Para un español joven, como aun es mi caso, ETA se ha convertido en una de sus señas de identidad, junto a los toros, la playa y la sangría. Sale uno al extranjero, y si se topa (pues este es el verbo a mejor usar) con un foráneo leidillo, uno de los tópicos que enseguida asoman en la conversación es el de ETA. Me pasó durante el año que viví en Irlanda, cerca de Cork, capital espiritual del nacionalismo meridional irlandés.
Un día normal de la semana, de los que no hay colegio por la tarde, entré en compañía de otros irlandeses de mi edad en uno de esos pubs que todo el mundo se imagina (y acierta al hacerlo). Con apenas quince años, acompañado de indígenas con uniforme colegial, nos metimos entre pecho y espalda unas cuantas pintas de cerveza tostada. Eso un irlandés lo tolera como el agua. Un español, no diría yo tanto. Al notar mi acento “latino” un par de veinteañeros compañeros de barra, y supongo que universitarios, se acercaron y me preguntaron mi procedencia. "Español", respondí, y se miraron sorprendidos. Me habían tomado por francés, dijeron. La palabra spanish les puso en guardia. En el pub se vislumbraban (escaso de luz andaba) muchas banderas irlandesas con el Ulster integrado, muchas fotografías de Bobby Sands, del inevitable Michael Collins y del desconocido para nosotros y legendario caudillo separatista del sur Ó Brádaigh. Uno de los universitarios dirigió furtivamente la mirada hacia una esquina del local. Yo le imité el gesto y di, sorprendido, con una ikurriña colgada justo encima de la puerta de los baños. “¿Y esos?”, preguntó. “Unos mierdas” dije.
Hablamos largo y tendido. Con quince años, me tuve que enfrentar a dos nacionalistas irlandeses muy versados en mitología tan particular. Les resalté que parecía mentira que un movimiento católico apoyase a unos terroristas marxistas-leninistas. Uno de los dos se definió como ateo, y el otro, católico practicante, respondió que ETA había salido de la Iglesia vasca, lo cual es una verdad a medias y por tanto muy peligrosa. No había manera. Derecho a la autodeterminación, a elegir, opresión del pueblo irlandés, tantas y tantas pamplinas como sueltan nuestros conocidos del norte. Algo les cambió la cara cuando se enteraron de que el País Vasco era la zona más rica y próspera de España. Eso no les cuadraba. La opresión y la opulencia no suelen ir cogiditas de la mano. Los irlandeses eran pobres como ratas, o al menos lo habían sido desde tiempos inmemoriales, y en Inglaterra ciertamente se vivía mejor desde hacía mucho tiempo. Mis compañeros de colegio acabaron dejándome solo, aburridos de oír hablar siempre sobre lo mismo. Pero a mi me animaba la conversación, y la cerveza había cumplido con su cometido, dotándome de una verborrea fácil y confusa. Tanta que fui invitado a la siguiente ronda por mis dos agradables interlocutores. De uno, recuerdo todavía su nombre: Philip Nolan.
No obstante, a pesar de la estrenada camaradería hispano-irlandesa, mis nuevos compadres nacionalistas no cejaban en su empeño de defender a ETA. Saqué dos conclusiones de lo anterior; la desinformación que existe en el extranjero sobre cualquier cosa, y los caminos paralelos que ha transcurrido el terrorismo europeo. Lo que empezó siendo cosa de curas rurales, ETA y el IRA, acabó en manos de marxistas-leninistas-teólogos de la liberación. ¿Qué desviación racional o mágica lleva a esos extremos? Digno de tesis cum laude et honore.
Ha llovido desde entonces. El IRA es ya historia. Sin lugar a dudas, un conflicto mucho mayor y más difícil que el nuestro ha acabado en los manuales de historia. Fue necesaria la fortaleza del Estado Británico y la irrupción del Sinn Féin adámico para lograr tal desenlace. Esa es la gran enseñanza que se puede extraer del “problema” irlandés. Aquí no hay ni diferencia religiosa siquiera. El mismo sustrato cultural alimenta las dos visiones antagónicas. Hasta el último referente histórico-moral del nacionalismo, el carlismo, se presta a diversas lecturas, ya sea la españolista (creo que la más correcta) o la protovasquista (Juaristi sabe mucho de ésta).
