Porque no solo los niños juegan. San Agustín ironiza en sus Confesiones (I,15) con el desdén que los adultos muestran hacia el juego de los niños. “(…) Me gustaba jugar”, dice el santo hablando de su infancia, “y me castigaban justamente los que hacían lo mismo que yo. Pero los juegos de los mayores se llaman negocios (…)”.
El juego es en todos los casos, desde los bebés hasta los abuelos, un proceso de aprendizaje. Lo malo es que los adultos solemos jugar con fuego y provocamos incendios con tanta más frecuencia cuanto más poderosos somos. Que se lo pregunten a Bush o a los artificieros de Wall Street. Los niños juegan con juguetes y los jóvenes han venido haciéndolo con novelas. Me pongo como ejemplo: con tres años yo jugaba con el manojo de llaves de mi madre, con siete lo hacía con soldaditos de plomo y camiones de hojalata, a los doce leía a Emilio Salgari, a los quince a Julio Verne, a los dieciocho a Dostoyevski y a los veintidós a Kafka, en todos los casos jugando y aprendiendo a la vez a vivir gracias al juego. Pasada la juventud, las novelas han seguido acompañando a muchos lectores hasta el final de sus caminatas vitales, siempre entreteniendo y enseñando.
Es una opinión general que los jóvenes, abducidos hoy por los medios audiovisuales, leen mucho menos que antes, y no solo los jóvenes. Esta afirmación tendría que ser matizada, porque ¿cuántos griegos sabían leer en tiempos de Homero, cuántos londinenses en los de Dickens y cuántos rusos en los de Dostoyevsky? Hoy, en las sociedades occidentales, sabe leer casi todo el mundo y lee mucha más gente que nunca, ahí están la industria editorial y las librerías para demostrarlo. Pero la variable que provoca la alarma no es la magnitud absoluta del tiempo dedicado a la lectura, sino la fracción del tiempo libre que uno asigna a leer. En nuestra época mercantilizada casi todo es una cuestión de cuota de mercado, en este caso del mercado total del tiempo dedicado al juego y el entretenimiento.
La radio arrancó en su momento cuota de tiempo libre a la lectura, pero el ataque más contundente lo ha llevado a cabo la televisión, que se ha apoderado de la mayoría del tiempo libre del común de la gente, aunque tanto el libro como la radio han terminado soportando bastante bien el embate televisivo, aprendiendo a convivir con él. La televisión, a su vez, se ha visto atrapada en una doble crisis: por una parte, su dependencia de la publicidad para subsistir la obliga a capturar audiencia como sea, es decir, atendiendo a lo más popular, que suele ser lo más vulgar; por otra, para dotar de contenidos de calidad un mínimo de dieciséis horas diarias de programación, necesitaría montar unas infraestructuras creativas que ninguna cadena generalista es capaz de costear. Todo esto ha llenado el medio televisivo de banalidad, defraudando las esperanzas puestas inicialmente en sus posibilidades educativas y culturales. Es un medio que iguala a la gente por abajo, en lo simplemente entretenido, todo aquello que sirve para matar el tiempo, cosa terrible, en verdad.
Pero la televisión se ha tropezado de frente con otro competidor temible, el ordenador personal cabalgando a lomos de Internet. ¿En qué le gana éste? En libertad de elección e interactividad. Internet es una revolución que constituye un reto para todos los medios, incluyendo el libro y dentro de él la novela.
En este escenario, ¿qué ventajas competitivas tiene la novela? Lo que aporta la lectura de novelas, y más en general todo lo literario, son vivencias más que experiencias, las cuales vivencias, al interiorizarse, se hacen permanentes y enriquecen las cajas de herramientas de los lectores. Estas aportaciones dependen principalmente del grado de interacción entre el lector y los personajes de la novela. El proceso de encuentro de un lector con un personaje, que se va llevando a cabo a lo largo de la lectura de una novela, genera una interactividad mucho más abstracta y profunda, también por ello más permanente y poderosa, que la simple interactividad audiovisual de una conversación o un juego de ordenador, cuya índole es más mecánica, más de acción y reacción, más fugaz.
