Todo eso ha cambiado, sin embargo. Hoy, anoto cuidadosamente las distintas fragances que, con delicioso acento ora francés, ora británico, nos regala la publicidad. Así, cuando mi mujer me dice ¿Qué quieres este año como regalo, darling? pues yo, cumplidor sobre todo, puedo informarle del amplio abanico de posibilidades a su alcance. Ella lo agradece mucho, claro. Y, de paso, se ahorra la magnífica corbata con topillos que queda reservada para el Día del Padre. Very convenient, como pueden suponer. Además, y sin el menor atisbo de espasmo o sudor, he sido capaz de decorar la fachada de casa con una hermosa ristra de LEDs de colorines y bajo consumo que componen la expresión: Merry Christmas. Por supuesto, un par de rojos papánoeles flanquean, a distinta altura por mor de matar un poco la simetría, semejante luminaria. Sus mochilas van cargadas de dátiles, nueces y orejones de melocotón y naranja ya que, como es sabido, estas chucherías son muy saludables para los que han de dar largas caminatas entre la nieve. Por supuesto, ya tengo comprada para mi princesa la nueva fragancia de Ágatha Ruiz de la Prada. Se la regalaré al lado de un sugerente conjunto de lencería de color rojo, que da mucha suerte para el año entrante.
Y todo esto, ¿cómo?, se preguntarán incrédulos. Pues muy sencillo, como todo en la vida si el trabajo duro, el esfuerzo y la dedicación son los faros que iluminan, orientan nuestro paso por este valle de lágrimas: me puse en manos de un psicólogo. Conductista puro. Formado en Harvard con el mismísimo Burrhus Frederic Skinner. Les ahorro, por cruda, la descripción de la terapia pero, cuando acabé y aboné al terapeuta la correspondiente minuta, sólo me quedaban ganas de Navidad. Y de nada más que eso. Todas mis turbias pulsiones (la comida compulsiva, la dipsomanía galopante, los puritos Mehari’s, los puzzles, los relatos de Connan Doyle, los blogs…) habían desaparecido como por ensalmo. Era otro hombre. Libre. Sano. Flotante en una inopia de felicidad navideña, en un magnífico, iridiscente limbo de nubes blancas, bolas de colores, espumillón, Sidra Champagne El Gaitero y décimos de lotería no premiados. Todo eso sin más precio que una obscena factura y la (me aseguran que pasajera) anorquia que desde entonces me acompaña. Pero, no crean: tiene sus ventajas. El tanga rojo que me pongo para las grandes ocasiones (Nochebuena, Nochevieja y Reyes) me queda, no sé, como más estiloso, menos alfredolanda, ya me entienden. Y si a eso le unen el irresistible aroma a Hugo Boss que desprendo, comprenderán que el cambio ha sido como de la noche al día. Cuando quieran, les paso el contacto de mi psicólogo. Y ya verán qué bien.
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