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29 septiembre 2007
Una manifestación “anti-war” en Washington DC.
Aprovechando que estoy visitando la zona, unos amigos me proponen que vaya con ellos a una manifestación “anti-war” que tendrá lugar en Washington DC. El objetivo de la manifestación es pedir que “pare la Guerra de Irak”. No puedo evitar ciertos escrúpulos al respecto: el lema de la manifestación me parece desacertado, como poco.

Porque lo que en realidad piden los organizadores de la marcha, la medida concreta que demandan, es una retirada inmediata de las tropas americanas. Pensar que esto equivale a que “pare la guerra” me parece un error: no conozco un solo indicio claro que lleve a pensar que un repliegue americano supondría el fin de la espiral de violencia sectaria en la que Irak está sumido, que es “guerra” que hoy están sufriendo los iraquíes. Evidentemente, una retirada supondría un fracaso de la administración Bush, un fracaso probablemente merecido por las malas artes con las que se llevó adelante la invasión de Irak y en cierto modo apetecible para los que nos opusimos a la guerra pero ¿qué precio habría que pagar a cambio? ¿Dejar a los iraquíes abandonados a su suerte en medio de una cruenta guerra étnica? Me parece un precio desorbitado. Si una mejora en las condiciones de vida de los iraquíes pasa por que el campechano estadista salve un poco (¡o mucho!) la cara en este asunto, bienvenido sea. Porque lo importante ahora es intentar frenar la sangría de Irak y, nos guste o no, parece que las tropas americanas son quienes más posibilidades tienen de controlar la situación (si bien urge un cambio de estrategia y algo más de control sobre ciertos elementos). Pese a estas discrepancias, los reporteros amateurs no nos echamos para atrás cuando de perseguir ideas para un texto para el NJ se trata, de modo que acepto unirme a la manifestación. Además, pienso, un toque de escepticismo no hará daño al relato.

La concentración comienza una soleada mañana de septiembre en la plaza Lafayette, que linda con los jardines de la Casa Blanca. La variedad ideológica de los participantes no tiene nada que envidiar a la de las de las manifestaciones izquierdistas patrias: hay comunistas (de trotskistas a marxistas-leninistas), anarquistas y feministas). Hay, claro está, alguna especie autóctona, como los libertarios, tradicionalmente cercanos a los republicanos y defensores a ultranza de la mínima intervención estatal posible, tanto en suelo patrio como en suelo extranjero (lo cual explica perfectamente su presencia en la manifestación). Aunque la mayoría de los presentes parece gente poco ideologizada, ciudadanos blancos de clase media con cara de buenas intenciones. Gente sonriente. Por otro lado, resulta chocante que haya tan pocos negros entre los manifestantes, y más cuando la manifestación pretende también ser contra el racismo (y en concreto “contra las guerras racistas”: para qué extenderse). Además, el 60% de los habitantes de Washington son negros, y está muy candente el asunto de los seis de Jena, una muestra de que algo sigue oliendo mal en el Sur. Probablemente es un síntoma de la apatía con la que una buena parte de la población negra sigue la política de su país.

La llegada de los “veteranos contra la guerra” (sí, ya los hay) marca el inicio de la marcha, que ha de terminar en el Capitolio. Washington es una ciudad ideal para una manifestación. Por un lado, como ya les conté, la ciudad es el centro patriótico de EEUU y las palabras que se pronuncian aquí resuenan en todo el país (como aún resuenan los ecos del “I have a dream”). Además, posee una gran ventaja práctica: el centro de la ciudad está ocupado por edificios administrativos y por las sedes de las más diversas instituciones nacionales e internacionales, por lo que una manifestación un sábado por la mañana apenas altera la vida de los pocos ciudadanos que acuden al desértico “downtown”. Así pues, la marcha transcurre tranquilamente bajo la mirada de unos cuantos curiosos por las amplias calles de la ciudad cuando, acercándonos al Capitolio, ocurre algo sorprendente.

A la altura de la National Gallery of Art, tras unas vallas, un grupo de personas, algunas de las cuales guardan cierto parecido con el personaje de John Goodman en “El Gran Lebowski”, nos esperan. Son contramanifestantes. “Amigos de Bin Laden” e “idos a hablar de paz a Teherán” son algunas de las perlas que nos dedican a nuestro paso. Como ven, hilan tan fino como los pacifistas a los que acompaño. Pero lo sorprendente no es la presencia de contramanifestantes cómodamente dispuestos a lo largo del recorrido y escasamente controlados por la policía, sino lo que ocurre a continuación: la manifestación prosigue sin alterarse demasiado y la interacción entre los “pro-” y los “anti-war” no pasa de ser un intercambio de consignas bastante deportivo. Imagínense una situación similar en una manifestación española sobre algún tema tan candente: temo que habría presenciado escenas bien distintas. Con esto creo haber visto suficiente y me alejo de la manifestación, que se dirige hacia una poco apetecible sentada frente al Capitolio.

Tras un paseo por la ciudad, tomo asiento en un banco cercano al Mall para ver cómo el sol cae cerca del gigantesco obelisco del Washington Memorial. Me parece un buen epílogo para el día. El crepúsculo de la administración Bush también se acerca, y es poco probable que haya cambios significativos en su política con respecto a Irak hasta entonces. Después, la administración que tome el relevo difícilmente se plegará a los deseos de los “pro” o de los “anti- war”: no tendrá más remedio que buscar una vía de consenso entre ambas posturas, que con un poco de suerte servirá para cancelar algunos de los errores de sus planteamientos. Quiero pensar que las muestras de tolerancia mutua de las que he sido testigo dejan lugar para el optimismo. Aunque sea para poder dejarlo escrito al final de mi crónica.

(Escrito por Jacobiano)

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[0] Editado por Bartleby a las 9:23:00 | Todos los comentarios 370 comentarios // Año IV
28 septiembre 2007
Ignorancia en política

Años antes de que Anthony Downs hablara de la “ignorancia racional”, Schumpeter planteó la cuestión de forma deliberadamente provocativa. Un ciudadano corriente, dejó escrito en Capitalismo, socialismo y democracia, “invierte menos esfuerzo disciplinado en dominar un problema político que en una partida de bridge”. ¿No es una completa exageración? Veamos los argumentos y juzguen ustedes.

Observarán que el economista austriaco habla de “inversión”, lo que nos remite a los costes y beneficios que supone llegar a dominar un problema político. Esa es la línea argumental habitual para explicar por qué es racional ser ignorante en política: ¿cuáles serían los incentivos de un ciudadano para adquirir un conocimiento serio de los problemas políticos del país y formarse un juicio bien meditado sobre ellos? Un estudio concienzudo de los múltiples asuntos públicos requiere atención y tiempo, mucho más del que empleamos en la somera lectura del periódico con el café de la mañana. Cuanto mayor es el caudal de información disponible, que hoy es ciertamente abrumador, precisamente porque resulta más accesible que nunca, más tiempo necesitaremos para cribarla, analizarla y extraer conclusiones relevantes; sin mencionar que la atención a los detalles y technicalities suele ser ardua o que el seguimiento de los problemas exige cierta constancia. Pero además se trata de la inversión en un bien público, pues si con su opinión y con su voto el ciudadano bien informado promueve mejores políticas, los efectos de éstas beneficiarán al conjunto de los ciudadanos, estén o no bien informados. De forma que nuestro ciudadano bien informado correrá individualmente con los costes de informarse bien, mientras que los posibles beneficios se extenderán al conjunto de la sociedad y sólo participara de ellos como uno más. Con todo, más importante aún es otra cosa: cuál es la probabilidad de que el voto de nuestro ciudadano bien informado sea decisivo a la hora de determinar la mejor política, teniendo en cuenta que el peso de su voto se diluirá conforme aumente el cuerpo electoral. En unas elecciones generales como las que se aproximan, la probabilidad de que un voto bien meditado e informado llegue a marcar la diferencia en el resultado electoral es prácticamente cero. En definitiva, dado que su aportación viene a ser insignificante y no cambiará las cosas, no es una inversión atractiva y el ciudadano corriente carecerá de aliciente para ir más allá de una información superficial y barata.

