Una buena exposición:
Hoy en día, en que la forma de adaptar la ropa o la comida a las estaciones viene marcada por las campañas publicitarias de los emporios comerciales, se nos hace difícil entender que en un pasado no muy lejano los criterios para fijar esas adaptaciones iban ligados a determinadas maneras de computar el tiempo y de señalar los inicios de las estaciones.
En contra de lo que podríamos pensar, esos inicios no coincidían con las efemérides astronómicas que llamamos solsticios (máxima y mínima altura del Sol sobre el horizonte) y equinoccios (posiciones intermedias entre aquellas alturas máxima y mínima), ya que los cambios de temperatura y pluviosidad que caracterizan las estaciones dependen de la inercia térmica de la tierra y del agua.
(...) Por eso, diferentes culturas establecieron en la antigüedad un "tiempo de espera" que sirviera de indicador más fiable a los auténticos cambios de estación, a la llegada del mal tiempo o "invierno" y del buen tiempo o "verano".
En nuestra tierra, esos cambios se asociaban a dos momentos determinados, el primero de los cuales, el fin del buen tiempo, venía marcado por la fiesta de Todos los Santos, el 1 de noviembre, 40 días después del equinoccio de otoño (22 de septiembre):
El dia de Tots Sants,
guarda l'"avanico"
i trau els guants.
(El día de Todos los Santos,
guarda el abanico
y saca los guantes).
(...) El inicio del invierno venía acompañado de la costumbre tradicional de estrenar ese día la ropa de la nueva estación.
Esa fecha también marcaba, en muchos lugares de la cuenca mediterránea, el final del año agrícola: una vez recogida la algarroba, pelada la almendra y prensadas la oliva en las almazaras y la uva en los lagares, se procedía a los pagos atrasados por la compra de animales y vencían los contratos anuales de arrendamientos de tierras.
De manera similar, esa fiesta servía para indicar a los antiguos celtas el inicio de la temporada de estabulación del ganado.
Era tiempo, pues, de ferias agrícolas donde adquirir los nuevos aperos y animales para las faenas del campo, como todavía se hace en la centenaria Fira de Tots Sants, de Cocentaina, la capital de la comarca del Comtat, en el sudoeste del País Valenciano.
También por Todos los Santos se consideraba acabada la temporada de caza, tal y como recoge el dicho popular de la Vila Joiosa, en la comarca de la Marina Baixa, al sur valenciano:
Per Tots Sants,
mata les enzes
i arria els reclams
(Por Todos los Santos,
mata los señuelos
y suelta los reclamos).
En efecto, mientras que un reclam es un macho cantador, una enza (o un enze) es una hembra que permanece ligada a un pequeño balancín de caña: cuando se acerca una bandada, se activa el balancín mediante una cuerda que llega al escondite de los cazadores, l'enza o señuelo vuela un poco y vuelve a tierra, su movimiento es detectado por los pájaros que vuelan, bajan a tierra confiados y ... caen sobre ellos las redes preparadas para capturarlos. Una vez pasada la temporada de caza, l'enza, más gruesa y sabrosa que el reclam, pasa también al plato del cazador.
Así pues, Todos los Santos representa, culturalmente, la preparación para una nueva estación, el invierno, en que la Naturaleza entra en letargo, en un tipo de muerte aparente, y nosotros en época de penuria, oscuridad y frío.
2. La muerte y el culto a los difuntos
Más allá del hito anual del cambio de estación y de las novedades gastronómicas, los aledaños del día 1 de noviembre se llenan de misterio y de culto a los muertos y a sus almas.
Y no sólo en las culturas mediterráneas.
Así, por ejemplo, en las antiguas culturas célticas de Britania y de Irlanda, la noche del 31 de octubre se celebraba el año nuevo, o tránsito del verano al invierno, con el festival de Samhain, uno de los cuatro que marcaban el cambio de estación y en que las brujas británicas celebraban sus aquelarres (como también lo hacían las vísperas del 1 de mayo, del 2 de agosto y del 2 de febrero, es decir, siempre 40 días después de los equinoccios y solsticios).
En el Samhain se encendían hogueras, tanto en Gales como en Irlanda, Escocia (las samhnagan) y la isla que hay entre ambas, Man.
Al fuego encendido durante el Samhain se le atribuían propiedades mágicas, y en Irlanda servía para encender los fuegos de todos los hogares.