La singularidad de esta relación lector-personaje viene facilitada por lo abstracto del medio novelístico, por la ausencia de vías de contacto audiovisuales. Cada lector tiene que irse imaginando (ir dotando de imágenes) a los personajes, es decir, al texto y el contexto de la novela. Eso lo hace cada lector a su manera, recreando la novela que lee, tanto más profundamente cuanto más apasionado es el lector y mayor la calidad literaria de la novela. Del mismo modo que el escritor ejerce de mago creador dando vida a sus personajes, el lector, de una forma más simple pero no menos profunda, va gestando a sus personajes a medida que lee. De manera que el escritor y el lector son cómplices, el primero desea que sus personajes vivan una y otra vez en los lectores, y éstos, si lo son plenamente, desean recrear estas vidas de sus personajes en la imaginación de cada uno de ellos. En esto consiste el juego novelesco completo.
Los poderosos medios audiovisuales lo son en buena medida por su inmediatez sensorial. Pero precisamente por eso provocan un alejamiento de la abstracción y con ella, de la imaginación. En cuanto a Internet, es tanta la cantidad de información visual y textual que es capaz de ofrecernos que nos dispersa, haciendo difícil que pueda tener lugar en su medio la conversación íntima que como lectores de novelas tenemos con los personajes, como si personaje y lector intentaran hacerse entender el uno por el otro en mitad de una plaza pública en fiestas, llena de gente y ruido. Nuestra época está capturada por los sonidos y las luces de lo inmediato, lo perceptible sensorialmente, aunque todavía se le escapen a los medios audiovisuales los ámbitos del olfato y el tacto. Es por ello una época a la que le cuesta cada vez más abstraer, que es una forma de imaginar escenarios posibles y por lo tanto de plantearse el largo plazo buscando los medios para ir construyendo el futuro que se quiere, y no aceptando el que simplemente se nos caiga encima.
Ese aprender a abstraer e imaginar, tan necesario, sigue siendo capaz de aportarlo la novela, haciéndonos jugar con sus personajes. La nueva novela, como lo hizo la antigua, puede ayudar a salvar al mundo de lo peor de sí mismo, es decir, de lo mundano, de ese frívolo jugar con el fuego de la banalidad y ese alocado poner todas las esperanzas en un salvamento de última hora mediante el azar de la idea feliz. El juego novelesco es capaz de crear personajes y convertirlos en héroes. Éstos han desaparecido de nuestro mundo a pesar de que estemos, quizá más que nunca, necesitados de ellos. Tampoco se les echa en general de menos, lo que no deja de ser preocupante.
En la época de los medios audiovisuales y de Internet, ¿puede aspirar seriamente la novela a seguir educando con sus juegos al mundo? Sin duda que sí. Aunque para ello tiene que presentarse de modo que atraiga a los lectores potenciales de hoy, adaptándose a los nuevos tiempos tecnológicos y cambiando muchas cosas en ella. Algunos de estos cambios necesarios se ven venir. Cambiará sin duda el soporte físico, que pasará a ser el libro electrónico, quedando el libro en papel como un producto para bibliófilos. Con el libro electrónico nos llegarán muchas posibilidades nuevas, que hoy solo pueden intuirse vagamente, porque dependen de la aparición de creadores capaces de implementarlas.
Así, los hiperenlaces abrirán el camino de novelar y leer novelas de una forma distinta, ya no lineal, sino multidimensional. Con esto se habrá roto la servidumbre que la novela tiene con respecto al transcurrir del tiempo, y más concretamente a su presente, lo que no sabemos qué consecuencias revolucionarias podrá traernos.
También será posible incorporar imágenes, sonidos y hasta olores al texto novelesco electrónico. Aunque la novela verdadera no deberá dejarse atrapar en una turbamulta de sensaciones, seguirá siendo cierto que a veces una imagen, más en general una sensación, pueda valer más que mil palabras. Estas sensaciones excepcionales, al poder incorporarse electrónicamente a las novelas, enriquecerán el texto literario constituyendo un contexto sensorial que refuerce lo narrado.
Pero siempre la novela deberá ser básicamente lectura activa, o dicho de otra forma, deberá conducir, a través de la abstracción, a lo recreado imaginativamente, dos procesos muy necesarios para enfrentar la vida, como ya quiso poner de manifiesto don Alonso Quijano el Bueno, en mi opinión con mucho éxito.
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