Naturalmente, hay excepciones a lo dicho conocidas por todos. Son aquellas personas que pueden obtener un beneficio personal directo de su conocimiento de los asuntos públicos, como políticos profesionales, periodistas, agentes de grupos de interés o científicos sociales, que consiguen gracias a ello poder, dinero y prestigio. Para el resto, como sugiere Mancur Olson, la información sólo valdrá la pena en la medida en que resulte amena y entretenida, lo que explica no pocas cosas acerca de los medios de comunicación y la extensión del infotainement. No deberíamos sorprendernos, en consecuencia, por el hecho de que los escándalos sexuales, hechos asombrosos y noticias de interés humano consigan mayor atención informativa que los intrincados análisis de la política económica o los detalles técnicos de una reforma legal. Estamos avisados por autores como Olson de que, si la información ha de ser una forma de entretenimiento, tal será el rasero a la hora de decidir qué es noticia.

A nadie se le escapa una consecuencia importante de todo esto: la desinformación convierte a los ciudadanos en presa fácil de las estrategias propagandísticas de líderes, partidos, o grupos de interés o idealistas, o de las informaciones sesgadas y adulteradas que presentan en defensa de sus puntos de vista. Nada nuevo. Sin embargo, un autor como Schumpeter nos invita a dar un paso más y considerar la raíz del problema: si las técnicas persuasivas, como la repetición constante de los mensajes, o la apelación a impresiones y factores extrarracionales, funcionan en política es, en gran medida, porque el ciudadano corriente tiene aquí “la impresión de moverse en un mundo ficticio”, donde su sentido de la realidad se ve atenuado, cuando no se desvanece. Ahí está el contraste que el austriaco ve con los asuntos que están bajo nuestra observación personal, con independencia de lo que diga el periódico, y que afectan directamente a nuestra vida, familia, trabajo, negocios, amigos o cualesquiera intereses y actividades que tengamos. En los asuntos que nos conciernen personalmente, por lo general, tenemos en cuenta los hechos y desarrollamos un sentido de la responsabilidad, que viene dado por la relación directa entre nuestras acciones y sus consecuencias. Ése es el gran problema para Schumpeter: si en su quehacer profesional o sus negocios el ciudadano se somete a las exigencias de la realidad y de la responsabilidad por las consecuencias de sus actos, tal disciplina se relaja o se pierde por completo cuando se ocupa de las cuestiones políticas que no guardan relación directa con sus actividades. Las consecuencias aquí se vuelven inciertas, remotas, o se difuminan socialmente, y el juicio se vuelve liviano en una atmósfera sin gravedad. Incluso en los asuntos locales, que están más a su alcance, el ciudadano muestra “una capacidad limitada para discernir los hechos, una disposición limitada para actuar de acuerdo con ellos y un sentido limitado de la responsabilidad”.

Justamente esas limitaciones son las que explican, a su juicio, que el ciudadano típico lo haga peor cuando discute sobre problemas políticos que cuando juega al bridge, donde al menos encuentra una tarea bien definida, un propósito claro y reglas precisas a las que debe ajustarse. Por lo demás, Schumpeter piensa que para la mayoría de nosotros la discusión sobre los asuntos políticos no ocupa un lugar muy distinto del pasatiempo frívolo: “Normalmente, las grandes cuestiones políticas comparten su lugar, en la economía espiritual del ciudadano típico, con aquellos intereses de las horas de asueto que no han alcanzado el rango de aficiones y con los temas de conversación irresponsable”. Por eso, retrocedemos “a un nivel inferior de prestación mental” cuando abandonamos nuestras actividades serias para interesarnos por los asuntos políticos del día.

El diagnóstico de Schumpeter no es muy alentador ni edificante. La ignorancia del ciudadano o su falta de juicio en cuestiones políticas, que no distingue entre personas instruidas o no, hunde sus raíces en la misma naturaleza humana y no se soluciona con información abundante, como hemos visto. Y es un asunto de indudable importancia, porque la calidad de la política democrática depende de la existencia de un cuerpo electoral bien informado, responsable y exigente. Pero tal vez no deberíamos preocuparnos demasiado por las pegas de aguafiestas como Schumpeter u Olson, pues nos disponemos a probar un nuevo remedio contra los males que describen: una horita semanal de Educación para la ciudadanía.

(Escrito por Schelling)

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[0] Editado por Tsevanrabtan a las 8:28:00 | Todos los comentarios 392 comentarios // Año IV
27 septiembre 2007
Sin ÓNU mos


Lacónico&Verse

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26 septiembre 2007
Perder el culo (o lo que Hércor no leyó en Levi-Strauss)

Gerí Yayatugo sale al bosque a cazar. Pero, ¿quién es realmente Gerí Yayatugo? Digamos que Gerí Yayatugo es un joven, y, como tal, vive con las mujeres, en una cabaña, aislado de los hombres del poblado. Sigue un día a su madre al bosque, donde ésta va a coger algunas hojas especiales para el rito de la pubertad. Pero Gerí Yayatugo, que ha salido de caza, decide cazar a su propia madre, y, con la rapidez de reflejos propia de la juventud, toma la boca materna en su boca y, tras unos segundos de asombrado forcejeo, extrae consecuencias de su vasto taparrabos.

Ambos vuelven más verdes al poblado. Ella, un tanto azorada. Madre e hijo de la mano; un joven que ni siquiera se ha iniciado, y vive aún entre las ropas y cazuelas maternas. El padre convoca un concurso para averiguar quién ha sido el violador. Como su hijo saca todas las papeletas, lo envía en misión imposible al lago de las almas, a traerse de allí unos crótalos ceremoniales.

El joven sabe que no va a volver; pero parte. Enviada en secreto por su madre, aparece su abuela, colibrí en mano. Con la magia colibresca, Gerí completa los mandados paternos. Por desgracia, tras esa misión hay otra, y otra después, como expedientes en una carpeta —y un día cualquiera, en una caza de papagayos, el narrador abandona a Gerí Yayatugo en un alto acantilado, colgado de un bastón mágico, regalo también de su yaya.


Alegando sus derechos como protagonista, el joven consigue llegar, en un par de líneas, al techo del acantilado. Allí sobrevive matando lagartos, y se cuelga al cinto, como provisiones, unos cuantos lagartos. Los lagartos acaban pudriéndose, y el joven, víctima de la peste que despide, queda desmayado a merced de los buitres.


Los pajarillos devoran la carroña; y con ella las tiernas posaderas del muchacho, ennegrecidas por la vida silvestre. Saciados, los buitres elevan a Gerí Yayatugo y lo dejan al pie del acantilado.


La gula azota a nuestro protagonista, despierto y aseado como nunca (así quisiera verlo su madre). Por desgracia, no tarda en comprobar que todo lo que mastica acaba en el suelo, privado como anda de su procesador de podredumbres. Hay que recurrir de nuevo a la abuela, que con la pasta de cierta clase de patata modela para Gerí Yayatugo un nuevo nalgatorio. Nuestro protagonista (un Edipo feliz) retorna al poblado en forma de venado. Y venado como está, desayuna y cena con su padre, para al cabo, con sus astas, echarle a dormir a un lago cercano, donde muere devorado por las pirañas. Los pulmones del padre emergen en un último saludo a la superficie, y se transforman en cierto tipo de hojas flotantes, que crecen también en el bosque, y que se usan para ciertos ritos de pubertad. Gerí Yayatugo mata también a su madre, y a una segunda consorte que su padre, en su ausencia, había tenido cuidado de agenciarse, sintiendo, acaso, que su matrimonio ya no era lo mismo.


Pero, ¿quién era, realmente, Gerí Yayatugo? Este tipo de historias nos llegan deshilachadas, en regueros. Los que las contaban nunca pretendieron armar un todo, un collar silogístico de moralejas de las que gustan a los estudiosos.


Los indios nunca se pusieron de acuerdo sobre Gerí Yayatugo, y evitaban hablar de él en público, en reuniones de distintas tribus, para no terminar discutiendo, y arruinando la fiesta comunal con un vaivén de navajas frioleras.

Gerí Yayatugo, decían los indios borobós, o un joven que se le parecía mucho, siguió al bosque a su madre cuando iba a coger frutos; y allí vio como un miembro de su propia mitad de la tribu (algo muy parecido al incesto) abusaba carnalmente de ella. En castigo a este acto, la abuela de Gerí Yayatugo le castigaba por la noche, durante el sueño, agachándose sobre él, y dejando caer en su rostro sus fétidos gases intestinales. Gerí Yayatugo enfermó gravemente, y tuvo que abandonar al pueblo, rumbo a Buenos Aires; de camino encontró, en un árbol, una lata de Coca-Cola (que, por cierto, da muchos gases, según ha notado Lévi-Strauss) y se perdió, en esta versión de la historia, en la película Los dioses están locos. Actualmente vive en Hollywood, y ha comprado los derechos de emisión de esta entrada, para preparar una tercera parte de la saga.


