En los momentos de cansancio, y si el color aprieta me ocurre con mayor fuerza, pienso en que me he equivocado, que mi vida habría sido mejor de haber elegido otra profesión. Pienso con mucha frecuencia en lo interesante que hubiera sido una vida de explorador. De pequeño me imaginaba en África. No llevaba salacot ni la indumentaria propia de los exploradores que veíamos en las películas del sábado por la tarde. Ahora pienso en que habría sido interesante explorar el Índico y Oceanía.
Cuando se despejan las brumas de la ensoñación, me encuentro sentado en mi sillón Voltaire (que me compré porque salía en La exagerada vida de Martín Romaña y en El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz) y caigo en la cuenta de que paso gran parte de mi vida sentado en él.
Les dejo esta maravillosa versión de un no menos maravilloso tema:
(escrito por Garven)
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Todos los nacionalismos comparten una visión distorsionada de la realidad, preñada de romanticismo e imaginarios muchas veces delirantes. El nuevo nacionalismo español comparte con el nacionalismo catalán esa misma incapacidad para entender la multidiversidad de su país. Sucede, empero, que la España que reivindican, que anhelan, simplemente no existe. Es fruto de su imaginario. Esa España sólo existe en los territorios que son de matriz castellana, pero no en Catalunya, País Vasco, Les Illes, Galizia. No existe esa España en esos lugares, ni NUNCA VA A EXISTIR. En efecto el nacionalismo español, participa hoy en día de una ilusión: una España a la francesa, un Madrid parisino, un papel importante en el concierto de las naciones. Eso podría ser así, pero no lo es, olvídense. Atiendan a la realidad, no me sean unos vulgares nacionalistas alucinados. Seriedad si-us-plau.