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29 julio 2009
Paisaje con hoja roja


Qué gran país, exclama Pepe. Todo es grande aquí, los paisajes, las distancias, los porcentajes, los camiones, los bosques, los lagos, las porciones en los restoranes. Los canadienses recientes, eso sí, mayormente de origen asiático, son más bien pequeños. Pero ya verás cómo irán creciendo.

Miramos Toronto desde la isla. ‘Canadá tiene muy poca historia y demasiada geografía’, repiten los canadienses, pero el tiempo los va desmintiendo. Cada día hay más historia y algo menos de geografía. El viento lima la cresta de los montes, el agua anega la tierra firme y, como dejó escrito el muchacho sobre el muro, ‘el bosque precede al hombre pero lo sigue el desierto’.

Ahora vemos caer el agua por las cataratas del Niágara. ‘La segunda decepción de la novia’, llamó Oscar Wilde a este tradicional destino para viaje de luna de miel. Imposible no pensar en lo que pueden juntos el tiempo y el agua. Time is as weak as water (El tiempo es tan feble como el agua), dice la canción. Febles son, pero juntos desplazan las cataratas varios kilómetros en unos cuantos siglos. Mientras resistimos a la tentación de lanzarnos cataratas abajo, Pepe me cuenta historias de gente que no la resistió.

Paisajes como éste los pintores del llamado Grupo de los Siete decidieron pintar ‘a la canadiense’. Para hacerlo se internaron en los bosques y acabaron descubriendo nuevos lagos. A los de agua transparente los bautizaron con nombres de pintores que admiraban y a los de agua turbia con nombres de críticos que los denigraban.

En Ottawa nos mezclamos con el gentío durante la fiesta nacional del día primero de julio, al pie de los edificios sede de las instituciones. Son canadienses recientes y se cubren con la hoja roja sobre fondo blanco. Celebran la ‘idea’ de Canadá, tienen la cara del mundo y componen una olla podrida que no huele mal.

A dos pasos de allí, del otro lado del río, comienza Québec, donde la fiesta pasa desapercibida. La mitad menos uno de la población quebequesa votó, en el referéndum de 1995, por la separación de Québec del resto de Canadá. Observo de reojo a mi tío, a quien estos asuntillos se la traen floja. O bien lo ponen de los nervios.

La emigración campo-ciudad durante el siglo pasado fue poblando Montreal de descendientes de los colonos franceses. Que, en cuanto se fueron haciendo un lugar en la urbe cosmopolita y ganaron poder, impusieron su lengua. Y, para mantener su sitial, no vacilan en traducir hasta las señales de la circulación: donde ponía stop, léase arrêt. El resultado es que hoy se habla francés en una gran ciudad de América del Norte sitiada por el inglés. So, voilà.

La fauna urbana se dispersa y vuelve a reunirse en torno a los escenarios del Festival de jazz. Es la hora de la cena y todo el mundo se lleva algo a la boca. Hemos de escoger entre comida libanesa, etíope y cochinchínica. Me pregunto qué comían los canadienses antes de la llegada de los extranjeros. Pepe sostiene que antes de la llegada de los extranjeros no existía Canadá. Pero ya los primeros canadienses apreciaban la comida foránea, particularmente el misionero a la olla.

(Escrito por Josepepe)

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29 junio 2009
Un cuarto lleno de espejos


M’Naughten había llegado a Boston procedente de NY en compañía de un camarada. Eran dos vivalavirgen, como los llama RLS en El Emigrante por gusto, y se pasaron el día de parranda hasta que dio la medianoche y comenzaron a buscar alojamiento. A eso de las dos, fatigados y abatidos, después de un largo rodeo se encontraron en la misma calle por la que habían comenzado sus pesquisas, delante del mismo hotel a cuya puerta ya habían llamado, sin resultados. Al ver que estaba abierto, volvieron a la carga. El dependiente les dio la bienvenida de modo más caluroso que la primera vez y así descubrieron complacidos que el precio de la noche había disminuido de un dólar a un cuarto.

En la estancia había un camastro, una silla y dos cuadros enmarcados, uno a la cabecera de la cama y otro enfrente, a los pies, y ambos estaban acortinados, como a veces sucede con las acuarelas de gran valor, los retratos de los difuntos o ciertas obras de arte de tema un tanto escabroso. Tal vez con la esperanza de hallar algo de esta índole, M’Naughten retiró la cortinilla del primer cuadro y se llevó una sorpresa morrocotuda al comprobar que allí no había ningún cuadro.

Lo qué había detrás de la cortinilla, el lector lo adivina, eran tres mirones. Por un instante, cuenta RLS, esas cinco personas (los tres mirones y los dos mirados) se miraron a los ojos, tras lo cual M’Naughten y su amigo cerraron púdicamente la cortinilla, salieron de la estancia, renunciaron a la idea de encontrar cama y caminaron por las calles de Boston hasta el amanecer.

De ocurrir hoy la escena, en lugar de cuadros acortinados habría un espejo de aquellos que devuelven la imagen del que mira al mismo tiempo que ocultan la mirada de quien está del otro lado del muro. Eso, o cámaras diminutas que conectan con pantallas gigantes donde se reproducen imágenes de alta definición, tal como hace una serpiente cuando se traga un huevo de paloma y defeca o devuelve un enorme huevo de avestruz.

A este respecto, MTP me cuenta, por su parte, una historia de su acervo. Se encontraba cierta vez recién transplantado a París, en pleno invierno, sin medios, sin esperanza casi, cuando se dio de bruces en una esquina con una rubia espléndida que lo invitó a cenar ricas viandas, le dio interesantísima conversación y, como si no bastasen tantas prendas, se lo llevó a un hotel en Pigalle. Una vez en este, y en cuanto MTP hubo cumplido con su cometido, se tendió en el cama a fumar y así pudo reparar en unos espejos que cubrían la parte alta de la estancia, detrás de los cuales creyó oír un ruido de sillas y un murmullo de espectadores que se retiraban después del espectáculo.

Qué más puede pedir el narcisismo especular al uso y la mímesis desatada: espejos transparentes que permiten simultáneamente verse y ser visto y cámaras que son pantallas e inversamente. Con todo, por más vueltas y revueltas que le demos al asunto, por más que nos adentremos por la conceptualidad de la problemática y sus múltiples recovecos, al cabo de lo andado volveremos a encontrarnos frente a la presencia inmóvil del mirón asomando fuera de la caverna.

Niño aún, JMC se preguntaba: ¿Qué más se puede hacer con las piernas aparte de devorarlas con los ojos?

RLS: Robert Louis Stevenson, ‘El Migrante por gusto’, traducción de Miguel Martínez Lage
MTP: Mi tío Pepe
JMC: John Maxwell Coetzee, ‘Infancia’, traducción de Juan Bonilla

(Escrito por Josepepe)

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01 junio 2009
Borges, entrevista en Facebook

Borges ya no da entrevistas. Es una pena, porque las daba buenas.