Tras examinar varias posibilidades, los antropólogos han llegado a la conclusión de que la putrefacción es, en la Naturaleza, lo más parecido a la cocción, elemento fundamental en la cultura, por cuanto disfraza los cadáveres al mordisco, y que la historia de Gerí Yayatugo demuestra la necesidad y utilidad de los excrementos y gases intestinales, fundamentales para la digestión. Es dudoso lo que, dos mil años más tarde, dirán los antropólogos cuando intenten entender porqué la gente creía en Gallardón, practicaba el mus o masticaba el Nickjournal.

(Escrito por Al59)

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25 septiembre 2007
El gurú Pachauri

Rajendra Pachauri. No olviden este nombre. Es el nuevo gurú de los genios pensantes del planeta. ¿Qué genios? Tres genios, tres. A saber: Al Gore, Arnold Schwarzenegger y, claro, Jose Luis Rodríguez Zapatero. El doctor Pachauri es presidente del Grupo Intergubernamental de la ONU sobre el Cambio Climático (IPCC) y afirma, hierático, quieto, solemne, tomista en su verticalidad, que, durante el último siglo, (1) la temperatura media del planeta ha aumentado 1.7 grados, (2) el nivel de agua del mar ha crecido 17 centímetros y (3) ha disminuido -¿un 17% quizá?- la masa de hielo aquí, acá y acullá. Este caballero tuvo la galantería de comparar a Bjorn Lomborg, autor de El ecologista escéptico, con Adolf Hitler porque (sic) “ambos tratan a los seres humanos como si fuesen vacas”. Pero hoooombre, doctor Pachauri: vacas. Precisamente vacas. El animal sagrado de su país. Vacas que, por cierto, deben de contribuir, regüeldos mediante, a ese ya indudable, indiscutible, incontrovertible, imparable cambio climático cuyos efectos, según don Rajendra, van a persistir durante décadas, siglos quizá, aunque se eliminasen por completo las emisiones de dióxido de carbono. ¿Por qué? Sólo él, y Dios, claro, lo saben. Dios por omnisciente; don Rajendra, por ingeniero industrial, que es lo más parecido.

El global warming tiene un efecto vivificante, renovador, salutífero sobre los tres políticos, tres, de más alta densidad neuronal del planeta: les permite, a los tres, obviar lo trivial, lo banal, lo fútil, para ir directamente al forúnculo. ¿Migraciones? Bah. ¿Hambrunas? Beh. ¿Mortalidad infantil? Bih. ¿Fanatismo religioso? Boh. ¿Pandemias? Buh. Nada, nada: la elevación del nivel del mar en las Maldivas y Tuvalu. Ese es el problema. That’s the matter. Y, claro, van a New York, a lo que viene siendo la sede de la O.N.U. y nos mortifican con los conocidos mantras. Rodríguez Zapatero, postrado y genuflexo ante el doctor Pachauri, ha jurado por sus niñas que España está en la primera fila del ejército mundial contra el calentamiento global. En primera fila. Sin embargo, ah, nuestras emisiones han crecido un 48% desde 1990. Ni siquiera Narbona consigue embridar el asunto. Ni ella, con su gesto adusto, su mirada fulminante y sus arrugas frontales, puede acabar con el crecimiento de nuestro país. Vaya por Dios, por las vacas y por el gurú.

(Escrito por Protactínio)

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24 septiembre 2007
Internetópatas anónimos
Nadie en Internet sabe que soy un perro...


—Hola, mi nombre es Pedro Antonio y soy internetópata. Me gustaría deciros que llevo semanas o meses sin recaer en mi adicción pero ayer mismo participé en tres foros y en seis subastas, descargué 23 canciones y 17 videos, y escribí 42 correos electrónicos. Mi novia, cuando quiere hablar conmigo, entra en un chat o me envía un SMS. Mi vida es un infierno.

Todo empezó hace años, cuando comencé a trabajar para una empresa extranjera. Me pusieron un ordenador conectado a una red que permitía intercambiar archivos y mensajes de una forma algo primitiva. Sentí como si se hubiera abierto una ventana, pero daba a un patio interior.

Luego llegó el correo electrónico. Sus posibilidades eran inmensas, pero pasaron varios años hasta que mis amigos se hicieron con un ordenador. Nunca han llegado a acostumbrarse, supongo que porque asocian el correo a Miguel Strogonoff, el de los filetes rusos, sólo lo utilizan con fines gastronómicos (para hablar de comida) y tardan siempre varios días en contestar un mensaje, lo cual que desanima.

Del aislamiento telecomunicativo me salvó internet. Al principio era una chufa pero, afortunadamente, la industria pornográfica llegó al rescate. Cuando los estudiantes universitarios se dieron cuenta de que podían intercambiar fotos de tías en bolas por la red aquello estalló como un gang bang o un big-bang o como se diga. Como las conexiones eran lentas, las fotos se desplegaban en la pantalla poco a poco y te daba tiempo de regodearte (un amigo mío dice regordearse pero no le corregimos porque es gordo). Ahora dicen que aquello fue una explosión cultural, pero fue una explosión pornográfica, que yo lo ví. Lo primero que hacía cualquier oficinista al que le ponían una conexión era navegar hasta las tías en pelotas. Era como una versión de Ulises y las sirenas pero sin barco y con kleenex. Yo también caí en aquello, pero cuando reuní mi primer millón de fotos lo dejé. Siempre he sido un inconstante.

Algo parecido me pasó con el cine y los libros digitales. Es imposible que, en lo que me queda de vida, pueda ver todas las películas que he almacenado. Eso sin contar con el hecho de que no me gusta ver el cine en el televisor y que tampoco tengo reproductor de DVD. Por lo demás, a qué engañarnos, para leer, lo que se dice leer, no me queda tiempo.

Pero a lo que vamos. El caso es que caí en los chats. En cuanto descubrí que todas las chicas inocentes de diecisiete años con las que hablaba tenían cincuenta tacos y un rabo más retorcido que un mono araña lo dejé. Me costó tres años, pero lo dejé. Aunque aún me acuerdo de Anette, una estudiante de filosofía finlandesa que vivía con tres amigas rubias y lesbianas y que solía hablar conmigo mientras disfrutaba de su sauna diaria. Resultó ser un camionero de Alpedrete de 105 kilos que quiso que pasáramos de lo virtual a lo carnal. Como soy muy tímido le pasé la direccción y el teléfono de un amigo de Granada y ya no he sabido más de ninguno de los dos.

Me centro. Hace un año me echaron de un trabajo cojonudo por jugarme dinero de la empresa en los casinos de internet. Mi novia, a la que conocí en un cibercafé, me ha amenazado con cortar el ADSL si no pasamos de una vez al sexo real. Y mis padres, hartos de que no les visite, han abierto una casa virtual en Second Life para poder hablar conmigo. Mi psicólogo me ha aconsejado que haga una cura con ustedes, que tienen experiencia, y aquí estoy. Mi nombre es Pedro Antonio y soy internetópata.

—¡¡¡¡¡ Hooolaaa Peeedrooo Antoooniooo!!!

(Escrito por Perroantonio)

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23 septiembre 2007
La condición desarraigada: ser en exilio.
El mundo de la cultura judía ha ocupado cierto espacio este mes en la revista Kiliedro, sobre todo gracias al artículo que el rabino Jordi Gendra ha dedicado a la pluralidad esencial que caracteriza al Talmud. Servidor (disculpen la autocita) ha intentado recoger el guante y ampliar el foco de análisis al conjunto del fenómeno judeocristiano. Muchas cosas han quedado en el tintero, pero sobre alguna me gustaría profundizar este domingo, el último que viviré como veinteañero.

