En esta época la misión del mapa no era tanto servir de guía en los viajes como describir el mundo, pero las cosas empezaban a cambiar.
En un bufete de Amberes, inclinado sobre su mesa de trabajo, junto al ventanal por el que entra la luz que necesita, Ortelius fija escalas, escudriña cabos y golfos, dibuja hermosos buques que surcan los océanos.
Abraham Ortel, también se le conoce por ese nombre, es esclavo de la exactitud. En su trabajo la precisión es lo primero, lo fundamental.
Pero Ortelius es un hombre de su tiempo, un humanista, sus inquietudes van más allá de los mapas e incluyen la literatura, la filosofía, los idiomas. Unos años antes, Ortelius era sólo un niño, Tomás Moro ha publicado su Utopía, el auténtico best seller de su época.
Utopia, la isla fantástica, la república perfecta, tal como el viajero Hitlodeo la describe al narrador. Hitlodeo viajó con Américo Vespucio, pero ahora, en el puerto de Amberes (quizá este detalle tuvo un interés añadido para Ortelius), no habla del nuevo mundo, sino del mundo ideal.
Ortelius tiene una idea: dibujará un mapa de Utopía, hará varias copias y las enviará a alguno de sus amigos, afortunados amigos, con el texto de Moro.
Parece un divertimento: por una vez, el cartógrafo no está limitado por lo real, no tiene que constreñirse a la geografía, a trazar bahías remotas con la mayor corrección posible. Podrá inventar nombres, ríos o montañas a su libre albedrío. La tentación parece irresistible y Ortelius despliega todo su conocimiento. El mapa lleva leyendas en distintos idiomas, griego, latín, alemán, francés, español, en el sentido de las agujas del reloj, e incluye nombres y alusiones a los amigos del autor.
Pese a esa libertad, Ortelius es fiel al texto de Moro. Hay una ciudad sin hombres, un río sin agua, Anhidro, un río sin riberas, un río sin peces, porque en la obra de Moro todos los nombres denotan imposibilidad: sus habitantes son los alaopolitas (ciudadanos sin ciudad), gobernados por el príncipe Ademo (sin pueblo).
Así, Ortelius acaba su mapa y lo envía a unos pocos escogidos. Durante mucho tiempo, el caso se supo por una referencia en una carta, hasta que en el siglo pasado apareció la única copia conocida.
Lo que Moro no pudo imaginar es que había inventado una palabra. Hoy en día, gastada por el uso, ha pasado a servir de adjetivo para corrientes políticas (socialismo utópico, probable pleonasmo) y ha terminado por significar algo inalcanzable, un ideal, pero cuando Moro alumbró su obra Utopía significaba sólo “ou topos”, “ningún lugar”.
No sólo algo inalcanzable, sino también y primero algo inexistente.
He dicho antes que para Ortelius fue un divertimento. Ahora se me ocurre otra posibilidad, ahora conjeturo que no fue goce, sino exhaustividad. El hombre que había reunido mapas de todo el mundo conocido no podía dejar de dibujar el mapa del no-lugar. Si ocurrió así, no fue el único en pensar tal cosa.
“Un mapa del mundo que no incluye Utopía no es digno de ser contemplado”.
Oscar Wilde.
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