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09 enero 2009
Andaluces de Jaen, pobres...

Me resisto a escribir sobre Maruja Torres, recién ganadora del Nadal de este año. Su obra, su pensamiento y su propio aspecto físico darían para mucho y no precisamente bueno, pero no deja de provocarme tristeza que uno de los escasos premios literarios españoles de cierta entidad vaya a parar a una escritorzuela de tercera categoría. Y me resisto a escribir sobre la puta crisis y la ineptitud e ineficiencia de nuestros dirigentes y responsables económicos (de la ruina de ciertos no me alegro pero me sonrío). O incluso sobre ciertas cosas que estoy descubriendo en un interesantísimo libro de historia, "Carlos VI", sobre la figura de aquel archiduque pretendiente a nuestro trono que combatió contra Felipe de Anjou tras el óbito de Carlos II el Hechizado (cuán distintos eran los ánimos de la Cataluña de entonces a los de ahora), y antecedente directo de los levantamientos carlistas, de la profesora Virginia Sanz León.

No, hoy les voy a hablar de otra crisis, de una que es real (por su sector) y e inmediata (aquí no hay tutía) que amenaza con llevarse por delante la economía de una provincia entera como Jaén (700.000 habitantes) y afectar gravemente a otras provincias como Córdoba, Granada o Málaga; la crisis del aceite de oliva, mejor dicho, del precio del aceite de oliva. Curiosa pero cierta (¡y tan cierta!). El consumo de aceite de oliva ha aumentado en el último año en España, Europa y en el resto del mundo (y lo viene haciendo desde hace décadas). En países tan importantes como Estados Unidos, el consumo de aceite de oliva avanza cada año con porcentajes de dos dígitos. Pues hace veinte años, el aceite estaba más caro que ahora. ¡¡Hace veinte años!!

Al Ministerio de Agricultura ni se le ve ni se le espera. Pero es que el Ministerio de Agricultura español no levanta cabeza desde que lo ocupara aquel buen dirigente llamado Jaime Lamo de Espinosa, y hace ya de eso más de 25 años. Ahora, en esto del campo también ha metido la zarpa el gran capitalismo. Hoy mandan los distribuidores. Es decir, Carbonell (Grupo SOS-Cuétara), Ybarra-Migasa, Aceites Toledo, etc... Cinco distribuidoras manejan el 60% de la venta nacional, y entre los diez principales el 85% nacional. Por contra, entre cooperativas y almazaras privadas, más de dos mil vendedores. Tremendo el cuello de botella. En lonja se vende el virgen a un euro con ochenta y pocos céntimos. Hace un año, se vendía a dos euros con cuarenta. Y el consumo, como digo y repito, ha subido. En el olivar tradicional (no más de 120-140 plantas por hectárea), el más respetuoso con el suelo y más acorde con nuestros recursos hídricos (aún cuando es de regadío, que somos un país más bien seco, no se olvide), el margen de rentabilidad está en torno al euro con sesenta céntimos, euro con setenta a fecha del presente día.

Es decir, pongamos a un olivarero medio y profesional de la provincia de Jaén (20% del total mundial de la producción de aceite). Don Pedro López González. 45 hectáreas en propiedad, unos 5.000 olivos. Vamos a estimar que tiene una parte en riego, la otra secano riguroso. Le saca unos cuarenta quilos de aceituna por árbol (que ya es). A la hora de molturarlos, obtiene unos ocho quilos de aceite de oliva por olivo de media. Es decir, en la almazara o cooperativa del pueblo, a final de febrero, nuestro orgulloso don Pedró López González tiene 40.000 quilos de aceite en tolvas. El año pasado, limpios de polvo y paja (únicamente resta el secular enfrentamiento con el IRPF, pero éste, con agricultores, tiende a ser benigno), y pongo el precio medios de los últimos diez años, 10 años, que el del pasado año era especialemente beneficioso para los olivareros, don Pedro contaba con un margen de beneficios de 70 céntimos de euro por quilo de aceite (se trabaja en quilos, no en litros). Fácil la cuenta. Le había costado producir un quilo de aceite un euro con cuarenta y cinco céntimos (1,45€), y se lo había vendido la cooperativa a KOIPE por dos con quince (2,15€). Llegaba a casa nuestro buen jiennense don Pedro, natural de Martos, maestrazgo de Calatrava, con unos 30.000 eurejos cada año. Viviendo en un pueblo de Andalucía, eres un pequeño rey. Al niño lo tienes estudiando perito en Córdoba, y a la niña, que se ha sacado el carnet, le puedes comprar un cochecito baratito a pagar en varios años.

Este año, nuestro don Pedro López González ha sacado los mismos quilos de aceituna y aceite que el pasado (las dos campañas han resultado parecidas). Pero le ha costado más obtenerlo. El abono se ha disparado, el gasóleo, pues ya saben ustedes, y los jornaleros, pues con el IPC como mínimo. Este año ha conseguido criar, sacar del árbol y molturar un quilo de aceite por un euro con sesenta y ocho céntimos (1,68€), 23 céntimos más caro que el año pasado. La cooperativa le ofrece venderlo por 1,78. Ojo, precios de hoy mismo. Nuestro don Pedro se enfada, echa cuentas, y comprueba con terror que, si vende, va a ganar este año cuatro mil euros. 4.000 euros. Un 13 % de lo que gano el año pasado. Puede esperar a venderlo, las cosas han de cambiar, se dice, y el precio es absurdo, tiene que subir a la fuerza. ¿pero puede realmente esperar? ¿Y va a subir de verdad?

Se compró hace tres años un apartamentito en Nerja para ir en verano, 120.000 €, una parte con ahorros y otra a pagar en 22 años, que en el olivar cuando aprieta la calor hay poco trabajo (le vienen a suponer unos 7.500 euros al año como poco). El piso que comparte su hijo David en Córdoba con otros tres estudiantes le cuesta entre pitos y flautas, incluida la paga del nene, 450 euritos al mes, 5.500 euritos al año. Menos mal que la hija mayor trabaja en una butic de Jaén capital, que por ahí no se desangra. Y tiene que pagar la luz, el agua, la comida, salir a la calle, etc. En ese hogar, se gastan 20.000-22.000 euros al año tirando por lo bajo.

Pero es que tiene que comenzar una nueva campaña, y con cuatro mil euritos de beneficio de la anterior, 4.000 para todo un año. En el banco, entre unas cuentas y otras, tiene unos veinte mil euros ahorrados, para ciertos imprevistos. Pues mayor imprevisto que éste no han conocido los (sus) tiempos. Tiene que comprar abono, y aquí ya nadie fía con la que está cayendo. Tiene que podar, y él ya ha olvidado hacerlo, tampoco lo hizo bien nunca, y podar los mil olivos que tocan cuesta un dinero. Uno de los dos tractores con los que cuenta está medio averiado. Ha ido al mecánico de confianza y le dice que el arreglo cuesta unos 1.300 euros. Lo compró de segunda mano por 16.000 euros, está viejo, pero no puede comprarse otro ni loco. Tiene que tirar de cartera, y va a llegar a la fecha de la recogida (noviembre, diciembre) de esta nueva campaña sin un puto duro en el banco y con deudas. Pues ha dicho don Jesús Salazar Bello, presidente de SOS-Cuétara y su máximo accionista (junto a su hermano Jaime), que el hecho de que el aceite esté por debajo de los dos euros "es normal y lógico".

Pues bien. Si las cosas siguen igual (tal vez vayan a peor), o el año que viene (febrero 2010) el aceite de oliva supera los dos euros de precio, y don Pedro, con una campaña parecida, recoge cuarenta o cincuenta céntimos de beneficio por quilo, o está familia española y cristiana estará en bancarrota real. Si esta situación se prolonga otra campaña, don Pedro tiene que hablar con el banco, pues puede comerse la hipoteca de Nerja, y el niño ha de ponerse a trabajar. La siguiente pregunta es que ¿de qué?. Tal vez de camarero, o poniendo copas por las noches. Los estudios peligran un tanto. Y al bar de abajo ni de coña. De la media ración pasa a pedir tapita, y el café se lo hace en casa.

Pues eso, extiéndanlo a una economía, la aceitera, que deja en Jaén, entre pitos y flautas, unos 1.200-1.300 millones de euros al año siendo conservadores, y encima bien repartiditos (subvenciones incluidas). Jaén tiene un PIB interno de unos 7.500 millones de euros. El 15 % de la economía jiennense amenaza con derrumbarse si las condiciones no cambian drásticamente. Y eso en un escenario de depresión económica generalizada. Y ojo, que el que trabaja en el campo para otra cosa no suele servir. Hasta ahora, el campo contiene el paro de la obra. Pero, si nos quedamos sin este dique, ¿hasta dónde llegará el desempleo andalusí...?

El futuro jiennense pinta, como poco, gris marengo. Pero en San Telmo, sede del gobierno de la Junta, dicen que Andalucía, pues eso, imparable. Tenemos lo que nos merecemos. Y mientras, los hermanos Salazar and company riéndose de nosotros. En el mercado, en los lineales, como los llaman ahora los entendidos, el aceite de oliva ronda los tres euros. ¿?

PD: Perdone, pero no escribo jamás con "K". Odiosa letra.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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09 octubre 2008
¿Qué caminos nos quedan?
Parece que hemos llegado a un punto de no retorno. Después de esto, el Caos. Ya hemos visto las caras no tan ocultas del comunismo y del capitalismo. Y, en rigor, incluso se antoja aún más inviable, a día de hoy, este último que aquél. El capitalismo, tal y como lo conocemos ahora, tiene dos enemigos a los que no parece que pueda vencer. El primero es el del agotamiento de los recursos naturales. O caminamos hacia un modelo sostenible, o nos tenemos que buscar una casita allende Plutón. Si el nivel de consumo de un yanqui medio lo irradiáramos tanto a chinos como a hindúes, apaga y vámonos. Y, en segundo lugar, el tiempo. El tiempo traducido en clima, nos apremia a cambiar de hábitos y costumbres, es decir, de vida, a la voz de ya. Llueve menos y llueve peor. Los Polos, especialmente el del Norte, amenazan con ahogarnos de metano, y el carbón, el petróleo y el gas distan mucho de ser inagotables. O sea, que no es sólo que nos quedemos sin sopa, sino que encima la sopa está empezando a sentarnos mu malamente.

Ya hemos llegado a lo que vaticinó Chesterton. “Mucho capitalismo significa muy pocos capitalistas”. Hace poco, Michel Rocard, Dios me libre de coincidencias ideológicas con el ex ministro socialista de finanzas, lo exponía en un muy lúcido artículo recogido por la prensa española. “Los que se han hecho ricos en Francia, estos últimos 25 años, han sido siempre los mismos”. Y eso mismo puede decirse del resto del mundo. Ahora, como hemos aprendido tras las últimas noticias, hay quien se hace no ya rico sino multimillonario especulando en la bolsa, ya sea a la alta o a la baja, con acciones por las que no ha desembolsado siquiera un duro. Y, a menudo, dañando irreversiblemente el interés legítimo de miles y miles de inversores.