Más de una vez he contado aquí que intenté entrevistar a Borges, en marzo de 1983, en Buenos Aires. Entonces yo era joven y él era viejo. La juventud tiene cura, la vejez no tiene. A falta de poder entrevistar a Borges, puedo entrevistar a Sam, quien sí entrevistó a Borges. Sam vive en Washington, yo vivo en Bruselas y Borges ya no vive en Ginebra. El mundo es pequeño y Facebook es grande.

Sam: La pregunta es si recuerdo las noticias que traían por esos días los diarios argentinos. No, no lo recuerdo, ni recuerdo haberlos leído.

J: Pero te acuerdas de Buenos Aires.

Sam: Claro, como no me voy a acordar. Íbamos a Buenos Aires a ver las películas que no llegaban a Santiago, a las librerías y a los cafés abiertos a las cuatro de la mañana, a esas confiterías llenas de porteños gritando cosas importantes. Íbamos, entonces no nos daba vergüenza usar palabras grandes, a la civilización. Y también porque el viaje es pura posibilidad, cualquier cosa puede pasar, desde que se enamore de ti la mujer más increíble hasta que secuestren el avión unos terroristas chiítas y termines aterrizando en la ciudad sagrada de Qom. O que la entrevista con Borges sea inmortal, llena de declaraciones espectaculares. ¡Que te cuente que va a publicar su primera novela! ¡O que confiese que Borges no existe! Que es una creación colectiva, que los libros los escribe un grupo de matemáticos y filósofos y literatos y que el pobre actor que sirve como envoltorio para Borges es un triste asalariado...

J: ¿Te fue fácil conseguir la entrevista?

Sam: Yo era fanático de Borges, de saberme párrafos de memoria y poemas enteros. Me había conseguido su número de teléfono y lo había llamado por si las moscas, y sí. No lo podía creer, estaba recién salido de la facultad, llevaba menos de un año trabajando y ya iba a entrevistar a Borges, en exclusiva para la revista Bravo. Claro que cuando lo llamé le dije que llamaba del suplemento literario del Chicago Tribune.

J: ¿Cómo era el apartamento de Borges, en la calle Maipú?

Sam: Lo que mejor lo describe es que pasaba inadvertido. Me abrió la puerta la empleada, que se llamaba María, y entonces conocí a Beppo. Borges tenía un botón de la bragueta suelto, lo que le daba un aspecto poco prolijo.

J: Le preguntaste su opinión sobre Dios, presumo.

Sam: Claro. Borges dijo que sí, que Dios, pero que él no podía creer en un Dios personal. Qué quiere decir con un Dios personal, le pregunté. ¿Es lo mismo que un Dios antropomorfo? Y le molestó la pregunta, porque no le gustó la palabra antropomorfo.

J: A continuación le preguntaste por el Papa.

Sam: Sí, y dijo que no tenía opinión, porque no le interesaban los funcionarios.

J: Apuesto a que también le preguntaste por Pinochet.

Sam: Cuando le pregunté por Pinochet y las dictaduras militares, dijo: ‘Todos somos cómplices, todos somos víctimas’.

Y cuando tuve que dar vuelta la cassette para seguir grabando las palabras del viejo, por error apreté play en vez de record y, como tenía la grabadora a todo volumen, estalló una canción de Police, y el pobre Borges pegó un salto con el que casi llegó al techo. ¿Te imaginas que se hubiera muerto de un ataque al corazón por culpa mía y de la voz de Sting?

J: Me imagino. ¿Y cómo terminó todo?

Borges daba entrevistas tupido y parejo a cuanto pelafustán se lo pidiera porque le gustaba conversar. Hablaba bien, con frases bien articuladas, no había que editarle nada. Cuando se me acabaron las preguntas, no había durado ni una hora la entrevista, el viejo me preguntó por mi apellido y se largó a hablar sobre su origen. Quería conversar, pensar en voz alta, por fin lo empezaba a pasar bien después de tanta pregunta. Y yo, tontorrón, nervioso, desatinado, no supe escucharlo, sentí que lo había molestado mucho rato y que adiós y gracias, Borges, fue un honor y un privilegio haberlo conocido. Cuando él quiso hablar en vez de llenar un formulario periodístico, yo no me supe salir del libreto.

La entrevista fue publicada con el poco imaginativo título de Laberinto de espejos, en una revista que ya no existe.
______________________
La foto es de Miguel Ángel Larrea.

(Escrito por Josepepe)

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27 abril 2009
La sonrisa del pirata

Abdi Wali Muse dice tener quince años, la edad a la que se estrenan los futbolistas prodigio y las estrellas de Hollywood. A Abdi Wali Muse le ha correspondido debutar en el papel de pirata. De pirata somalí. Es un pirata bisoño, el único que capturó una operación comando de la marina norteamericana destinada a rescatar al capitán de un barco mercante secuestrado en el golfo de Adén, el primer pirata que Norteamérica atrapa en los últimos cien años.

La prensa local lo llama 'The Somali Teen Pirate', un nombre de película. Y el pirata pimpollo sonríe a las cámaras mientras es conducido al tribunal en Manhattan, como quien va a recibir un Oscar o se dispone a cortar la cinta de la llegada de la maratón de Nueva York.

Sus colegas piratas son hiperactivos y eficaces. Son poco más de un millar, según cuentan los satélites, y han conseguido poner al Cuerno de África en la pantalla global. Veinte mil embarcaciones transitan anualmente por el golfo de Adén, transportando, entre otras cosas, casi un tercio del petróleo mundial. Ciento treinta navíos fueron atacados en 2008.

La última presa de los piratas somalíes es un barco belga, el Pompei, que trabajaba en Dubai en la construcción de una isla artificial. ¡Una isla artificial! La crisis hundió el negocio de la isla y el capitán del Pompei debió enrumbar hacia África del Sur para trabajar en las obras de dragado del puerto de Durban. Como se trata de un barco de cubierta baja, fácil de abordar, para evitar las costas somalíes el capitán lo desvió hacia las Seychelles, paradisíacas islas, a mil kilómetros de Somalia. Allí lo interceptó una fragata pirata.

Simultáneamente a la captura del Pompei, un médico belga y un enfermero holandés que trabajaban en el sur de Somalia para Médicos sin fronteras han sido secuestrados por piratas de tierra adentro. La ONG ha salvado muchas vidas en el Cuerno de África. Tanta actividad la ha convertido en el principal empleador en ciertas regiones del país. La lógica de los piratas es ésta: si una organización extranjera paga a las autoridades locales para poder intervenir en el país, ¿por qué no debería pagarles también a ellos, que para eso son piratas y reparten mejor la ganancia? Hablando de pagos, Lloyd, principal asegurador de la marina mercante, aconseja a los armadores pagar y a otra cosa.

