30 de julio. Pensaba hablarles de toros, para qué negarlo. Horrach y Sánchez Dragó me han dejado sin argumentos. Por motivos muy distintos, bien es cierto. La lucidez y la contundencia de los comentarios que aquél vertió aquí mismo anteayer sobre el fondo de la cuestión hacen innecesaria cualquier insistencia en la misma idea con que yo pretendía sermonearles: prohibir las corridas de toros es una manifestación más de la estupidez reinante y rampante, de esa especie de inmaculada insensatez que amenaza con dejarnos indefensos ante nosotros mismos. Se trata, en el fondo y en definitiva, de miedo a la vida. Los apóstoles de la madre tierra se comportan, con demasiada frecuencia y en el mejor de los casos, como inocentes criaturas necesitadas del convencimiento de que la naturaleza, también la humana, puede y debe ser civilizada, depurada a la medida de sus propios prejuicios y temores de perpetuos impúberes.
30 de julio. En lugar de continuar soltando frases estupendas sobre asuntos trascendentales (o no), voy a hacerles una sugerencia. Ahora que quien más y quien menos dispone de tiempo libre, de paciencia y ánimo para recibir las tradicionales recomendaciones para el ocio estival, yo voy a atreverme con una. Tómenla en cuenta sólo quienes valoren el entusiasmo y el juicio apasionado, porque nunca osaría aconsejarles desde la reflexión y la mesura. Se trata de una película, que no podrán ver en los cines ni alquilar en su videoclub porque, caprichos no tan misteriosos de la industria, no ha sido estrenada en nuestras salas ni editada en DVD, a pesar de contar ya con dos años de vida, de tratarse de la última obra de un cineasta de reconocido prestigio y de contar con un reparto de auténtico postín. Háganse con ella en alguna tienda extranjera y especializada, pídanla en Amazon o, aún más fácil y barato, bájenla de internet: la ministra, esa que vino para defender el buen cine, les mandará sin duda un mensaje personalizado de felicitación, porque no existe otro modo de hacerse con ella dentro de nuestras fronteras.
"Synecdoche, New York" es el debut como director del guionista Charlie Kaufman, un tipo tan peculiar que ha pasado sin solución de continuidad de convertirse en el profesional mejor pagado de Hollywood a no conseguir estrenar su película más que en unas cuantas salas marginales de su país. En ella, un exitoso director teatral -Philip Seymour Hoffman- trata de descifrar el fracaso de su vida personal sometiéndola al análisis de la única instancia en la que todo tiene un sentido predefinido y cerrado: la ficción. Durante más de veinte años, intentará poner en pie un mastodóntica obra teatral que reproduzca a escala los escenarios y los conflictos de su propia vida, con el fin de encontrar el significado oculto de los sucesos que le acontecieron y las decisiones que tomó. No es, desde luego, una película que les alegrará el día, y probablemente resulte altamente desaconsejable para los del primer párrafo, para los del miedo a la vida. Sí es, en opinión de este escribiente, una obra maestra con la que todo el mundo debería atreverse.
30 de julio. Mala sangre tiene el que no le pide a la vida satisfacción. Aprovechen sus días y descansen de todo, también de tener razón. Disfruten.
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Al respecto de la ley democrática aprobada en Catalunya:
"Desde que mataron a Lorca no se había perpetrado en España un culturicidio de semejante calibre. Si él siguiera vivo escribiría hoy el segundo llanto por la muerte no de Ignacio Sánchez Mejías, sino de todo aquello por lo que ese héroe murió y vivió."
Fernando Sánchez Dragó
Escritor malo, de naturaleza imbécil