Es una pena, y un error capital e histórico, que los católicos occidentales y los que yo llamo socialistas libertarios, utópicos o simply no marxistas, hayan abrazado sin reservas un sistema de relaciones económicas, el capitalismo “presentable” modelo siglo XXI, que contiene dentro un feroz enemigo, el pulso egoísta. El primer capitalismo, desarrollado a finales del XVIII, comienzos del XIX, gozaba todavía de un cierto paternalismo económico que mitigaba o amortiguaba sus perniciosos efectos, pero el veneno ya procedía a causar su imparable efecto. Quien haya estudiado por ejemplo las testamentarías de aquella época, habrá visto las numerosas y muy importantes mandas piadosas y caritativas que los ricos de entonces legaban a los pobres. Ya apenas nadie con posibles, salvo quizás en los Estados Unidos, se acuerda de los necesitados a la hora de dejar este mundo. De pronto, triunfan las ideas de los ilustrados ingleses y franceses y la economía lo ocupa casi todo. El éxito y el mérito social se fijaban sobre la base de la capacidad económica de cada uno al modo calvinista. La usura pasó de estar considerada como un pecado a ser un instrumento económico de eficacia y redistribución indispensable. Y el pueblo católico, en la inopia, entró por el aro ideológico de los mismos que decapitaron a un rey cristianísimo y “nacionalizaron” la Iglesia, tan alejados del espíritu evangélico como lo puedan estar el marxismo o el mahometanismo.

Ante la problemática que nos suscita un modelo económico basado en el egoísmo irracional y capaz de conducirnos al desastre ecológico (y dejo constancia de que me creo la mitad de la mitad, luego algo me creo), los católicos contamos con una amplia tradición de obras de carácter económico, obras presentes en la cultura cristiana desde siempre y muy especialmente a partir de la publicación de la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII. Obras en las que se conjugan la libertad individual consagrada en el cristianismo con la defensa de un orden justo, defendida con no menor ahínco también por él. Hilaire Belloc fue el primero en darle nombre a la versión tardodecimonónica de la teoría económica católica, el distributismo. Mister Belloc, francés nacido, criado y muerto en Inglaterra, fue primero socialista, y después liberal, pero siendo diputado de dicho partido abandonó su escaño y procedió a fundar el Partido Distributista Inglés con la ayuda de los hermanos Chesterton, otros dos desertores del social-liberalismo sajónido. Doctrina esta, la distributista, enfrentada tanto al capitalismo imperialista inglés como al socialismo “científico”.

El distributismo, según uno de sus grandes defensores, el economista alemán E. F. Schumacher, es un sistema de relaciones económicas basado sobre todo en la necesaria equiparación de la tecnología con la naturaleza humana. Es decir, nada de sociedades o comunidades con gran disparidad de posibilidades económicas entre sus miembros, sino sociedades de numerosísimos medianos propietarios, organizados en cooperativas eficaces, respetuosas y compartidas por todos los copartícipes. Una suerte de comunitarismo de inspiración humanística cristiana que recogió en España el tradicionalismo reunido en torno al pretendiente carlista don Jaime de Borbón (i.e., el sociedalismo en Vázquez de Mella). El distributismo no rechaza la existencia del estado, ni tampoco la diferencia económica entre las personas más valiosas laboralmente y las menos. Defiende que ciertos servicios como podrí¬an ser la seguridad social, la policía o el ejército, se releguen al Estado y que éste asegure su correcto funcionamiento. Hay servicios que por sus caracterí¬sticas no se pueden llevar a cabo eficazmente por la pequeña propiedad, por lo que deben encomendarse a la organización superior, esto es, al Estado, pero respetando siempre el principio de subsidiariedad (lo que pueda hacerse por el pequeño, que se haga por éste). El distributismo se basa en la idea de “más sociedad, menos estado”.

En definitiva, un intento de prescindir de esa mística “mano oculta” que ordena eficazmente el mercado según el escocés Smith, y de evitar también esa inmensa cárcel pública llamada Dictadura del Proletariado. Una visión, una fórmula política, que muchos consideran descabellada, otros desfasada, algunos digna de pretéritos tiempos y los menos algo próxima al comunismo (nada más lejos de la verdad. Desde Atapuerca el ser humano se rige por la economía de mercado, pero de corte distributista); un sistema incompleto, sí, pero capaz de proponer soluciones, de saltar los diques impuestos por el pensamiento dominante contemporáneo. De lo que sí podemos estar seguros es de la caducidad de nuestro modo de vida. La tierra aguanta un Occidente que representa una sexta/séptima parte de sus habitantes, pero no puede con más.

O vencemos al capitalismo/egoísmo, o éstos acabarán venciéndonos.

(Escrito por Edgardo de Gloucester*)

(*) Edgardo de Gloucester es licenciado en Derecho, diplomado en Ciencias Empresariales, Máster en Derecho Tributario, colaborador de la Confederación Española de Juristas Católicos e historiador y ensayista vocacional.

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05 septiembre 2008
Demasiado humano, demasiado español

De todos los libros que nos mandaron leer en el colegio nuestros bienamados profesores de Lengua y Literatura, sólo con tres disfruté como lo que era, un enano. La Trilogía de Tolkien, las Leyendas de Bécquer y el Buscón de Quevedo. Así quedó la cosa hasta que, en un libro de historia sobre el XVII español, muy poco tiempo después, topéme de nuevo con la figura de aquel insigne hidalgo cortesano. Ya entonces la curiosidad me picó de forma definitiva. Bajé a la librería que hay junto al portal de mi casa y compré la Antología de Cátedra, creo que dirigida por Yndurain, sobre aquel escritor español tan llamativo. Después, todo fue distinto.

Según reza el Código (aún por escribir) del Buen Español, éste sólo ha de manejar y frecuentar la lectura de las dos obras capitales de nuestra cultura, el Quijote y el Cossío, que lo demás son mariconadas. Debiérase considerar también la lectura de la Biblia, pero creo que eso es más propio de heréticos protestantes que de fieles seguidores de Roma. Dejemos las Escrituras a los teólogos y curas, y démosle al César lo que es del César. Qué decir de un escritor que a la vez fue Señor jurisdiccional de la manchega Torre de Juan Abad, servidor del estado de sus Católicas Majestades, inmerso en conspiraciones, amigo del duque de Osuna y enemigo de otros dos Grandes de España aún más grandes (en esa época, claro), el duque de Uceda y el conde-duque de Olivares, validos ambos. Nació feo, deforme, cegato, pero también listo como el hambre.

Lo mandaron a prisión en aquella misma torre manchega que comprara su madre poco antes de morir, y se dio, senequista hasta las cachas como buen hijo de hispanos, a la poesía, consiguiendo algunos de los mejores poemas de nuestra lengua. Misógino, eso es sabido, y poco partidario de los judíos, idem, se mostró siempre orgulloso de la limpieza de su linaje, proveniente de la montaña burgalesa, hoy Cantabria, y atacó con saña y acierto a todo aquel que se le cruzaba en su camino. Hay quien dice que Cervantes alcanzó el cénit del castellano, y me parece muy bien, pero dice eso porque se asusta de las profundidades quevedianas, insondables abismos por donde asoman las costuras del pensamiento atávico y católico, una mezcla poderosísima de Atapuerca y del Vaticano.

Los Sueños de Quevedo están a la altura del mejor Dante, y como poeta adelantó y en varios cuerpos al semítico alcalareño de pro. El poema que dedica a la memoria del gran Pedro Téllez-Girón está entre lo mejor de su siglo y de los postreros. "Faltar pudo su patria al grande Osuna; pero no a su defensa sus hazañas; diéronle muerte y cárcel las Españas; de quien él hizo prisionera la fortuna...". El mayor elogio a militar alguno que se ha dado en nuestra tierra. Y cómo calificar el soneto que le dedica al vulgar mosquito de los cojones o mosquito trompetilla, "ministril de las ronchas y las picadas; mosquito postillón, mosca barbero; hecho me tienes el testuz ternero; y deshecha la cara a manotadas. Trompetilla que toca a bofetadas; que vienes con rejón contra mi cuero; cupido pulga, chinche trompetero; que vuelas comezones amoladas..." Hace de una estupidez un monumento a nuestro idioma.

Decía Alberti, el poeta rojo, que de Quevedo asustaba su intensa humanidad, y puedo llegar a estar de acuerdo en eso. Se dice que erró en sus ataques, que nunca advirtió que la lepra de las Españas se hallaba entre sus coronas y no entre sus sayones. Poeta de extremeña derecha, por aquello de que es extrema y dura, se diría ahora. Hábil espadachín, aún daba mejores estocadas con el filo de su pluma. Pregúntenle si no a Ruiz de Alarcón o al inmortal de Góngora.

Lo volvieron a apresar, tras encontrarse el rey Felipe IV un relato satírico o acusatorio en su Real Servilleta contra su todopoderoso valido Gaspar de Guzmán, más conocido como Olivares. Ejemplo clarísimo del habitual trato vejatorio que dispensa nuestro país a sus mejores luminarias (vean lo que ocurre en nuestros días), no pudo soportar ya a su edad las privanzas de un nuevo encarcelamiento en las duras soledades del reino de León.

Salió ya carne mortal de aquel encierro, y sólo tuvo fuerzas para dirigirse a su querida Torre de Juan Abad y dejar este mundo al año y medio. Él, que llegara a desempeñar el cargo de Secretario del Rey, él, Caballero de Santiago, moría solo, sin mujer ni hijos. Casó una vez, y le duró la condena apenas un trimestre. Dicen algunos que nunca comprendió a las mujeres, cavernícola y cavernario español tan reaccionario, pero fue capaz de escribir algunas cosas sobre el amor, la mujer y ambas cosas a la vez que uno se permite dudar de aquello. Sirva de ejemplo: "... la mano alabastrina que encadena; al que más contra amor está dispuesto; y el más libre y tirano presupuesto;destierra de las almas y enajena; esa rica y hermosa primavera; cuyas flores de gracia y hermosura; ofendellas no pude el tiempo airado; son ocasión que viva yo, y que muera,; y son de mi descanso y mi ventura; principio y fin, y alivio y cuidado".

Si uno vuelve a Quevedo, vuelve a la raiz literaria de nuestra tradición, al mejor vuelo de nuestro pueblo. Agiten ustedes a Berceo, a Manrique y a Cervantes, y añadan algo del mejor Lope de Vega: (nos) acabará saliendo Quevedo, siempre Quevedo.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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07 agosto 2008
Sainz Rodríguez

Antes, en España, en los colegios se estudiaba. Salía un muchacho de aquel bachiller, y salía sabiendo y conociendo cosas. Pedro Saínz Rodríguez, putero y aficionado a la mística (ciertamente, un español genuino) fue quien elaboró un famoso Plan de Bachillerato con el que Españá salió del segundo mundo y se reenganchó al primero. Franco lo echó del Ministerio de Educación porque al parecer se iba de putas con el coche oficial, excesos de puritanismo que, en un general africanista, quedan -cuando poco- raros.

Ahora, en España, en los colegios, que ya apenas existen (sustituidos por la odiosa palabra Instituto), no se estudia. No sé muy bien lo que se hace, pero estudiar no se estudia. Basilio Baltasar, antiguo editor y hoy relaciones públicas del conglomerado mediático PRISA, ha dicho en El Escorial (o en Santander, tanto me da) que la incultura en este país alcanza cotas asombrosas, ejemplos como que el noventa por ciento de los españoles no sabe de dónde vienen expresiones como "venderse por un plato de lentejas" o "la paja en el ojo ajeno".

