Para aliviar cierto catetismo seco, traigo brumas tonificantes de Viena.
DIFICULTADES DE UN MORALISTA PARA ESCRIBIR UNA CARTA
"De entrada, hizo el descubrimiento de que, hasta entonces, siempre que había adoptado una conducta «moral», la situación espiritual en que se había encontrado había sido peor que en acciones o ideas susceptibles de ser calificadas de «inmorales». Se trata de un fenómeno general: porque todo el mundo, ante acontecimientos que le ponen a uno en contradicción con su ambiente, despliega todas sus fuerzas; en cambio, cuando sólo cumple con su deber, el comportamiento es, comprensiblemente, el mismo que cuando se pagan los impuestos; de lo cual resulta que todo lo malo se realiza con más o menos fantasía o apasionamiento, mientras que lo bueno se caracteriza por una pobreza de emotividad y una sensación de inferioridad inconfundibles. Ulrich recordaba que su hermana había expresado muy ingenuamente esta situación crítica preguntando si ya no era bueno ser bueno. Había afirmado que la bondad debía de ser algo difícil y que daba vértigo, y se había extrañado de que, con todo, las personas morales fuesen casi siempre tan aburridas.
Sonrió con satisfacción y estas ideas le llevaron inmediatamente a pensar que Agathe y él, en relación con Hagauer, se hallaban en un tipo especial de oposición, que podía definirse como la de unas personas que son malas de una forma buena, respecto a un hombre que es bueno de una forma mala. Y si hacemos abstracción del gran término medio de la vida, ocupado justamente por personas en cuyo pensamiento no aparecen los términos generales de bondad y maldad desde que se han soltado de las faldas de su madre, vemos que las zonas marginales, en las que aún quedan esfuerzos voluntariamente morales, se abandonan hoy a estas personas buenas-malas o malas-buenas; las primeras no han percibido jamás el aleteo ni el canto del bien, y por ello exigen de sus iguales que se apasionen con ellos por una naturaleza de la moral en la que unos pájaros rellenos de paja se posen en árboles muertos; en cambia, las segundas, los seres mortales que son buenos-malos (Error de traducción malos-buenos), azuzados por sus rivales revelan - al menos en sus pensamientos – una inclinación consecuente al mal, como si estuvieran convencidos de que en algunas acciones malas que no están gastadas como las buenas, se agita todavía un poco de vitalidad moral. De esta suerte - sin que Ulrich, naturalmente, fuese del todo consciente de tal previsión -el mundo había tenido entonces la posibilidad de elegir entre sucumbir por causa de su moral paralizada o de sus vitales inmoralistas, y es probable que, hasta hoy mismo, el mundo no sepa por qué ha acabado por decidirse con un éxito tan resonante: puede que los más, la gente que nunca tiene tiempo de ocuparse de la moral en general, fuesen los que se decidiesen a ocuparse de ella en particular, habiendo perdido toda confianza en la situación ambiente, y luego, en lo sucesivo, en otras muchas cosas; porque los hombres malos-malos, a los que tan fácilmente se puede hacer responsables de todo, eran ya tan escasos entonces como ahora; y los buenos-buenos representaban un ideal tan remoto como una lejana nebulosa. Pero precisamente en ellos estaba pensando Ulrich, en tanto que le era indiferente todo aquello en lo que parecía pensar.
Y dio a sus pensamientos una forma aún más general y despersonalizada, al sustituir bien y mal por la relación existente entre las órdenes «¡hazlo!» y «¡no lo hagas! ». Puesto que, mientras exista una moral que se encuentre en auge- y esto es válido tanto para el espíritu del amor al prójimo como para el de una horda de hunos-, la expresión «¡no lo hagas!» es sólo el reverso y la consecuencia natural del «¡hazlo!»; el hacer y el dejar de hacer son los que mantienen la situación candente, y los posibles errores que contengan carecen de importancia, porque son errores de héroes y de mártires. En estas condiciones, el bien y el mal se identifican con la felicidad y la desgracia de todo ser humano. Sin embargo, tan pronto como lo cuestionable ha alcanzado el predominio, se ha propagado y no encuentra ya dificultades especiales para su cumplimiento, la relación entre exigencia positiva y prohibición atraviesa necesariamente, una situación decisiva, en la que el deber no resurge, nuevo y vivo, cada día, sino que, diluido y escindido en «si» y en «pero», debe tenerse dispuesto para múltiples usos. Así se inicia un proceso en cuyo transcurso el vicio y la virtud, al tener su origen en las mismas reglas, leyes, excepciones y limitaciones, cada vez se van identificando más, hasta que por fin surge la contradicción interna, admirable pero insoportable en el fondo, de la que Ulrich había partido, y según la cual la diferencia entre el bien y el mal pierde toda su importancia ante la complacencia en un proceder puro, profundo y original, que puede emerger como una luz centelleante, tanto de acciones lícitas como de acciones ilícitas. En efecto, todo el que se preocupa por ello sin prejuicios, reconocerá probablemente que la parte de la moral que prohíbe está más cargada de dicha tensión que la parte positiva: parece relativamente natural que determinadas acciones calificadas de «malas», no pueden ser cometidas o; en el caso de que alguien las cometa, no debieran, al menos, ser cometidas -como, por ejemplo, la apropiación de los bienes del prójimo o el desenfreno en el placer-, en cambio las tradiciones positivas de la moral que les corresponden-en este caso concreto, la entrega absoluta de uno mismo o el gusto de renunciar a todo lo terreno- casi se han perdido totalmente cuando todavía se ejercen, son asunto locos visionarios o de beatos de piel descolorida. Y en semejante situación, en que la virtud se halla achacosa y el comportamiento moral consiste principalmente en poner limitaciones a lo inmoral, puede suceder que la inmoralidad parezca no sólo más original y vigorosa que la moral, sino incluso más moral, si se nos permite usar esta palabra, no en el sentido del derecho y de la ley, sino como medida de toda pasión que aún pueda ser provocada por cuestiones de conciencia. ¿Puede existir, no obstante, algo más contradictorio que favorecer íntimamente lo malo, porque, con lo que nos resta de alma, estamos buscando lo bueno?"
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