Les copio la entrada de Arcadi de hoy, y así no tienen que molestarse en acudir a su casa (todavía no se me ha olvidado que nos ha dado con la puerta en las narices):
28 de enero
Finis
(I)
¿Finis Cataloniae?
La Vanguardia, 17 de febrero de 1939
Carlos Sentís
El `fin" de una película de "gangsters", simplemente.
Cabo de Creus, febrero
Entre la neblina que el sol de este domingo de febrero deshilvana, se ha abierto el eco del último cañonazo sobre la tierra catalana.
Ante la serenidad inmutable de un Canigó enteramente blanco y un Cabo de Creus extendido perezosamente sobre un mar espumoso, han cesado las últimas escenas guerreras que ha presenciado este Pirineo tan conocedor de Ejércitos y de batallas.
Esta vez el Pirineo se ha limitado a funciones de Portero Mayor. Quizá el pobre viejo está ya tan cansado de presenciar luchas, que ha preferido contemplar un mero desfile. Una sencilla distracción o pasatiempo para el que ha visto pasar todo el Ejército de Aníbal.
Sí; porque por los mismos sitios y pisando las mismas piedras ha pasado el ejército rojo con sus grandes camiones e incluso con sus tanques, que son la modalidad moderna de los elefantes que componían las fuerzas de asalto de los cartagineses.
Pero, que el lector me perdone, aquí acabo con las comparaciones. No queda ya otra. El paso de los dos Ejércitos es, de tan distinto, opuesto. Unos iban, los otros corrían. Los primeros atacaban, los segundos escapaban.
El paso del ejército rojo se puede explicar o comentar de muchas maneras. De todas, menos en forma de cantar de gesta. Verdaguer no podía jamás prever que un día tendría lugar esta parodia del "Paso de los Pirineos" que él cantó. ¿Recordáis los versos de epopeya?
"I avall, onades d'homes a onades succeeixen,
Ones de ferro a onades d'acer sense parar,
Com mai encara en surten al cim, i ja cobreixen
El pla, les del Massana seguint cap a la mar,
Mostrant al sol s'escata d'argent que lluenteja,
Apar serpent enorme que corre i anguileja
Des de Banyuls a Salces, de Salces fins Osseja,
Podent dues vegades el Rosselló faíxar."
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Y qué monótona es la Historia! Exacto, matemáticamente exacto, se podría hoy así describir esta serpiente de «material» y hombres que por Port-Bou y El Perthus sale precisamente para Banyuls y Osseja, respectivamente. Dice Verdaguer que aquellas huestes podían fajar en doble vuelta al Rosellón. Esta nueva columna de hombres, de hierro y de acero -"oleadas de hombres a oleadas suceden; olas de hierro a oleadas de acero sin parar"- se extendía días pasados de Gerona a la frontera. Más de una compañía -concretamente el 32 batallón de Infantería- creyendo que por todas partes cuecen habas (lentejas en este caso), se negaba a desarmar y algunos puros pistoleros de las fuerzas del "Gouvernement" ya se habían escondido en los ejes de los vagones de la estación de Perpiñán, con sus bolsillos repletos de bombas de mano y sus pistolas ametralladoras bajo el brazo... ¡Pobrecillos!... Del primer puñetazo les han cerrado la boca del estómago... ¡infelices! Ellos desconocen el francés o, algunos, ni leer el periódico saben para enterarse que ya hoy en Francia son también los marxistas, los "marxistas presuntuosos", traducido literalmente de un periódico de izquierdas.
Los rojos, al volar los puentes, nos han causado un perjuicio real y tremendo. Real y tremendo a mí y a mi amigo, este audaz operador de la Cinematografía Nacional que parece arrancado de un film americano. Pero a las Divisiones Navarras o Marroquíes, al Ejército en general, estas voladuras han sido tan ridículas como echar gravilla para impedir el paso de una apisonadora.
Pero los últimos puentes no estaban volados ya; les hubiesen cortado la propia retirada, como ya ocurrió a muchos grandes camiones de la D.C.A., que se han quedado a dos kilómetros de la frontera, inmóviles como rollizas perdices sorprendidas por el perro.