Y es que como decía un pariente mío, en España abunda la "incultura enciclopédica". Del hecho de que este hombre de letras y de izquierdas haya denunciado la ignorancia básica de la sociedad española me he enterado por el ABC, periódico que en verano siempre leo, y siempre que sea de Sevilla, claro, y por Fernando Iwasaki, sevillano de apellido japonés y origen peruano. Será esto un ejemplo de globalidad, un chino con acento andaluz que habla bien sobre un progre que pone a parir el sistema educativo español. Y pretenden que con un par de horitas semanales de castellano los Jordis o Jaumes del futuro se defiendan con seguridad. Ya, y mi abuela, con un par de ruedas, sería una motocicleta.

Yo me eduqué en el bachillerato de Villar Palasí, el amigo de Polanco (qué curioso, hoy tiene todo algo que ver con el extinto padrone), bachillerato que tampoco era la Séptima Maravilla. Fui de notas buenas, pero sin pasarme. Abundancia de sobresalientes, pero salpicados convenientemente de notables, que tampoco la excelencia estaba bien vista entre mis colegas. Y todo eso sin jamás doblarla. Me bastó estudiar "algo" en el autobús, mientras iba de casa al colegio, para pasar con suficiencia las exigencias del profesor de turno. Tras Villar Palasí, vino el PSOE y por consiguiente el Caos. Se pasó de la EGB y el BUP a la ESO y el Bachiller. La puta Logse, inspirada en y por papanatas de medio pelo denominados "pedagogos", estableció que el esfuerzo y la disciplina son convenciones derechistas y retrógradas, y apostó por la evolución personal de cada alumno y la no memorización (que no repitan, que no son loros). Ya no se aprendían en clase poemas enteros (dichoso Espronceda y su Estudiante de Salamanca y su Pirata), ni la lista de reyes godos, pero tampoco los valores de la tabla periódica. Con el instrumental necesario (ordenadores, libros de "apoyo" y sobeteo de lomo alto, el alumno pasaba (y pasa) siempre el corte. La de veces que he presenciado a algún soplapollas de mi generación criticando la supuesta incultura norteamericana mientras defendía las excelencias del gobierno actual, a su parecer Santo Patrono de las Artes y de las Ciencias.

España debe de ser el país más ignorante de toda Europa. Tal vez en el Este, Albania, Montenegro o Bulgaria estén peor que nosotros, pero ellos tienen la excusa del comunismo que masacró haciendas y vidas. ¿Cuál es nuestra excusa? Iwasaki, el columnista del ABC que citaba al señor Baltasar, señor a quien por otra parte creo sinceramente un capullo integral las más de las veces, señalaba que los grandes beneficiarios del contagio de ignorancia celtíbero son nuestros dos grandes partidos gubernamentales. En parte, coincido con él (incluyendo, claro, al PNV y a CiU en el mismo redil, pues los resultados obtenidos en ambas regiones calcan a los del resto de España), pero tampoco se me escapa que la izquierda, sabia en esto, sale ganando con la incapacidad mental de nuestro tiempo y patria.

Siempre he tenido la impresión de que, cuanto mejor funciona el coco de un país, más conservador se vuelve. Hay que saber poco de la vida para defender que el actual gobierno de España sea poco más que una recua de funcionarios mediocres de partido. Por eso recuerdo desde este blog y esta particular sábana a un tipo muy grande, don Pedro Saínz Rodríguez, experto en Menéndez Pelayo y Jefe de la Causa Juanista durante mucho tiempo. Con él, los españoles empollaban, que menos da una piedra.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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10 julio 2008
La cabaña de Gloucester
Rubén Darío lo llamó “furioso San Juan de Dios”, admirando la fuerza vital y la rabia literaria que lo dominaban. El padre Castellani, un sacerdote argentino aficionado a las letras que me ha hecho pasar horas inolvidables, decía negativamente de Bloy (pronúnciese Bluá) que “eran demasiados continuos sus pasmos abismales”, para más adelante señalar que de aquel escritor francés no debía reírse nadie, “pues vivió de forma mísera, y la miseria es una cosa muy seria”.

Yo conocí al mismo tiempo, por Darío o por Borges, ya no recuerdo, a León Bloy y al Conde de Lautréamont. Y quizá de allí (de ellos) no he salido todavía. La literatura fóbica y amarga de quienes han paseado largo tiempo por la cara oculta del orden burgués tiene algo que se(me) adhiere al alma y que acaba dejando su profunda marca (¿o será más bien mancha?). Se dice de Bloy que padeció “la noche oscura del sentido”. Un tipo con mujer e hijos que decide vivir de la literatura al tiempo que no vende apenas un libro, que sabe que jamás venderá llamándose a si mismo El Invendible, el hijo de un matrimonio altoburgués y ateo que, ya mocetón de 23 años, se convierte al catolicismo con paulina obstinación, un incansable guerrero que se sabe derrotado pero que en ningún momento cede al desánimo, un gabacho chulo y prepotente que insulta a todos los pueblos y naciones de Europa, incluyendo a la suya propia, y que acabó convertido en el gran campeón de las letras católicas francesas.

Una extraordinaria mezcla cultural de judío, español y francés del sur, una imaginación desbordada y una fe en Dios como sólo se sospecha en las más viejas historias del Antiguo Testamento. León Bloy miraba al mundo como debieron hacerlo Moisés e Isaac. Quizá pocos intuyan, sobre todo si han leído algo de Bloy, que fue él precisamente quien convirtió y llevo al bautismo al hasta entonces agnóstico matrimonio Maritain. Sí, sí, monsieur Jacques Maritain, uno de los grandes pensadores “cristianos” del siglo XX europeo, abrazó la fe movido por el fiero ejemplo del miserable, barroco e intransigente Bloy. Sí, Maritain, uno de los grandes y graves culpables del Concilio Vaticano II y de toda su baba modernista, vino al catolicismo de la mano de uno de los últimos católicos sinceros de Europa.

Pero Bloy no se engañaba sobre sus días. Llegó a decir que “la fe está tan muerta que nos preguntamos si alguna vez habrá existido”. Llamaba a la filosofía alemana de su época “infecta basura”. En realidad, odiaba su mundo, su tiempo, su circunstancia… pues todo se torció para él con la llegada del Renacimiento. Volver la mirada hacia el hombre, teniendo justo enfrente la Mirada de Dios. Estúpido horror y error. En Bloy también cabían ideas heterodoxas, como que se debía canonizar a Cristóbal Colón, o su confesa admiración por el corso Bonaparte. “León Bloy es una gárgola de catedral que vomita el agua del cielo sobre los buenos y sobre los malos”, reza una frase de su mentor, Jules Barbey d’Aurevilly, otro católico raro y excepcional (tal vez lo uno vaya con lo otro). Bloy decidió encarnar hasta sus últimas consecuencias el papel del mendigo ingrato, del hombre que no sólo muerde la mano que le da de comer sino que pretende arrancarla y escupir sobre ella, aunque para Bloy los pobres existían para que se pudiera practicar la caridad.

Se casó dos veces, enviudó una, tuvo cuatro hijos, dos le premurieron, y llegó a tener que echar al fuego muebles de su vivienda para soportar el frío. Si alguna coherencia política podemos extraer de sus escritos es poca. Para Bloy “los criados han ocupado el lugar de los señores: este es el resumen de la Historia contemporánea”. Se muestra totalmente contrario al sufragio universal, y también dejó escrito que “yo estoy profundamente convencido de que el liberalismo religioso o político es lo más funesto al principio de obediencia, es decir, al principio mismo de la Fe. Pío IX dijo un día que los católicos liberales eran más peligrosos que los mismos comunistas. La afirmación es terrible, pero la creo justa”. No era especialmente monárquico, al contrario que la mayoría de los suyos, y creía que cualquier cosa que no fuese específicamente católica debía arrojarse al olvido.

No fue feliz, no a la manera burguesa de este recién parido siglo XXI, pero Bloy entendió que ser feliz era una idea estúpida, ¿pues acaso se lo preguntó el Señor mientras anduvo entre nosotros? Bloy pensaba, con y como Lautréamont, el Loco de los Cantos, que “deberíamos asombrarnos si los hombres fuesen felices en esta tierra”.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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12 junio 2008
¿Después de él, qué?
Se ha escrito que antaño los maestrantes dábanse la vuelta y hablaban entre ellos cuando terminaba el toreo a caballo y comenzaba el de a pie, entendiendo éste último más propio de gañanes y escribanos que de caballeros. Pero en esto, como en otras tantas cosas, se equivocaban nuestras élites.Ya saben ustedes que defiendo la tradición, que incluso la escribo en mayúsculas, así, Tradición, otorgándole rango sagrado, porque sagradas son o debieran ser algunas cosas a mi humilde entender. Cuando he tenido que explicar de manera sucinta que entiendo yo por Tradición, resumo "Tradición es repetir aquello que se cree perfecto". Aquello que si no se repite, degenera. Es decir, que la Tradición surge y al mismo tiempo se hace. Por eso soy soy tomasista. Entiendo que ya no se puede torear, francamente, mejor que José Tomás.

Por que yo afirmo, y afirmo rotundamente (o quizá sólo sea sinceramente), que José Tomás ha acabado por establecer el canón del toreo. Iba a escribir que al fin, pero no me parece buena noticia por lo que se verá algo más adelante sino todo lo contrario. Se me objetará, y con todo derecho, que dónde me dejo a Paquiro, a Lagartijo, al Guerra, al Gallo o por supuesto a Belmonte. Pues sí, lo sé, atrás me los dejo. José Tomás los ha superado, siendo capaz de destilar las más profundas emociones que se apuran de un drama sin más diálogo que el valor seco y macho de un torero ni más argumento que los de un trozo de tela, un hombre vestido de extraña manera y una bestia salvaje de quinientos quilos de fuerza. Todo lo que ha precedido a José Tomás son escalones más o menos trabajados en los que se ha ido aupando el toreo para llegar a la cima, hombros sobre los que sostenerse en el camino hacia la perfección del toreo que creo ya alcanzada por el héroe de Galapagar.

Y José Tomás es Tradición porque no inventa, culmina. Los tratadistas, que en esto también los hay, establecieron en su Sinaí particular el toreo bueno mediante tres francos verbos-mandamientos: parar, mandar y templar. Y eso lo han hecho muchos otros antes de José Tomás. Manolete, Camino, el mismo Ordóñez, enloquecían a las masas. Los pobres vendían hasta sus enseres domésticos casas para pagarse una entrada y verlos. Pero José Tomás, fiel y exacto cumplidor de la Sagrada Alianza del toreo, añade otro elemento a esa sagrada terna, un componente fatídico y definitivo, algo que muchos han acariciado y sólo él consigue asirlo y hacerlo suyo,algo tejido de nervios, vida y sueño, esto es, la mística.