Quisiera referirme al tema del desarraigo y, por oposición, al tema del arraigo, y en lo que sobre esto se ha dicho en el judaísmo. Lo primero, no olvidar que todo tipo de discurso pretende clausurarse en lo propio, no salir de las certezas que el Yo pretende poseer. Pretende menos el conocimiento que el definir esencias, pues la ambivalencia de lo real, ese abismo psíquico en el que nos encontramos arrojados, es lo que determina todos nuestros proyectos y deseos más fundamentales. Por ello todo individuo busca sobre todo construirse una identidad a través de la cual adecuar el mundo exterior a su idea de Sí Mismo. Buscamos la afirmación, una fijación que nos permita cierto tipo de equilibrio, un control sobre nuestra vida. Pero todo el fenómeno judeocristiano (dejamos aquí lo que han sido formalizaciones históricas discutibles) va en una línea muy distinta. Si hay identidad en el judaísmo es precisamente aquella que todos rechazan, la que se fundamenta en el exilio, en el desarraigo que nunca podrá convertirse en arraigo. En el fondo, el desarraigo es la esencia de la naturaleza humana, pero sólo en el judaísmo se es fiel con este principio.


Franz Rosenzweig: “ser judío es ser en exilio”.

Levinas
: “Toda palabra es desarraigo. Toda institución razonable es desarraigo. La constitución de una verdadera sociedad es un desarraigo: el fin de una existencia en la que el ‘según yo’ y el ‘en mi casa’ fuera absoluto y en la que todo procediera del interior. El paganismo es enraizamiento, casi en el sentido etimológico del término. El advenimiento de la Escritura no es la subordinación del espíritu a la letra, sin
o la substitución del suelo por la letra. El espíritu es libre en la letra y está encadenado en la raíz” (Difícil libertad, Caparrós, p. 177-178).

Diana Sperling, La centralidad del borde (artículo publicado en la revista Raíces, nº 65): “Si sacamos una mano fuera del cosmos, ¿esa mano existe o no? Así se preguntaba Aristóteles, allá por el siglo IV a.C. Esa pregunta parece ser la tardía respuesta a la inquietud socrática, cuando el viejo maestro debe decidir, en el juicio al que es sometido, si tomar la cicuta o ir al destierro. Su elección, sabemos, recae en la primera de las alternativas. Pero lo que nos interesa aquí es la razón que esgrime para ello: el griego rechaza la posibilidad de irse porque, dice, así no solo no salvará su vida -futura-, sino que malogrará la pasada. Detengámonos un instante en esta consideración: Sócrates prefiere morir en su polis a vivir en el exterior ya que, para él, eso no sería vida. Allí, fuera de la ciudad que lo ha criado y educado, ya no sería, dice, Sócrates. Esa inextricable ligazón entre tierra e identidad, entre nombre propio y lugar de residencia, es el punto que intento someter a examen. Los griegos son, aspiran a ser, autóctonos. De autós, para sí, lo que es en sí, y ctonos, tierra, suelo. Ser para sí, ser sí mismo solo es posible en esa ligazón con la tierra, en esa férrea pertenencia. La autoctonía supone que se es hijo de la tierra, como lo es una planta o una roca. El hombre pertenece al suelo y el suelo, al hombre. Vínculo natural, cuya ruptura conlleva la pérdida de la identidad, que es como decir la vida misma. Para el pensamiento judío, esta es una idea pagana. El judío entiende su vínculo con la tierra en un registro que no es de la naturaleza, sino de la legalidad (...). No somos hijos de la tierra, sino de la letra. Es que el judaísmo, lejos de nacer de y en la tierra, se funda en el exilio”.

En este sentido, lo ctónico (para quien a estas alturas no sepa lo que significa esta palabra debería consultar el Sexual Personae de Camille Paglia) sería aquello que se arraiga, lo que se refugia en unas raíces y escapa al desarraigo, a la ambivalencia que caracteriza a lo existente. Por tanto, todo el fenómeno judeocristiano si a algo se opone es a lo ctónico, a la Naturaleza como aquello que vive por y para el arraigo, a aquello que permanece en una situación de identificación con lo que existe sin plantear cuestionabilidad alguna a ese existir. En lo judío se da esa situación esencial que permite un conocimiento fundamental sobre la vida y el mundo.


Blanchot prolonga la idea: “(el judío) existe para que exista la idea de éxodo y la idea de destierro como movimiento justo; existe, a través del destierro y por la iniciativa, que es el éxodo, para que la experiencia de lo extraño se afirme ante nosotros en una relación irreductible; existe para que, por la autoridad de esa experiencia, aprendamos a hablar” (texto Lo indestructible).

Si toda cultura se construye a partir de la exclusión, en su fijación de lo propio y la separación de lo otro, se entiende que el antisemitismo haya alcanzado las dimensiones que todavía acusa. Si todo aquello que pretende sustentarse en cierto arraigo se enfrenta denodadamente a lo desarraigado, está claro que la condición del judío (en éxodo espiritual) tenía que ser combatida de manera tan obsesiva. Por algo el antisemitismo es un fenómeno milenario (con el tiempo ha cambiado de rostro, se ha refugiado en acusaciones diferentes, pero siempre se mantiene) que probablemente nunca llegará a desaparecer.

(Escrito por Horrach)

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22 septiembre 2007
Refrito teológico
Compruebo en la base de datos del Ministerio de Cultura que Emece reeditó en 2002 El libro del cielo y del infierno, maravilla de Borges y Bioy Casares que había publicado Edhasa en 1971 y que no resultaba fácil encontrar. (Ese mismo catálogo de ISBN menciona otra impresión de 1991 que jamás he localizado.)

Dicen los autores en el prólogo: 'Hemos buscado lo esencial, sin descuidar lo vívido, lo onírico y lo paradójico. Tal vez nuestro volumen deje entrever la milenaria evolución de los conceptos de cielo y de infierno; a partir de Swedenborg se piensa en estados de alma y no en un establecimiento de premios y otro de penas.' También: 'el azar de las lecturas, el tiempo y tu notoria erudición, oh lector, nos revelarán, lo sabemos, cielos aún más generosos e infiernos aún más justos y crueles.'

Qué par de cabrones.

(Sé que mi populoso club de fanes me reprochará la mera cita, y añorará la fulgente talla verbal que siempre brota de mis textos. Habrán de consolarse con esta antología de autores menos dotados para el lenguaje -o aguardar a las contrarréplicas, que seguro que algo sale.)



Sigur Rós, Svenf-g-englar (1999)

EL SOBORNO DEL CIELO
Me he librado del soborno del cielo. Cumplamos la obra de Dios por ella misma; la obra para cuya ejecución nos creó, porque sólo pueden ejecutarla hombres y mujeres vivientes. Cuando me muera, que el deudor sea Dios y no yo.

Bernard Shaw, Major Barbara (1905)

JUSTO CASTIGO
Los demonios me contaron que hay un infierno para los sentimentales y los pedantes. Así los abandonan en un interminable palacio, más vacío que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar de la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el físico, &c. Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.

Adolfo Bioy Casares, Guirnalda con amores (1959)

LA DICHA ETERNA
F. W. H. Myers, a quien el espiritismo había convencido de la realidad de una vida futura, interrogó a una mujer que acababa de perder a su hija sobre el destino que, según ella, le habría tocado a su alma. La madre contestó:
-Bueno, sin duda estará gozando de una dicha eterna, pero no sé por qué usted se empeña en hablar de temas tan desagradables.

Bertrand Rusell, An outline of intellectual rubbish (1943)

EL HOMBRE ELIGE SU ETERNIDAD
Cuando un hombre penetra en la otra vida es recibido por ángeles, que lo atienden, lo favorecen y le hablan del Señor y de las venturas celestiales. Pero si el hombre, ahora un espíritu, es de aquellos que en la vida fueron enemigos de Dios, no tarda en fastidiarse y en despreciarlos, y procura rehuirlos. cuando los ángeles advierten esto, lo dejan, y el espíritu busca el trato de sus congéneres. Así se aparta del Señor y vuelve su cara al Infierno, al que ha estado vinculado en la tierra y donde están aquellos que adolecen de su misma depravación; por su propia voluntad, no por la del Señor, desciende al Infierno.

Emanuel Swedenborg, De coelo et inferno (1758)

LA CADENA ILUSORIA
Si el mundo externo fuera algo más que una magia, sería indestructible. El mundo es irreal. Las cosas vacías engendran cosas vacías; el culto de un Buddah ilusorio confiere un mérito ilusorio; el asesinato de un fantasma proyecta dolores imaginarios en infiernos mágicos.

