Si descartamos los datos de división en sexos, familia y reproducción como elementos constitutivos de la sexualidad, y reducimos esta al placer, parece posible una igualación valorativa entre hetero y homosexualidad, pero tampoco ocurre así. La separación radical entre la sexualidad y la familia es una característica esencial y distintiva de la forma homosexual, no de la otra, y al hacer de ella el criterio valorativo, la sexualidad que tendemos a considerar normal se convertiría, precisamente, en anormal y poco adecuada; la sexualidad quedaría reducida a una diversión placentera, sin más alcance ni proyección, con lo que la reproducción y la familia serían simples consecuencias ocasionales e irrelevantes, incluso indeseables, como cargas que limitan o eliminan la libertad del individuo. En dos palabras, si la relación intersexual, la reproducción y la familia entran como componentes fundamentales de la sexualidad, entonces la normal es la heterosexual. Si se descartan tales componentes, entonces la homosexualidad se convierte en lo normal, no en el sentido de más extendida, sino de más adecuada.
Y tal es, precisamente, la idea que intenta imponerse hoy. Cualquier forma individual de "desahogarse" (la prostitución, la pederastia, el bestialismo, el sadismo, el masoquismo, el autoerotismo, etc.) sería tan buena --en realidad mejor-- como la que venía considerándose normal. Serían todas “opciones libres” (menos libre la heterosexual, por su “carga” familiar), sobre cuyo valor solo podría decidir el individuo en función de la satisfacción que encontrase en ellas o simplemente “porque sí” o porque “le sale de los genes”.
Esto parece el colmo de la libertad personal y, por supuesto, no puede negarse a nadie su derecho a ejercer la forma de sexualidad que mejor le plazca, siempre que no perjudique a otros; aparte de que ninguna represión ha podido nunca acabar con la homosexualidad, la prostitución, etc. Pero la libertad deja de serlo si no se acompaña de la responsabilidad personal, y en la sexualidad --exceptuando la masturbación, que diría algún pastor de Porriño--, la posibilidad de dañar a otros es muy grande. Incluso en uniones muy pasajeras existe casi siempre un componente afectivo que suele causar problemas emocionales cuando uno de los implicados piensa exclusivamente en su satisfacción individual o cambia de pareja. Existen parejas homosexuales que se parecen a las normales (cuando estas funcionan bien) en cuanto a afecto, fidelidad y entrega mutua. Pero no solo son poco frecuentes, sino que, en definitiva, son así a pesar, más bien que a causa, de la homosexualidad. Entre otras cosas, el grupo homosexual, por su propio carácter y tendencias, tiende mucho más que la mayoría hetero a la promiscuidad, con las enfermedades e inestabilidad emocional derivadas de ella. También se da en esa minoría una mayor proporción de pederastas y, según he oído, aunque no tengo constancia de ello, de suicidas. De ahí que muchos homosexuales intenten cambiar, con o sin éxito.
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Yo dejé de leer cuando descubrí que la literatura no era más que una ficción.