Como Cassius Clay en el boxeo o Ayrton Senna en las carreras. La mística, sí, el abandono completo de lo físico en pos de la expresión más absoluta, del ideal, de la pureza última con que están hechas las cosas. Cassius Clay gana el Combate de la Jungla contra Big Foreman porque estaba dispuesto a morir sobre el ring antes que rendirse. Del brasileño Senna qué decir. Ahora piensen en José Tomás. ¿No ofrece, porque la regala, esa misma impresión? Uno asiste a su obra desde lejos, sentado sobre un pequeño trozo de un incomodo banco corrido de piedra, y en cuestión de segundos se ve uno atrapado por lo que hace aquel lejano héroe sobre la arena, se olvida uno de todo, acotándose todo nuestro mundo en esa peculiar danza de engaños en la que se juega la vida sin engaños el artista. Lo demás ya no (nos) importa. Toro, torero y público sienten y respiran al mismo tiempo, se (re)encuentran en unos instantes mágicos, mágicos es poco, religiosos. Uno contempla, no ve, a José Tomás, y no habiendo Lepantos ni revoluciones pendientes, cree uno estar en el centro mismo del universo. Eso, señoras y señores, se llama mística.

José Tomás la trae prendida (y quizá prendada) de si mismo. La despliega a cada instante, casi sin quererlo. En eso se le han parecido dos toreros gitanos del sur, Romero y Paula. Con ellos se escuchaban olés hasta en el paseíllo. Algo distinto traían. Tomás se pasea por el ruedo con la mirada perdida, y nos la hace perder a todos. Tomás le pega cinco o seis pases al toro, clavado al albero, abandonado a su suerte, presa de una concepción irracional de su oficio, y todos somos él, acota nuestro universo a su faena. Qué importa morir cuando se torea así pensamos muchos. Dijo José Tomás en su día que "toreo para vivir, sin torear no sabría hacerlo". También dijo que "hay diez o doce tardes al año en las que a uno no le importa recibir la cornada que ha de llevarlo al cementerio". Parece que se quedó corto. Lo más jodido y preciado del mundo es la capacidad de emocionar, y JT parece habérsela arrebatado al resto de su gremio y habérsela marchitado a los que le precedieron. A su lado el espectador, el público, consigue emocionarse, ser traspasado por esa vaporosa nube de sensaciones sobrevenidas en un mismo, único y duradero instante, emociones que no se explican, que nos llevan (¿devuelven?) directamente a otra forma de estar en el mundo.

Uno sale a la calle, después de ver a José Tomás, de otra manera a la que entró a la plaza. Tal y como en un rito religioso, como debía uno salir del encuentro con Ghandi o Francisco de Asís. Su abuelo Celestino le pinchaba los balones de fútbol. No lo quería futbolista, sino torero. A veces el misterio se sirve de argucias para enseñarse. Porque eso es la mística, misterio que se ve, se toca, se siente, pero no se sabe, todo lo más, se reconoce. ¿Qué es un natural de JT? Coger la muleta con la izquierda, citar al toro, encelarlo con el oficio aprendido mientras te la pasas de adelante hacia atrás gravitando el paño sobre tu vientre y acabar colocando gracias al último vuelo del trapo rojo el toro de tal manera que pueda repetir lo mismo ligando así una serie. Eso es un natural, al alcance de muchos. Sólo JT lo colma de misterio.

No obstante, advierto algo sombrío. Tomás, como el Mesías, viene a cumplir con su tiempo. Camarón no es que cantara mejor que nadie, no. Yo he escuchado a Mairena y he visto con mis ojos al Chocolate tocar la misma gloria del flamenco jondo, dejar inalcanzables la siguiriya o el fandango, llevarte al encuentro del tronco mismo de la humanidad, un cante que te lleva directo a las Cuevas de Altamira. Pero el grito de queja cierta de aquel gitano pequeño y drogata arrasó el flamenco. Después de él, mucha copia y muy poco genio. Temo por el toreo, que el Ciclón Tomás se lleve consigo los cimientos del arte de lidiar los toros, y pueda acabar secando hasta la raiz misma del noble oficio de lidiar toros bravos.

Por eso, estando él, la pregunta es pertinente ¿después de ti, José Tomás, qué?


(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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15 mayo 2008
VOLVERAN BANDERAS VICTORIOSAS / AL PASO ALEGRE DE LA PAZ

Vaya por delante mi total oposición ideológica hacia Dionisio. Ni fui jamás falangista ni creo que vaya a convertirme en socialdemócrata en lo que me queda de vida (que espero bien larga y tranquila). Pero uno admira hondamente a este pensador con el que tomé contacto por vez primera disuelta ya la pesada adolescencia, primer curso de la carrera. Me hice amigo en el Colegio Mayor de un joven coruñés nieto de un camisa vieja (de la rama romántica), nieto que sentía viva adoración por aquel su entrañable pariente y nieto que me prestó un libro escrito por un tipo, Dionisio Ridruejo Jiménez, cuyo nombre me sonaba entonces muy vagamente. Aquel libro se titulaba “Los cuadernos de Rusia: Diarios”. Ya se pueden ustedes imaginar la temática.

Me sucedió algo parecido a lo que me pasó cuando acabé de leer la última página del Cuaderno Gris de mosén Pla y Casadevall (también por aquella época). Una suerte de resplandor, algo así como un balazo de punta a punta del cuerpo. “He aquí un alma de verdad” me dije. Y es que pocas cosas son tan provechosas como la oportunidad de leer a un hombre que sabe escupir sobre si mismo sus defectos y vanidades. Un hombre de carne y hueso cuyos papeles exudan vida y asombro ante lo y los demás. Luego me enteré (leí durante meses con voracidad todo lo relacionado con Ridruejo) que fue uno de los falangistas de primera hora, afiliado desde 1933, e íntimo amigo y colaborador de José Antonio. Bueno, también entonces conocí que Dionisio no tardó mucho en denunciar las torpezas cometidas y los obstáculos interpuestos por el régimen franquista (el pernicioso elemento inmovilista, según él), enviándole una carta muy crítica al respecto, fechada el siete de junio del 42, al mismísimo Dictador y Caudillo por la Gracia de Dios. Famosa es su frase “el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado” Por ello acabó penando destierro en Ronda (ojalá todos los destierros fueran de este modo) a finales de ese mismo año. Lo mismo le sucedió cinco años más tarde pero en lugar de Ronda el “destino elegido” fue San Cucufate del Valle, provincia de Barcelona. Tierra, por cierto, de la que se enamoraría profundamente.

El mismo poeta-ensayista que colaboró en uno los himnos más notables de los últimos tiempos, el Cara al Sol (los versos del título son suyos), el mismo joven intelectual y decidido que quiso convertirse en soldado y soportar las mismas penurias que los valientes del frente (alistándose en la División Azul), ese mismo muchacho nacido de ricos propietarios que aprendiera latines de maristas e ignacianos, acabó abjurando de su pasado y convertido a la fe democrática tras su paso por la Roma de 1948. Allí fue destinado como corresponsal de la agencia nacional Pyresa, más que nada para entretenerlo con algo. No se podía (ni se puede) olvidar el pasado de Ridruejo como Jefe Nacional de Propaganda durante la Guerra. Son muchos sus desaires para con el Régimen, pero Ridruejo es uno de los camisas viejas más señalados y hacerle más daño puede soliviantar según que sensibilidades. A pesar de sus iniciales entusiasmo y fogosidad fascistoides, no se percibió nunca en él el odio africano y cainita tan caro a nuestra raza, ni siquiera en los años de la contienda civil. Incluso Laín llega a decir que “Ridruejo es liberal y lo será mientras haya hombres que libertar”. Dionisio acabó creyendo en las bondades de una praxis política de centro-izquierda preñada de humanismo cristiano, ayudó a fundar partidos y organizaciones socialdemócratas y recorrió un camino paralelo al del otro gran converso de la derecha hispánica, el ex ministro Joaquín Ruiz-Giménez Cortés.

En un guiño antipático de Nuestro Señor, Dionisio murió muy poco antes de que lo hiciera el general Franco. No pudo, tal que Moisés, alcanzar a ver su tierra prometida, la España democrática (no sé si fue la causa merecedora de tanto esfuerzo) de la que paresce que ahora disfrutamos. Participó en todas las algaradas posibles contra el régimen de un general Franco al que debía conocer bien. Su figura, altiva, noble, con algo del mismo Julio César, ejerció de faro intelectual y sobre todo ético de algunos de los españoles más destacados de la siguiente generación (un ejemplo, el prestigioso abogado Rodrigo Uría, quien le impuso a su primogénito el nombre de Dionisio en honor a su mentor). Fue siempre independiente e insobornable, como demuestra su empeño en entrevistarse con el apestado camarada Manuel Hedilla, otro polémico desterrado (éste en Mallorca, otro bendito destierro) y por la misma causa por la que se perseguía a Dionisio, la pureza falangista. En 1950 le conceden el Nacional de Literatura estando él en Roma, y al año siguiente se viene para Madrid. Dicen que, manteniendo una conversación con el también escritor falangista Eugenio Montes, éste le reprochó “Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y, luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político: si se es creyente hay que hacerse cartujo y si se es agnóstico hay que pegarse un tiro”.

Fue un poeta meritorio, y un ensayista/diarista soberbio, de los cuatro o cinco mejores del siglo XX español. Le pudo siempre la literatura, y tal vez sea ésta la que le apartó de las consignas fascistas (nunca del aprecio por su persona, que lo mantuvo hasta la muerte) y le mantuvo el afecto por sus viejos camaradas. Con él se fue un español de bien, un patriota, un conservador consigo mismo y un liberal con los demás, un hombre al que podemos creer equivocado, pero jamás malintencionado.

Españoles de ley, así a bote pronto, no los hay tantos. Así lo despidió su viejo amigo y compañero de fatigas Luis Rosales Camacho, también poeta, también ex camisa vieja, también hombre bueno. Recitando uno de los poemas del propio Dionisio:

Español apagado
ceniza de un fuego
¿dónde estás que te busco
y me busco y nos pierdo?

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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25 abril 2008
Historias viejas de viejos (y resentidos)
Algo acerca del nacionalismo vasco sé. En realidad, de todos los nacionalismos que en el mundo han sido, porque todos son hermanos o primos carnales. La pregunta es si conocemos al padre. Yo diría que sin lugar a dudas, sí. El nacionalismo (y el caso vasco es paradigmático) es hijo del Resentimiento.

La biografía de Sabino de Arana y Goiri es conocida. Un tipo raro, aquejado de una suerte de melancolía maléfica que llevó a desearle la muerte real al diferente, al "extraño" al que identificó como maketo. Un burguesito resentido que ve como otras familias vizcaínas, los Ybarra, Acha, Lezama, MacMahon, Ampuero y Escauriaza... se están literalmente forrando con el comercio marítimo, la banca y el hierro, y su padre, mientras tanto, no consigue remontar unos cuantos y muy torpes negocios navieros. Ellos, los Arana, gentes de bien desde antiguo, hidalgüelos vizcaínos, que hasta su padre don Santiago asistió como destacado vizcaíno al juramento fuerista del duque de Madrid junto al mismísimo Árbol de Guernica.

Los Arana, quién los viera entonces, defensores de los viejos y legítimos derechos de Carlos de Borbón y Borbón, nuestro(mi) Carlos VII. No merecen más recordatorio que el de sus paradigmáticos matrimonios. Sabino casó con una labriega, Nicolasa Achica-Allende, a quien examinó genealógicamente con exhaustividad hasta comprobar la vasquidad de sus antepasados (llegó a asegurar que los primeros 126 apellidos de su prometida eran vascos). Ya tranquilo, accedió a casarse con ella. Luis, el primero que abrazó la fe nacionalista de los hermanitos Arana, casó con la cocinera de la pensión donde residió como estudiante en Barcelona, una tal Josefa Egués Hernández, natural de Huesca, a la que convirtió por arte de birlibirloque en doña Josefa Eguaraz Hernandorena, con un par.