Pues bien, alcé la vista y miré los muros de la patria mía, y si bien no todo me recuerda a la muerte (este enero tan cambioclimático tiene su miga, no crean), los hallé medio derrumbados. El primer punto, el de la fortaleza del Estado, de nuestro Estado, no es comparable a la del caso británico, no digamos con la Dama de Hierro a la cabeza. Por ahí nos queda mucho camino, y don José Luís no parece estar por esa labor. ETA siente que no todo está dicho, y que al Estado español, con unas cuantas bombas bien colocadas y fotogénicas, le entra tal canguelo que lo acaba firmando todo. Lo que me lleva a repensar en el segundo punto, el de Gerry Adams y su irrupción política en los ochenta. No olvidemos que Bobby Sands, aquel muchacho que murió de huelga de hambre, había salido elegido diputado por el mismo partido, el Sínn Féin, que transformó Adams apenas una década después. Las cosas no eran más fáciles entonces que en la actual Batasuna. ¿Alguno de ustedes piensa que Otegui puede ser nuestro Gerry Adams celtíbero? Yo, si no lo niego, me permito dudarlo muy mucho. Mientras que Batasuna asuma un papel secundario con respecto a ETA, no habrá nada que hacer. ¿Acaso alguno se cree que las doscientas mil benditas ánimas que apoyan la causa aberchale no podrían hacerlo sin que hubiese muertes de por medio, qué no están preparados para dar el salto a la lucha política democrática?
Otro mito más. Por supuesto que sí están capacitados. No hay doscientos mil asesinos en el País vasconavarro (por entendernos). Eso no lo soportaría sociedad alguna. Lo que hay es desidia, inercia y mala fe. Pero estoy seguro de que la gran mayoría de los votantes batasunos no estiman la violencia como principal metodología política y argumento de oposición. ¿Y qué es necesario para que se vea claramente una cosa así? Un Gerry Adams. Esa es la obligación de don José Luís, buscar, encontrar y sacar adelante el líder democrático que necesita la causa aberchale. Thatcher, Major y Blair supieron calar al barbudo de Belfast. “Este hombre puede sacar las pistolas de las calles” se dijeron en Downing Street. Y le mimaron en su justa medida. Pues ese es el camino, don José Luís, ese es. Criar un cachorro así. Pudiera ser el hijo de Ternera, no sería ese un mal candidato. Reúne muchas cualidades personales y sociales. Acérquese a ese joven, don José Luís (no hace falta besarlo) y susúrrele al oído bellas canciones de sueldos altos, vida a tutiplén, coche oficial y vacaciones largas. Si hace falta en euskera, oiga. Verá el brillo en sus ojos. A un hombre se le conquista por el estómago, pues no digamos a un vasco. Ekaitz Urrutikoetxea Laskibar, que menudo nombrecito tiene el mocetón. He ahí una oportunidad real, señor presidente. Otegui es un mierda, un don nadie para ETA. Pero Josu Ternera y su hijo son palabras mayores dentro de la bestia.
Por supuesto, no creo que usted sea el más capacitado para lograrlo. Ni siquiera creo que tenga la clara intención de hacerlo. Se ha limitado a poner cara de circunstancias, a repetir lo del largo, duro y difícil, y marear la terrorífica perdiz con fotitos, declaraciones y mesas de partidos durante todo este tiempo. No hay que hacer tal cosa. Regálele el oído al menda que corresponda en ETA, pero enséñele que la pistola la tenemos al cinto. ¿Qué queda del IRA a día de hoy? Apenas nada. ¿Hace quince años se imaginaba alguien una cosa así? ETA es imbatible. Y una mierda. Otro mito. Lo que pasa es que no explotamos sus debilidades, y ellos, los de la dinamita y el pasamontañas, si lo hacen al contrario. Ternera se muere, y su hijo lleva media vida en la banda. Les ha salido un vizcaíno, pero de Bilbao, el tal Txeroki, con poco seso y afición por el ruido mortal. Cabecillas así suelen conducir a muchas victorias parciales y a la derrota total.
Ahí tiene su oportunidad, señor presidente. Justo delante de las, sus, narices. No la deje escapar. Aunque me temo que lo hará. Estoy acostumbrado a cosas así. Al fin y al cabo, soy español, como usted.
(Escrito por Edgardo de Gloucester)
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