La empresa española de consultoría T. estaba realizando un estudio encaminado a promocionar el consumo de productos pesqueros en el sur de Brasil por encargo de organismo público con sede en la ciudad de Porto Alegre. Una grave desavenencia entre el director del estudio, el economista español Juan Antonio Troncel, y un técnico a sus órdenes, también economista pero más viejo y con más experiencia, puso en peligro la terminación del estudio y su esperada continuación al finalizar la primera etapa. Había, pues, que encontrar un sustituto con urgencia ya que el plazo acababa un mes y medio después. Un compañero de trabajo me lo propuso y yo no me lo pensé dos veces. Total, si el problema era muy grave nadie podría acusarme de no haberlo resuelto en un plazo tan corto y, si no lo era, seguro que tendría solución. La oportunidad de viajar a Brasil y de conocer tan inmenso país que se me presentaba no era para desaprovecharla y, claro, acepté lleno de entusiasmo y presto a someterme a la aventura. Diez días más tarde abordé la aeronave que me llevaría a Porto Alegre después de hacer escala en el aeropuerto de Galeâo, primero, y en el del interior de la ciudad de Buenos Aires, después. Por fin iba a ver cumplido uno de mis sueños: conocer Brasil. El otro, conocer Grecia, lo haría realidad muchos años más tarde.
La oficina del estudio estaba en
Cuando encontré la información estadística pocas semanas después, a Troncel no se le ocurrió hacer otro comentario que este:
- O sea, que al final me puedes decir que me joda.
Los hay así de tontos, sí, y él era uno de ellos. Lidiando como pude a aquel pobre hombre logré que el estudio cumpliera los plazos y que el cliente quedara tan satisfecho que firmó el contrato para la segunda fase.
Para la segunda fase de un Estudo de Comercializaçâo de Produtos da Regiâo Sul de Brasil, la empresa buscó un nuevo director del equipo y encontró a un profesor adjunto de la cátedra de Política Económica de
El profesor doctor F. A. dedicó varios días a sondear a sus dos jefes departamentales con el fin, decía, de pergeñar la forma de llevar a cabo el nuevo estudio. Al menos eso era lo que decía él, aunque la dura verdad no tardaría yo mucho en descubrirla. F. A. pasaba largas horas con Troncel y luego aun más largas horas conmigo, encerrados siempre en su despacho. Lo que buscaba F. A. era que alguno de los dos le dijéramos cómo haríamos nosotros el estudio porque lo cierto y duro era que él, ya un maduro economista que había sido incluso adjunto de una cátedra universitaria, no sabía cómo hacerlo. Aunque, por muy ignorante que fuera, no lo era tanto como para no darse cuenta de que quien sabía cómo hacer el estudio era yo, y por esta sencilla razón se dedicó a amistarse conmigo más allá de lo profesional poniendo en solfa todas las zalamerías que se le ocurrían. Cuando iba a mi casa de visita jugaba como un abuelete con mis tres hijos de cuatro, dos y menos de un año. Los subía a sus espaldas y puesto a gatas los paseaba por los pasillos de la casa. Yo, que ya lo había calado, sentía no sé si lástima o desprecio. Lo malo no era que F. A. no tuviera ni zorra idea de cómo desarrollar el estudio. Lo peor es que pronto fui viendo que no era trigo limpio. Había aceptado ir a Brasil porque le habían prometido que si lograba vender allí barcos españoles le darían una golosa comisión. Por esta razón F. A. no iba por la oficina más que de higos a brevas, ocupado como estaba en la búsqueda de clientes, y, claro, el Coordinador, que no era tonto, se dio cuenta en seguida del percal y trataba de hacerle comprender que a la oficina había que ir todos los días, desde las nueve en punto de la mañana hasta las cinco de la tarde, o más si el estudio lo requería. F. A. no estaba por la labor y, a sus espaldas, porque también era un cobarde, nos decía que allí el que mandaba era él, y que el Coordinador lo que tenía que hacer era ocuparse de sus cosas. No se daba cuenta de que una de “sus cosas” era, precisamente, garantizar la buena marcha de la oficina para realizar todos los estudios contratados, uno de ellos el que dirigía, es un decir, F. A.
Pero F. A. no sólo era un pésimo profesional. Además era, además, un insoportable católico integrista, tanto que, aseguraba, no necesitaba para nada de la mediación del Vicario de Cristo, el Papa, porque él era tan católico que tenía “teléfono directo con Dios”. Políticamente F. A. militaba en Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, uno de los núcleos duros del Movimiento Nacional, el Partido Único que gobernaba España a través de su Jefe Nacional, el Caudillo Francisco Franco.
