Entre las que están en peligro está la de la lectura tal y como la conocemos hoy, con todo lo que lleva aparejado. Hasta ahora leíamos los libros comenzando por la primera página y acabando en la última (si el libro no era un tostonazo, pues entonces nos permitíamos abandonarlo a la decimoquinta página; tampoco si era Rayuela, que había que leer dando brincos al acabar cada capítulo). Logramos adquirir el hábito de la abstracción, del juicio, de la meditación intelectual, y así, desde que se inventó la escritura hemos ido viviendo. La posibilidad real de leer en red, es decir, de leer textos que incluyen enlaces y nos permiten, incluso nos incitan, a saltar de uno a otro, sin haberlos acabado, de leer de manera arborescente, está creando otros hábitos de pensamiento, sobre todo en aquellos jóvenes no moldeados por lo anterior. ¿Es esto bueno?, ¿es intrínsecamente malo? ¿Se perderán algo por no estar acostumbrados a leer Moby-Dick, o La Ilíada? ¿Esa lectura saltarina les hará más llevadera la lectura de obras con gran aparato de notas y comentarios?
Desde hace un tiempo, tampoco mucho, la verdad sea dicha, nos muestran los libros digitales: esos utensilios que nos permitirían leer textos digitales sin cansar la vista pues han logrado imitar digitalmente la tinta utilizada en los libros. Eso sí, en España aún no se comercializan, así que nos tenemos que aguantar con ver a los extranjeros disfrutando de la lectura.
A mí esto de los libros digitales me parece bien. He de confesar que soy un fetichista y que el libro de papel, con su cubierta, el olor. En fin, todo lo que convierte a un objeto en fetiche, pero no soy tan obsesivo como para no darme cuenta de las inmensas posibilidades de una biblioteca electrónica que apenas ocupe espacio y la puedas llevar contigo a todos lados. Ya me sueño viajando por quién sabe qué lugar perdido del mundo y con mi lector de libros digitales (de gran capacidad de almacenamiento) leyendo el Quijote y saltando a otras lecturas cada vez que d. Quijote, Sancho, el Bachiller o el cura mencionen un título. Apretaría una tecla y me pasaría al otro texto, y cuando lo acabase volvería al Quijote, si es que ese otro libro no me llevaba a otro distinto.
Además ¡qué descanso sería vivir en un apartamento no muy grande, con las paredes desnudas, o casi, saber que no se acumulará tanto polvo, o que el techo de los vecinos del piso de abajo no corre el peligro de derrumbarse!
La digitalización de los textos, como antes de la música, vuelve obsoleta la ley de los derechos de propiedad intelectual al igual que le ha ocurrido a la Ley del Libro, que no incluye la definición de libro digital.
No hay más que ver la obras huérfanas, huérfanas de autor no porque haya fallecido sino porque se han ido escribiendo en la red, y como toda obra escrita es propiedad, nos dicen, de un sujeto escritor, al que no se logra encontrar. Por eso son huérfanas, claro. Pero al no poder encontrarse al autor no se puede tampoco vender ni utilizar la obra, por falta de sujeto creador a quien pagar unos derechos en los que él no ha reparado. En realidad, Internet, los blogs y todo lo que rodea ese mundo aumenta porque no hacemos casos de tales restricciones. Imagínense que nos vinieran ahora con el cuento de que cada vez que copiamos un texto de una página de Internet o directamente enlazamos la página tuviéramos que pagar derechos de autor.
Por lo demás si el préstamo entre amigos de un libro no es ilegal, ¿por qué ha de serlo el de una copia del mismo en formato digital?
Google se ha lanzado a la digitalización de libros, con derechos de autor vigentes y otros ya vencidos. Para ello tuvo que abonar a los editores una buena cantidad de dinero. Microsoft, que también había iniciado el proceso, a última hora se ha descolgado. Queda solo Google, y probablemente nadie más se lance pues el dinero que hay que desembolsar en concepto de silenciamiento de protestas es tan elevado que nadie quiere arriesgar. Hasta ahora Google se ha portado razonablemente bien en lo que se refiere a las descargas, pero puede que un día cambie su política sobre el tema y comience a cobrar. Al existir solo ella, tendría el servicio en régimen de monopolio, y ya sabemos lo que eso significa: tarifas abusivas.
Lo mismo ocurre con Amazon y su Kindle. Solo puedes descargarte contenidos a través de Amazon: libros, periódicos, y solo si vives en Estados Unidos. Hasta ahora Amazon era partidaria del precio libre en la venta de libros, pero con Kindle, sin embargo, lo incumple. Los vende casi todos a 9.99, pero solo los vende ella, con lo que otras librerías no pueden ofrecer otro precio.
Lo más curioso es que aun disponiendo de toda la información en el blog, y aun habiéndolo seguido durante varios años, me he comprado los dos libros que Joaquín Rodríguez ha sacado: Edición 2.0 Los futuros del libro y Edición 2.0 Sócrates en el hiperespacio, que reproduce lo que ya había escrito en el blog. Les advertí que era un fetichista.
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