Conforme me voy alejando de la infancia se difuminan y mezclan los recuerdos como si ésta se comprimiera, y ya no soy capaz de precisar si el cambio de colegio fue a los siete, a los ocho o a los nueve años o si tenía doce o trece cuando besé por primera vez a una chica. Sin embargo tengo como postes clavados en la memoria mis primeras lecturas. Me veo en mi habitación, con cinco años, metido en la cama y tapado con una colcha de cuadritos rojos, leyendo el primer libro. Aún lo conservo: Corazón. Diario de un niño, de Amicis. Es una primera edición, de papel ya amarillo, traducida por H. Giner de los Ríos, revisada por el autor y editada por Librería de los Sucesores de Hernando. Hermenegildo Giner de los Ríos tradujo otros libros y fue, como buena parte de la familia, pedagogo y escritor y autor de manuales con títulos terribles como Elementos de Ética ó Filosofía moral: precedidos de unas nociones de Biología y arreglados para la 2ª enseñanza.
Hacía mucho que no ojeaba el libro y nada más abrirlo entro en un terreno íntimo y profundamente clavado en mi memoria: comienzan a desfilar por sus trescientas páginas los compañeros del pequeño “autor” del diario: Roberto, el calabrés, Garrón, Coreta, el albañilito y los héroes infantiles de los “cuentos mensuales” insertados en el diario: El pequeño patriota paduano, El pequeño vigía lombardo, El tamborcillo sardo, Naufragio… y cómo no, De los Apeninos a los Andes. Y otros héroes de la época: Garibaldi o el rey Victor Manuel… El libro es sensiblero, muy influido por Zola, pleno de efervescencia patriótica y tosca pero eficazmente socializante: el respeto al maestro y a los padres, el compañerismo, la solidaridad, el sacrificio, la abnegación, la justicia… Un catecismo laico para niños.
Después llegarían otras lecturas, como Verne y su Viaje al centro de la Tierra, que me impulsó a coleccionar minerales que perdí en alguna mudanza, o Stevenson y La isla del Tesoro y Las aventuras de Huckleberry Finn de Twain, que me llevaron a naufragar en un pantano después de construir una precaria balsa con palos y neumáticos…
Hay gente que asocia canciones con acontecimientos en su vida: yo asocio libros. Tengo mi infancia y adolescencia clasificada por lecturas: Moby Dick es un frío invierno, doce años, una muela rota y un dentista carnicero. Los Cinco son fines de semana en una casa de La Vera y una biblioteca municipal húmeda y vacía. El Señor de los anillos me lleva a los catorce y a un verano de amor adolescente. La guerra del fin del mundo y El Señor de las moscas a COU y el primer desengaño sentimental. Antes El rojo emblema del valor o El último mohicano me mantuvieron en vilo largas noches, por distintas razones que Frankenstein o el moderno Prometeo de Shelley, leída a los 15 a la luz de un quinqué en Formentera. Otros libros leídos poco después, como El camino más largo y La Tribu, de Leguineche, o Todos los hombres del Presidente, de Woodward y Bernstein, acabaron por inclinar mi vocación hacia uno de los dos polos entre los que oscilaba… Y no sigo hablándoles de libros, que les cuento mi vida.
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Buenos dias a todos. Gracias, Incorrecto, por llevarme a la primera patria que tuve: el sueño de la infancia.