La colonia española en Porto Alegre era muy nutrida. Todos los técnicos estábamos allí como residentes extranjeros permanentes con sus mujeres e hijos. Y como es de rigor, la colonia estaba trufada de tan profundas enemistades y banderías que hacían irrespirables las relaciones. El Coordinador tenía temibles enemigos y a ellos se unieron enseguida tanto Tronncel como F. A. Fiel a mis criterios hice todo lo que pude por mantenerme al margen de los dos bandos que me afectaban, el de mis compañeros y el del Coordinador. Y lo conseguí durante algún tiempo. F. A. y Troncel no me tenían uno de los suyos pero el Coordinador pensaba que yo estaba al lado de F. A. y Tronncel. Tan férreamente llevaba mi plan de independencia en el plano personal, profesional y familiar dentro y fuera del espacio de trabajo. Tuvo que ser el director de otro estudio, el español Juan Cron, ingeniero de caminos, el que lo sacara de su ignorancia y le dijera que yo me estaba resistiendo a los mangoneos de F. A., razón por la cual me estaba sometiendo a un duro proceso de acoso laboral e impidiendo que llevara a cabo mis obligaciones en el estudio. Me tenía relegado y ninguneado para que me decantara a su favor o me volviera a España.
Así pasaron varios meses hasta que un día nos sinceramos el Coordinador y yo y nos contamos nuestras mutuas dificultades. En este marco de sinceridad se me ocurrió decirle al Coordinador: Mira, chico, aquí muchos han venido a todo menos a trabajar. Ese no es mi caso, así que si tampoco es el tuyo lo mejor que podemos hacer es regresar a España y dejar que estos se las arreglen como puedan.
Dicho y hecho: al cabo de un mes nos regresamos a España no sin antes realizar un tour por el sur de América. Como castigo, la empresa que había contratado mis servicios no me abonó la remuneración del último mes que estuve en Brasil.
El Brasil que yo conocí era, como declaro en el título, el Brasil de los Coroneles. En 1964 habían dado un golpe contra el gobierno de Joâo Goulart y llevaban ya cinco años gobernando dictatorialmente. Brasil tenía entonces poco menos de cien millones de habitantes y Porto Alegre apenas un millón. Nunca he vivido en un país tan maravilloso como Brasil. Maravilloso por su gente, maravilloso por su grandeza, maravilloso por su cultura y por su patrimonio natural. La región sur es la región de los gauchos (gaúchos dicen ellos). Las fronteras rompen artificialmente un país del que también forman parte la zona norte de Uruguay (en el sur de Brasil hay una ciudad que se llama Uruguayana) y la zona oriental de Argentina, la tierra de Misiones. Tuve la oportunidad de conocer la bella isla de Florianópolis, capital del estado de Santa Catarina, y la ciudad de Curitiba, con sus barrios japoneses, capital del cafetero estado de Paraná. Abundan en el sur las colonias de alemanes hasta el punto de que hay una, llamada Blumenau, que presume de parecer alemana.
Los meses que residí en Brasil fueron profesional y personalmente muy duros, sí, pero me sirvieron para encajar entre mis afectos más profundos la admiración, el respeto y la amistad por el pueblo brasileño. Como me sirvieron para palpar de cerca la bajeza de algunos seres humanos, compatriotas míos por más señas, y, finalmente, para profundizar mi experiencia como investigador en materia de economía aplicada.
En aquellos años estaba en su eclosión un movimiento musical liderado por Caetano Veloso, Gilberto Gil, María Betania y Gal Costa, “Os novos tropicalistas”. Tuve la oportunidad de presenciar un espectáculo de Gal Costa en Porto Alegre. Asesorado por miembros brasileños del equipo de estudio me hice con una buena colección de LPs que traje a España cuando aun los musicólogos españoles no conocían el bossa nova. Años más tarde, ya en la década de los setenta, todos aquellos músicos fueron dados a conocer, por fin, en España a través de programas de radio y televisión y no tardaron en adueñarse de las audiencias. Muchos de aquellos discos se han perdido al pasar por el tráfago de la vida pero aun conservo los de Pichinguinha, Martinho da Vila, Chico Buarque, Joâo Gilberto, Astrud Gilberto y del más grande de todos, el diplomático, poeta, cantante y compositor Vinicius de Morâes. Sin olvidar, claro, al genial compositor Heitor Vila-Lobos, el inspirado autor de las seis maravillosas Bachianas Brasileiras.
Brasil e grande, muito grande, sim, unico tambem, e muito bom.
Etiquetas: Desdeluego
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Desdeluego, veo que sigue usted ajustando cuentas con su pasado y sus fantasmas ...:-)
En lo de que al extranjero han ido (y van) muchísimos españoles a joder la marrana y dedicarse a sus cositas, me identifico totalmente como sufridor de que a todos nos juzguen por el mismo rasero, que segun entremos por la puerta nos coloquen el cartel de "aprovechategui con la excusa de castellano" y de acabar en medio de una guerra de intereses mezquinos que uno, mientras hace su trabajo como puede, se pregunta que tendrá que ver el fumbol con las poyatas y las historietas políticas con los medios de electroforesis. Pero es así, la variedad de tercer chimpancé que medra en Estepaís tiene mas preocupación por amargar al vecino que por defenderse todos juntos de los depredadores