Yo no sé si Aníbal por aquellos caminos, que hoy cubre el asfalto de la carretera, dejaba muchos huesos de elefantes. Ignoro qué dejaba en pos de sí el coloso de las anchas espaldas. Pero en cambio he visto lo que ha dejado tras su huella este otro "coloso" de Negrín. Sencillamente ha dejado la mayor cantidad de restos de automóvil que se puede ver hoy en Europa -los cementerios de automóviles de Detroit ya sabemos que son insuperables.
¡Cómo se ha parecido esta Revolución (en Cataluña) a una inmensa película de "gangsters"! ¡Qué copia tan siniestra de esta producción "standard", con la cual la judía Hollywood invade el mundo!... Todos recordamos que las primeras manifestaciones de la revolución en Barcelona fueron los grandes coches aristados de "Parabellums" y "Hammerless" derrapando por el asfalto de la calle Balmes con los neumáticos chirriantes y enloquecidos.
Y, ahora, las últimas manifestaciones: coches quemados, como cerillas, en el Fluviá; coches aplastados en Figueras y coches despeñados por la carretera de Port de la Selva, como el final espectacular de una película de George Raft. Desde el fondo de los barrancos de la Costa Brava los coches muestran sus ejes y sus diferenciales, panza arriba, en la última instantánea de su desplome que contemplaban, allá arriba, grupos huidizos de aficionados al espectáculo del celuloide. Les faltaba este detalle americano para completar dos años de esta vida de película de "gangsters", grandes trajes, pistolas en el bolsillo interior de la americana, negocios de exportación y chantaje, borracheras colectivas y desorden integral.
No puedo resistirme de intercalar ocho líneas de paréntesis: si el lector quiere vivir media hora de película del más puro sabor del más puro sabor Metro Goldwin Mayer no tiene más que trasladarse a la Cheka instalada en casa de los Condes de San Gervasio: mezcla brutal de lujo y desorden; cigarrillos de marca U.E. of A.; revistas y periódicos americanos: el "New York Worker", el "Nash';- discos de Benny Carter, botellas vacías y material de tocador femenino.
Pero hacia las crestas -que uno tuvo que subir a pie por los puentes volados de la carretera- que sostienen y basan el Cabo de Creus, las huellas no son ni tan americanas ni modernas. Aquí y allí, desperdigados por el monte, quedan los restos de cabras y carneros que sacrificó el Ejército rojo al dios de la derrota antes de saltar ágilmente la linea fronteriza. El sol saca destellos relucientes del tejido traposo del ganado ya devorado; los cuervos y los buitres desde muchos centenares de metros se lanzan veloces... No tienen, a Dios gracias, otra comida. Estos parajes de poesía, estas mágicas tierras del Ampurdán se han ahorrado, por esta vez, la visión de cadáveres humanos. Contando con la rapidez de sus ocho cilindros, ha habido "ministros y ministrables» rojos que han llegado a distancias irrisorias. El día de la entrada en Barcelona comimos el arroz preparado para Juan Comorera, y según me contó un periodista francés en la frontera, Negrín pasó a las 3,45 -junto con su escolta de siete coches de poderosa marca americana-, eso es, a muy poco de llegar el propio General Solchaga. Azaña, por el contrario, pasó el primero y no se quedó en Perpiñán. Los periódicos franceses que nos entrega nuestro amigo nos lo muestran en los alrededores de Chamonix, en casa de un compañero de su cuñado Rivas Cherif, la mujer del cual declara a los periodistas: "¡Ah!, si se hubiese escuchado a Azaña... Pero no se le escuchó y quisieron resistir!..." Ya empiezan, pues, las peleas y el descargo del muerto. La desgracia no los hará más dignos.
El propio periodista francés me da el último ejemplar del "Candide", semanario amigo de la España Nacional. En su primera página se lee:
"LOS ÚLTIMOS DÍAS DE CATALUÑA." "Finas Cataloniae".
