de Koshrau I, pero acaban incómodos en las costuras sasánidas y traicionan a los persas, tras haberse asegurado la amnistía bizantina. Pacto que les importa un pito (incircunciso) a los monjes que instigan una masacre nada mas llegar a Jerusalén, y acaba con el proyecto de degollar a todos los judíos que no se conviertan al cristianismo. Antes de ir a darse de guantazos con los árabes que asoman por la frontera, y decidido a asegurarse una retaguardia en paz (que ya valía de traiciones…), el emperador Heraclio organiza una convincente masacre el año 629 dC en Jerusalén que motiva a cientos de miles de judíos para explorar Egipto como tierra de oportunidades. Cuando los árabes llegan en el 638 dC a Palestina, instalando sus reales, allí apenas quedan judíos, y los que hay están mimetizados. Los cristianos y demás creyentes que andaban jurando en arameo estuvieron encantados de quitarse a los bizantinos de la cepa, y en unos añitos (a pesar de las trabas de los árabes, que no querían perder los impuestos especiales de los no conversos), se volvieron mas musulmanes que la prima de Alí.

-Y en este punto es donde empieza la historia de Palestina parara los árabes modernos, que consideran todo lo anterior inexistente, y aseguran que fueron barridos de Jerusalén y casi todo el resto de Palestina en el 135 dC por cortesía de los romanos. Como si la tierra hubiera surgido de las aguas para ponerse a disposición de los invasores. Las propiedades cambiaron de dueño-arrendador, los currantes siguieron escardando los cebollinos y apacentando sus cabras en los matojales, siendo como eran en gran parte pastores nómadas, y pagando sus rentas. Los que mandan se van turnando, y ¡oh maravilla! Vuelven a aparecer judíos por la zona, como si llovieran del cielo. Llegan, levantan casas y comercios, barren la entrada y al poco se van haciendo su hueco en el mundo árabe, ocupando en una proporción asombrosa puestos de responsabilidad en la administración, bajo mando de ociosos sultanes y visires que les recompensan por ocuparse de sus administrados y poder vegetar en sus divanes o intrigar por las esquinas. Los musulmanes rasos no aceptan con deportividad eso de ser relegados por no creyentes, tener que agachar la cabeza delante de un extraño de la fé, pero se aguantan. Durante siglos, los amos (musulmanes, no lo olvidemos) mantuvieron a los aparceros palestinos en un estado cuasi adánico, sin invertir ni permitir el desarrollo de otra cosa que no fuera una subsistencia agraria. Los últimos de la lista, los agresivamente colonialistas otomanos, que tras la hecatombe del Imperio se deshacen de cuanto pueden vender antes de que las potencias del Gran Juego se lo arrebaten por las malas.

Aunque como vemos la colonia judía era ya destacada en siglos anteriores, desde finales del siglo XIX los judíos están acudiendo a Palestina en un goteo constante, sobre todo huyendo de Europa del Este y Rusia. Según los árabes, mayormente por eludir el servicio militar en sus países.

-Esto lo veremos en toda la documentación de origen “propalestino”, la poda selectiva de datos y hechos históricos, dejando para la masa a aleccionar los datos que interesan, y si es preciso se inventan.

-Pues pongamos en su sitio los trozos cercenados. Los judíos durante siglos han soportado en Europa progroms, matanzas, chantajes, expulsiones… los asaltos a las juderías durante toda la Edad Media, las extorsiones de los poderosos para que se les concedieran créditos que nunca pensaban devolver, la persecución incesante con la acusación de “deicidio”… A pesar de que la doctrina o movimiento de integración de los judíos en las culturas y países donde viven (la Haskalah) es seguida por muchos, cada vez que se tercia el resto de europeos les señala con el dedo, los pone aparte y organiza una caza de prepucios modificados. Desde el mismo comienzo de la I Guerra Mundial muchos judíos ya estaban convencidos de que el principio de inserción social no funcionaba, que eran antes considerados judíos que alemanes o franceses, y nada de lo que hicieran podía cambiar eso. A los judíos americanos se les echa en cara su falta de solidaridad con los judíos europeos, y al mismo tiempo se les pide que sean muy, muy patriotas, paradoja que no parece afectar a los católicos y protestantes.

La ilusión de poder ser iguales al resto de europeos desaparece con el caso Dreyfuss; siendo ya repugnante de por sí, en su desarrollo se compaña de tal oleada de antijudaísmo en Francia -con quemas de sinagogas, ataques, campañas jaleadas por el facista Maurras y corifedas por un sector de la católica iglesia francesa mas purpúrea… que muchos tiran la toalla y deciden que si no pueden ser otra cosa que judíos lo serán en casa propia.

