Tal vez me haga socio de los Amigos del Museo del Prado para no tener que hacer cola en las exposiciones temporales. No me gusta hacerme socio de nada y además que en las colas uno conoce gente y barrunta vidas, aunque al final resulta incómodo y no me quedará más remedio que seguir el camino de otros amigos.
Dejé para el último día la exposición de Rembrandt, o mejor dicho, me confundí de fecha pues creí haber entendido que -dado el esfuerzo en reunir los cuadros- estaría expuesta al público hasta marzo.
Decidí una estrategia que otras veces me ha dado resultado pero que esta vez, con todo el mundo de vacaciones navideñas, resultó inútil: dedicar la hora de la comida a ver los cuadros. Hube de guardar cola durante hora y diez minutos. Pegué la hebra con dos señoras -probablemente pareja- que venían de Santander. Me ilustraron mucho sobre una organización que existe en aquella ciudad, dedicada a hacer viajes culturales.
La exposición se titulaba "Rembrandt narrador de historias" o algo similar. Con ello se hace una doble referencia: al hecho de que , durante el Barroco -y antes- los considerados grandes pintores eran aquellos capaces de poner en pie en sus cuadros verdaderas historias reconocibles para sus contemporáneos (el último grado de la Pintura, o sea, el Inventor) y a las historias mismas que Rembrandt fue capaz de pintar.
Por estas manías o modas que les dan a los historiadores del Arte de tiempo en tiempo ahora toca acompañar la exposición de pinturas de tal o cual maestro con otras de contemporáneos, predecesores o continuadores, que servirían -según ellos- para que el visitante situara mejor las cosas. Me parece un error pues no sólo interrumpe la lectura visual (la inmersión sensible en el mundo del artista de que se trate) sino que, a veces, le hace un flaco favor. Las obras de Arte de la tradición nacieron para ser contempladas como objetos aislados, mundos cerrados en sí mismos, con un principio y un final que, no obstante, sugiere la continuación externa al cuadro del mundo visual, de modo que -siendo un objeto cerrado- la abismación sensible en la obra permite *ver* al mundo desarrollarse fuera del cuadro.
Vale que el museo, heredero de la antigua galería, en la que se amontonaban cuadros, esculturas, rarezas y curiosidades -a menudo de suelo a techo y sin orden preciso- coloque los cuadros con un criterio historiográfico -algunas veces- y otras puramente estético, unos junto a otros, obligándonos a pasar -violentamente- de un mundo a otro. De algún modo han de exhibirse, en las mejores condiciones posibles para la buena contemplación, aunque la forma de mostrar los cuadros también ha ido sufriendo transformaciones con las modas y la presencia en las direcciones de los museos de artistas o historiadores.
Ahora es el tiempo de los historiadores. Los artistas están dedicados a sus happenings y otros eventos y malamente podría confiárseles -como en el pasado- la custodia de los museos cuando tantas veces amenazaron con pintarle bigotes a la Gioconda o, aún peor, pegarles fuego a los propios museos.
Así que entre los cuadros de Rembrandt de esta exposición aparecen algunos cuadros -muy buenos- de Ribera, Rubens, Veronés o Velázquez.
Tal vez el historiador a cargo de la exposición quería demostrarnos algunas cosas que él tiene en la cabeza y que uno ha tratado de adivinar.
Vaya por delante la conclusión para que -quien no esté de acuerdo- se ahorre el trabajo de seguir adelante: Rembrandt no excele en la representación de historias, a pesar de cuadros tan emblemáticos como la Ronda o la Lección de Anatomía. Algo similar ocurre con Velázquez, también a pesar de haber puesto en pie Las Hilanderas, Las Lanzas o La Fragua.
Rembrandt, como su maestro Elsheimer, será capaz de levantar un edificio tonal de escala corta -voluntariamente corta- pero de éxito asegurado: bastaba con ver en la exposición las caras de asombro de los espectadores ante el milagro de la luz rembrandtiana, luz de una sola dirección, materia y espíritu, símbolo de Dios en la lucha eterna contra la sombra. La luz siempre está ahí para iluminar al hombre y sus obras.
Para ello, Rembrandt -imitando en esto a Elsheimer, como llevo dicho, y a Caravaggio- acorta su paleta y reduce su escala tonal. Es la artimaña técnica necesaria para que se produzca el milagro.