El comisario europeo Louis Michel, que por un casual es belga, acogió la pasada semana en Bruselas una Conferencia de donantes por Somalia, organizada por las Naciones Unidas. Una primicia en veinte años que dura la guerra en Somalia. Monto de la ayuda prometida: 165 millones de euros. Menos de lo que habrán recaudado los piratas durante el último año. Como sea, el nuevo presidente somalí, Sharif Ahmed, agradece la suma. La cuestión de fondo, sostiene, por su parte, el comisario Michel, es conseguir que el mar somalí cese de ser saqueado por los barcos pesqueros extranjeros y que las costas del país cesen de ser contaminados por los desechos tóxicos europeos. No todos los piratas son somalíes. Y viceversa.

En cuanto a nuestro pirata novato, si el fiscal demuestra que es mayor arriesga pasar el resto de sus días lejos de Somalia. Tal vez por eso sonríe.


(Escrito por Josepepe)

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25 marzo 2009
Viva la Pepa










¿Se puede reír de todo?


> Del tiempo que se aleja.


> Del rabo entre las piernas.


















¿Se puede reír de todo?


> Ese tipo es negro, homosexual, minusválido y belga.

> ¡Jajajá!

> ¡Belga!

> ¡Qué gracioso!

¿Se puede reír de todo?

> Chantal Biya, primera dama de Camerún: No.













¿Se puede reír de todo?

> Del impresario italiano, el discjockey malgache, el portero de discoteca israelí.

> Las dictaduras utilizan bombas lacrimógenas y gases hilarantes. Las democracias sólo los echan por la tele.

¿Se puede reír de todo?

> De nuestros sucesores. De aquellos que nos sobrevivirán. TM apostaba por los cefalópodos. Los pulpos viven en el fondo del mar, tienen la suerte de contar con ocho brazos coordinados por un cerebro. Bastarán cien millones de años para que salgan del agua.

¿Se puede reír de todo?


> La risa de las muchachas es una fuerza física, un trance. No importa saber de qué se ríen. De nada en particular y de todo en general. La risa de los viejos, en cambio, es un jadeo alambicado. MTP, sin ir más lejos, sólo se ríe cuando corresponde con su vieja amiga desde lugares distantes que se llaman Bukavú o Teresina (o Pelotas, o Bobo Diulasso). Lo que consiguen las palabras entonces es la ligera vibración de una recóndita membrana que aún no tiene nombre. Él la llama Pepa (a la membrana, y también a su amiga).

> Viva la Pepa.


> El chiste más viejo del mundo, según NP, es bíblico: ‘En un comienzo fue el verbo’. Luego vino un chiste precolombino, el Descubrimiento de América, y así hasta llegar al bombardeo de La Moneda, que sería un chiste metafísico.


¿Se puede reír de todo?


> Los mejores chistes son los no simultáneos. Esos son los imprescindibles, como diría BB.

> Me río con algunos pero confieso que desconfío de los chistes. Me pasa así desde el día en que un compañero y amigo, en contra de su reputación y para sorpresa de todos, se decidió a contar un chiste delante de la clase. Contó uno bastante malo, todo hay que decirlo. Mientras lo iba contando, el silencio se hacía más y más espeso. Cuando terminó, la clase estalló en unas risotadas tan estrepitosas como desproporcionadas. No tardó mi amigo en entender que no nos reíamos del chiste sino de él. Años más tarde se quitó la vida, por cierto que por otras razones. Con todo, cuando supe la triste noticia no pude dejar de acordarme del maldito chiste. Y no me hizo ninguna gracia.

¿Se puede reír de todo?


> A condición de que sea divertido.


¿Se puede reír de todo?

> ¿Puede repetirme la pregunta?

____________________________
TM: Théodore Monod
MTP: Mi Tío Pepe

NP: Nicanor Parra

BB: Bertold Brecht
La foto del Time es de Weegee

La caricatura es de Philippe Geluck

La foto de las primeras madamas es de NN

(Escrito por Josepepe)

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23 febrero 2009
El cuento del tío y otros cuentos

CS cuenta que DFW imaginaba que en el futuro los años serían auspiciados por las empresas: el año del coche, el año del sujetador, el año del preservativo. A ver cuál sería la marca que se atreviese a auspiciar este annus que ya es horribilis porque así se lo anuncia.

Los chinos aciertan asociando cada año con un animal. No llevan su razonamiento, sin embargo, hasta el rabo, y esto es que deberían, andando el año, adjetivar a la bestia. 2008 fue el año de la Rata, la que abandonó el barco, la que trajo la peste, la que se cebó con los pies de los viejos y los lactantes. De la Rata que pasó su rabo pelado por el cuello de la doncella. 2009 será el año del Buey castrado, del Buey redundante. Pero en 2010, oímos, todo esto se compone. 2010, el año del Tigre.

Chimerica

O Chinusa, o los Estados Uchinos. NF y MS explican la crisis por la relación simbiótica que se ha ido estableciendo entre las economías china y norteamericana en las últimas décadas. En conjunto, ambos países representan algo más de un décimo de la superficie del planeta, un cuarto de su población, un tercio del PIB mundial y la mitad del crecimiento económico. China produce, cobra barato por lo que vende y gran parte de lo que gana lo ahorra. Norteamérica hace el resto, es decir que consume y se endeuda. La crisis estaba cantada, pero la milonga que sonaba era otra.

El almanaque

Antes, el lector se iba a la cama con la sensación que le dejaba el mundo tras la lectura de la última edición del periódico, la vespertina. En cuanto despertaba, al día siguiente, se desayunaba con la primera edición del periódico, la que venía a corregir esa sensación o a hacerla más pronunciada. Hoy, el diario digital por la noche es igual o casi igual al diario digital de la mañana. Ni uno ni otro reservan sorpresas porque todo es una sorpresa permanente, lo que significa que las sorpresas ya casi no existen, entre otras cosas porque los sondeos ya las han previsto.


‘Sólo le pido a Dios poder leer mi diario favorito con un mes de anticipación’, escribía por esos entonces el joven Claroscuro en una carta al Director del periódico más viejo del Nuevo Mundo. Su anhelo está cumplido. El diario de hoy y el que se publicará dentro de un mes ya son el mismo diario. Porque el diario es un almanaque, un registro inmóvil de astros y de camellos que giran a la velocidad de la luz.


Salvo cuando chocan dos submarinos nucleares (frente a las costas de España). Entonces el viento cambia de dirección y la noticia aparece con un mes de retraso.

Los porcentajes

Sólo comprendemos un 4% del universo, me dice mi amigo, que es de ciencias. No te preocupes, replico, para entender el otro 96% leo el diario. Y para el resto, Nickjournalarcardiano.

La milonga

La diferencia entre la narración y la información está en que la primera se limita a exponer una secuencia de hechos, mientras que la segunda intenta, además, explicarlos, decía WB hace más de medio siglo. Pues bien, de entonces ahora, imitando al cine, a la publicidad, a la historieta, los diarios cuentan historias que vienen con la explicación incorporada. Como en la Caperucita roja, quiero decir. Que se entiende a la primera. El diario del futuro se llama ya ‘No comment’.