Pero hay en la historia otros dos ejemplos también palmarios y menos conocidos, los populares Ramón de la Sota y Llano y don Telesforo Monzón y Ortiz de Urrialde. Sir Ramon fue el cabecilla de los aranistas más pragmáticos, los euskalerriacos; un poner, la línea Imaz, Azkuna, Ardanza y cía. Don Telesforo, en cambio, fue destacado promotor de la deserción nacionalista del PNV y del conglomerado aberchale KAS.

Verán, unos días antes de la Eurocopa de Portugal (verano 2004) un par de amigos y yo decididimos darnos una vuelta por Pamplona y participar así en una de las primeras manifestaciones Pro-vida de esta II Cruzada Antiabortista. Una vez allí, comida pantagruélica con correligionarios chapelgorris y a los postres un magnífico vertsolari arrancándose a declamar en el idioma de Aitor, Túbal y su puta madre, preciosos versos que nos sonaban a algunos de los presentes a lo que debieron cantar los pintores de Altamira mientras adornaban sus techos. Este vertsolari fue quien me puso tras la pista de un lejano pariente mío del que se contaban en casa hazañas y anécdotas sin fin. "Claro que lo conozco, si es algo así como el símbolo tradicional de la Guipúzcoa española". Me dio sus señas y 18 horas después, me hallaba tocando a la puerta de su caserío, en el mismo corazón del valle Oria, junto al curso del arroyo Berástegui.

Allí vivía y se desvivía mi lejano familiar A. Urtusaústegui de Larrañaga. Bueno, medio año allí y el otro medio en Biarritz, do se exilió voluntariamente tras la guerra del 36. De poblada barba y cargadas espaldas, al estilo del navarro Sánchez-Ostiz, pero con cuarenta años más encima. Veterano de la IV Guerra Carlista, como llamaba don A. a nuestra Guerra Civil, alto y ancho como una encina placentina, y de extraordinaria y a veces disparatada conversación. "Soy guipuzcoano por los ocho costados". Fui con la excusa de conocer a un pariente (primo carnal de mi abuela materna) del que había oído hablar en casa, y me quedé incluso a dormir en aquella arcaica vivienda. "Los Urtusaústegui andaron por tu tierra, hasta les dieron títulos. Proceden de las Encartaciones, junto a Vizcaya. Los Larrañaga no han salido del Oria desde que llegaron hace cinco mil años".

Obligada conversación, el nacionalismo euskaldún. "Mira, yo conocí de joven a Monzón. Eran vergareses, de aquí cerca, y yo era muy amigo de un primo del Monzón. Telésforo, cuando se fue a Madrid a estudiar Derecho, intentó hacerse de la Orden de Santiago, pero le echaron para atrás alguno de sus apellidos, yo diría que el Monzón mismo. Entonces se volvió un sabiniano ortodoxo. Hasta que le dijeron en Madrid que no iba a poder bordar la Cruz de Santiago al chaqué, era el más alfonsino de todos los jaunchos guipuzcoanos. Si hasta tuvo un bisabuelo diputado alfonsino." Entremezclaba esas opiniones con las peripecias vividas a sus catorce años recorriéndose los alrededores tolosanos. "Tolosa, que lo sepas, fue capital del País Vasco. Entonces aquí se hablaba un vascuence prístino".

Pero no podía dejar de agarrar aquella presa, Monzón, el abuelo cebolleta de la izquierda aberchale, quiso ser caballero de la españolísima Orden de Santiago. "Claro, como De la Sota, qué te creías. Gente de medio pelo de las Encartaciones, nada del otro mundo, burguesía crecida al calor del puerto de Bilbao. A don Ramón le echaron también para atrás de una orden nobiliaria española, eso me lo dijo un sobrino suyo muy fiable.Yo conocí en el exilio al hijo, a De la Sota Aburto, que vivía en Biarritz. También conocí a sus primos los Aznar, cuando era más joven y me invitaban a las fiestas del Marítimo, pero los Aznar vizcaínos, los más alfonsinos del mundo, unas alimañas que se quedaron con las propiedades de sir Ramón y sus descendientes con la connivencia del Régimen. Joder, si hasta un payaso de vuestra generación, Pocholo Martínez-Bordiú, desciende de esos mismos Aznar". Conversación de café, tábaco y ventanas abiertas de par en par. "El De la Sota era de otro pelaje al del Monzón. Mucho más señor, le echó cojones a los alemanes y puso a la naviera a disposición de los ingleses. Ganó muchísimo dinero, como el resto de los oligarcas neguríticos, pero siempre enseñando sus cartas. Su hijo Sota Aburto, al igual, un nacionalista, sí, pero un señor. Y no compartía el mismo gusto por la sangre que Monzón, ni mucho menos".

Miraba mucho a través de las ventanas, enormes y cuyos pesados postigos parecían ir a caerse de inmediato. "El País Vasco español es más bonito y más cuidado que el francés. Eso se lo decía a Ramoncito de la Sota, que fundó el PNV francés. Antes éramos más pobres, pero ahora Guipúzcoa le da sopas con hondas a Iparralde. Yo me exilié porque era falcondista, abandoné aquel ejército de protonazis, me metí en una pelea con un jefecillo falangista donostiarra al que casi mato y los Oreja (los tíos mayores de don Jaime Mayor) decidieron no apoyarme cuando aquello. Me pasé al otro lado". Allí se casó con una prima del conocido cardenal francés Roger Etchegaray, allí tuvo a sus hijos (no recuerdo el número, pero sobre los seis) y allí sigue teniendo su domicilio fiscal. "Pero de viudo se aburre uno como una mosca, y me vine a esta vieja casa. Se la compré al hijo de un viejo amigo, un caserío más viejo que todas las piedras del bocho (Bilbao según me enteré después) juntas, le puse de nombre Echenagusia, con un par, y por aquí me citó con lo que queda de nuestra Causa, nada, cantamos viejas canciones, hablamos de nuestras cosas y nos cagamos en la madre de ETA y del partido (así aluden por allí al PNV) bebiendo buen tinto".

Murió aquel extraordinario anciano hace poco menos de un mes, a un año y medio de cumplir el siglo. No lo volví a ver, apenas salía de sus dos moradas y no manejaba internet. Todo lo que sabía, o lo había visto o lo había leído. Se murió antes su amigo Carlos Etayo Elizondo, pero ya enfermo no pudo asistir a su funeral y entierro. Al mejor amigo de su primogénito lo mató la ETA. "Era el jefe de las Juventudes Tradicionalistas de Vizcaya, Chema Arrizabalaga Arcocha, más vasco que el propio Arana, quien por cierto era muy pariente de los Urquijo fundadores del Banco de tal nombre y del Correo Español." Imposible que fijara una línea, con tanto caudal de conocimientos. "A mi hijo A. lo mandé a estudiar ingeniería a Bilbao, y aquellos dos se hicieron íntimos y además compañeros de política. A Telesforo me lo crucé por la calle en aquellos días, no recuerdo si en Bilbao o en su casa, en Vergara. Le miré duramente a la cara, y el muy cobarde la agachó. Le grité justo a su lado maño de mierda. Los Monzón son judíos zaragozanos, ¿no lo sabías? Ni siquiera me dejaron asistir al sepelio en Ondárroa. Lo mataron a finales del 78. Años duros, en Francia apenas nada, y eso que Iparralde vota a la derecha francesa. Claro, coño, como que son franceses. Monzón no tuvo cojones ni a mirarme".

Murió en la patria de Richelieu y del roquefort, en la camilla de un hospital. Lugar impropio para uno de los últimos comabientes vivos. El requeté muere en su cama o en el monte. Según me dijeron, agarrado a una estampa de San Ignacio, el nombre de su padre y de su abuelo, niño educado en los jesuitas de Orduña "la única vez que se puede decir que he vivido en Vizcaya", colegio por cierto en el que también estudió don Sabino el Fundador. Herido en los pulmones de metralla durante la toma de San Sebastián (como mi abuelo materno), encuadrado (idem) ambos en el legendario Tercio de Navarra dirigido por mi paisano el coronel y príncipe Villanova-Ratazzi. Con don A. Urtusaústegui de Larrañaga se fue uno de los últimos ejemplares puros de la varonía vascongada, Pariente Mayor de la Casa Azcune. Páginas de un libro que se va agostando poco a poco.

Se enterró con la Cruz de Borgoña sobre su féretro, bandera en la que aparecía bordado en oro un viejo y secular lema atávico, "jaungoikoaren aurrean iñoiz ezera izango ez ezaguna", puesto por escrito en las Ordenanzas del Requeté. En su entierro, según un amigo que allí estuvo, se entonó el inmortal Gernikako Arbola, el himno vascuence más popular, creado por el bardo carlista José María de Iparraguirre Bal. Se diría que fue compuesto para ocasiones como aquella. "Yo me enamoré de chiquito de una Galainena, gente de Zugarramurdi, pero a mi padre aquello de las brujas le sentaba a cuerno quemado, y me obligó a no verla. Era guapa como una madre". Murió triste, tal vez algo alejado de todo y de todos, melancólico por un mundo tan perdido ya como el jurásico, pero no murió resentido. Esa no es precisamente una pequeña diferencia.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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28 marzo 2008
HUMANISMOS (I)
Que dice Espada que él no tiene más identidad que la de merengón irredento. Pues bien, sólo una objeción: que para tal viaje, demasiadas alforjas, ¿no creen? Hombre, uno es colchonero, y de los fieros y leales. Me hice apache viendo por televisión una famosa cabalgada futresca por la banda derecha madridista. Para más señas, Francisco Buyo acabó recogiendo el balón de sus propias mallas. Aquel sí que era un buen Atleti… Edgardo, que te pierdes.

Declaro que el objeto de aquesta sábana es divagar sobre la tesis arcadiana acerca de las identidades sí, las identidades no, la identidad madre te la bailo yo… y refutarla. Yo, no sé de ustedes, si tengo una identidad bien definida. En realidad, más de una. Habría que hacer una lista extensa de identidades que en un momento dado afloran (verbo cursi, pero qué quieren) en mi persona. Una de ellas es la de indio colchonero, sí, pero sólo es una de las que atesoro (otro verbo cursi) y ni mucho menos la principal. Católico, español, granadino-jiennense-sevillano, cazador, reaccionario, legitimista, chestertoniano, quevedista, jesuitico, taurino, hijosdalgo de viejos castellanos… He ahí un catálogo de las múltiples identidades que surgen con frecuencia de mis dichos y hechos. Persona me hicieron mis padres hace ya algunos años, pero personalidad me forjé yo con la ayuda/lastre de mi circunstancia.

