Philippe Soupault atribuye la autoría de la pregunta a un parroquiano del bar donde el grupo surrealista paraba por esos años, al que llamaban ‘el hombre de negro’. ¿Por qué miraba éste con tanta insistencia a los miembros de la cofradía surrealista? Se lo preguntaron, y el hombre de negro no dudó en responder: ‘Los miro porque me gustaría saber por qué escriben’.
Entre las respuestas recogidas, las mejores son breves. ‘Escribo porque’, respondió Cendrars. ‘Por debilidad’, añadió Valéry. Y Paulhan: ‘Yo escribo poco. El reproche que me hacen me llega apenas’. Varias décadas más tarde, en 1986, dos periodistas de Libération, Daniel Rondeau y Jean-François Fogel, retomaron la pregunta y la enviaron a 400 escritores de todo el mundo. Las respuestas más agudas a esa encuesta también suelen ser breves o estar abreviadas.
António Lobo Antunes: ‘Escribo porque no sé bailar como Fred Astaire. Off the record: para la próxima encuesta les prometo una respuesta sicoanalítica-estructuralista… y larga’. La respuesta de Osvaldo Soriano no llega a tanto pero propone una clave: ‘Escribo para compartir la soledad’. La de Ricardo Piglia, otra: ‘Escribo porque la literatura es la forma privada de la utopía’.
Adolfo Bioy Casares: ‘Escribo porque probablemente me parezco a un barbero de Tom Jones que, cuando escuchaba una buena historia, necesitaba contarla en seguida’. El amigo Borges se va por las ramas pero, tratándose de él, vale la pena seguirlo: ‘Intento intervenir lo menos posible en lo que escribo. Y como no tengo opiniones definitivas en materia de ética o de política, trato de no dejar intervenir mis opiniones en lo que escribo’.
Numerosos son quienes dicen escribir para saber por qué escriben. O dicen hacerlo por mímesis, o por ritmo biológico. La trascendencia es otra razón citada, sea ésta existencial, como en el caso del peruano Julio Ramón Ribeyro: ‘Escribo para continuar existiendo una vez muerto, así sea bajo la forma de un libro, como una voz que alguien se da el trabajo de escuchar’. O trascendencia municipal, como el brasilero Fernando Gabeira: ‘Escribo para ser amado y ese deseo prosaico acabará con mi nombre en una calle o en una biblioteca pública en el pueblo donde nací’.
Salman Rushdie, víctima de una fatua promulgada en 1989 por el ayatolá Jomeini, que lo ha obligado a vivir aislado desde entonces, sentiría tal vez una cierta incomodidad si se releyese: ‘Escribo porque me gusta estar solo en una pieza’.
A lo que iba, fui a buscar el librito que resultó de la encuesta pensando en Kundera, acusado hoy por una delación en que habría incurrido hace sesenta años en Praga. Esta fue su respuesta: ‘Puede ser sólo una ridícula ilusión, pero uno está convencido de que escribe porque dice lo que nadie ha dicho. Escribir es así el placer de contradecir, la alegría de estar solo contra todos, el gozo de provocar a sus enemigos y de irritar a sus amigos. Y es una lástima pero, cuando el libro está listo, uno también quiere que guste. Es inevitable, es humano. Ahora bien, ¿cómo puede gustar aquél que desafía apasionadamente a todos? Esta es la enorme contradicción sobre la que descansa nuestra actividad. ¿Habrá una salida? Sí; de vez en cuando se tiene la suerte de ser mal comprendido’.
Junto a Kundera, que está en el grupo francés y no en el checo, encuentro la respuesta de Le Clézio, flamante Nobel. Es larga pero buena: ‘Lo diré todo. Tenía diez o doce años, vivía en esa casa de tipo napolitano sobre el puerto, completamente decrépita, con sábanas secando en todas las ventanas, gatos peleándose en las terrazas y, por cierto, escuadrillas de palomas. Entonces yo no sabía qué era un escritor, no tenía idea, ignoraba que una vez hubo uno, llamado Jean Lorrain, que vivió en esa misma casa. Me acuerdo de esa casa sobre todo cuando hacía bueno, en verano y al inicio de la primavera, porque leíamos con las ventanas abiertas y oíamos el ruido de los vencejos y los arrullos de las palomas. Había un ruido que me provocaba. No sé decir por qué pero, aún ahora cuando lo pienso, se me pone la carne de gallina y me pongo melancólico e impaciente. Ese ruido precede el momento en que sé que me sentaré en cualquier sitio, cogeré un cuaderno y un lápiz y comenzaré a escribir. Ese ruido eran las voces de los muchachos que voceaban sus nombres llamándose en el patio. Unos silbaban y otros asomaban la cabeza por la ventana y decían: ‘¿No vienes?’. Y los de arriba: ‘¿Dónde vais?’. Iban no sé adónde, a la playa, a la feria, o simplemente a la esquina a hablar, a esperar a las chicas que salían de la escuela, no importa adónde iban. Pero cuando yo escuchaba esos silbidos y los nombres que pronunciaban en el patio, imaginaba otra vida que la mía, imaginaba unas carreras en la infinidad de las calles, imaginaba unos baños en el agua fría del mar, el sol, el olor del cabello de las chicas, la música de los bailes, la noche, la aventura. Nunca escuché que pronunciaran mi nombre en ese patio, nunca nadie silbó por mí. Yo vivía en esa casa, en la misma casa que ellos, pero ellos eran otro mundo. Pues eso es, es por eso que escribo’.
¿Mi respuesta favorita? Tal vez la del belga Hugo Claus: ‘Escribo por curiosidad. Por orgullo’.
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La ilustración en la portada de Littérature es de Francis Picabia.
(Escrito por Josepepe)
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