Como muchos otros pintores, centra nuestro interés en aquello que sabe hacer muy bien y disimula sus carencias. En el caso de Rembrandt, durante su etapa de éxito, su gran virtud es la excelencia en la representación de las texturas: pinta los brocados y tejidos suntuosos como nadie. Emplea una peculiar técnica de colores resinosos al óleo (el llamado impasto) para modelar casi escultóricamente los detalles y hacer que la luz real, la externa al cuadro, también *pinte*.
Por contra, sus habituales problemas con el dibujo anatómico quedan muchas veces amortiguados por la penumbra y el bajo valor tonal en que los sitúa.
En algunas de sus *historias* hay serios problemas en forma de escorzos mal resueltos o manos imposibles anatómicamente hablando.
Si damos por bueno el hecho de que el gran pintor de historias del Barroco es Rubens -y basta dedicarle un tiempo a su ciclo sobre María de Médicis en el Louvre para constatarlo- encontramos en Rembrandt a un discreto narrador, un pintor que sobresale en la representación de mundos íntimos antes que en el gran despliegue.
Aunque en la exposición que comento hay cuadros garrafales (pero Rembrandt es así, capaz de todo) también hay obras de extraordinario valor estético, de una humanidad, de una comprensión de la naturaleza humana absolutamente emocionante.
No me interesan tanto los cuadros por los que se hizo famoso y rico como los que hizo en el fracaso. De ningún modo cambiaría yo la Betsabé por la Artemisa, ambos pintados a partir de dos mujeres diferentes y dos momentos vitales contrapuestos. Fracasar, contra lo que algunos creen, enseña más que el éxito.
¿De qué sirve, a un hombre que tiene dificultad para construir cuadros demasiado complejos formalmente -y cuando lo hace suele caer en la grandilocuencia- ponerle al lado a uno de los maestros en la representación de historias pintadas como Veronés? No soy capaz de alcanzar el sentido -aparte de la satisfacción del historiador- siendo que no añade nada sino que resta pues Veronés, consumado maestro del dibujo y el escorzo bien resuelto, además de utilizar una paleta de extensa gama tonal, resulta provocador al lado del Festín.
Otro tanto podría decirse de Ribera ¿A qué viene poner una cabeza de impecable factura del español junto a un desdichado cuadro del holandés? Para rematar la faena colocan un retrato de Velázquez (o sea, la Pintura sin añagazas, sin escamoteos, de amplísima gama tonal, es decir, el moderno concepto de Pintura) entre los cuadros tonalmente cortos y densos de Rembrandt, un modo *antiguo* de concebir la pintura.
Hay un solo autorretrato de Rembrandt en la exposición. Creo que se trata del último y no voy a comprobarlo teniendo en cuenta que estoy escribiendo esto de corrido y así quiero que termine.
He dicho alguna vez que la serie de autorretratos rembrandtescos es una de las cimas del arte de todos los tiempos. Esa sería la exposición que habría que hacer. En el caso del que nos ocupa es una obra extraordinaria, con una técnica directa, pastosa y sin fundir, que preludia en muchos años al Goya de las pinturas negras.
La exposición, a pesar de los desacuerdos expresados, ha valido la pena. Hay cuadros muy buenos -y también algunos malos- pero no es esa la exposición que yo hubiera montado. No da el verdadero nivel del pintor de Leiden, nivel que, como a todo artista -y ya lo dije en el blog de Arcadi- se mide por sus mejores obras, no por las peores.
Una breve mención para terminar: los grabados. Acompañan la exposición -y también de modo incomprensible- una cierta selección de sus aguafuertes, técnica en la que Rembrandt es uno de los grandes maestros. La gente -que a veces tiene sentido común- ponía cara de extrañeza al toparse con ellos, inmersos entre la obra pintada, como si no acabara de entender -yo tampoco- qué pintaba eso ahí en medio. Como algunos de esos aguafuertes -otros ejemplares, evidentemente- los he tenido tantas veces entre las manos y han acompañado mi juventud no quise reparar demasiado en ellos.
A la salida de la exposición entré a ver las copias romanas que se exhiben con el nombre de "De dioses y hombres". Valdrá la pena decir alguna cosa sobre ella. Luego, me di una vuelta por la exposición permanente, lo justo para ver cómo los historiadores siguen haciendo de las suyas y asegurarme -una vez más- que la pintura española del Barroco es una de las más altas cimas alcanzadas por la Humanidad.
1 – 200 de 262 Más reciente› El más reciente»