L. de la Vallée Poussin, Bouddhism (1909)

UN CABALLO COMO DIOS MANDA
Un árabe encontró al Profeta y le dijo: '¡Oh, Apostol de Dios! Me gustan los caballos. ¿Hay caballos en el Paraíso?' El Profeta respondió: 'Si vas al Paraíso, tendrás un caballo con alas, y lo montarás e irás donde quieras.' El árabe replicó: 'Los caballos que me gustan no tienen alas.'

Thomas Patrick Hughes, A dictionary of Islam (1935)

SU INVENTOR
Mi padre solía decirme: piensa en un ser capaz de inventar el infierno.

John Stuart Mill, Autobiography (1873)

SE DABA SU LUGAR
Andrea, la sirvienta, está preocupada.
-En el Socorro -explicó- el Padre nos dijo que hay otra vida. Si una supiera, señora, que le va a tocar una casa buena, como ésta, en que la tratan a una con consideración, no me importaría, pero francamente trabajar allá con desconocidos, con déspotas que abusan de la pobre...

Rita Acevedo de Zaldumbide, Minucias porteñas del otro siglo (1907)

(Escrito por Mercutio)

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21 septiembre 2007
El buen catalán o la buena catalana (ante todo, no olvidemos que el lenguaje no debe ser sexista)


Si hay un nombre que pone a temblar a los administradores de la cosa pública de Cataluña es Alba. A día de hoy sólo Manuel Trallero recuerda de tanto en tanto esa palabra maldita para los barandas, algo así como el villano de Harry Potter para los alumnos de Howarts. Alba es el paradigma del estado autonómico en general y de Cataluña en particular. Si lo vemos desde nuestro punto de vista, Alba es la historia de un fracaso, y un aviso de lo que nos viene encima si seguimos los cantos de sirena de quienes defienden la asunción de competencias como la solución de todos los males habidos y por haber. Cataluña tiene asumidas las competencias en protección de menores, servicios sociales y sanidad desde hace décadas; las competencias en justicia (personal) y seguridad ciudadana son más recientes, pero anteriores al affair Alba. En este caso no funcionó ninguna de las competencias enunciadas, ni el hospital supo poner la alarma, ni los servicios sociales responder una situación de emergencia, ni la policía investigar algo que era evidente, ni la justicia responder ante delitos y en conjunto no pudieron proteger a una menor que había sido repetidamente agredida por la pareja de su madre. De resultas Alba ha quedado ciega, sorda, muda y con retraso mental. Pero lo paradójico de toda la historia es que Alba además de lo expuesto es el modelo del buen catalán (en este caso buena catalana), un ser que debe ser sordo (para no escuchar las barbaridades), mudo (para que no proteste), ciego (para que no vea o no se pueda dirigir) y retrasado mental (para que no pueda pensar). Ya se encarga la madre “Cataluña” de todo eso, de oír, de ver, de hablar y de pensar por ti, encárgate sólo de vivir y de votar “lo correcto”. Alba es la trágica parábola de lo que es España y su relación con sus territorios de noreste y las élites rurales y burguesas que la dominan.

Curiosamente el caso Alba y lo que representa fue predicho hace algo más de tres decenios por la banda de rock “The Who” en una de su más conocidas obras “Tommy”.

Tommy es un niño que sufre estrés post traumático (ve la muerte de su padre en manos del amante de su madre) y queda ciego, sordo y mudo. A partir de una innata habilidad para jugar a las máquinas de pinball (las maquinitas del millón de aquí) se monta un show mediático y de aprovechados a su alrededor.

En una interpretación libérrima podemos identificar a Tommy con Alba, a la madre como Cataluña, su padre como España y el amante de la madre como el poder. El padre ha abandonado a Tommy y lo ha dejado en manos de su madre y de su amante. Cuando finalmente quiere recuperarlo (y lo mismo también quiere recuperar a su esposa) es asesinado por el amante con la complicidad de su madre. Como el niño lo ha visto todo le tienen que comer el “coco” de tal forma que se queda aislado sensorialmente del mundo exterior.

Tommy tiene una habilidad extraordinaria para jugar al pinball…

Tanto que se vuelve, sin saberlo, un ídolo de masas

Y es objeto del deseo de muchas.....

Médicos oportunistas creen que pueden recuperar con tratamientos “imaginativos” a Tommy

Su madre parece cansarse de la situación….

Y finalmente....

Dedicado a mi paisana Alba, esperando su recuperación (y hay que ver lo que se parece al Bisbal el rizos).


(Escrito por Cateto de Pacifistán)

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20 septiembre 2007
Varietés

Lacónico & Verse

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19 septiembre 2007
Querida familia
Para mi querido Tsevanrabtan, con afecto, agradecimiento y admiración.

El 16 de marzo de 1978, a primera hora de la mañana, en la via Fani de Roma, el entonces presidente de la Democracia Cristiana italiana (DC) (1), Aldo Moro, fue secuestrado por la columna romana de las Brigadas Rojas (BBRR) (2), que en el mismo acto asesinó a los cinco miembros de su escolta. El 9 de mayo posterior, el secuestrado fue encontrado muerto -asesinado- en el maletero de un Renault 4, aparcado en via Caetani, también de Roma, como había indicado por teléfono al hijo del secretario de Moro un brigadista. Esto es todo. Un magnicidio como tantos otros por parte de unos locos asesinos. ¿Cuántos han matado ya las BBRR? Muchos. Pues otro más, ya está.

Así quisieran muchos que se hubiera contado la historia, sobre todo los dirigentes de la DC y del Partido Comunista Italiano (PCI) (3). Sin embargo, entre el secuestro y el asesinato de Moro -quizá el menos culpable, pero también culpable- se pudo ver hasta qué punto la miseria moral, la deshonestidad y el cálculo se escondían detrás de grandes actos y palabras. La supuesta tenacidad del Estado italiano al negarse a negociar nada con terroristas escondía la sórdida intención de los más de no exponer sus cargos, de quitar de la circulación a alguien con arrebatos de honestidad y hasta sentido del deber o de tomarse la venganza pasiva por bendita mano ajena caída del cielo, o del Kremlin, según el clan que amamantase al miserable.

Entre la primera y la segunda frases del primer párrafo falta todo el relato que muta el sentido de lo dicho. En todo ello, la perversión del lenguaje, los sobreentendidos, la mueca sintáctica o semántica son el fundamento de la verdad de lo sucedido. La simple lectura literal de las cartas de Moro desde su cautiverio y de las respuestas y comunicados de los representantes del Gobierno italiano no explican la realidad, sino una realidad para ser contada, una mentira. Como las propias actuaciones de la Policía y los Carabineros que son mostradas esos días, lo son para redondear la realidad necesaria, a la par que se impide la verdadera actuación de los investigadores. Se quiere hacer ver, y lo consiguen, que se lucha denodadamente por salvar la vida de Moro a la vez que no ceder ante los terroristas. Sólo se oculta el dato vital para comprenderlo todo. Moro está condenado a muerte por todos desde antes de ser secuestrado. Lo sorprendente es que el lenguaje de las BBRR es plano y nada hay que no sea literal en sus comunicados. Y son los únicos que no han condenado a muerte a Moro de antemano. Evidentemente, unos cretinos que se han creído su propio delirio. Al menos, son honestos en su estupidez y salvajismo.

Moro, ya secuestrado, pide a sus captores que le permitan dirigir alguna carta secreta a ciertas personalidades amigas, intentando que se aplique con él la doctrina defendida para estos casos por la mayor parte de la DC: que el trato con terroristas detenidos sí deja un resquicio para, si deponen la actitud, ser condenados al exilio. Las BBRR solicitan un intercambio con el Estado italiano: Moro por trece activistas de sus columnas ya condenados o por condenar, entre ellos el famoso Renato Curcio. En esas primeras cartas, que evidentemente sus captores leen, intenta explicar el punto de vista de sus carceleros sin legitimarlo, lo que realmente consigue, gracias a su enorme inteligencia y a su conocimiento del lenguaje. Se dirige a varios ministros, entre ellos a Cossiga, entonces ministro del Interior y posteriormente, a cadáver servido hacía tiempo, presidente de la República Italiana. También el sempiterno Andreotti forma parte del gobierno. Además, con el envío de cartas y sus respectivas respuestas, gana tiempo para ser liberado y, si puede, desliza de rondón indicaciones acerca de su cautiverio. También consigue esto último, pero nadie hace caso, a pesar de que, de la lectura de sus cartas, realizada por Leonardo Sciascia años después, se desprende, sin recurrir a demasiadas sutilezas, hasta el lugar donde estaba encerrado.

