Pero el fenómeno no es nuevo. Ni tan fecundo como en otros tiempos. Y traemos a colación un ejemplo transcrito por el buen polígrafo Walter Benjamín, a quien tanto debemos. En ‘Personajes alemanes’ escribe: “En los tiempos del primer Romanticismo se dio una densa red de relaciones, no ya sólo filosóficas sino incluso personales, que incluían tanto a científicos como a poetas. Espíritus unidos merecieron por ambas partes un interés filosófico-científico que no hacía sino crecer”. Y para justificar un paradigma de singular y tensa amistad, que se distingue de otras por la exclusividad con que “acertaron a representar a aquella generación de investigadores a la que ni la filosofía ni la poesía habían logrado aún eclipsar del todo, aunque ya empezaba a mostrar síntomas de agotamiento y a vagar entre la niebla”, la del poeta von Platen noble, disoluto, invertido y fatal, tal y como Thomas Mann lo retrató en el cuento ‘La muerte en Venecia’ y el químico Liebig, futuro padre de la química agrícola, que habían estudiado y convivido en Erlangen durante el tardorromanticismo, Benjamín reproduce en el citado libro una carta que no tiene desperdicio:
“París, 16 de mayo de 1823.
Querido amigo:
Ya tienes en tus manos mi última carta. Esperabas que la acompañara un retrato mío que anuncié que te mandaría. No es culpa mía sino del artista, que todavía no lo ha acabado. ¿Evitará esto que echemos una parrafada juntos?
(Justus von Liebig)
Es una cuestión indiscutible que el tiempo, la temperatura y otras contingencias exteriores poseen una decisiva influencia sobre el pensamiento, y también, por lo mismo, sobre el acto de escribir cartas. El hombre sucumbe ante estos influjos a pesar de su imperioso yo, y se halla afectado por la higrometría en el sentido de que se alarga o se acorta según si se encuentra o no humedad en su entorno. No cabe duda de que en mí actúa ahora mismo un agente que me impulsa a escribirte necesariamente, pues de lo contrario habría tenido suficiente con pensar en ti o con recordarte. Pero pienso que seguramente no es un cometa que ha pasado cerca de nosotros el culpable, pues la brújula oscila como siempre y el calor viene a ser el habitual en el clima parisino de esta época. Las lecciones de Biot sobre la división y la clasificación de los tonos musicales tampoco pueden explicarnos esto, aunque ya me gustaría poder tocar la armónica ahora mismo para que tú oyeses unos tonos que te dirían cuantísimo te aprecio. Gay Lussac, el descubridor de las leyes que gobiernan los gases, no nos ofrece tampoco en sus lecciones explicación alguna, aunque me encantaría ser un gas que pudiera expandirse en el infinito: me contentaría con algo menos, expandiéndome hasta Erlangen para rodearte como la atmósfera. Por otro lado, existen unos gases que son tóxicos y otros que hacen aparecer figuras agradables. Yo sería un gas que causa el placer de escribir cartas y la alegría de vivir.
Beutang no podría tampoco, con su mineralogía, explicar esta necesidad mía, pues ha cortado con toda esperanza de obtener la piedra filosofal (que, sin embargo, como piedra que es al fin y al cabo, debería encontrarse en la mineralogía). Con todo, me encantaría tenerla, porque me ofrecería la posibilidad de darte toda la felicidad posible. ¿Tal vez Laplace con su astronomía? No, tampoco. Él sólo me enseña el meridiano en el que tú vives, pero nada me dice de tu buena estrella. Menos aún me explican, los descubrimientos de CuvierOerstedt ha conseguido, con su electromagnetismo, resolver este enigma? Tampoco. En la galvanización no se admite la existencia de polos, y yo siento que tú y yo somos polos infinitamente diferentes en esencia, pero que, por eso mismo precisamente, tenemos que atraernos mutuamente. Sólo se repelen cosas de la misma naturaleza.
Queridísimo Platen, ya ves que no encuentro nada que consiga explicarme este misterio. Te pido la solución en tu próxima carta. Te beso con todo el corazón,
LIEBIG”
[Coda: El conde August von Platen-Hallermünde dedicó veintiún sonetos a un estudiante de Erlangen (parece que Karl Theodor German). Dedicó también siete sonetos a " sobre la naturaleza, los motivos que me mueven a escribirte, pues, por mucho ardor que ponga, un hombre bueno no puede encontrar ni un solo animal - mucho menos un hombre- que sea completamente igual a otro. Sólo me enseña que la naturaleza se desarrolla escalonadamente, y eso me permite observar cuántos grados estoy por debajo de ti. ¿Tal vez Cardenio" otro estudiante de Erlangen, que es descrito como joven, alto y oscuro, con unos labios carnosos. Posteriormente escribió sus famosos "Sonetos venecianos y otros poemas"].
(Escrito por Sr. Verle)
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Aquí se habla de la química del amor, del amor a la química, de la alegría de vivir... y encima sin formulas, orgánicas o inorgánicas.
Que tengan buena química para empezar el día.