Pero, ¡por Dios!... Estos periodistas franceses no curarán nunca. Tras lo pintoresco, tras el afán de dramatizarlo todo, caen en el folletín más falso.
Señores, un poco de reflexión: Bueno, sí: «Los últimos días de Cataluña"... la de Durruti... «Las últimas horas de Cataluña"... la de Companys... la de Negrín... ¡Perfecto! Pero Cataluña es algo más y algo más eterno que eso.
Eso no ha sido más que «The End», el cartelito de "Fin" de esta gigantesca ampliación de "Scarface" o de "El Imperio del Crimen".
Aquella Cataluña acabó; pero la Cataluña real, que diría vuestro y nuestro caro Charles Maurras, hoy, precisamente, empieza a amanecer.
(II)
Finis Cataloniae?
Ksawery Pruszynski
1937
En la España Roja, Alba 2006
Tres días después de mi llegada a Barcelona entregué mis cartas de recomendación a dos dignatarios: Ventura Gassol, poeta, consejero catalán de Educación, y Jaime Miravitlles, que había sido en otro tiempo profesor en una escuela técnica para obreros y que se había convertido en jefe de las milicias populares en Cataluña, después de haber dirigido con éxito los combates callejeros. Además de una acogida sumamente amable, recibí de las autoridades un nuevo salvoconducto adornado con una multitud de sellos y firmas. Al día siguiente pedí que se requisaran para mi uso profesional objetos tan indispensables para la profesión de periodista como un coche -¡faltaría más!, y esta necesidad para mí tan evidente se solventó con la rapidez de un relámpago: en apenas media hora. La máquina de la burocracia revolucionaria, lenta y torpe en materia de pasaportes, demostró en esta ocasión una eficacia asombrosa, adquirida al parecer durante las primeras semanas del golpe. Al salir sólo se me ocurrió pensar que en este bello país resultaba más fácil conseguir un coche ajeno que tu propio pasaporte.
No obstante, tengo que quitarme la careta y reconocer que este plan estupendo no fue idea mía. En realidad el plan lo urdió el propietario del coche requisado, mi nuevo conocido, el tal De Vergnolles que concentra todas sus energías en salvar su coche del destino que corren todos los vehículos en España. De Vergnolles llegó a la conclusión de que no había mejor protección contra la epidemia de Incautaciones que la vacuna inocua de una requisición aparente y amistosa. Así que le hice caso y me presenté en la institución correspondiente, expliqué allí el objetivo de mi visita, indiqué la matrícula del vehículo que había elegido y cerré unos cuantos detalles más. Abandoné el lugar con la autorización pertinente, mientras De Vergnolles remataba la operación consiguiendo un permiso para trabajar de chófer y la asignación de su propio automóvil como herramienta de trabajo. En su calidad de chófer recibió el correspondiente carnet profesional y una autorización para desplazarse por «todo el territorio antifascista». De esta manera dejó de ser un sospechoso burgués para convertirse en un proletario de confianza, asegurando de paso la propiedad de su automóvil. Dentro de unos días partimos hacia Madrid, pasando por Valencia y La Mancha. Cruzaremos la mitad de España que, al igual que Ucrania en 1918 arde por el fuego de la revolución y nos adentraremos en la tierra en llamas de Don Quijote. De Vergnolles puedo decir que me resulta muy desagradable cuando usa la «de» de su apellido y también altamente sospechosos esos trucos suyos para conservar su coche y tomarle el pelo a la revolución. Pero la expedición que hemos planeado puede resultar muy interesante, especialmente en este momento, y por eso al final he decidido rendirme a sus planes.