Y la moraleja (por fin)

Mi tío Pepe me contaba esta historia: En un reino lejano vivía un Rey al que le faltaba una oreja. El Rey escondía su defecto detrás de aparatosos peinados y tocados. Un día, mientras se melenaba en la intimidad de su tocador, su paje se percató del detalle. El Rey no tardó en amenazarlo: si lo cuentas, te corto las dos orejas. El paje guardó silencio como pudo, pero era de natural extravertido y el secreto le pesaba en el alma y en el buche. Así es como fue al campo, cavó un agujero, gritó dentro con todas sus fuerzas ‘El Rey es un desorejado’ y cubrió el hoyo con tierra. Pasaron los años, en el lugar creció un cañaveral y un grupo de niños que por ahí paseaba cortó unas cuantas cañas para hacer unas flautas. Justamente era ése un día de fiesta y el pueblo estaba reunido frente a Palacio. En cuanto asomó el Rey, los niños comenzaron a soplar alegremente las flautas. ‘El Rey es un desorejado, el Rey es un desorejado’, cantaban éstas.

La moraleja también se entiende a la primera: el engaño no puede ser eterno, la mentira tiene fecha de caducidad. Y, sin embargo, con igual ingenuidad se puede afirmar lo contrario: que no hay tu tía, que la milonga la bailamos todos. Pues eso, a bailar entonces, que hoy es lunes de Carnaval.

CS: Christian Salmon
DFW: David Foster Wallace
NF: Niall Ferguson
MJ: Moritz Schularick
NN: El fotógrafo

(Escrito por Josepepe)

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26 enero 2009
Sujeto, verga y complemento
¿Qué es el sexo, qué es el amor, qué es la vida? A estas tres preguntas fundamentales, La Chapelle sextine, de Hervé Le Tellier, fornece una total ausencia de respuestas. A cambio de esto presenta un modelo de circulación amatoria según el cual 26 personajes, 13 hombres y 13 mujeres, componen 78 parejas diferentes.

Precisión y alegría de las matemáticas.

El resultado está lleno de humor y, quién lo diría, de humanidad. A la imagen de los personajes que, mientras se acuestan (o se levantan), hablan de otra cosa, el libro entero habla de otra cosa mientras habla de sexo. ¿Y de qué habla, pues? De sus protagonistas. Y lo hace a través de breves secuencias y contadas líneas, ya que no es necesario saber mucho de una persona, de su aspecto, de su pasado, de su futuro, ni siquiera de su musculatura cardíaca y genital para interesarse por ella. Puesto que, como dijo Aristóteles « la verga y el corazón son dos órganos que se mueven solos ». Rodeados, eso sí, agregaría Le Tellier, de sujeto y complemento.

Para muestra, siete húmedos botones.


Rémi y Sofía. El tren deja la estación Plaisance (línea 13) haciendo mucho ruido, sin que la rubia Sofía haya logrado convencer a Rémi de la redomada tontería contenida en la noción freudiana de « envidia del pene » de la niña pequeña. Ante su mala fe, Sofía abandona la partida, le saca una lengua rosada y puntiaguda y, por sorpresa, introduce prestamente su dedo auricular en la boca de Rémi que, instintivamente, entreabre los labios.

Sofía prefiere no soltarle que, si bien es verdad que las mujeres no tienen pene, esto les evita andar preguntándose —como él— si lo tienen suficientemente grande.

Ben y Chloé. En la zona pija de Houston, Texas, en la cama matrimonial de la habitación de sus padres —de vacaciones en Nassau, estupendas vacaciones, regresamos el lunes— Ben siente como su pene se agranda entre los dedos de Chloé, que lo besa, primero tímida y luego cada vez más resueltamente. El televisor está encendido en CNN y difunde imágenes de un atentado que acaba de ocurrir en Nueva York. Chloé se anima a lamer el glande. Le parece que la piel, en ese sitio, tiene una suavidad seca de cojincillo de pata de gato. Pero no por eso Ben se echa a ronronear.

Chloé se dice que si fuese hombre sería homosexual. Y en seguida piensa que esta idea es bastante tonta.

Dennis y Elvire. El ascensor ART (dos personas, 180 kilos) transporta hasta el séptimo piso de un edificio parisino a Dennis y Elvire (« Sube con nuestro amigo, le dice a Elvira su marido, Chloé y yo cogeremos el siguiente »). En el primer piso, Dennis besa la nuca de Elvire y acaricia sus nalgas a través del vestido. En el tercero, su mano rodea sus caderas, alza la tela del vestido y desliza los dedos por las entretelas hasta el vientre. En el quinto, el dedo mayor se aventura más lejos por la carne húmeda. En el séptimo, el dedo se retrae (lamentándolo) tras una última caricia. La puerta va a abrirse, Dennis retira delicadamente su mano y ambos salen. El ascensor arranca nuevamente.

Nada hay más tranquilizador que el deseo húmedo y salado de una mujer, piensa Dennis, respirando el perfume de su mano.

Rémi y Chloé. En un local técnico cuyo ventanuco sucio muestra apenas la torre de un castillo de cuento de hadas, Mickey se quita la cabeza con las orejas redondas y se arrodilla frente a Blanca Nieves. La princesa alza su vestido y apoya una pierna sobre un banco. El rostro de Rémi entra en el pubis de Chloé, sus manos aprietan las nalgas suaves y sus labios se aventuran por entre los finos vellos a la búsqueda del pequeño botón rosa. En la Calle mayor, una banda toca una melodía de los Aristogatos.

El oficial uniformado, cruzado por una cicatriz, entra en el cuarto vacío donde ella lo espera, desnuda. El va hacia ella y la toma por el cuello. Esto es lo que Chloé tiene que imaginar para correrse finalmente.

Yolande y Johann. Un pedo escapado no se recupera nunca, dice el proverbio de un pueblo grande y sabio. El que se escapa de Yolande en el momento en que Johann hunde su verga profundamente en ella es, incontestablemente, sonoro. Pero la televisión aúlla eslóganes publicitarios y el camión recogedor de basura hace vibrar los vidrios, y todo ese barullo consigue que nadie note esa flatulencia. Por lo demás, francamente, no se trata de desconcentrarse en ese momento.

¿Qué hubiese escrito Teishi Hiro, se pregunta Johann in petto? /Un pedo jovial y divertido / Saluda mi llegada / Carcajada

Ben y Mina. En el amplio vestidor de un cuarto del primer piso, Ben, el pantalón del smoking en las rodillas y la espalda contra el muro, levanta a Mina, ¡tan liviana!, cuyo vestido de lamé rojo subido hasta la cintura deja ver sus caderas. Con sus brazos y sus muslos musculosos, ella rodea a Ben quien la coge suavemente, sosteniendo sus nalgas menudas con sus manos potentes. You took advantage of me, de Art Tatum, sube desde la planta baja y acompaña el ritmo de la lenta penetración. Dentro de poco, ellos se preguntarán nuevamente sus nombres.

Si conociese a Mark Twain, Mina podría decirse que ella y Eva tienen en común el hecho de acostarse con el primero que aparece.