Las BBRR, no queriendo ocultar al pueblo nada [sic], difunden las cartas secretas de Moro en toda la prensa, casi siempre acompañadas de algún comunicado retórico, que a veces incluye condiciones para el caso concreto de D. Aldo. El cautivo recibe de sus captores la prensa, donde lee sus propias cartas y las contestaciones de los miembros del Gobierno o de la DC. Ahora sabe que las BBRR le traicionan y no respetan el secreto, que lo que ha desvelado ya es público y que también sus amigos y colaboradores se desentienden de él. Ya no son sus amigos o colaboradores, lo fueron. Llegan a afirmar que Moro, que es sincero en lo que escribe, pues cree haberlo hecho para destinatarios secretos y no en público, está sometido a presión y que no lo reconocen en sus palabras. Moro se da cuenta de que está solo. Además, el PCI calla oportunamente o sólo dice, como la DC, que el Estado no puede doblegarse ante las BBRR, tantas veces consideradas por ellos simples compañeros descarriados, ahora sí terroristas. El cinismo y el cálculo de todos forman un universo de asco y miseria que empuja a Moro a la desesperada. Cree que, ahora que sabe que lo que escribe es público, una mezcla de arrebato de honestidad con coacción emocional a los italianos, vencerá el fiel de la balanza de su lado. No soporta, sobre todo, la repugnancia de ver las fotografías de la manifestación convocada al unísono por la DC y el PCI por su nunca deseada liberación.


Así, al principal Pilatos de su condena, Taviani, le escribe una carta directa acusándole de estar mintiendo con respecto a cuál es el criterio que defendían ambos en la DC acerca de los secuestros de las BBRR, aportando datos y fechas concretos de reuniones en que se discutió el asunto. Se mezclan también en la trifulca presiones del gobierno alemán, por entonces muy atareado en resolver el caso Baader-Meinhoff. La DC vuelve a apelar a la presión sobre Moro para descalificarlo. El PCI calla casi totalmente y sólo habla con la boca pequeña a través de una pequeña revista de extrema izquierda, en que en un melífluo comunicado firmado por “intelectuales” católicos y laicos [sic], pide vagamente la liberación de Moro, pero afirmando la necesidad de que el Estado -nada de burgués y capitalista, sólo el Estado- no se doblegue ante la coacción de los terroristas. Dejo que maten, culpo a otros, lavo mi conciencia y puedo exhibir en público brutales golpes de pecho, todo compungido y lleno de lágrimas.

El golpe definitivo a Aldo Moro viene directamente del Vaticano, en una nota que pide su liberación pero que, asumiendo las tesis de la DC, ¡se pone de parte del Estado! Moro se derrumba y no cree que Pablo VI haya escrito lo que lee. Pero sí, el Papa también le condena.

Moro se ve ya muerto, por mano de las BBRR, pero sentenciado por otros. Aunque desde el principio ha hablado algo en sus cartas de su familia, ahora lo hace con profusión. Por un lado expresa sincero amor por ella y en especial por su mujer, Noretta, pero a la par quiere enternecer a sus captores, a los italianos -tan dados a la familia en todos sus sentidos-, para que presionen a sus gobernantes, y directamente a éstos, sin duda. Pero a los últimos no los quiere enternecer con la mentira de que su familia le necesita. Las necesidades de su familia apelan al sentimentalismo del pueblo, pero es una añagaza. Moro goza de muy buena posición, de gran patrimonio, y su familia no tiene las necesidades que deja entrever. La presión a los gobernantes, a los que fueron sus colaboradores y sus amigos, se entiende leyendo el texto de la carta tomando por familia la DC. Entonces sí toma todo el sentido la necesidad de la familia. Viene a decir, en realidad, que sin él la DC no estaría donde está ni podrá -como de hecho acabó por suceder- culminar el camino que ha emprendido. Recordaba, en sus primeras cartas, cuando empieza a ver que lo están dejando matar, cómo, dos meses antes, con todo el sentido de familia, de lo que era la DC, en un todos para uno y uno para todos de omertà absoluta, había defendido en el Parlamento a un diputado de su grupo de una acusación de corrupción, porque una acusación a uno era una acusación a todos, al grupo, a la familia. Eso mismo pide él ahora que se haga en su beneficio, pues considera, y así es, que su secuestro no es por ser él como individuo, sino como exponente máximo de la DC, por encarnar la DC en su persona. Por un lado clama, por otro amenaza y, en un rapto de catolicismo sincero, los planta ante la eventualidad de que su sangre haya de caer sobre ellos. Yerra, porque se olvida de que el pacto de honor de la familia no es sino para el beneficio común. En caso contrario, el pacto no existe. ¿Cómo pudo Moro no darse cuenta de que el beneficio era precisamente su muerte y no su salvación? Todavía no se había dado cuenta, pero llegó a ser consciente en los últimos días. Por tanto, la familia era congruente, se salvaba a sí misma dejándolo morir, que lo matasen otros, que es distinto que asesinarlo directamente, aunque el beneficio nos recaiga igualmente. La misma vieja fórmula de los dos brazos de la Inquisición, tan magistralmente empleada en España por el nacionalismo.

La familia, la real, también sale a la palestra ante la desesperación de ver que nada se hace para salvar la vida de Moro. Lleva cuarenta días secuestrado y aún no ha habido una sola reunión de ningún tipo para salvarlo, canjearlo o rescatarlo. Además, las BBRR ya han emitido el comunicado en que Moro es condenado a muerte por el tribunal popular. Será ejecutado el 22 de abril, anuncian, aunque el final se retrase por el vaivén de cartas y las razones de oportunidad estratégica, que las BBRR utilizan magistralmente para su propaganda. La familia ruega, apela a la dignidad, a la honestidad, a los servicios prestados por Moro, para que el Estado se avenga a un canje en que los trece brigadistas sean condenados al exilio -Panamá está dispuesto a acogerlos- y Moro recupere la libertad. En realidad, dirigen la carta a la familia verdadera de Moro, a la DC. A su vez, la DC aprovecha la situación y pide al Gobierno que haga todo lo posible para salvar a Moro de este modo. Otros que se quitan el fardo de la espalda y pueden decir que quisieron salvarlo. Pero se aseguran de que el fardo no caiga en manos de quien puede cargarlo, sino de quien lo dejará caer sin duda alguna: el Gobierno formado por la misma DC, pero que es el Gobierno, no la DC. Andreotti, encargado de redactar la nota de respuesta del Gobierno, deja en el texto toda la carga de miseria y de doblez de que es capaz alguien como él, y nadie tanto como él:

“La invitación dirigida al gobierno por la DC para profundizar en el contenido de la solución humanitaria propuesta por el Partido Socialista Italiano (PSI), será tratada en una reunión de la Comisión interministerial para la Seguridad que tendrá lugar en los próximos días. Debe observarse, sin embargo, a partir de este momento, que es conocida la línea del Gobierno de no hacer hipótesis acerca de la más mínima derogación de las leyes del Estado y de no olvidar el deber moral de respetar el dolor de las familias que lloran las trágicas consecuencias del acto criminal de los secuestradores.”

La referencia al PSI se debe a que es el único partido, con Craxi ya entonces a la cabeza, que intenta salvar la vida de Moro. No por humanidad o por sentido de Estado, sino como forma perfecta de ganar pujanza y socavar en lo posible las bases, sobre todo, del PCI. Éste, por un lado, se está comportando del modo más ignominioso posible dejando que maten a Moro, matándolo en realidad. Por otro, su sector más radical no acepta esa supeditación al Estado burgués y capitalista y a la DC. Así, el PSI puede atraer a muchos, si consigue salvar a Moro y, de paso, dejar al descubierto la jugada en que todos quieren su muerte, cubriéndolos de oprobio, para desdoro y aminoración de la DC también. Pero no sucedió.