Sin embargo, no todo el mundo considera que su principal problema sea encontrar la fórmula para salvar su vida y sus propiedades. De Vergnolles repite mucho, sin llegar a entenderlas, las grandes frases de la revolución proletaria: en realidad su significado para él se reduce a una mansión en el Paralelo y a un automóvil de lujo. También hay milicianos, chicas, revolucionarios auténticos y de extracción proletaria, que concentran su mirada en el futuro más próximo. Están embriagados por su ascenso en la escala social, y les da igual haberlo conseguido a costa de haber hecho trizas la realidad; están satisfechos por haber vencido a los oficiales, los banqueros y los curas, por las adulaciones que les dedican los intelectuales en la radio y la prensa, por las noticias grandilocuentes del frente. También a ellos les cuesta contemplar los acontecimientos como un todo, incluyendo los beneficios y consecuencias de lo que ha sucedido. No obstante, aún quedan en Cataluña personas a las que ni un coche ni una propiedad pueden tapar la visión del conjunto y cuyo profundo conocimiento humano, su sabiduría y su formación permiten ver aquello que no pueden ver los primeros.
El segundo de mis conocidos pertenece -por suerte- a este otro grupo de personas. Su sufrimiento hunde sus raíces en el drama humano que le rodea, y no en la posibilidad de perder su propia vida o sus pertenencias, ni siquiera en la posibilidad de perder a sus familiares y amigos; sus preocupaciones están en un nivel infinitamente más elevado que las que afligen a tipos como De Vergnolles. Él sufre porque es un hombre de ideas, un intelectual; porque es un progresista, un socialista catalán.
El primer fracaso ideológico de este hombre tiene que ver con la relación entre Cataluña y esta revolución. El nuevo Gobierno catalán se ha instalado ya en el palacio del viejo consejo barcelonés, una especie de senado veneciano de este reino marítimo español. Cataluña ha cumplido los sueños de generaciones de catalanes y se ha convertido en una república autónoma. Pero mi amigo sabe que eso es sólo un espejismo, que la autonomía de Cataluña que se vislumbraba a lo lejos a comienzos del siglo terminará siendo como las de Ucrania y Georgia, y no como las de Lituania o Letonia. La cuestión catalana, que lejos de solucionarse se ha acentuado aún más en las últimas décadas, se ha dado por zanjada. Pero ¿cuál era, entonces, la cuestión catalana?
Un sector de la burguesía y de la pequeña burguesía había logrado un desarrollo mucho más grande que el del resto de España, impregnándose de las ideas europeas que Castilla se negaba a aceptar, ideas como el liberalismo, el rechazo a la hegemonía del Ejército, la Iglesia y la nobleza, así como al centralismo de la capital. La ideología de este sector de la burguesía se basaba en la lucha por el derecho a usar su propia lengua en la escuela y en la administración, a una literatura propia, a una historia con héroes nacionales propios y antepasados que habían luchado contra Madrid. Esta ideología ha sobrevivido a la revolución del 19 de julio, pero, en cambio, su base social se ha precipitado en el abismo. Hoy la cuestión catalana ya no se plantea. De Vergnolles no lo sabe, tampoco los milicianos; quizá ni siquiera Companys, que está absorto en las dificultades del día a día, sea consciente de ello. Mi amigo sí que lo sabe, y muy bien.
Hoy la cuestión catalana ya no existe, porque la burguesía moderna que la planteó y luchó por resolverla no consiguió solucionarla cuando el liberalismo y la burguesía estaban en su plenitud. El derrocamiento de la monarquía y la autonomía catalana llegaron como un tardío fruto otoñal, el fruto de un árbol agotado, la última conquista de una capa social que políticamente pertenece al pasado. La cuestión catalana ya no existe, porque a la nueva clase obrera le resulta ajena. Muchos son los factores que han contribuido a esta situación, pero en su raíz está el proceso de industrialización de Cataluña, un proceso increíblemente intenso. La población de la Barcelona industrial supone la mitad de los habitantes de Cataluña. Esta proporción de fuerzas habla por sí sola. Desde hace años el proletariado industrial de Barcelona estaba bajo la influencia del anarcosindicalismo, que defendía una España federal, en la que Cataluña no debía recibir un tratamiento especial. Este proletariado, al igual que muchos otros, ha demostrado poco interés por las peculiaridades lingüísticas y nacionales. Por último, también se ha producido una infiltración muy fuerte de elementos genuinamente españoles procedentes de Castilla, Andalucía o Murcia. Una cuarta parte de los habitantes de Cataluña ha nacido fuera de sus fronteras. La lucha del 19 de julio se desarrolló bajo las banderas del socialismo y el comunismo, del anarquismo y el sindicalismo, bajo las banderas de los trotskistas y estalinistas; y la marea roja ha convertido los colores catalanes en algo simplemente decorativo. Numerosas publicaciones catalanas fueron clausuradas por burguesas y los partidos y organizaciones catalanes desaparecieron. La izquierda catalana desempeña un papel cada vez menos importante en el Gobierno, mientras que los nuevos consejeros están cada vez más comprometidos con la revolución. La lucha contra las clases sociales propietarias socava también la propiedad nacional. La monarquía española jamás hubiese sido capaz de unificar el país como lo ha hecho la revolución proletaria.