Ben e Irma. Irma admite que la idea es algo loca. Al crepúsculo, se ha llevado a Ben hasta el techo de zinc de su inmueble, en Montmartre. Allí, tendidos sobre un manta, ambos contemplan las luces de la noche parisina. El viento levanta la falda de algodón de Irma, descubre sus rosadas nalgas desnudas, entre las cuales Ben desliza primero un dedo delicado, en seguida dos. Irma gime y se levanta para entregarse mejor a su amante. Ben presiente confusamente que no es el momento de confesar que siente vértigo.

Toda esta puesta en escena, piensa Irma, es un poco excesiva. Por lo demás, cuando una fantasía sexual es compartida, ¿sigue siendo fantasía?

Nota: La Chapelle sextine, Hervé Le Tellier, ilustraciones de Xavier Gorce, Estuaire, 2004. Traducción al español de Josepepe.

(Escrito por Josepepe)

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29 diciembre 2008
¿Somos o no somos?

Un palíndromo se lee de izquierda a derecha como de derecha a izquierda. Un ambidextro, como quien dice. ‘Reconocer’ y ‘Somos o no somos’ son palíndromos. (En itálicas, los palíndromos contenidos en este texto).

En un principio fue el palíndromo. Adán a Eva:

Madam, I'm Adam.

Traído al castellano:

Nada, yo soy Adán.

Diálogo que se debe a James Joyce y su traducción a Cabrera Infante.

Semanas más tarde Faustine de Morel paseaba por la entretela, cuando se cruzó con un menesteroso:

Yo de todo te doy, le dijo.

Salut, tu l’as, respondió éste, que hablaba en gabacho.

Los palíndromos se mueven de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como el mundo, la vida, el espíritu y el cuerpo, y pueden leerse alegremente de ida, penosamente de vuelta. Y al revés.

Como el mundo, decíamos, en donde grandes palindromistas han sido.

Los griegos jugaban a palindromar como en el NJ algunos juegan a hostiarse. Joyce, los surrealistas, Cortázar, Cabrera y el Oulipo (Calvino, Perec y compañía) trajeron los palíndromos y otros juegos de vuelta a nuestros días, en los que hay mucho palindromista en activo.

Mi tío Pepe, sin ir más lejos, se para sobre la cabeza y compone un palindromín:

Yo hago yoga hoy.

Que, por cierto, queda mejor así:

ʎoɥ ɐƃoʎ oƃɐɥ oʎ

Sin olvidar el contingente de palindromeros anónimos que desde la noche de los tiempos han urdido la reversible trama del habla y de la escrita. La ruta natural. Ni tampoco al pequeñín Monterroso, quien, gracias a un estado de profunda concentración obró este palindromete de retrete:

Acá caca.

Ni menos a Víctor Carbajo, palindromista, músico y dibujante, quien, tal vez por la proximidad territorial (es madrileño), parece componer sus palíndromos mientras lee este NJ.

A propósito de NJ, en un día como hoy, antepenúltimo del año, ¿cuántos y quiénes escribirán aquí? Un número capicúa, en el mejor de los casos, 22 ó 44. Digamos 33. Pues bien, cada cual, a falta de su retrato por Carabacho, al menos tendrá a cambio su palíndromo de Carbajo.


Reconózcanlo, reconózcanse.

1. Sabanita legada gelatinabas
2. Si era Tsé, no más amonestaréis
3. Atar a la rata
4. Metí yo hoy ítem
5. Oirán a cada canario…
6. Otro coito, tío corto
7. O da mi moro mimado
8. La Calaza caza la cal
9. Edipo seboso beso pide
10. Diva, de la sinagoga ni sale David
11. Efímera es la fama, falsearé mi fe
12. Atíname la alemanita
13. Etílica fama facilité
14. Si esa moto tomaseis…
15. Sábana meada emanabas
16. Oda emocionará paranoico meado
(Me temo que hay uno que acumula)
17. A mí sí da luz azuladísima
18. Árabe cateto teta cebará
19. A lobo ajeno, coneja o bola
20. Así te opresa ser poetisa
21. Romano coño soñó con amor
22. Oirá loco torpón no protocolario
23. Su rival fuma cosas o camufla virus
24. A tres ídolos solo diserta
25. Allí va ramera; hoy yo haré maravilla
26. Le di faisán así a Fidel
27. Nazi: ni vida divinizan
28. Sacar rusas urracas
29. Si era mamada, mamaréis
30. Lana se trae artesanal
31. Ora cipote meto pícaro
32. A tu pedorro morro de puta
33. ¿Asoma falos acaso la famosa?

De izquierda a derecha y de derecha a izquierda. ¿Somos o no somos?

(La ilustración es de Escher)

(Escrito por Josepepe)

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01 diciembre 2008
La despedida
Atrás me lo iba dejando
J V

I


ME CAGO en la mar de Oviedo, nadie me dijo que aquí llovía tanto, masculla mientras atraviesa la cortinilla pringosa y penetra en el aire turbio de la sala.

Estruja la boina con las manos y se sacude los zapatos. La boina está empapada, pero el forro se mantiene seco. Nietos de Antonio Elosegui, Tolosa, lee de memoria la etiqueta sobre el raso desteñido del forro. Se apresta a colgarla del perchero y se arrepiente. Después de todo, esta es una casa de putas, se dice, doblándola y metiéndola en el bolsillo del saco.

La mujer se acerca y hace ademán de ayudarle a quitarse la chaqueta. Tiene el pelo negro y abundante, los labios encarnados y las piernas gruesas.


—Ven, le invita con voz cantarina. Tómate esta chichita con naranjas para el frío. Te demoraste. Te tengo la cama calientita.

II


—Tendría que haberme ido a mi casa, dice. Mi mami está enferma, manda a decir que no puede seguir cuidándome la niña…

Desde hace tiempo él quiere preguntarle dónde queda su casa y cuántos años tiene la niña. Tampoco lo hace esta vez.

—Me quedé para esperarte, continúa. Fuera ladran los perros. Aquí ya no se puede ni dormir tranquila, se queja la mujer, acercando sus pies fríos a los pies del hombre.

—Nosotros vamos a dormir tranquilos, la tranquiliza él, mientras se estira para coger el paquete de Particulares. Coño, exclama, me quedé sin cerillas.

—Coño, coño... Por eso les dicen coños a ustedes, dice la mujer. Adonde van, andan con el coño en la boca.

—Con el coño en la boca, no está mal, se ríe el hombre. Anda, sé buenita, vete a buscarme cerillas… Fósforos, se corrige, vete a buscarme fósforos.

III

—No sé cuándo podré volver por aquí, dice el hombre de pronto, dando una pitada al cigarrillo y reteniendo el humo. Tengo que ir a Santiago, voy a demorar unos días. Luego tal vez tenga que viajar, aún no lo sé, ya veremos.

La mujer parece no comprender.

—¿Dónde te vas a ir?, le pregunta de golpe, mientras el hombre aplasta la colilla en la concha de loco que oficia de cenicero. Dime la verdad, prefiero que me digas la verdad, que no me mientas.

—No lo sé, ya te digo, balbuce. Depende…


La mujer esconde el rostro en el pecho del hombre. Cuando éste le busca la cara, descubre que ella está llorando.

