Otro caso muy reciente de actualidad masónica, el de monsieur Valery Giscard. Señor de Estaing y masonazo de pro, como Presidente de la Comisión para el Tratado para la Constitución Europea compuso aquel texto que desprendía no ya un cierto olor sino un tufo que tiraba patrás a compás y escuadra. Muchos atribuyeron su obstinada oposición a mencionar de forma expresa el cristianismo en aquel texto a su condición masónica, y no creo que anduviesen muy alejados de la realidad. Manuel Guerra Gómez, sacerdote, profesor de Teología y consultor de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso, no ha dudado en afirmar que Rodríguez Zapatero es Gran Maestre de grado 33. También lo afirmó el diario neoyorquino de habla hispana La Prensa, en un artículo firmado por dos importantes masones norteamericanos. No sería de todos modos el primer Rodríguez en profesar en la Sociedad Secreta. Su famoso y queridísimo abuelo, el capitán Juan Rodríguez Lozano, fue miembro de la Logia Emilio Menéndez Pallarés número 15, relacionada con los regeneracionistas agrupados en torno a Sierra-Pambley, otro destacado masón de origen leonés.
Sí, tal vez alguno piense que sacar a relucir a la masonería, justo antes de unas elecciones generales, es agitar un espantajo con la intención de convertirlo en enemigo real, pero los hechos están ahí, la masonería sigue provocando noticias (sin ir más lejos, la reciente dimisión del ministro de Justicia democristiano, Clemente Mastella, al que se le sospecha mezclado en una trama financiera sita en San Marino relacionada directamente con la masonería, y en la que hay indicios de participación del mismísimo primer ministro Prodi) y sus miembros siguen teniendo muy claro a quienes apoyan políticamente.
Desde que la Internacional Socialista se hizo realidad, la masonería ha marchado de la mano junto a aquella a la hora de hostigar a su enemigo favorito, la Iglesia Católica. Si hay algo que le provoque sarpullidos a un masón es la figura del Papa. Bueno, la figura del Obispo de Roma… y la prosperidad del reino de España. En ningún otro sitio la masonería se ha identificado tan sórdidamente con el odio hacia su propio país como en la que es de aquí. En España, históricamente, la masonería ha inclinado siempre la balanza de sus actuaciones hacia el vecino y “amigo” francés. Ya conspiraron masones españoles (de aquí y del otro lado del charco) junto a sus compañeros ingleses y franceses para provocar la independencia de nuestras provincias de ultramar. El coronel Riego, sin el apoyo de la masonería, no hubiera pasado de ser otro espadón traidor. ¿Quién evita a toda costa que alguna gran Casa de Banca europea fiase recursos al bando carlista? La masonería, pues quieren una reina regente débil y manejable. ¿Quién o quienes expulsan en realidad a Isabel II? Los masones, encabezados en aquella ocasión por el general (también masón) Serrano, que vence al monárquico Pavía en Alcolea, imponen “La Gloriosa” y en el colmo del despropósito nos traen a un príncipe (como no, masón) para ser Rey cuando el globo republicano se les desinfla.
Y es que tenía su razón aquel general gallego bajito e hijoputesco. Nada menos que 180 diputados de la II República pertenecían a la masonería, siendo el 95 % de los mismos de signo claramente izquierdista. Azaña (alias Plutarco), Casares Quiroga, Portela Valladares, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Fernando de los Ríos, José Giral… Todos ellos pertenecían al Gran Oriente (de inspiración francesa y anticristiana). Alejandro Lerroux, en cambio, pertenecía a la obediencia de la Gran Logia Española, mucho más moderada. La Masonería, durante la II República española, creyó encontrarse en el sitio justo, en el momento oportuno y con la fuerza suficiente como para adueñarse del alma y las instituciones españolas y crear así su Estado Ideal. E intentó aprovecharlo. De la noche a la mañana, expulsión de la Compañía de Jesús (hasta que ésta se volvió marxista, era otra de sus grandes fijaciones), aprobación de una Constitución política española claramente “ilustrada” y dominio abrumador en las administraciones. Se cree que aproximadamente un tercio de los altos cargos públicos de 1932 estaban en manos de masones. Y masones, en una España de 22 millones de almas, se contaban sólo unos cuatro mil.
Dirán que ya no es lo que fue, y probablemente tengan razón. Pero la masonería nunca acaba de morir(se). Y siempre se intenta mostrar ante cada sociedad que le toca con renovados discursos y diferentes ropajes, a ver si recupera terreno. Un ejemplo de ello, la asignatura Educación para la Ciudadanía. Hace muy bien la España Blanca (así llamo a aquella “mitad” de España que sigue creyendo en sus posibilidades como país, que profesa o respeta la fe católica y que se enfrenta sin complejos al frente social-nacionalista) en alzar la voz y protestar. No es más que la última vuelta de tuerca de las pretensiones de la social-masonería “nacional”. La Razón guiando al pueblo, sí, pero ya desde su más tierna infancia. El laicismo progresista a destajo, el Ideal Superior extendiéndose como un virus agresivo por todos aquellos sitios que se le permite. Que hay que obligar a los niños a que jueguen en igualdad, que la culpa de cualquier mal se halla en la injusticia. Pero también que hay un problema. Que esa misma Razón Suprema, en la que coinciden la masonería y nuestro querido presidente Rodríguez, es la misma Razón de aquella inspiradora II República. Y claro…
Que Dios o el Gran Arquitecto nos coja confesados.
Etiquetas: Edgardo de Gloucester
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