Aún es imposible predecir lo que sucederá en un futuro próximo pero en caso de que triunfe la revolución se instalará aquí un gobierno más o menos parecido al soviético, quizá con mayor peso de capital extranjero, quizá un poco menos al estilo de Rusia y más similar al de México. Si ganan los militares, se iniciará con toda seguridad un período de dura reacción: Queipo de Llano, un general-histrión, que todos los días trova y maldice a través de la radio de Sevilla, no encuentra otro apelativo para referirse a los catalanes que el de «perros catalanes». En cualquier caso, parece que el destino de la cuestión catalana ya ha sido decidido. Irá a parar a los anales de la historia, al mismo lugar que la clase social con cuyo florecimiento apareció en escena y de la que fue incapaz de separarse.
En cuanto al desarrollo industrial, hasta hace pocos años la industria catalana no estaba tan concentrada como ahora, sino dividida en pequeños talleres, con numerosos empresarios y pocos obreros. Pero durante la Gran Guerra, debido a la necesidad de los suministros militares, se modernizó, y su proletariado ha crecido en cientos de miles de personas hasta convertirse en una clase social importante. Pero la demanda de mano de obra barata hizo que los empresarios trajeran a obreros procedentes de fuera, de la pobre Castilla o de la Murcia de los minifundios. El campesino catalán era ilustrado y acomodado, tenía muchas tierras y pocos hijos. En Cataluña no se planteaba la cuestión agraria, pero los problemas agrarios de otras regiones, los minifundios murcianos y los latifundios andaluces, que impulsaron la llegada a Cataluña de mano de obra barata, quebraron las bases nacionales del catalanismo. Fueron personas como Rosa, y los hermanos de Rosa, quienes rompieron esas bases.
Pero el destino de Rosa y sus hermanos no cuenta. Esta guerra pasará por encima de sus vidas y sus cuerpos. Ellos son las monjas asesinadas en los conventos, los obreros-milicianos que mueren en los frentes, y también el soldado del Tercio ejecutado por el Ejército gubernamental. Ellos, seres silenciosos y anónimos, están a un nivel inferior de eso que se llama la Historia. Ni siquiera saben cuál Ira sido su papel, cuál es el resultado de su llegada masiva a las fábricas de Barcelona. Les sorprendería saber que fueron ellos los que de¬cidieron el destino de esta cuestión nacional, que en este rincón de Europa lograron lo que no consiguió Bismarck en la región de Poznan. Hasta ignoraban que existiera eso mismo que destruye¬ron. Y sin embargo, ha sido esta masa infrahistórica la que ha escrito la historia con su impulso por salir de la pobreza y su trabajo, con la fuerza de su número, con sus esfuerzos por convertirse en obreros ilustrados. Fue ella la que llevó a cabo la obra de unificación de este país con España, de su castellanización. Al hacerlo han continuado, por un extraño azar del destino, la política del primer Borbón que ocupó el trono de España; porque fue Felipe V, el nieto del Rey Sol, quien aplastó los inicios del separatismo catalán. ¡Qué sucesores tan inesperados están rematando hoy su obra sin saberlo!
No lo tenía pensado, pero ya que hablan de Juaristi... Buenos días.
