Fotomontaje de John Heartfield, 1932.
Entre las muchas reflexiones que hace Sándor Márai, el escritor burgués por excelencia, sobre el periodismo hay una que destaca tanto por la relevancia del momento profesional en el que la escribe como por el sedimento de artículos acumulados hasta entonces. Es la segunda temporada que vive en París, la primera pasada como tragedia, recién y pasmadamente casado, sin dinero, procedente de su querida Alemania, su familiar Centroeuropa, con una trayectoria de periodista apreciado en el prestigioso Frankfurter Zeitung, pero sin trabajo regular en ese momento. Esta segunda época en París la vive como comedia, con una creciente estabilidad conyugal y profesional y, sobre todo, asentando un espíritu que le permitirá exhibir esta lucidez:
"El periodismo puede ser un oficio muy triste que sólo sirve para ganarse la vida o puede ser una «vocación», pero en la mayoría de los casos se resume en un determinado estado anímico. Yo me mantenía siempre al acecho, como si mi misión personal hubiera sido llenar las páginas de París y de Europa entera con artículos interesantes sobre las últimas noticias. Almorzaba a toda prisa, y en cuanto me limpiaba la boca con la servilleta estaba dispuesto a acudir al Parlamento, donde Cailloux pronunciaría un discurso, como si yo tuviese algo que ver con aquello... ¿Y acaso no tenía que ver yo, el contemporáneo, el alma errante, con todo lo que ocurría en la tierra, con todo lo maravilloso y banal que pudiera ser relatado? Yo no entendía muy bien lo que decía el discurso de Cailloux, pero me entusiasmaba estar allí, sentado en el gallinero del Parlamento (…)"
“(...) Fui a Lille en tren porque había allí un faquir que llevaba tres días sin comer ni beber."
(Confesiones de un burgués)
Acude al hecho y lo transforma en suceso con la urgencia y pasión del amante. Y con la conciencia de fugacidad y enajenación propia del amor. Ahí aparece el alma errante del periodismo que cuaja en un estado de ánimo como billete de un viaje sin retorno. Ese espíritu nómada le enseña un sentido del tiempo que es el ritmo y la voz de los hechos, descubriendo así el mejor antídoto contra la tiranía de la actualidad. Con su visita al suceso del faquir confirma su visión del periodismo: la oferta del periodista -formada por una combinación de instinto, estado de ánimo y conciencia de protagonista, no de vedette- crea la demanda de la noticia al transformar el hecho en crónica, en relato. Una alquimia siempre guiada por el oficio y la honestidad intelectual para que el periodismo no emigre al territorio de la magia o se refugie en el espectáculo de la sensación.
Y, también, para evitar caer en los engañosos brazos de la inercia. A eso se refiere Márai al concluir: "No puede uno ‘acostumbrarse’ al periodismo. Un periodista no puede vivir con comodidad, nunca puede tener descanso: un artículo malogrado o poco inteligente o una columna innecesaria pueden arruinar lo conseguido hasta ese momento. En esta profesión no se puede aflojar el ritmo y tampoco basta con que el periodista escriba sólo lo que le dicta su conciencia, ya que existen muchas verdades y cada una tiene su propia forma."
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