Sólamente lo vi una vez. Se llamaba Ricard Vilches. Era una persona delgada, casi quebradiza. La luminosidad de su mirada contrastaba cruelmente con el deterioro que sufría su cuerpo a causa de una terrible enfermedad. Se servía de unas muletas para moverse cuando lo hacía a pie, aunque disponía de un vehículo adaptado para realizar sus desplazamientos de largo alcance. Por lo que comprobé tras una breve charla, su lucidez intelectual me pareció admirable. De ahí que no acabara de entender aquella actitud suya tan poco juiciosa. Y es que en el barrio nadie comprendía la razón por la cual iba ofreciendo su plaza de aparcamiento reservada para minusválidos a quien deseara utilizarla a ciertas horas, previo pago de una módica cantidad. Se rumoreaba que lo había hecho incluso delante de una patrulla de la policía municipal. Dada la escasez de aparcamiento que se producía en aquella parte del barrio, la oferta era tentadora. Un día, la noticia llegó a oídos del jefe de la policía municipal.
- Contreras, quiero que deis vueltas regulares por el aparcamiento del tal Vilches. Si hay alguien aparcado dentro del espacio reservado para minusválidos y la matrícula no coincide con la del titular, quiero que la grúa se lo lleve.
- Bien dicho, jefe, hay mucho espabilado por el mundo.
Aquella semana la grúa trabajó a destajo en el aparcamiento del tal Vilches. Y la siguiente. Y la otra. Y al cabo de seis meses, Ricard Vilches se presentó en las dependencias de la policía municipal y solicitó hablar con el jefe.
- Siento haberle chafado el negocio, señor Vilches.
- ¿De qué negocio me habla?
- Vamos, no tiene por qué disimular. Además, usted mismo lo iba pregonando a los cuatro vientos.
- Ah, claro, usted se refiere a eso de alquilar mi plaza de aparcamiento por horas.
- Eso mismo.
- Seguro que mi conducta le habrá parecido impresentable. Sobre todo, tratándose de un minusválido. Una persona en mi estado que se aprovecha ilícitamente de las ventajas que la sociedad le ofrece.
- Lo ha expresado usted de maravilla.
Ricard Vilches sacó de su bolsillo una diminuta grabadora:
- ¿Le importaría escuchar esto?
El jefe de la policía municipal abrió la palma de su mano y señaló el aparato invitándolo a que apretara el botón. "Policía municipal, diga... Hola, me llamo Ricard Vilches y acaban de instalarme un aparcamiento reservado para minusválidos al lado de casa. Les llamo para denunciar que no hay manera de que pueda usarlo. La gente no lo respeta... ¿Hay algún vehículo aparcado en este momento?… No, en este momento no... Pues cuando lo haya nos telefonea y haremos que la grúa lo retire... Sí, pero es que a veces aparcan durante diez minutos y estoy seguro de que cuando llegue la grúa, ya se habrá ido... Lo siento, señor, pero no podemos situar a un guardia municipal para que controle cada aparcamiento de ese tipo..." El jefe de la policía se olió que había gato encerrado. Y lo que era peor, se temió que él había colaborado más que nadie para esconder el gato.
- La razón por la que he venido es para agradecerle su cambio de política en lo que hace referencia al respeto de mi derecho de aparcamiento -dijo el tal Vilches abriendo una sonrisa sincera-, aunque, todo hay que decirlo, estará de acuerdo conmigo en que si no llego a estimularlo con la fingida provocación de alquilar mi aparcamiento por horas, usted no habría mostrado el más mínimo interés por mi caso.
- Me parece que comienzo a entenderlo -dijo el máximo responsable de los guardias-. Así que todo ha sido una trampa. Nadie pagó por usar su aparcamiento…
- Es que yo no lo hice con esa intención. Sólo pretendía que la noticia llegara a la policía municipal. De todas maneras, ¿piensa usted que habría alguien tan tonto de pagar si cada día podía infringir impunemente las normas y aparcar gratis? -Ahora la sonrisa apareció en el rostro del jefe de la policía municipal.
- Acabo de recibir toda una lección.
- Hace semanas que nadie se mete en mi aparcamiento. La grúa ha dado sus frutos.
- De todas formas, haremos una cosa. Por lo que a mí respecta, esta conversación no se ha producido. No me daré por enterado de su ardid. Por lo tanto, seguiré enviando agentes para que controlen que en su aparcamiento sólo estaciona usted.
- Es usted muy amable, gracias.
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