inconclusa y confusa que se pierde sin más...
Self-conscious, consciente de sí, llaman los anglos a esa pobre criatura que todos somos de vez en cuando. Encerrados en nosotros mismos, atrapados en nuestro papel, lo ejecutamos con desgana sin dejar por un minuto de ser convincentes, reconocibles. Que el carácter de un hombre es su demonio ya lo sabía Heráclito. Pudo escribir que es, asimismo, su castigo: no se nos deja ser sin ser de cierta constante manera, compulsiva, predecible y limitada. Definido el programa, habrá sin duda renuncios, excursiones, paréntesis —pero incluso el suicidio, la más radical de tales diversiones, no hace sino cerrar la base de datos y permitir un informe definitivo de nuestros márgenes y rutinas.
Nuestra relación con las formas de expresión refleja este conflicto. Facere factum, hacer lo hecho, sugiere, con razón, un aburrimiento trivial e innecesario. Sonetos o sonatas han parecido en algún momento pesados caparazones, vendajes que limitaban nuestra capacidad de movimiento. Huyendo de ellos, hemos acabado en el discurso del verso libre, el atonalismo, el free jazz —para descubrir que nada termina pareciéndose más (ni resultando más monótono) que dos piezas de ‘discurso libre’.
La canción que habla de sí misma (metapoética, en dialecto; metacanción, incluso) es hija de estas cavilaciones. Robert Wyatt, experto en el género, termina una de ellas con inusual franqueza:
or perhaps it's a bridge
or just another key change.
Never mind, it doesn't hurt,
it only means that I lost faith in this song
'cause it won't help me reach you...
Desde la consciencia de sí, la obra de arte se torna ante todo artificio, voluntarismo. Los sonetos al soneto, clásicos de esta encrucijada, marcan la pauta. El de Manuel Machado (quizá el mejor) establece explícitamente la analogía entre las limitaciones del soneto y las de la vida:
empezado con lánguido descuido,
y, apenas iniciado, ha transcurrido
la infancia, imagen del primer cuarteto.
Llega la juventud con el secreto
de la vida, que pasa inadvertido,
y que se va también, que ya se ha ido,
antes de entrar en el primer terceto.
Maduros, a mirar a ayer tornamos
añorantes y, ansiosos, a mañana,
y así el primer terceto malgastamos.
Y cuando en el terceto último entramos,
es para ver con experiencia vana
que se acaba el soneto... Y que nos vamos.
El célebre de Lope reconoce la encerrona (que nunca me he visto en tal aprieto), pero escapa de ella burla burlando. Baltasar de Alcázar, en cambio, se finge atrapado y vencido:
que teniendo el soneto ya en la boca
y el orden de decillo ya estudiado,
conté los versos todos y he hallado
que, por la cuenta que a un soneto toca,
ya este soneto, Inés, es acabado.
Por no tan distintos caminos, se llega a las mismas costas, aunque esta vez con amargura:
the song is over,
thought I’d something more to say.
Por supuesto, siempre cabe mantener la compostura cómica:
que me falta una estrofa,
por eso todo el mundo
de mí se mofa,
de mí se mofa.
Pero la broma siempre va en serio. Es tan fácil declararse punk libertario como imposible huir del rigor estructural de la canción pop al uso, más cárcel que motel, con sus férreas estrofas, estribillos y rimas. Nadie más prusiano, en fin, que los punks en lo tocante al recorte de libertades que exige una canción como Dios manda, con límites de duración (3 minutos ya es mucho), instrumentación (sintetizadores fuera) y un agudo sentido del decoro (100% proletario y cazurro: que nada poético ni high class se atreva a asomar la nariz).
Obligado a elegir una canción selfconscious, elijo una que tiene un poco de todo: la angustia del compositor consciente de sus límites que se sabe relegado a un tercer puesto (por no decir a tercera clase: de hecho, la canción no fue aceptada en el Sgt. Pepper’s, donde su autor quiso colarla), y en contraste con ella, la relativa libertad que da componer una cara B o Z, desde la perspectiva de una estrella del rock que sabe publicables todas sus ocurrencias. Sigh no more, ladies:
what words I say or time of day it is,
as it's only a Northern song.
Imagen: Gordon Matta-Clark, Splitting (detail) of 322 Humphrey Street, Englewood, New Jersey, 1974.
(Escrito por Al59)
Etiquetas: Al59
El estólido José García Domínguez, paniaguado y lameculos del despedido orate Losantos, gusta de menospreciar a quienes no tienen título académico o no lo tienen de suficiente lustre.
Su último menosprecio ha sido para Ángel Gabilondo, ministro de Educación, Catedrático de Filosofía y anterior rector de la Universidad Autónoma de Madrid.
Su "ataque" a Ángel Gabilondo lo basa en que "acabó a los 31 años una carrera tan sencillita como Filosofía y Letras"
Omite el tonto Pepón decir que Ángel Gabilondo empezó la carrera a los 26 años. Omite también que la terminó a los 31 con SOBRESALIENTE, que obtuvo el grado también con 31 años y también con Sobresaliente y con Premio Extraordinario y que con 33 años era doctor, también con calificación de Sobresaliente y Premio.
(El licenciado José García Domínguez cursó los estudios de Ciencias empresariales en la UAB. Los comenzó a los 18 años y los concluyó a los 24. Obtuvo la calificación de APROBADO. Este es todo su bagaje académico)