—Yo no me llamo Jeannette. Me llamo Juana, dice la mujer, quitándose el cabello de la cara.
Como queriendo corresponder a la confidencia, él dice a su vez: Yo me llamo Antonio, como el abuelo de las boinas… pero eso tú ya lo sabes.


Juana se pone de pie. Espérame, ordena, y desaparece detrás de la puerta.

IV

Antonio consume la espera observando las manchas de humedad sobre los muros de la habitación. Una de ellas esboza las formas de un acoplamiento. Después de todo, esta es una casa de putas, piensa por segunda vez durante la noche.

Por fin se abre la puerta. Enfundada en un vestido de bailaora, Juana flamea como una bandera, con la mata de cabello negro recogida en un moño, los labios carmesíes y un lunar dibujado con descaro en la mejilla. Parece un clavelón.

Ella lo mira intensamente, muy seria. Él, por no saber qué hacer, aplaude.

—Yo sé que te vuelves a España. Llévame, a ver si te atreves.

Antonio atina a responder con una pregunta:

—¿Pero, de dónde sacas tú todas esas cosas?

—Aquí dicen que la pego de española, que hasta podría ir a bailar a la radio, responde, recogiendo el ruedo del vestido y sentándose en el borde de la cama.

—Yo quiero que me lleves, añade.

—Pero es que yo no me vuelvo a España, confiesa él finalmente. Allá adónde voy se llama Curazao.

Ella lo mira, intentando entender.

—Mi tío manda a llamarme. Las cosas le están yendo mejor. Si voy a trabajar con él, luego podríamos llevar a mi hermano pequeño, antes de que lo coja la mili. No es que no esté a gusto contigo, continúa. Es que estoy harto de dormir bajo el mostrador… Además, aquí llueve más que en mi pueblo.

Juana toma el paquete de Particulares, enciende uno y reprime un acceso de tos.

—También me ha escrito mi padre, agrega Antonio, después de un silencio. Tengo que llevarme conmigo a mi hermano, el otro, el que está en Santiago. El viejo se enteró de que vive con una mujer… mayor que él.

Ella lo mira como si él ya estuviera lejos.

—Una… ¿como yo?

—Bueno, es la dueña de una casa… como ésta.

Juana comienza a quitarse el traje de bailaora y lo deja caer a sus pies, como un desecho. Ahora es él quien la mira como si ella estuviese en el muelle de un puerto, rodeada de desconocidos.

—Vístete, le pide de pronto. Si nos damos prisa, aún podemos coger el Nocturno a Santiago. Nos vamos celebrar al Club Español. Tenemos que despedirnos como se debe.

V

Juntos atraviesan la cortinilla pringosa y asoman a la noche austral. Juana va vestida con su mejor ropa, con el pelo recogido en un moño y un lunar de gitana.

Antonio se cala la boina. Ha dejado de llover.

(Escrito por Josepepe)

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03 noviembre 2008
Escribo porque

Cuando los surrealistas, en 1919, metieron en un sobre la pregunta ‘¿Por qué escribe usted?’ y la enviaron a los escritores parisinos consagrados, lo hicieron como quien ceba a unas carpas golosas. La interrogación pudo no ser gran cosa, pero les permitió recoger 75 respuestas y publicar tres números de la revista Littérature, cuyo tiraje triplicaron.

Philippe Soupault atribuye la autoría de la pregunta a un parroquiano del bar donde el grupo surrealista paraba por esos años, al que llamaban ‘el hombre de negro’. ¿Por qué miraba éste con tanta insistencia a los miembros de la cofradía surrealista? Se lo preguntaron, y el hombre de negro no dudó en responder: ‘Los miro porque me gustaría saber por qué escriben’.


Entre las respuestas recogidas, las mejores son breves. ‘Escribo porque’, respondió Cendrars. ‘Por debilidad’, añadió Valéry. Y Paulhan: ‘Yo escribo poco. El reproche que me hacen me llega apenas’. Varias décadas más tarde, en 1986, dos periodistas de Libération, Daniel Rondeau y Jean-François Fogel, retomaron la pregunta y la enviaron a 400 escritores de todo el mundo. Las respuestas más agudas a esa encuesta también suelen ser breves o estar abreviadas.

António Lobo Antunes: ‘Escribo porque no sé bailar como Fred Astaire. Off the record: para la próxima encuesta les prometo una respuesta sicoanalítica-estructuralista… y larga’. La respuesta de Osvaldo Soriano no llega a tanto pero propone una clave: ‘Escribo para compartir la soledad’. La de Ricardo Piglia, otra: ‘Escribo porque la literatura es la forma privada de la utopía’.


Adolfo Bioy Casares: ‘Escribo porque probablemente me parezco a un barbero de Tom Jones que, cuando escuchaba una buena historia, necesitaba contarla en seguida’. El amigo Borges se va por las ramas pero, tratándose de él, vale la pena seguirlo: ‘Intento intervenir lo menos posible en lo que escribo. Y como no tengo opiniones definitivas en materia de ética o de política, trato de no dejar intervenir mis opiniones en lo que escribo’.


Numerosos son quienes dicen escribir para saber por qué escriben. O dicen hacerlo por mímesis, o por ritmo biológico. La trascendencia es otra razón citada, sea ésta existencial, como en el caso del peruano Julio Ramón Ribeyro: ‘Escribo para continuar existiendo una vez muerto, así sea bajo la forma de un libro, como una voz que alguien se da el trabajo de escuchar’. O trascendencia municipal, como el brasilero Fernando Gabeira: ‘Escribo para ser amado y ese deseo prosaico acabará con mi nombre en una calle o en una biblioteca pública en el pueblo donde nací’.


Salman Rushdie, víctima de una fatua promulgada en 1989 por el ayatolá Jomeini, que lo ha obligado a vivir aislado desde entonces, sentiría tal vez una cierta incomodidad si se releyese: ‘Escribo porque me gusta estar solo en una pieza’.


A lo que iba, fui a buscar el librito que resultó de la encuesta pensando en Kundera, acusado hoy por una delación en que habría incurrido hace sesenta años en Praga. Esta fue su respuesta: ‘Puede ser sólo una ridícula ilusión, pero uno está convencido de que escribe porque dice lo que nadie ha dicho. Escribir es así el placer de contradecir, la alegría de estar solo contra todos, el gozo de provocar a sus enemigos y de irritar a sus amigos. Y es una lástima pero, cuando el libro está listo, uno también quiere que guste. Es inevitable, es humano. Ahora bien, ¿cómo puede gustar aquél que desafía apasionadamente a todos? Esta es la enorme contradicción sobre la que descansa nuestra actividad. ¿Habrá una salida? Sí; de vez en cuando se tiene la suerte de ser mal comprendido’.