-Te resumiré la versión árabe puesta en circulación para consumo de propios. Para los propalestinos, la colonización de Palestina fue dotada de bolsa y crédito por ricos judíos europeos influyentes en las altas esferas como Herzl, para los cuales representaba un vínculo con la promesa divina, y apoyado por la intelectualidad no judía, que aplican las ideas de nacionalismo y secularismo (¡¡horror, blasfemia, espanto y desgracia!!) europeo del siglo XX, (-Ese mismo nacionalismo que para los propalestinos es tan maravilloso y respetable en los palestinos). El sionismo es una expresión nacionalista, que en el fondo es un aspecto del marxismo (-Salto mortal con triple tirabuzón en el discurso) y tan propagandista y agresivo como el marxismo-nazismo del que proviene (-Y nosotros nos reíamos de las soflamas contra la conjura judeomasónica y la ola de erotismo que nos invadía…). El sionismo es un movimiento agresivo y virulento que invade el Medio oriente entrando por Palestina- así lo define en 1947 el ministro de asuntos exteriores iraquí, no indica en que grado de intoxicación- y basa su derecho a poseer un territorio en una antigua relación con el mismo (-Anda, como los reclamadores del mítico Al-Andalus… Con la diferencia de que a los judíos los echaron de Palestina los romanos, que no eran nativos, y a los moros los descendientes de los godos, que digo yo que también podrían reclamar su derecho a la tierra de sus antepasados.)

Los judíos realmente descendientes de hebreos son muy pocos; la mayoría son árabes judíos, eslavo judíos, centroeuropeos judíos… en realidad pertenecientes a otros países (vaya, vaya...¿ahora salen con lo de ein Volk - eine Sprache - ein Reich, los propalestinos que decían abominar del nazismo?). Antes de la guerra del 14 ya estaban los sionistas pidiendo un lugar bajo el sol: en 1903 se les ofreció por parte de los ingleses terreno en Kenia, pero los sionistas (mayormente rusos) prefieren Palestina lo cual impidió una verdadera solución (-Claro, que se hubieran largado a Kenia, y a los kikuyus que les den mucho por la retaguardia que total…).
El apoyo británico al sionismo y en concreto al establecimiento en Palestina se basa en la estrategia de colocar a un aliado en una zona estratégica (-De acuerdo con esto, en el Gran Juego nadie daba puntada sin hilo) y en que sería un guiño a los judíos colocados por Kerensky en la Duma, que así apoyarían a los aliados frente a Alemania (-Menuda evaluación estúpida, cae en flagrante mentira. Kerensky tenía motivos más poderosos para ello que semejante minucia, y en Alemania la población judía NO estaba siendo vital para la guerra.)

-Ese nacionalismo árabe que nos juran aparece casi por generación espontánea en Palestina es sembrado desde los misioneros franceses e ingleses que empiezan por alentar el orgullo local (¡oh iniquidad, los malvados occidentales sembrando la semilla de la discordia en la Umma!.. mejor lo olvidamos, porque a ver si no como aceptamos la secular ansia de independencia y autogobierno de los palestinos). La perspectiva de la caída del imperio otomano, alimentada por los pactos y apoyos de ingleses y franceses para que los árabes luchen contra los turcos, pasa por los carteos de McMahon con Hussein, las correrías de Lawrence de Arabia... pero ojo que a los de la zona palestina y la libanesa de influencia francesa no se les negoció nada (aunque en un principio McMahon si lo aceptaba para los palestinos en su correspondencia). Los palestinos eran enrolados por los ingleses con la promesa de luchar contra los turcos por una identidad nacional: En teoría los 14 puntos de Wilson eran un apoyo a la independencia palestina. Lo que no especificaba era quien iba a mandar ahí… Pueden disimular ahora cuanto gusten, pero a nadie en el mundo árabe se le había pasado por la cabeza que los palestinos iban a ser independientes, mucho menos a los príncipes árabes que se presentaron como benéficos y áulicos pastores de los pobrecitos incapaces en las conferencias de París.

-Me aburre tanta estupidez y miseria… necesito un poco de belleza para aliviarme, permite que quien lo desee investigue sobre el tema en el dossier de la Vanguardia y deja que baile sobre las arenas heladas de mi desierto bajo la luz de las estrellas, que quiero pisar la escarcha y hacerla chasquear con el ritmo de mis címbalos.
(continuará)

(Escrito por Mandarin Goose)

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