Los sajones que en el siglo V d.C. ocuparon los territorios célticos recogieron la tradición del Samhain, que posteriormente transformaron en el cristianizado All Hallow Even (o "víspera de todo lo sagrado"), antecedente terminológico y simbólico del actual Halloween (o Hallowe'en), celebrado con mascaradas en las Islas Británicas e introducido con gran éxito en los Estados Unidos de América por los emigrantes irlandeses. Durante esa celebración, que evoca la visita de las almas y el paseo de brujas, duendes y fantasmas, los niños se disfrazan y van de puerta en puerta llevando faroles hechos con calabazas vacías y agujereadas de manera más o menos artística para que se parezcan a una cabeza humana. Cuando se les abre la puerta gritan "trick or treat", para indicar que gastarán una broma (trick) a quienes no les den un pequeño regalo (treat), como dinero o golosinas.
Por lo que se refiere al mundo mediterráneo, los antiguos griegos pensaban que entre el 1 y el 2 de noviembre Hades permitía el ascenso hasta la superficie de la Tierra a los espectros de quienes habían sido buenas personas durante su vida, para que pudieran manifestarse a sus descendientes y hablar con ellos mediante ruidos. Una creencia similar perdura en el mediterráneo occidental, donde se visitan los cementerios, se habla con los muertos, se adornan sus tumbas con flores y se cree que las almas vuelven desde el mediodía del 1 hasta el mediodía siguiente, e incluso que descansan sobre las barras de las sillas y que nos hablan desde el interior de los cántaros.
Y también aquí se encienden fuegos con propiedades mágicas, las mariposetes de la noche del 31 de octubre, lucecitas especiales que arden flotando sobre una capa de aceite los días de Todos los Santos y de Difuntos, y que sirven para señalar a las almas el camino hacia su casa.
Como las almas de los difuntos volvían en busca del calor del hogar y para confortarse por la buena acogida que les dispensarían los parientes, en muchas masías de Cataluña se les preparaba un lecho caliente por si querían acostarse, cosa que también perdura en muchos pueblos del País Valenciano, donde era costumbre que el día de difuntos se hacía la cama de buena mañana, se dejaba preparada con una esquina semi abierta (la girà) y se iba a 3 veces a misa para dar tiempo a que las almas pudieran acostarse y descansar.
3. Las comidas
El inicio del invierno tenía su repertorio culinario particular, desde los alegóricos buñuelos de viento (recordemos que la palabra ánima significa viento, en griego) a los más humildes boniatos y calabazas al horno.
A la comarca del Bajo Segura, en el extremo meridional valenciano, tenían para los días de "Tosantos y Difuntos" un postre casero hoy en día casi desaparecido, las gachas de difuntos o de santos, hechas con harina anisada endulzada con arrope y calabazate.
Pero, sobre todo, dulces capaces de conservarse durante mucho tiempo y suministrar una fuente de energía fácilmente digerible durante los meses fríos.
Es el caso de las doblaes de Xixona (pan alargado de pasta floja y dulce y con almendra sin pelar), del membrillo, de los pastelillos de boniato y, sobre todo, los panecillos de la muerte mallorquines, predecessores tanto de los tiernos y densos panecillos de mazapán como de los huesos de muerto mexicanos.
Otras comidas son de carácter más natural: una vez acabados los otoñales madroños, azarolos, azufaifos o gínjoles, dátiles, codoñas, higos, uva, lidones, granadas, moras de zarza, serbas e higos chumbos, aparecen, por Todos los Santos las níspolas y, sobre todo, las castañas.
De hecho, por Todos los Santos las castañas tostadas al calor de un buen hogar, y las castañeras por nuestras calles, eran uno de los identificadores de la fiesta y del inicio del invierno.
Per Tots Sants castanyes,
per Nadal torrons,
per Pasqua la mona,
per Cap d'any bombons.
(Por Todos los Santos castañas,
por Navidad turrones,
por Pascua la mona,
por Fin de Año bombones).
4. En definitiva
Una parte de la humanidad, culturalmente significativa, considera que el invierno, la estación más lúgubre y fría, la "muerte" de la Naturaleza, se inicia 40 días después del equinoccio de otoño (22 de septiembre), con la celebración de una fiesta que llamamos de Todos los Santos.
Es el momento de rendir culto a los muertos, y eso se vincula con a la vuelta de sus almas durante esos días y a diversas manifestaciones de su presencia entre nosotros.
La clausura de ciclos económicos o naturales va seguido de la preparación para la nueva época de penuria, con el consiguiente acopio de reservas nutritivas mediante la ingestión organizada de alimentos muy ricos en féculas y azúcares, preparados de forma especial para celebrar esos días y para conservarse durante toda la nueva estación, el invierno.
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