Arcadi supone que las identidades de uno han de ser gloriosas e infinitas en su perfección. Quiso hacerse andaluz, pero resulta que en un pueblo gaditano los árboles aparecían pintados de blanco y verde, infectados ya de blasinfantilismo (ruego le echen un vistazo rápido a la huella escrita de aquel notario y padre de la patria mía. Nunca debió acabar muerto en una cuneta, pero tal vez un frenopático era buen destino), y aquello le superó. Si eso es motivo para darse de baja, aquí paz y después el desastre. Claro que don Arcadio viene de donde viene, esa izquierda delicuescente y catalana que se creyó Diosa de la Razón y acabó en Barragana de la Nación (catalana). De Tarradellas a Montilla hay cuarenta mil leguas de viaje en cuanto a dignidad y lucidez. Hasta un asqueroso facha como yo acepta tal distingo. Y a Arcadi, eso, le escuece.

Pues no, mosén Espada (tiene usted apellido judío, por si nadie se lo ha dicho, y yo de esto también sé), las identidades no son ni pueden ser cruelmente perfectas, y digo crueles porque entonces no serían humanas y desembocarían en martirio poco soportable. Cuando digo que soy español, acepto perfectamente que éste ha sido un país y pueblo (que no es exactamente lo mismo) cruel, idiota y desesperante, pero es justo lo mismo que se puede decir de todos nosotros, animales a menudo racionales.

Los griegos entendían a los (sus) dioses como seres tragicómicos a los que asumían de forma natural. Incesto, traición, envidia, pasión, celos… La historia calcada de cualquier familia de ayer y hoy pero con posibles, que eran dioses, coño. Y a ésas bestias las aceptaban como deidades. Lo mismo se puede decir de los romanos. O incluso del judaísmo primitivo donde Dios (éste sí con mayúscula) se enfadaba con demasiada frecuencia y se gustaba de putear al personal con sincera saña. Claro que don Arcadio no puede admitir tal cosa, perfección obliga. Si se reconocen defectos en España, cómo sentirse uno español sin abochornarse. Pues se reconocen, señor Espada, y se acepta(n). Uno quiere con toda el alma (perdón) a sus padres e hijos, y no anda por ahí excusándose de lo mismo “porque no son perfectos”. De hecho, no hay nada perfecto, mosén Espada, empezando por usted y yo. Ni la Capilla Sixtina, oiga. Sublime sí, pero perfecta…

Quizá se rebele ante la idea de que la identidad te viene dada, como la familia, o bien que se pueda elegir, sí, pero dentro de una cierta libertad, como los amigos. Fuera de eso, el vacío. Yo puedo y sé distinguir ambas. Mi fe religiosa viene dada de mis mayores. Parecido asunto al de mis filias patrióticas, mi antimadridismo o mi afición al gatillo. Pero también hubo(hay) otras que elegí yo. La boina roja, por ejemplo, es una mezcla de ambas. Abuelos requetés, padres tirando a peperos, nieto carlista cruzado con democristiano, pero en última instancia fui yo. Al igual con los libros, que eligió el abajofirmante. Y no pasa uno indemne de ciertas lecturas. Aún recuerdo ese primer contacto (horrible y magnífico) con Federico Nietzsche, o cuando descubrí a Chesterton, al padre Castellani, a León Bloy, a Pound o al último Yeats.

Aún arrastro, unas veces pesada y otras alegremente, el bagaje de ciertas obras y autores que supieron descubrirme hablarme directamente de la naturaleza humana, tan cambiante como nuestra ahora popular climatología. O de ciertas sensaciones. La música, me gusta Led Zeppelín, pero también La Buena Vida o la ópera italiana. O los toros, el cine y la comida. Dijo usted que intentó hacer de su patria al aceite de oliva. Y un guiso sin dicha grasa le derribo del caballo mediterranesco. Y no es eso, no es eso…

Se confunde, señor Espada. Las identidades, o lo que es lo mismo, las patrias, no son ni consisten en adueñarse subjetivamente de lo mejor de nuestro mundo. Así no funcionan las cosas. No se ama un coche por muy bien que esté ensamblado, sino porque con aquel viejo Simca Mil hizo su primer viaje al Pirineo acompañado de su entonces novia y hoy mujer. Acaba usted, señor periodista, citando a un escritor valenciano que dijo “mi patria es la inocencia”.

Tal vez, no suena mal del todo, la inocencia… pero es tan sólo una más.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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21 febrero 2008
Nos guste o no
El Acuerdo con la Santa Sede fue firmado el 3 de enero de 1979, siendo presidente del gobierno don Adolfo Suárez González y ocupándose de nuestros Exteriores don Marcelino Oreja Aguirre. En dicho Acuerdo (bueno es leerlo o releerlo, allá cada cual) se establece que se protegerá, por parte del Estado español y de la jerarquía eclesiástica, la libertad real y efectiva de los padres a elegir la educación moral y religiosa de sus hijos (sí, no es malo recordar de vez en cuando que los hijos no son ganado propiedad del Estado sino responsabilidad directa de los padres). Curiosamente, en su artículo primero se establece una cláusula también interesante y desde luego repetidamente vulnerada; la educación que se imparta desde los centros públicos habrá de ser respetuosa con la ética cristiana (¿qué pasará con la de los centros privados?).

En su siguiente artículo, el Acuerdo establece la obligatoriedad para el Estado español de garantizar el derecho de todos los padres a que sus hijos cursen la asignatura de religión católica de forma análoga al resto de las demás asignaturas, dejando al albur de los padres decidir por sus hijos acerca de si estos han de cursarla o no. En el tercero de sus artículos, el Acuerdo señala que será la Autoridad Académica la que elija el profesorado de la asignatura en función de los candidatos presentados o aprobados por el Ordinario Diocesano (ojo, lo dice clarito, por el obispo). En su artículo sexto, el Estado Español y el Vaticano acuerdan que será de la Conferencia Episcopal española la competencia en dictaminar cuales habrán de ser los contenidos o materia de dicha enseñanza y los libros de texto que sirvan para impartirla.

Y esto, concurrido público, es Derecho positivo y vinculante, tanto o más que la Ley de Aguas o el Código Civil vigentes. No hay tu tía. Si no se cumplen estas cláusulas, se burla (por decirlo suave) un tratado internacional. No es que la Educación para la Ciudadanía sea un ataque directo contra dicho Acuerdo, pero es un instrumento peligrosísimo en manos de un gobierno y un sistema público decididamente anticatólicos contra el que atacar lo convenido con otro Estado. Me hacen gracia aquellos que señalan que el Estado del Vaticano es el único Estado del mundo teocrático. Coño, como que es el único Estado del mundo cuya única aspiración en este valle de lágrimas es la de dirigir almas hacia la salvación y la gracia, sean ambas lo que sean. Los mismos lo atacan por su falta de democracia callando como putas con respecto a otros ejemplos más “incómodos” para ellos (sin ir más lejos, la democracia cubana debe rivalizar en fortaleza y asentamiento con la de la Santa Sede). Tan Estado es el Vaticano como España, Cuba, China o Indonesia. Bueno, si habláramos de antigüedad, más de uno no resistía la comparación. Igual que el Estado español no tiene derecho a ocupar Gibraltar o las bases militares norteamericanas por muy legitimado que se crea para ello (legitimidad que comparto), tampoco lo tiene para saltarse las reglas acordadas con la Iglesia Católica.

Es decir, que si un profesor de religión incumple con los mandamientos de la religión católica (otro tanto habría que decir con los de la Santa Madre Iglesia), establecidos según se dice por la CEE versión Diocesano Ordinario (difícil estar a la altura de semejante título), dicho señor, esto es, el obispo, cuenta en su haber con la potestad de poner al profesor de patitas en la calle, por mucho que les pese a algunos y se mesen los cabellos otros. Ya sé que esto suena a chino (y ni siquiera mandarino), pero así son las cosas y así se las cuento. Cierto que el tratado firmado con la Santa Sede no está por encima de la Sagrada, Santa y en su Espíritu Muy Violada Constitución española, pero también es cierto que constituye derecho supranacional (o internacional, como decíamos toda la vida) y que a cualquier ley interna española se la mea por do quiera.

Repito y reafirmo algunas cosas para que sepamos con qué nos jugamos los cuartos. Tan legítimo era el gobierno de Suárez como el actual (e incomparablemente mucho más digno), y si aceptamos de mala gana las pésimas negociaciones comunitarias del PSOE, un poner, habremos de tragarnos los “posibles sapos” de anteriores gobiernos.

Yo, que me cuento entre los más radicales de ustedes, estoy en franco (ups, se me escapó) desacuerdo con el tenor del dichoso Acuerdo, aunque sea por motivos bien distintos. Yo creo que la Santa Sede está por encima de cualquier contingencia con respecto a los Estados temporales, con lo que entiendo que no se debe mezclar/manchar con cuestiones tan mundanas (de algo hay que comer me dirá alguno, pero en los Evangelios la preocupación por la comida es algo que deja bastante que desear). Y estoy de acuerdo con que para el levantisco sector comecuras patrio, el llegar a pactos con los hijos de la Caverna y del Oscurantismo es delito de lesa Racionalidad.

Todo eso está muy bien, pero lo que a ustedes y a mí nos parezca del asunto es poco menos que mierda de pavo. Leído el Programa Electoral del PSOE (no, no me compadezcan, sólo he leído lo que me interesaba, más bien poco), constato que apenas se dice nada al respecto. Las encuestas internas que manejan en el PSOE dicen que en torno al 75% de los votantes socialistas se definen como cristianos (un poco menor al de los que votan al PP, un 85%), por lo que les debe resultar un tanto incómodo a los gerifaltes del puño y la rosa ponerse a lo que en verdad les pide el cuerpo, ni más ni menos que denunciar (así se dice en el argot) el Acuerdo con la Santa Sede. Aunque muy esclarecedor resulta reseñar que si bien en las últimas elecciones generales unos ocho millones y medio de católicos (ocho millones y medio de católicos muy despistados, por otra parte) votaron al PSOE, la federación de Cristianos Socialistas (¿?) apenas llega a los quinientos afiliados.

Pero todo esto no es más que hojarasca. El Acuerdo con la Santa Sede, firmados (para los que se la cogen con papel de fumar) por un gobierno tan constitucional o más que el presente, es normativa en pleno vigor y dice lo que dice y no lo que a algunos les gustaría que dijese. Y dice y exhibe el derecho que tiene cualquier padre a elegir para sus hijos formación religiosa católica en cualquier centro público, y asimismo el derecho que tiene cualquier padre a exigir que si no se cumple, se haga cumplir.

Igual que tuvimos en el pasado una Cruzada de dudoso gusto, ahora disfrutamos de la Laizada de don Fernando Savater (en el papel de Bouillon), de Zerolo (de Ricardo Corazón de León (por motivo de determinadas y muy compartidas inclinaciones)) y de Pepiño Blanco en plan San Luis rey de Francia. Si Dios existe o no (cuestión ya dilucidada desque Perroantonio y Mercutio se pronunciaron al respecto), al Estado español le importa un pito, pimiento, huevo o higa, como prefieran. Y si un profesor (docente los llaman) gusta del tracto anal, se ha divorciado seis veces, se declara abortista y defiende el consumo de drogas, el Acuerdo sancionado por el Estado legitima al señor obispo a ponerlo en la puta calle. Nos guste o no (así es la ley, que obliga).