Curas
POR JON JUARISTI
UN día cualquiera de 1975, mientras la farándula se declaraba en huelga tras treinta y seis años de leales servicios al régimen, en una iglesia madrileña de barrio menestral los tibios y los ateos asistían fervorosamente a misa para despistar al supervisor de la diócesis y salvar a su párroco más o menos preconciliar de un traslado forzoso. No se trata de una historia real, sino de la última entrega de la serie Cuéntame, emitida por TVE-1 el pasado jueves.
El episodio está calcado, por supuesto, de aquella secuencia de El hombre tranquilo, de John Ford, en que, una vez terminada la homérica pelea entre Thornton (John Wayne) y Donaher (Victor MacLaglen), los vecinos católicos de Innisfree, incluyendo al párroco, aclaman al obispo anglicano durante la visita de este al pintoresco pueblo irlandés, haciéndose pasar por la inexistente feligresía del vicario local de la Iglesia de Inglaterra. En su juventud, el gran poeta nacionalista (y protestante) William Butler Yeats escribió un magnífico poema sobre la isla lacustre de Innisfree, en el condado de Sligo: una variante del tópico de la vida retirada donde oponía la paz idílica del campo a la agitación de Dublín. La Innisfree de Ford no es la isla de Yeats, sino una aldea imaginaria de la República de Irlanda bajo el segundo gobierno de Eamon de Valera.
Yeats no pudo acabar sus días en Innisfree ni en Sligo. Murió en Francia, a comienzos de 1939. Los republicanos pugnaban entonces por excluir de la política a la minoría protestante, y Yeats, que había sido senador del Estado Libre, sufrió durante sus últimos años una suerte de ostracismo tácito. Como él, otras figuras descollantes del renacimiento literario irlandés murieron en un exilio no reconocido (O´Casey en Inglaterra; Joyce, en Suiza), preludiando lo que iba a ser el destino de otros brillantes disidentes como Samuel Beckett. Todavía en 1952, cuando Ford estrenó su película, la vida no era cómoda en la Irlanda rural para los protestantes, y que en el Ulster presbiteriano se humillara a los católicos no hacía su situación más llevadera (al contrario: la empeoraba). Ford maquilló hábilmente la realidad histórica para tranquilizar las conciencias de la diáspora irlandesa que lo aclamaba en América y que, veinte años después, se convertiría en el principal soporte financiero del IRA.
Los literatos y los historiadores de la Irlanda contemporánea han desmentido por completo esta visión edulcorada (basta hojear las novelas populares de Frank McCourt o Roddy Doyle para cerciorarse del fin del idilio). Por eso, el recurso de los guionistas de Cuéntame al viejo truco de Ford resulta por lo menos chusco en estos tiempos de laicismo rampante. El problema del progresismo español no es que se esté inventando una guerra civil a su gusto. Es que ni siquiera tiene claro lo que fue el franquismo. Cuéntame constituye un precioso monumento a la memoria histórica...de sus autores. Como evocación de la España de Franco vale tanto como Los chicos del Preu, de Pedro Lazaga, con signo ideológico opuesto. La tragedia de la Iglesia católica española, desconcertada por el Concilio Vaticano II y dividida en banderías inconciliables -y perdón por el retruécano- ni siquiera se asoma a la saga de los Alcántara. No ya en 1975: diez años antes se iniciaba una apostasía en masa que vació los seminarios y nutrió a la extrema izquierda (y en el País Vasco, a ETA).
El anticristianismo programático y militante de nuestra progresía no tiene las mismas causas que la indiferencia religiosa generalizada en países de antigua secularización. Delata, por el contrario, el cercano origen eclesial de la izquierda -excluyo al hoy insignificante partido comunista- y el correlativo fracaso de una educación católica administrada en dosis homeopáticas. Quizá sea este último aspecto lo único que queda medianamente claro en Cuéntame: el sopicaldo mental de unas generaciones que se aburrían en misa y que creen, como Carlitos Alcántara, haber estudiado el catecismo del padre Ripalda. No es de extrañar que piensen que el socialismo consiste en encabronar a los católicos. Ay, si don Pablo Iglesias levantara la cabeza...