El resultado está lleno de humor y, quién lo diría, de humanidad. A la imagen de los personajes que, mientras se acuestan (o se levantan), hablan de otra cosa, el libro entero habla de otra cosa mientras habla de sexo. ¿Y de qué habla, pues? De sus protagonistas. Y lo hace a través de breves secuencias y contadas líneas, ya que no es necesario saber mucho de una persona, de su aspecto, de su pasado, de su futuro, ni siquiera de su musculatura cardíaca y genital para interesarse por ella. Puesto que, como dijo Aristóteles « la verga y el corazón son dos órganos que se mueven solos ». Rodeados, eso sí, agregaría Le Tellier, de sujeto y complemento.
Para muestra, siete húmedos botones.
Sofía prefiere no soltarle que, si bien es verdad que las mujeres no tienen pene, esto les evita andar preguntándose —como él— si lo tienen suficientemente grande.
Ben y Chloé. En la zona pija de Houston, Texas, en la cama matrimonial de la habitación de sus padres —de vacaciones en Nassau, estupendas vacaciones, regresamos el lunes— Ben siente como su pene se agranda entre los dedos de Chloé, que lo besa, primero tímida y luego cada vez más resueltamente. El televisor está encendido en CNN y difunde imágenes de un atentado que acaba de ocurrir en Nueva York. Chloé se anima a lamer el glande. Le parece que la piel, en ese sitio, tiene una suavidad seca de cojincillo de pata de gato. Pero no por eso Ben se echa a ronronear.
Chloé se dice que si fuese hombre sería homosexual. Y en seguida piensa que esta idea es bastante tonta.
Dennis y Elvire. El ascensor ART (dos personas, 180 kilos) transporta hasta el séptimo piso de un edificio parisino a Dennis y Elvire (« Sube con nuestro amigo, le dice a Elvira su marido, Chloé y yo cogeremos el siguiente »). En el primer piso, Dennis besa la nuca de Elvire y acaricia sus nalgas a través del vestido. En el tercero, su mano rodea sus caderas, alza la tela del vestido y desliza los dedos por las entretelas hasta el vientre. En el quinto, el dedo mayor se aventura más lejos por la carne húmeda. En el séptimo, el dedo se retrae (lamentándolo) tras una última caricia. La puerta va a abrirse, Dennis retira delicadamente su mano y ambos salen. El ascensor arranca nuevamente.
Nada hay más tranquilizador que el deseo húmedo y salado de una mujer, piensa Dennis, respirando el perfume de su mano.
Rémi y Chloé. En un local técnico cuyo ventanuco sucio muestra apenas la torre de un castillo de cuento de hadas, Mickey se quita la cabeza con las orejas redondas y se arrodilla frente a Blanca Nieves. La princesa alza su vestido y apoya una pierna sobre un banco. El rostro de Rémi entra en el pubis de Chloé, sus manos aprietan las nalgas suaves y sus labios se aventuran por entre los finos vellos a la búsqueda del pequeño botón rosa. En la Calle mayor, una banda toca una melodía de los Aristogatos.
El oficial uniformado, cruzado por una cicatriz, entra en el cuarto vacío donde ella lo espera, desnuda. El va hacia ella y la toma por el cuello. Esto es lo que Chloé tiene que imaginar para correrse finalmente.
Yolande y Johann. Un pedo escapado no se recupera nunca, dice el proverbio de un pueblo grande y sabio. El que se escapa de Yolande en el momento en que Johann hunde su verga profundamente en ella es, incontestablemente, sonoro. Pero la televisión aúlla eslóganes publicitarios y el camión recogedor de basura hace vibrar los vidrios, y todo ese barullo consigue que nadie note esa flatulencia. Por lo demás, francamente, no se trata de desconcentrarse en ese momento.
¿Qué hubiese escrito Teishi Hiro, se pregunta Johann in petto? /Un pedo jovial y divertido / Saluda mi llegada / Carcajada
Ben y Mina. En el amplio vestidor de un cuarto del primer piso, Ben, el pantalón del smoking en las rodillas y la espalda contra el muro, levanta a Mina, ¡tan liviana!, cuyo vestido de lamé rojo subido hasta la cintura deja ver sus caderas. Con sus brazos y sus muslos musculosos, ella rodea a Ben quien la coge suavemente, sosteniendo sus nalgas menudas con sus manos potentes. You took advantage of me, de Art Tatum, sube desde la planta baja y acompaña el ritmo de la lenta penetración. Dentro de poco, ellos se preguntarán nuevamente sus nombres.
Si conociese a Mark Twain, Mina podría decirse que ella y Eva tienen en común el hecho de acostarse con el primero que aparece.
Ben e Irma. Irma admite que la idea es algo loca. Al crepúsculo, se ha llevado a Ben hasta el techo de zinc de su inmueble, en Montmartre. Allí, tendidos sobre un manta, ambos contemplan las luces de la noche parisina. El viento levanta la falda de algodón de Irma, descubre sus rosadas nalgas desnudas, entre las cuales Ben desliza primero un dedo delicado, en seguida dos. Irma gime y se levanta para entregarse mejor a su amante. Ben presiente confusamente que no es el momento de confesar que siente vértigo.
Toda esta puesta en escena, piensa Irma, es un poco excesiva. Por lo demás, cuando una fantasía sexual es compartida, ¿sigue siendo fantasía?
Nota: La Chapelle sextine, Hervé Le Tellier, ilustraciones de Xavier Gorce, Estuaire, 2004. Traducción al español de Josepepe.
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