Junto a Kundera, que está en el grupo francés y no en el checo, encuentro la respuesta de Le Clézio, flamante Nobel. Es larga pero buena: ‘Lo diré todo. Tenía diez o doce años, vivía en esa casa de tipo napolitano sobre el puerto, completamente decrépita, con sábanas secando en todas las ventanas, gatos peleándose en las terrazas y, por cierto, escuadrillas de palomas. Entonces yo no sabía qué era un escritor, no tenía idea, ignoraba que una vez hubo uno, llamado Jean Lorrain, que vivió en esa misma casa. Me acuerdo de esa casa sobre todo cuando hacía bueno, en verano y al inicio de la primavera, porque leíamos con las ventanas abiertas y oíamos el ruido de los vencejos y los arrullos de las palomas. Había un ruido que me provocaba. No sé decir por qué pero, aún ahora cuando lo pienso, se me pone la carne de gallina y me pongo melancólico e impaciente. Ese ruido precede el momento en que sé que me sentaré en cualquier sitio, cogeré un cuaderno y un lápiz y comenzaré a escribir. Ese ruido eran las voces de los muchachos que voceaban sus nombres llamándose en el patio. Unos silbaban y otros asomaban la cabeza por la ventana y decían: ‘¿No vienes?’. Y los de arriba: ‘¿Dónde vais?’. Iban no sé adónde, a la playa, a la feria, o simplemente a la esquina a hablar, a esperar a las chicas que salían de la escuela, no importa adónde iban. Pero cuando yo escuchaba esos silbidos y los nombres que pronunciaban en el patio, imaginaba otra vida que la mía, imaginaba unas carreras en la infinidad de las calles, imaginaba unos baños en el agua fría del mar, el sol, el olor del cabello de las chicas, la música de los bailes, la noche, la aventura. Nunca escuché que pronunciaran mi nombre en ese patio, nunca nadie silbó por mí. Yo vivía en esa casa, en la misma casa que ellos, pero ellos eran otro mundo. Pues eso es, es por eso que escribo’.

¿Mi respuesta favorita? Tal vez la del belga Hugo Claus: ‘Escribo por curiosidad. Por orgullo’.


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La ilustración en la portada de Littérature es de Francis Picabia.

(Escrito por Josepepe)

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06 octubre 2008
Maravilla

Pepe, mi tío, me cuenta algo que le ocurrió en el tren. Según su costumbre, sube al tren por el vagón de segunda clase, contiguo al vagón de primera, porque piensa que ahí se va más cómodo, sobre todo si consigue mantener abierta la puerta que comunica con la primera clase. Busca un asiento en el sentido de la marcha del tren, del lado de la sombra. Justamente encuentra uno disponible. Se instala y tarda unos segundos en reparar que frente a él va sentada una muchacha morena. También según su costumbre, la saluda cortésmente. La morena responde al saludo con un esbozo de sonrisa.

La morena es una maravilla, una flor de los jardines del Kilimanjaro, según aprecia mi tío Pepe, tanto así que decide llamarla para sí ‘la Maravilla detenida’, una paradoja teniendo en cuenta que el tren se mueve. La Maravilla apoya el brillo natural de sus labios con un ligero pinte y cada una de sus prendas tiene un detalle que tira a brillar, como el broche en el pelo y las correas de los zapatos. Lo más particular de su indumentaria son las mangas de su camiseta, que dependen de la parte superior a través de unos agarres como de portaligas. Unas falsas mangas cortas que comunican con unas falsas mangas largas por un falso portaligas, me aclara mi tío al ver mi cara de incomprensión.

La Maravilla detenida reclina su cabeza contra la ventana y entrecierra los ojos en actitud pensativa. Maravillado como está, a Pepe se le viene un poema a la memoria, ‘Arrabal de las maravillas’, de Alejandro Romualdo: ‘Si Júpiter hubiese poseído cisnemente negro a la negra Leda, y la leche negra de la loba sombría hubiese negramente amamantado a los negros Rómulo y Remo, Alicia, la oscura muchacha del viejo barrio de las Maravillas, sería una diosa alabada perfecta, sus nalgas: universales. Pero ni Ochún, ni Tlaloc, ni Viracocha alcanzaron el Olimpo, su áurea cresta. Alicia como ellos también fue preterida. Rodó, como la quinta rueda del carro de Zeus, hacia el olvido, al margen de la mitología, en el arrabal de las Maravillas. Oscura diosa increíble, sin poder y sin gloria’.

La Maravilla, como si nada.

De pronto comienza a sonar la Sonora Matancera, la Sonora Cubanacán y la Sonora Palacios, todas a una. Pepe se sobresalta. Por su parte, lejos de sobresaltarse, la Maravilla hace un ligero gesto de la mano, atrapa el teléfono celular y pulsa delicadamente un botón que acalla esa bullanga.

‘Aló’, dice. Sigue un largo silencio. ‘Pero sí tú lo sabías’, añade, ‘además, por qué no me has llamado’. Habla manifiestamente con su novio. Intercambian reproches. La Maravilla acompaña las frases con un mohín que indica que está contenta de hacerlos (los reprochitos) y descontenta de oírlos. Finalmente cuelga, pero mantiene el celular pegado al oído durante un par de estaciones.

Cuando por fin guarda el móvil y retoma su postura detenida, mi tío cree descubrir un nuevo esbozo de sonrisa en sus comisuras. Las estaciones desfilan por la ventanilla. Pepe comienza a temer el momento en que la Maravilla detenida se ponga en movimiento y desaparezca. En su cabeza comienzan a rondarle unas palabras para ofrecérselas. No para despedirla, no para decirle que le tenga paciencia al novio o que no le tenga ninguna, no, unas palabras más bien para decirle algo sincero. El vagón se ha ido vaciando, buena cosa, nadie más escuchará esas palabras que están destinadas exclusivamente a la Maravilla.

En el mismo momento en que está formulando la primera palabrita, de alguna parte de la Maravilla, de su móvil, de su iPod, de sus brillitos, de su falso portaligas o portamangas, una voz echa a cantar: ‘Yo no quiero hombre casado, i-ô, i-ô, porque huele a matadura, i-ô, i-ô, yo lo quiero solterito, que huele a piña madura’.

Pepe se sobresalta nuevamente. Esta Maravilla es puro realismo mágico, se dice, esta Maravilla es de macumba, candomble y vudú reunidos, exclama para callado. La Maravilla detenida se pone en movimiento, camina hacia la puerta y desciende del tren en una estación desierta, donde no hace ni frío ni calor.

Mi tío Pepe la mira alejarse y piensa que no todo está perdido, que podría enviarle un mensaje a través de la sección ‘Kiss & Ride’ del diario gratuito que se lee en esos trenes: ‘A ti, Maravilla detenida, que hablaste por teléfono con tu novio y cantaste una canción para menoscabo de mi persona…’.

En lugar de eso, decide entonar, al recuerdo de la Maravilla, un verso del ‘Hombre viejo’, de Veloso: ‘La tarde cae, el arte arde en el abismo de las esquinas. La brisa leve trae el olor fugaz del sexo de las meninas’.