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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26 enero 2008
Yo a ti te conozco

La masonería vuelve a la carga. Franco Bahamonde se encargó de repetir por activa y por pasiva que los judíos y los masones velaban por la destrucción de España. De los judíos no sé (creo que no), de los masones afirmo estar de acuerdo con aquel caudillo. Y escribo que la masonería vuelve porque basta con manejar información reciente donde se detalla el ascenso a los cielos públicos de muchos componentes de la Orden Secreta por antonomasia para creérselo, y escribo que a la carga porque con haber ojeado algo de la historia reciente de España puede uno constatar como el masón, por naturaleza, tiende a menoscabar el bienestar del reino. Incluso hay quien ha llegado a afirmar que hasta ocho ministros del actual gobierno socialista son masones. Y no era un cualquiera quien lo dijo, nada menos que mosén Josep Corominas i Busquetta, presidente de la Gran Logia Española y alto cargo del PSC (del que ha sido diputado y senador).

Otro caso muy reciente de actualidad masónica, el de monsieur Valery Giscard. Señor de Estaing y masonazo de pro, como Presidente de la Comisión para el Tratado para la Constitución Europea compuso aquel texto que desprendía no ya un cierto olor sino un tufo que tiraba patrás a compás y escuadra. Muchos atribuyeron su obstinada oposición a mencionar de forma expresa el cristianismo en aquel texto a su condición masónica, y no creo que anduviesen muy alejados de la realidad. Manuel Guerra Gómez, sacerdote, profesor de Teología y consultor de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso, no ha dudado en afirmar que Rodríguez Zapatero es Gran Maestre de grado 33. También lo afirmó el diario neoyorquino de habla hispana La Prensa, en un artículo firmado por dos importantes masones norteamericanos. No sería de todos modos el primer Rodríguez en profesar en la Sociedad Secreta. Su famoso y queridísimo abuelo, el capitán Juan Rodríguez Lozano, fue miembro de la Logia Emilio Menéndez Pallarés número 15, relacionada con los regeneracionistas agrupados en torno a Sierra-Pambley, otro destacado masón de origen leonés.

Sí, tal vez alguno piense que sacar a relucir a la masonería, justo antes de unas elecciones generales, es agitar un espantajo con la intención de convertirlo en enemigo real, pero los hechos están ahí, la masonería sigue provocando noticias (sin ir más lejos, la reciente dimisión del ministro de Justicia democristiano, Clemente Mastella, al que se le sospecha mezclado en una trama financiera sita en San Marino relacionada directamente con la masonería, y en la que hay indicios de participación del mismísimo primer ministro Prodi) y sus miembros siguen teniendo muy claro a quienes apoyan políticamente.

Desde que la Internacional Socialista se hizo realidad, la masonería ha marchado de la mano junto a aquella a la hora de hostigar a su enemigo favorito, la Iglesia Católica. Si hay algo que le provoque sarpullidos a un masón es la figura del Papa. Bueno, la figura del Obispo de Roma… y la prosperidad del reino de España. En ningún otro sitio la masonería se ha identificado tan sórdidamente con el odio hacia su propio país como en la que es de aquí. En España, históricamente, la masonería ha inclinado siempre la balanza de sus actuaciones hacia el vecino y “amigo” francés. Ya conspiraron masones españoles (de aquí y del otro lado del charco) junto a sus compañeros ingleses y franceses para provocar la independencia de nuestras provincias de ultramar. El coronel Riego, sin el apoyo de la masonería, no hubiera pasado de ser otro espadón traidor. ¿Quién evita a toda costa que alguna gran Casa de Banca europea fiase recursos al bando carlista? La masonería, pues quieren una reina regente débil y manejable. ¿Quién o quienes expulsan en realidad a Isabel II? Los masones, encabezados en aquella ocasión por el general (también masón) Serrano, que vence al monárquico Pavía en Alcolea, imponen “La Gloriosa” y en el colmo del despropósito nos traen a un príncipe (como no, masón) para ser Rey cuando el globo republicano se les desinfla.

Y es que tenía su razón aquel general gallego bajito e hijoputesco. Nada menos que 180 diputados de la II República pertenecían a la masonería, siendo el 95 % de los mismos de signo claramente izquierdista. Azaña (alias Plutarco), Casares Quiroga, Portela Valladares, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Fernando de los Ríos, José Giral… Todos ellos pertenecían al Gran Oriente (de inspiración francesa y anticristiana). Alejandro Lerroux, en cambio, pertenecía a la obediencia de la Gran Logia Española, mucho más moderada. La Masonería, durante la II República española, creyó encontrarse en el sitio justo, en el momento oportuno y con la fuerza suficiente como para adueñarse del alma y las instituciones españolas y crear así su Estado Ideal. E intentó aprovecharlo. De la noche a la mañana, expulsión de la Compañía de Jesús (hasta que ésta se volvió marxista, era otra de sus grandes fijaciones), aprobación de una Constitución política española claramente “ilustrada” y dominio abrumador en las administraciones. Se cree que aproximadamente un tercio de los altos cargos públicos de 1932 estaban en manos de masones. Y masones, en una España de 22 millones de almas, se contaban sólo unos cuatro mil.

Dirán que ya no es lo que fue, y probablemente tengan razón. Pero la masonería nunca acaba de morir(se). Y siempre se intenta mostrar ante cada sociedad que le toca con renovados discursos y diferentes ropajes, a ver si recupera terreno. Un ejemplo de ello, la asignatura Educación para la Ciudadanía. Hace muy bien la España Blanca (así llamo a aquella “mitad” de España que sigue creyendo en sus posibilidades como país, que profesa o respeta la fe católica y que se enfrenta sin complejos al frente social-nacionalista) en alzar la voz y protestar. No es más que la última vuelta de tuerca de las pretensiones de la social-masonería “nacional”. La Razón guiando al pueblo, sí, pero ya desde su más tierna infancia. El laicismo progresista a destajo, el Ideal Superior extendiéndose como un virus agresivo por todos aquellos sitios que se le permite. Que hay que obligar a los niños a que jueguen en igualdad, que la culpa de cualquier mal se halla en la injusticia. Pero también que hay un problema. Que esa misma Razón Suprema, en la que coinciden la masonería y nuestro querido presidente Rodríguez, es la misma Razón de aquella inspiradora II República. Y claro…

Que Dios o el Gran Arquitecto nos coja confesados.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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21 diciembre 2007
El alcalde de Móstoles se equivocó
Como una mezcla de estupor, ira y verguenza. Así podría definir la sensación que me quedó en el cuerpo tras escuchar ciertas cosas. Definitivamente, la gota que colmó el vaso. Tras leerle hace bien poco a Pérez-Reverte, en una entrevista publicada en el suplemento cultural de El País, que fue una lástima que una banda de cretinos y oscurantistas vencieran a la Razón y el Progreso que representaban las tropas napoléonicas, don Alberto Rivera Díaz, catalán oriundo de la malagueña Axarquía y presidente de Ciudadanos de Cataluña, nos salió con la misma copla. Ese mismo día me desvinculé del todo de Ciudadanos, que nobleza y españolía obligan.

En aquesta nación, ya lo saben, pasamos de Juan a Juanillo en un visto y no visto. O Europa es Satán (para los míos), o es el Espíritu Santo en versión laica (para ellos). Sí, de sobra es conocido que Fernando VII era un bichejo abyecto, uno de nuestros peores reyes (y hemos tenido cada uno...), y que sería muy difícil imaginarnos un gobernante que le dejara en buen lugar. Probablemente Giuseppe Bonaparte era más listo, culto, sensible y preparado, sí, tal vez, pero no era de los nuestros. Los liberales, ya se sabe, construyen conceptos para saltárselos. La soberanía nacional, para ellos dogma de Fe, cuando les estropea la realidad no pasa de ser un concepto, al decir de nuestros días, "discutido y discutible". Ya saben, todo por el pueblo pero sin el pueblo, que uno no inventa nada.

Luego uno se sorprende cuando observa que esas mismas premisas, que se cumplen estrictamente en Iraq, no suscitan las mismas reacciones. Allí también Gran Bretaña y los Estados Unidos han acabado con la vida y régimen de Saddam Hussein, posiblemente alimaña aún peor que nuestro rey felón, y han patroneado las primeras elecciones democráticas de la historia del Estado iraquí. Hasta nueve millones de electores, toda una proeza, se decidieron a votar. Pero no, allí el examen político-ideológico revierte en distintas posiciones. Claro que la Luz que aporta Francia, hombre, es más luz que la de los yanquis.

Lo dicho, de Juan a Juanillo. Tampoco caeré en unamunismos (españolizar Europa) porque no saldremos ganando gran cosa, pero si creo yo con dificultad en la infabilidad papal, no tragaré, al menos con holgura, la infabilidad europea. Es ese maldito complejo de inferioridad que ha atenazado a algunas de nuestras élites (menudas élites, y va con segundas) el que hace bendecir desde ciertas cabezas de la patria mía todo lo que proceda allende la umbría pirenaica por el estricto motivo de su procedencia.

Hemos pasado del idealismo alemán y del posmodernismo francés al pragmatismo pequeñoburgués (ergo socialdemócrata, porque en eso se ha metamorfoseado la Unión Europea) que emanan Bruselas y Estrasburgo. Lo primero que hace nuestro querido Partido Socialista, por ejemplo, es llevar el "Proceso de Paz" etarra a que nos lo bendigan los sacerdotes eurócratas en la Eurocámara, el Gran Vaticano Laico de nuestro siglo y continente (curiosamente, la UE fue fundada por políticos católicos y firmada en la catoliquísima Roma, pero ese es otro cantar), y no hay mayor argumento de autoridad política en España que decir de algo que "es lo que se hace en los países más avanzados de Europa". Ante ese mantra, resuena el "uuuuuummmmm" de asentimiento místico de nuestros próceres nacionales.

Pues no, señores Rivera y Pérez-Reverte. Yo no hubiera deseado instaurar una dinastía de Bonapartes en las Españas. Compartimos animadversión por Fernando VII y su prole, pero por diferentes motivos. A mí la Razón y el Progreso que debía traernos un corso enano y leído se la podía meter por su pulcro y racional culito italiano. Ya verán el año que viene, conmemoración bicentenaria de los hechos de Madrid, ya verán los progres saliendo a escena (viven de ello, de salir resueltamente a escena) con boutades semejantes.

Estuve hace bien poco en la casa paterna, el día de la Inmaculada, Patrona de las Españas. Allí mantenemos la sana costumbre de comer todos juntos en el comedor sin más ruido que el que traspase el ventanal y el de nuestras gargantas. En una de las paredes del mismo cuelga el retrato (copia antigua del original) de un pariente mío, don Andrés Pérez de Herrasti y Pérez del Pulgar, descendiente de dos capitanes de los Reyes Católicos. Estuve observándolo con cierto detenimiento. Aparece el tío Andrés vestido con sus mejores galas militares, el rostro un tanto abotargado, tirando a bonachón, las manos apoyadas sobre un bastón de mando. Este hombre, de cuyo hermano desciendo, era mariscal de campo y gobernador militar de la plaza de Ciudad Rodrigo. Gracias a su pericia y a los cojones que echaron sus vecinos, el mariscal Ney perdió la oportunidad de adelantarse a Wellington en la ocupación del vecino reino de Portugal, y la Grand Armée pagó con creces aquel inesperado cambio de planes.

