Carente de talento alguno, en el perdedor se hace carne el 'esse est percipi', pues todo su ser consiste en su estética huera. Es figura que sólo sirve como personaje; que en un libro o en una película puede brillar iluminada por el saber del autor y la dignidad que de su mano le proporcione la trama, pero que en la vida real no pasa de ser un ente amorfo que se alimenta de la imagen que tiene sí mismo -y que en ningún modo se corresponde con los hechos. Llamarlo, pues, loco es lo más benevolente que de él puede predicarse.
No ha habido jamás un verdadero maldito que -siquiera en un ámbito reducido- no haya triunfado, imponiendo o cuanto menos transmitiendo a otros sus ideas o su memoria, y en ellas la chispa de la rebeldía, de la novedad. Incapaz de tomar las riendas de su vida, el perdedor ignora en cambio que no lo arropan texto ni argumento, que su derrota permanente, falta de cualquier grandeza, se debe tan sólo a sus carencias, a sus incapacidades, a su inabarcable nada. Esa nada es el sello de este espurio maldito, de quien se dice perdedor; su firma inconfundible: un arabesco de aire.
Aturdido con mitos y espejos benévolos de su propio salón -ante los que ensaya los gestos que repetirá en el bar, que confunde con la vida-, el perdedor es un inútil siempre vestido para carnaval que no tiene el valor cobarde de arrojarse por una ventana ni de darse a sí mismo el duro nombre que realmente le corresponde y que nunca nadie le oirá pronunciar: fracasado.
No sé a ustedes; a mí, la nueva normativa para no fumadores del blog de Arcadi Espada me ha llevado a visitar con mayor frecuencia y aprovechamiento otros sitios que ya conocía, y a descubrir con sorpresa nuevos navegantes. Quizás habría que pedir a la oficialidad unos enlaces en el lateral -a la manera de los que aún ornan la proa del pecio cucurbitáceo. En uno de esos buceos encontré una sugerente entrada:
jueves 4 de enero de 2007
¿Qué es una especie?
La posibilidad de cruce entre macho y hembra nos indica que estamos hablando de la misma especie, pero no nos dice nada sobre la especie. Es como si me hicieran saber que el animal escondido en esta caja tiene la misma forma que el que se oculta en aquella. ¿Qué sé "a priori" de ambos animales? Nada relevante, nada concreto, nada empírico. Todo lo que pueda descubrir de común en ellos observándolos se fundará, pues, en un prejuicio.
La regla de la interfecundación, simulándose "a priori", es en realidad "a posteriori", hecha en base a la asociación entre semejanza y origen. Sin embargo, existen los monstruos: las mutaciones en las que la evolución se sustenta. ¡Aporía! No sabemos qué es una especie. ¿Cómo afirmar que evolucionan?
Reconozco que me pegué un ratito con la bestia, el ridículo de mis manotazos inanes. El aire ya me faltaba y tuve que ascender. Después pensé: imaginemos que tiene razón; que él -y Dawkins, para su sorpresa- tienen razón en esto; que, tal como sucede, por ejemplo, con la división del espectro en visible e invisible, se trata de un corte meramente operativo en la radiación electromagnética, tan antropocéntrico como falso; que algún día, así como hoy se sabe que no hay éter, se sabrá que no hay especies. Ni, por lo tanto, la humana.
Todavía le doy vueltas. Ahí lo tienen, para que también ustedes se entretengan.
Demasiado tiempo bajo cubierta; aquí me marea el aire.
(Escrito por Mercutio.)
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