La nota de Andreotti es magistral y una demostración de la más aviesa maldad, del más refinado cálculo y de la más infame alma que haya pisado la tierra jamás. Remata la jugada de la DC quitándose -nunca mejor dicho- el muerto de encima, alaba al PSI diciendo que considera su propuesta, desactivándolo como enemigo y acusador -han aceptado formalmente su propuesta-, es velador de la potencia del Estado y de lo incólume de sus leyes y, tan católico, no puede olvidar el sufrimiento de las familias de los cinco escoltas muertos durante el secuestro. Así, arroja a la cara de la familia Moro, y a la del propio Moro, que lo habrá de leer, el peso de los cinco asesinados por él. Si ellos murieron por ti y sus asesinos no pueden ser perdonados, ¿cómo en justicia vamos a perdonar a los que han de matarte o a sus compañeros? Lastran así a todos los Moro, la familia real, con el cargo de la culpa del sufrimiento de las otras familias reales, para provecho de la familia de verdad. El PCI calla en todo esto: estamos con el Estado. Nuestra familia está con la familia.

Finalmente, el 9 de mayo, como estaba previsto desde el principio, Moro es asesinado por la columna romana de las BBRR y aparece en el maletero del coche de Via Caetani, que está a medio camino entre la Via delle Botteghe Oscure y la muy cercana Piazza del Gesù, donde está la iglesia homónima de que toma el nombre, madre de todas las iglesias jesuíticas. En la Via delle Botteghe Oscure estaba la sede del PCI y en la Piazza del Gesù, la de la DC. Las BBRR sabían dónde dejaban el muerto.



El 16 de marzo de 1978, a primera hora de la mañana, Aldo Moro se dirigía a la Cámara de los Diputados para asistir a la formación del primer gobierno, y único, de la DC que contaría con el apoyo del PCI. Se había tomado mucho esfuerzo y mucho tiempo para una jugada política genial. La DC, al integrar formalmente al PCI en el reparto del poder estatal, finalizaba una guerra civil soterrada entre la izquierda y la derecha
desde el final de la Primera Guerra Mundial, reforzaba el estado, ahorrándole un enemigo y ganándole un garante, mayor que cualquier otro, tan ayuno como estaba de prebendas durante más de treinta años. La familia italiana se reunía en una sola, a pesar de tener ramas distintas. La DC también evitaba así el sorpasso, el casi ineludible momento en que el PCI superaría en voto a la DC, conservando por tanto el poder y dejando al PCI sentarse a la mesa, pero nunca como anfitrión. Además, participando ya del poder, tal como sus propios textos delataron en el transcurso de aquellos días, el Estado dejaba de ser para el PCI burgués y enemigo, para ser plenamente democrático a sus ojos, deslegitimando así la lucha armada contra él por la izquierda revolucionaria (4). Hecho esto, para nada servía Moro, que había rechazado ser Presidente del Gobierno o ministro en tal ocasión. Más aún, estorbaba quien conocía mejor que nadie cómo se había llevado a efecto la operación, qué intereses tenía cada familia en el asunto, quién era quién y quién había dicho qué o a qué se había comprometido. Llegado el caso, como demostró en sus sinceras cartas desde el cautiverio, era peligroso que hablase, siendo libre como era al no formar parte del Gobierno y tener intención de apartarse de la vida pública tras consumar la operación. El éxito de ésta fue su condena a muerte.

Pero Moro no era una mano inocente, porque fraguó el pacto para salvar a la familia y, como en la Mafia, para que no llegue el momento en que otra familia acabe por quitarnos de la circulación, pactemos con ella el reparto del territorio. Las pequeñas familias cercanas (republicanos, liberales y socialistas) saben que no pueden rechistar. Esa fue la gran labor de Moro que, desde un punto de vista lampedusiano, llevó a efecto una gran razón de Estado. Puede ser que Moro se creyera su razón, pero no se dio cuenta de que la real, la de fondo, era la mezquindad de todos los que se arremolinan cerca del poder para su provecho, desde un sueldecito hasta un gran negocio, pasando por algún que otro funcionario de alto grado. Entre la angustia por la muerte rondante y su ficción histérica de gran hombre para poder salvarse, se debió olvidar de que rezaban por su muerte desde algún ujier de algún ministerio hasta el Papa, si no es que Dios mismo también lo hacía al Diablo. Porque él era un gran hombre subido en esa montaña de mezquindades, prebendas y arribismos, pequeños o grandes. Parece imposible que no supiera que las mayores fuerzas del hombre ante el poder son la laxitud y la cobardía. Había juntado durante años cúmulos de cobardes interesados que, protegidos en la familia, esperaban la prebenda. Ahora él no podía dársela, sino sólo malograrla y los cobardes encontraron mejor mentor, que ahora tenía a su favor el inmenso poder de toda la cobardía de los miserables.

El Aldo Moro que está angustiado en la “prisión del pueblo”, donde el Calvario hacia la cruz se puebla de azotes y espinas en forma de palabras que van y vienen, no es ése. De creer a su mujer, Moro es un hombre bueno y honesto de todo punto, que entró en la política por afán de bien y por principios, pero al que la realidad arrastró a las componendas, y ahora, que cree haber prestado su contribución, quiere recuperar su honestidad. Es entonces, ya prisionero a punto de muerte, sin duda alguna, un hombre honesto que habla con el alma descerrajada, que ha recuperado su dignidad, la que acaba por sentenciarlo a muerte. Tenía en ese momento además las virtud de la palabra dada, que nadie niega admirar o poseer pero que, llegado el momento propio interés, pocos la asumen -como tampoco la honestidad- y por casi todos se ve como redil de los imbéciles.

Sólo en estado de honestidad sincera, como era el caso de Moro prisionero, se siente el dolor de la falta de respeto, el de la ausencia de respuesta ante un acto generoso, el de la palabra hueca, el de la mentira, el de la infidelidad, el de la traición, el de la promesa olvidada, el de todo lo que sucedió durante varias semanas hasta que llegó la rendición ante la incontestable evidencia de que lo querían apartado del todo sin siquiera decirlo, colmando toda la anterior lluvia de miserias con una de las mayores: la cobardía de no querer mirar de frente a quien se ha dado una palabra -porque era desde el principio toda interesada y falsa- y ahora sólo se desea correr a buen recaudo con el beneficio debajo del brazo, o huir porque el beneficio no es el esperado o, lo más vil, porque otro u otros mentores, nuevos o anteriores, resultan de más provecho. Y si alguien tiene algún reproche, basta con asistir muy compungido al funeral. Moro cometió otro error, que fue creer que los que le estaban traicionando, dejándolo morir, matándolo, sufrirían remordimientos al verse retratados como miserables y, avergonzados, reaccionarían. Era también una ilusión. Para ellos, dar una palabra hoy, olvidarla mañana, volverla a retomar cuando conviene y volverla a olvidar -un día para siempre y sin decir nada-, no era sino un arma más de que valerse.

Era demasiado tarde para Moro desde que entró en el juego, y no por una cuestión de tiempo. Para formar parte de la familia hay que matar la honestidad, aunque se crea que nos acompaña, y sólo así es posible asesinar a Aldo Moro sin haberlo matado y sin siquiera decirle adiós de frente, para que la mirada honesta del traicionado no pueda acusarnos en ese instante, y no sólo en ése sino -mucho más terrible- durante toda la vida.

Al fin y al cabo, se dirán, no soy inocente pero, como no vi la mirada que me acusase, no soy culpable. Descanse, yo, en paz.



Perdonen que les haya importunado de nuevo, pero me olvidé de algo importante al marcharme, hecho lo cual, retomo el camino de salida de Nickjournal de las Arcadias -siga usté hasta la Plaza la Virgen Encinta, donde vea el niño atropellao, a la derecha hasta bajo del to y en la sombra del quinto ciprés de la segunda fila del cementerio, tire to tieso hacia p'alante, que por allí se sale como cura del burdel, y déjeme ya en paz la mañanica tempranera, que tengo más sueño que una cesta de gaticos al lao'una estufa- para no volver, no sin antes repetir los agradecimientos y saludarles vivamente. ¡¿Cómo me iba a ir sin despedirme de él?!

Hasta siempre. Adiós.