(Escrito por Josepepe)

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10 septiembre 2008
Tu pantalón mañana

Pantalón —Pantalone— era un comerciante rácano, rezongón, libidinoso. Perfecto comediante —personaje de la commedia dell'arte, como su valet Arlequín, como Bufón—, Pantalón entró en nuestras vidas por los pies, habiendo dado su nombre a la prenda que abriga piernas y cubre rabos, y a las farsas burlescas y algo salaces que protagonizaba, las famosas pantalonadas. Cuando le pregunto a pito de qué me explica todo esto, mi tío Pepe me enseña el modelo de pantalón que gasta un grupo de rapaces que van pasando. Todos ellos llevan los pantalones por debajo del culo. Y el tiro, la unión de las perneras, a la altura de las rodillas. Como es de esperar, los mozos se desplazan con cierta dificultad. No sé qué ocurriría si tuviesen que echar a correr.

Le comento que este afán ahora unánime de los adolescentes por enseñar el cóccix ya le costó el puesto a un funcionario que inició en Chile una campaña publicitaria llamada ‘La raya’. No recuerdo si su propósito era prevenir contra el sida o contrarrestar el consumo de drogas. O ambos. Mi tío me dice que antes se podía adivinar la nacionalidad de las personas en cualquier aeropuerto del mundo según el modelo de sus pantalones. Cree recordar haber leído algo semejante en una novela de Javier Marías. Los pantalones le sientan bien a Marías como digresión novelesca, casi todo le sienta bien a Marías por lo demás, podría permitirse incluso llevarlos a los títulos de sus magníficas novelas: ‘Pantalón tan blanco’. ‘Tu pantalón mañana’. ‘Negro pantalón del tiempo’. ‘Mañana en la batalla piensa en mi pantalón’. Pero ahora, con esto de la mundialización, continúa mi tío, los pantalones tiroleses son cortados en Turquía y cosidos en China, y ya no resulta nada fácil adivinar, hay que observar otros detalles.

Nótese que mi tío Pepe sólo observa detalles. Observar es más prudente que mirar, más imparcial. Los europeos no miran el culo de las personas. Por no mirar, tampoco miran a las personas. Tiene razón mi tío Pepón, la relación pantalón-nacionalidad puede llevarnos lejos en el tiempo y en el espacio. En Arabia, me alerta mi tío, puedes llevar faldón pero nunca pantalones cortos. No se enseñan allí las rodillas impunemente.


Pasa otro grupo de personas. Las mujeres van vestidas justamente a la usanza árabe, veladas y cubiertas, pero sus hijos visten a la manera californiana, con pantalones abultados y cortados a media pantorrilla. Se llaman éstos boggy trousers, informa mi tío Pepe, un experto, lo que viene significando pantalones pantanosos, cenagosos, palustres. Pantalones para ir a pescar cangrejos, vamos. Es verdad que con tanto pringue que hay por las calles, es mejor llevarlos recogidos para que no se arruinen. No hay otra prenda que sufra tanto con los vaivenes de la moda, concluye. Hoy deben ser anchos y cortos, mañana angostos y largos. Y todavía quiere hablarme de los pantalones bombachos, de los pantalones de jinete y de los pantalones de señora, pero le digo que ya está bien, que cambiemos de tema. Insiste con que hubo un tiempo, su tiempo, en que los pantalones eran símbolo de virilidad. Ahora se ha celebrado en el pueblo una boda entre una lesbiana y un lesbiano. Cero problemas en cuanto a la composición de la pareja, me advierte. ¡Pero había que ver el modelo de los pantalones!

(Escrito por Josepepe)

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25 agosto 2008
Otra melancolía árabe
Todas las drogas no son iguales pero algunas son más desiguales que otras. La peor es la heroína. La cocaína y los barbitúricos le pisan los talones. El alcohol está quinto y el tabaco noveno, y ambos serían peores que el ácido lisérgico, el hachís y el cata. La apreciación, basada en tres criterios: los daños físicos, la dependencia y las repercusiones sociales, la hacen treinta miembros del Colegio de siquiatras del Reino Unido, en un estudio a cargo de la Universidad de Bristol, cuyos resultados publica The Lancet. Gente sobria toda ella.

El estudio muestra que la peligrosidad de las drogas no se correlaciona con su aceptación social y legal, puesto que tres drogas legales, los barbitúricos, el alcohol y el tabaco, se encuentran entre las diez drogas calificadas como más peligrosas. Esto podría llevar a las autoridades a variar su punto de vista sobre estas substancias y prohibirlas o permitirlas a todas por parejo. ‘Hay personas que consumen drogas ilegales de manera controlada, mientras que otras tienen muchos problemas por su consumo de sustancias legales, como el alcohol o el tabaco’, afirman sus autores. Pero las autoridades británicas se han apresurado en señalar que no tienen ningún apuro por cambiar la clasificación legal de las drogas.

Estoy lejos de haber experimentado todas las drogas de la lista, Alá no lo consienta. Confieso, sí, haber masticado hojas de cata, en el lejano Yemen, y me animo por lo tanto a intervenir en este asunto, teniendo en cuenta, además, que la llegada del cata a Europa ya es una realidad por la vía de los emigrantes originarios de los países que bordean el Mar Rojo, el sobaco de África como lo llamó JollyRoger en este Nickjournal, presentes sobre todo en Londres. Y ya se sabe que en materia de penetración la vía londinense es imparable, como ha quedado demostrado por el régimen parlamentario, el fútbol y los museos de cera.

En el Yemen, después del trabajo matinal y de la comida del mediodía los hombres se sientan a catar, es decir a masticar a dos carrillos las hojas tiernas de un arbolillo con aspecto de pitisporo, llamado catha edulis (edulis significa comestible), hojas que han comprado por la mañana en los mercados. El jugo de estas hojas los predispone a adentrarse en múltiples y alegres conversaciones (la palabra ‘droga’ deriva del árabe hatruka, literalmente ‘charlatanería’), mientras beben té dulcísimo y escuchan el también dulce tañido del laúd.


Al caer la tarde, los catadores van volviéndose silenciosos y melancólicos. Aparte de las numerosas razones biológicas y existenciales que asocian a la melancolía con la llegada de la noche, hay otra razonceta que va en la misma dirección, y que, en un arrebato de sinceridad, confiesan los catadores yemeníes: el cata disminuye el apetito sexual. No mucho, justo lo suficiente como para sentirse decaído al ver morir el día e imaginar que en el lecho alguien te espera o no te espera.

No sé si los evaluadores británicos habrán tenido en cuenta esta última variable a la hora de juzgar a la hoja yemení, ni cuántos puntos más o menos habría que darle o quitarle, ni tampoco qué incidencia tendrá este detalle en el va y viene entre la explosión y la implosión demográfica. Lo cierto es que contando con que en el 2030 los terrícolas seremos ocho mil millones (espero no faltar a la cita), un tal Lorenzo Carnot, que circula por la Red con una tarjeta de presentación donde se lee ‘artista social chileno’, se ha hecho un nombre como promotor de una campaña contra el consumo de drogas en base a este único mensaje: ‘Deje la droga. Somos muchos y queda poca’.

(Escrito por Josepepe)

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