Pues nada, tito Andrés, pa que te enteres. Tu esfuerzo, completamente en vano. Bandera blanca y dejar paso a la Civilización, joder, que sigue habiendo afrancesados en nuestra patria (y masones, y anticlericales, y arribistas, cortesanos, majos y majas...) y Europa siempre son los otros. Vamos, que en 200 años las cosas han cambiado, pero tampoco tanto, tampoco tanto...

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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23 noviembre 2007
La pelota sobre el tejado (y su poquito de Kierkegaard)
El siglo viene muy jodido. Se las tiene aviesas con nosotros. El tema (y lema) de nuestro tiempo no es otro más que el de la desreligiosidad de las grandes culturas humanas. China (y Japón), Occidente (sobre todo Europa) y la India (creer en muchos dioses es no creer en ninguno) han dejado de temer a Dios, y eso implica graves consecuencias.

Las causas de lo anterior son diversas y conocidas. Las consecuencias, no tanto. El hecho de dejar de creer en Dios para creer en uno mismo no es moco de pavo. Ya saben (siempre estoy hablando de mí mismo) que yo sigo conservando ese arcaísmo antropológico llamado fe, pero a nadie se le escapa (tampoco a mí) que la fe pertenece al catálogo de especies en extinción. La morería parece atravesar una época de fuerte espiritualización, pero el Islam es un sumidero de escoria y miseria intelectual donde el asesinato y la destrucción resultan agradables a los ojos de Dios. Así, los creyentes no vamos a ningún lado.

De eso hablaba con mi amiga Teresa ayer, hasta hace muy poco monja clarisa de clausura (casi cuatro años). Le ha faltado fe (normal por otra parte) para "tirar" su vida por la borda. Recuerdo ahora con emoción la lectura de ciertas obras de Kierkegaard, cuando las comentábamos juntos hace cinco o seis años. Tiene cojones que los autores a los que me agarro para defenderme de ese mundo wittgensteniano que nos acecha sean en su mayoría heréticos, pero es así. Unamuno, Kierkegaard, Brentano, Bergson, Levinas... La herejía provoca soledad, y la soledad te lleva a enfrentarte diariamente a la Nueva Bestia. Debe ser esa la razón por la que nos son más "reconocibles" que los ortodoxos maestros. O tal vez el orbe católico no dé para más. Kierkegaard resumía toda su teología en que "para creer hay que querer" (¿poco viaje...?).

Así respondía el danés a la apuesta pascaliana, pero de un modo espiritualizado. Se le llama padre de los existencialistas, cuando en realidad proclama que "hay que querer". A Camus sí lo podríamos emparentar, al único. No se trata de porcentajes de acierto, ni de arrojo o valentía como en don Blas Pascal. Se trata de que "lo demás no (me) convence". Ayer, hablando con una ex-monjita de pelo raso y gorda como una peonza (ya sé a quien le copiaron las lesbianas su actual tualé), acabamos con Kierkegaard y su desesperación vital. Y es que el escritor se preguntó hace siglo y medio por las mismas cosas por las que nos preguntábamos aquellos dos veinteañeros sentados en la mesa de un pub, lo cual que tiene su mérito.

¿Qué hacer si Dios no existe y cada uno es su propio Dios? Me mantengo expectante ante esa respuesta que espero de la Nueva Bestia, la sociedad atea. Quiero ver cómo se desenvuelve el hijo sin el padre, cómo justifica que existe el mal y se defiende del mismo, cómo se erige en juez de sus semejantes por la simple "fuerza de la convención" y se arroga la capacidad de encerrar a un ser humano en una prisión e incluso hacerlo de por vida. Kierkegaard decía que la humanidad se sobrevaloraba, que sin Dios, sin esa Trascendencia, el hombre no era más que un animal muy espabilao.

Yo creo, más modestamente, que el hombre morirá de éxito. Por eso desespero, porque espero más de lo que recibo o creo recibir, porque yo también he sobrevalorado al hombre. Es esa purificación kierkeguiana la última muestra de fe "razonable" que nos queda. Quien no desespera, ha aceptado el mundo tal y como es. Está muerto para Dios, y puede que también para su prójimo.

Porque mientras los discípulos dormían, Cristo sufría. No durmamos los cristianos, no tenemos tanto tiempo. Suframos, mantengámonos en vela, intentemos frenar el Gran Tsunami Materialista. La Gran Bestia Atea quiere que soñemos, que descansemos sobre ella. Sé Dios, porque no lo hay.

No creo que el hombre sea ni dé para tanto.
(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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27 octubre 2007
¡Que viene el lobo!
A día de hoy, en España, tenemos únicamente dos graves problemas. Uno es el modelo de desarrollo político, del cual se ha venido hablando mucho estos últimos días en el NJ. El otro es el Cambio Climático (así, con mayúsculas, como Dios, Estado y Rey). Como fiel seguidor de aquel varón judío que todos conocen, creo firmemente en que la verdad nos hace libres (a unos más que a otros). Así como la verdad me inclina a pensar que los nacionalistas antiespañoles no llevan la razón de su parte, también aquella me inclina a dictaminar (por no repetirme) que los apocalípticos del Cambio Climático tampoco la llevan de su lado por los datos que manejo (amos). Muchos de ustedes conocen de dónde han venido las lentejas con las que me crié tan fermosamente. La UE y la sabia mano de mi padre velando por la salud de los olivitos maternos han podido sufragar sin mayores problemas los gastos que una carrera privada y un colegio mayor han ocasionado. Por tanto, tener a un padre agricultor predispone a sacar el tema del clima cada dos por tres. Tan fuerte ha pegado el asunto que tengo al progenitor A hasta preocupado y pensando en vender la espléndida finca que lleva administrando desde hace más de veinte años y que se conoce como la extensa y un tanto estropeada palma de su mano (le dio tiempo en su azarosa juventud a convertirse en miembro del equipo olímpico español de remo. Los Edgardos somos asín). No es óbice a que cogiera una explotación agraria que daba seiscientos mil quilos de aceituna anuales y ahora proporcione casi dos millones. No es óbice para que estos últimos años haya llovido más o menos lo de siempre y se hayan obtenido rendimientos altísimos de grasa (aceite de oliva, amos). No es óbice para que sus amigos de Almería o Israel inyecten CO2 en sus invernaderos y obtengan mayores producciones hortofrutícolas. La religión es la religión, y el Santo Padre Gore tiene tal mando que ríanse de Pío XII. Al pobre de don Mariano, bastante torpe últimamente, le ha cogido la vuelta la Inquisición Climática. Dice el prócer galaico que se magnifica el problema y toda la maquinaria progre a una (Gabilondo empezó su telediario suavote hará algún añito, pero ya está quemando carbón -uy, perdón- a tope) a por su yugular. Un ignorante, dicen, o un irresponsable, cuando ellos no saben ni de esto ni de prácticamente asunto alguno nada que merezca la pena. Habría que hacerle unas cuantas preguntas a todos estos vainas profesionales. El tiempo de vida del CO2, la importancia del metano, qué significa exactamente “efecto invernadero”, qué pasa con el agujero de ozono, qué significa glaciación y su contrario, por qué se oponen analfabéticamente a la construcción de centrales nucleares, y lo que es más importante todavía, si ha existido desde que hay vida sobre la Tierra un periodo de tiempo donde el clima no cambiase. No he visto el documental de Gore. Ya he dicho que el único Apocalipsis que me gusta y frecuento (lo frecuentaba más en mi época nicheana) es el de San Juan. Al parecer Gore apunta a que el mar subirá seis metros (no hay hasta la fecha científico alguno dotado de estabilidad mental que sostenga lo mismo), que las especies se extinguirán a toda priesa, que las catástrofes climáticas asolarán a gran parte de la humanidad (¿no lo han hecho desde siempre?), en fin, cosas de tan buen estilo. Por lo menos Jesús fundó una religión con lo puesto y acabó na más que regular por aquello. A San Gore la progresía internacional lo elige Nóbel de la Paz y cobra doscientos mil por conferencia. No le negaré inteligencia (tiene ahora más predicamento incluso que cuando era vicepresidente de los Estados Unidos), e incluso algo de razón. El consumismo que nos ha traído la ideología liberal (y aquí entran tanto la “nueva” derecha como la “nueva” izquierda), ha disparado el uso y abuso de recursos “naturales”. No toda la humanidad puede vivir al nivel del español medio, acabaríamos en una suerte de basurero planetario para disgusto de muchos. Pero las cosas, en sus respectivos quicios. La fusión y el hidrógeno tardarán mucho en llegar. Algunos que saben de esto ni siquiera los esperan. Lo sensato sería una transición desde el petróleo a la energía nuclear en unas cuantas (no muchas) décadas, pero el pensamiento progre dictamina que no y que no. Soy miembro desde hace ya unos cuantos años de Greenpeace, y las he tenido aviesas con este tema. Hasta que un amigo me dijo que aquellos concienzudos ciudadanos recibían mucha pasta de donaciones de organismos americanos ligados a compañías petroleras (David Rockefeller tuvo mucha arte y parte en la gestación de Pazverde). Aaaamigo. Hoy es situarse en la diana mediática mostrarse escéptico con Gore y los tragasables panelísticos de la ONU. A Rajoy le acaba de suceder. Somos los nuevos apestados. Da igual que sepas bastante más que ellos del asunto. Hasta tienen a mi padre acobardado. En Greenpeace sólo saben de naturaleza en general un cinco por ciento del personal. Preguntas por la carga alimentaria de un herbívoro como un venado o una oveja y les suena a mandarín. O cuántas rapaces encuentran su último oasis en las dehesas de ganado bravo y se persignan. Claro que hay que preguntarse si estamos gastando demasiado (que lo estamos haciendo), pero no paso por hacer de esto un modus vivendi para una nueva casta de sacerdotes sabelotodo y perdonavidas. Ni siquiera se tiene claro (ni obscuro) cómo afecta el agua, los océanos, a la mudanza climática. Hace cien millones de años, con unas tasas altísimas de CO2, diez veces las actuales, caminaban por la tierra herbívoros de casi cien toneladas (quince veces más que un elefante africano y además grande) y carnívoros de cinco o seis toneladas (más de seis veces el peso de los osos más grandes que además son en parte herbívoros, veinte veces más que el tigre de Siberia, nuestro mayor carnívoro estricto). El Ártico se deshiela, dicen. Pero en el Antártico el hielo crece, poco, pero crece. Y el CO2 se reparte de forma proporcional en todo el cielo terrestre. Algunos estudios señalan que hoy hay más agua dulce que hace quinientos años (se ha de incluir la subterránea), pero se los destina a las últimas páginas de las publicaciones. El Gurú Gore I pinta un mundo fatídico, pero él mientras vive a tutiplén. Si al menos se hubiera marchado a vivir a una cabaña a recolectar frutos y cazar berrendos, sería un tunante pero al menos con un par. Hablando de cabañas, hoy tocaba hablar de mi segunda, Marshall MacLuhan, pero él mismo hubiera preferido que aportara mi granito de arena a la última causa de la Sagrada Orden Reaccionaria. Y aquí está. Despelléjenme.

* Nota: soy socio de Greenpeace, de Adena, del Club de Amigos del Águila Imperial y de Amigos de Doñana. Entrambas, se llevan un 3 por ciento de lo que gano al año. ¿Se imaginan que también lo hicieran Gore, los Benjumea de Abengoa o los Entrecanales, los mismos que se están forrando? Fuck Gore.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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