(Escrito por Dragut)

____________________________
Notas:
(1) La DC procedía del cambio de estrategia del Vaticano con respecto al estado liberal italiano, pasando de reclamar la abstinencia política de los católicos a la participación. Luigi Sturzo, un cura siciliano, fue el encargado en 1919 de promover y crear el partido, llamado inicialmente Partido Popular, para ser la DC sólo cercana la caída del fascismo. Pocos años antes del rebautismo, al producirse el entendimiento entre la curia y Mussolini, Sturzo tuvo que emigrar, dejado a su fortuna por sus otrora sustentadores. Cuestiones ideológicas aparte, la DC venía a ser la condensación en un solo cuerpo de todos los vicios de la familia italiana, consiguiendo la unión del espíritu mafioso con el liberal en sentido económico. O sea, podía poner de acuerdo a la burguesía industrial del norte con la burguesía rural del sur. Nada más perfecto.
(2) Las Brigadas Rojas, al modo de lo habitual en estos grupos, estaban articuladas en torno a jóvenes bienestantes de la burguesía industrial del norte de Italia, y formadas básicamente por otros de extracción obrera cualificada. Los padres de los primeros, y sus abuelos, fueron grandes privilegiados de la política de la época liberal de Giolitti, amasaron fortunas con la Gran Guerra, tuvieron el fruto de la relación antipática pero simbiótica con el fascismo y fueron la base del desarrollo de la posguerra italiana, conjuntados de buen grado con los aliados anglosajones. De formación elitista y tradicional, católica, el sesentayochismo aderezado con catocomunismo -esa magistral maniobra ideológica de los jesuitas- les impulsó a émulos de Jesucristo y, llenos de sentido de culpa por su buena fortuna y posición a costa de otros, decidieron liberar al pueblo de su propio yugo, del de ellos mismos. Una forma psicosociológica de matar al padre. Eso sí, como buenos revolucionarios, siendo ellos los que sabían cómo y de qué se liberaba al pueblo y sacrificando a los propios a los que tenían que liberar.
(3) El PCI fue fundado por Gramsci en 1921, mediante la habitual escisión a partir de un Partido Socialista, el italiano. Grandes estalinistas, el que un día fuera su líder, Togliatti, fue uno de los agentes del Komintern en la Guerra Civil española, y consiguieron copar ante la opinión pública la condición de casi únicos resistentes al fascismo, lo que es absolutamente falso. Es más, los socialistas y hasta la DC fueron mayores opositores al fascismo que el PCI. El caso es que en la posguerra fueron el partido mayoritario de la oposición, muy por delante de los socialistas. Y así fue durante casi cuarenta años, en los que vieron que su soporte no estaba en un discurso radical y maximalista sino en un posibilismo decorado con estética revolucionaria. De ahí las trazas del llamado Eurocomunismo de Berlinguer, flor de una semana que nada ha dejado.
(4) Léase, como bien dijo Martin Amis, contrarrevolucionaria.

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18 septiembre 2007
Sarkozy, ¿sí o no?
Sarkozy es un gran personaje. Y contradictorio (gracias a Dios). Yo me lo he planteado (como Bernard-Henri Lévy) en alguna ocasión. Si a mí no me acaba de sonar bien, ¿cómo es que creo que, de ser francés, le hubiese votado?

Conste que soy de los que rinden culto a Churchill. Aquel gordinflón inglés era un tipo extraordinario y algo del viejo aristócrata sajón se adivina en el ambicioso hidalgo húngaro. Sarkozy y Churchill (según puedo atreverme a asegurar una vez leída la biografía de Jenkins) comparten una característica: la megalomanía, un increíble desarrollo del ego que les ha conducido (a Churchill sí, a Sarkozy lo creo muy probable) a gobernar las dos cancillerías más importantes de la historia costara lo que costase. Reconozco ser más de De Gaulle que de Churchill, pero los ingleses ganaron una guerra, y los franceses simplemente la administraron.

Sarkozy promete revolucionar la situación en Francia, y tal vez se acerque. Ha elegido a un izquierdista como ministro de exteriores, judío encima. Aznar puso a Eduardo Serra al frente del ministerio de Defensa y aquí paz y después gloria. Tiene a un par de emigrantes en el gobierno. Si son personas tan válidas como parecen serlo, hacer lo contrario hubiera supuesto racismo y estupidez. Tiene la manía de ciertos presidentes contemporáneos, hacer footing, pero hay pecados peores, y una mujer atractiva y díscola le añade encanto adicional. La escritora Yasmine Reza, más bien izquierdista, le siguió durante un desatado año electoral, y ha reconocido su inteligencia. Eso, en los días que nos toca vivir, empieza a ser raro en un dirigente político.

Promete poner en vereda a dictadores, sátrapas y demás tiranuelos, pero firma acuerdos militares millonarios con el humanista y humanísimo Gadafi. Sarkozy mete el hocico en el Banco Central Europeo, y consigue modificar la línea seguida por la institución de subida de tipos, coaligándose con Angela Merkel en contra de los "especuladores financieros". Anda empeñado en sacar adelante un proyecto de Constitución Europea, al precio y como sea, y le creo capaz de ello. Dice (por ahora) no a la entrada de Turquía en la UE, y creo que dice bien. Un hombre que adora el lujo burgués (los coches, casas, relojes), y que, al decir de la Reza, "atesora una inagotable ambición", bien puede valer una misa.

Este es el fruto exacto de ese árbol llamado La Nueva Derecha. Laicista, moderna y liberal. Sarkozy, a pesar de su catolicismo (según su primera mujer eran muy practicantes cuando aún seguían casados), encarna a la perfección el nuevo tecnócrata americanizado que parecen demandar nuestros nuevos jóvenes airados. Hasta está divorciado. Sí, pero gana unas elecciones y se emociona escuchando una preciosa marsellesa cantada por sus acérrimos.Un liberal con corazón (o hace que lo tiene). Ya saben que a mí este tipo de ejemplos políticos me dejan fríos. ¡Donde esté un Antonio Maura o un Alcide de Gasperi que se quiten los demás! Pero lo cortés...

Porque esta es la nueva batalla en el seno de la derecha. La nueva derecha, los liberales, contra la vieja derecha, los conservadores. El modelo social anglosajón (más bien yanqui y punto) contra el modelo continental (más bien franco-alemán y punto). En España apenas quedan espadas de la vieja derecha. Hay uno, mi querido Mayor Oreja, y en franca decadencia. Otros dos que parecen quedarse a mitad de camino, Rajoy y Aguirre, y otros dos que apuestan (o han apostado) por "la modernidad y el progreso", Gallardón y Rato.

Sarkozy ya se ha decidido. "Yo soy de derechas, pero no conservador. Lo peor es el inmovilismo, el no hacer nada, porque hace que te hundas". Parecen las palabras de un animador de brokers, pero son las palabras del presidente de la Republique. Acusaba de conservadora a la candidata (formidable; mujer, guapa y lista) socialista Royal. Y ganó. Sarkozy es liberal. El que vale, vale, y el que no, racaille. Se temía un levantamiento de los arrabales magrebíes contra su victoria, y al final nada por aquí, nada por allá. Su popularidad se mantiene y todavía no ha bajado impuestos. Finiquitará la jornada (incomprensible) de 35 horas semanales, en el intento de hacer a Francia una economía competitiva (que aún sigue siéndolo y mucho).

Con él ETA está recibiendo palizas en Francia. Hoy mismo le ha metido un buen sopapo a Juncker, presidente del Eurogrupo, por haber permitido inyecciones de liquidez en los mercados esperando evitar consecuencias en Europa de la crisis americana hipotecaria. Dirige cartas a los profesores estatales franceses esperando una refundación de la educación infantil y juvenil francesa (esfuerzo y respeto, por ahí van los tiros), y tras al afortunado episodio de las enfermeras búlgaras, parece apostar fuerte por sacar de su secuestro a la política francocolombiana Ingrid Betancourt. Le gustan los toros y el rugby (se dijo que asistiría a la goyesca de Ronda), y sacó a relucir en un reciente homenaje la memoria de Guy Moquet, un joven comunista francés al que los nazis ejecutaron por pertenecer a la resistencia (por cierto, en la derrota de Francia frente a Argentina en el Mundial de Rugby, el entrenador gabacho Laporte, futuro ministro de Deportes, sacó a relucir al joven mártir francés para arengar a los suyos).

Se ve a las claras. No es un conservador, pera esa interesante mezcla de churras con merinas que aplica es al menos eso, interesante. Yo sí le hubiera votado. Aunque me quede con mis Mauras y mis Gasperis. Y me tenga que confesar después.

(Escrito por Edgardo de Gloucester)

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