A ella le gusta hacer copias en El Prado. Me admira y sorprende, después de tantos años. Yo pagaría por no tener que hacerlo si alguien me lo impusiera como obligación pero a ella parece divertirle andar con los mejunjes del oficio pintando a la vista de todos. Se paran y comparan. Establecen parecidos. Algunos le dan la enhorabuena en distintos idiomas. A mediodía sale un momento y se va a tomar un piscolabis por allí cerca, mayormente a la taberna Cervantes, y luego un café al Palace. Todo muy rápido porque es la hora en que mejor puede trabajar.
Ayer la llevé a Madrid con todos sus archiperres. Los del Prado le ponen el caballete y un cuadrado de hule bajo él para que no se manche el suelo. Mientras ella resolvía los asuntos de tasas y le sellaban tela y bastidor yo me iba a ver la exposición de Bacon que hay en la ampliación del Prado.
Bacon es un pintor viejo para mí. No me sorprende lo más mínimo porque conozco bien su obra y sus diferentes etapas, sin que nunca me haya quitado el sueño. Ahora no tengo en casa ninguna monografía sobre él; tuve una pero se la llevó Quico Rivas para no sé qué y nunca me la devolvió. Bueno está, terminaría en casa de cualquiera de sus novias o vete a saber. No la he echado nunca de menos por otra parte.
La exposición es muy buena, muy bien montada y permite una buena contemplación de su obra. Bacon no es mejor que lo que puede verse aquí, ni tampoco peor. Es un pintor, un buen pintor que pinta y entiende las sutilezas de la forma y el color aunque puede que eso que se llama "su mundo" no interese demasiado a algunas personas, entre las que me encuentro.
Es endiabladamente hábil, conoce soberbiamente el oficio y sus cuadros están muy bien organizados formalmente. No es ningún tuercebotas o un pasional desmelenado tirando pintura contra el lienzo. Hay mucha apariencia de arbitrariedad pero es ilusoria. En realidad, Bacon confía muy poco en el azar, ese amigo de los artistas desde que Leonardo hablara sobre ello.
Algún ojo crédulo puede pensar que está viendo una pintura mucho más "caliente" de lo que en realidad es. Justo al contrario, Bacon es un formalista -un esteticista puntual- que nos hace creer en la pasión cuando, justamente, practica la frialdad. Sus combinaciones de color están tan pensadas como las de Rothko y sólo en los accidentes de brochas y pinceles dentro de rostros y figuras se permite dejar suelto a su inconsciente (pulsión, diría un crítico actual).
Es siempre elegante, siempre acertado. Utiliza un procedimiento pictórico que conecta su pintura con la tradición, sin fisuras: sobre un lienzo crudo, apenas encolado, traza sus primeras rayas con un pigmento negro para establecer la composición y "ver" el conjunto de pesos y equilibrios; utiliza disposiciones formales muy ortogonales en contraste con la tensión y dinamismo del diseño de las figuras. Tiñe, que no pinta, los fondos con el color muy diluido de forma que el tono penetre en la tela y sea la tela misma (que puede asomar en algunas partes cuando le va bien y ayuda al efecto que busca) y rellena algunas partes de la figura (entre la multitud de líneas con pigmento negro con que suele dibujarla) con los tonos de carnación en plena pasta. Sobre esa primera "construcción" aplica entonces una "destrucción" (esto les gustará a los modernos) barriendo la pasta semiseca o añadiendo otros empastes, siempre con el color semiseco para que no se produzcan pinceladas precisas. Algunas veces, en determinados cuadros, pulveriza color, añade una fina marmolina (polvo de mármol blanco) o empasta una parte del fondo aplicando el color a la manera de un pintor de brocha gorda. Es muy cuidadoso y piensa mucho lo que hace, estableciendo logradas situaciones de contraste y tensión entre las partes del cuadro.
En cuanto a su mundo, aquello que representa, asumiendo su biografía por lo que luego diré, resulta doliente y terrible a fuerza de ser teatral. Hay que ser especial para ver así a los seres humanos. Ya lo decía alguien hace más de treinta años, a propósito de su imitador español Juan Barjola: "Bacon es maricón, perverso, alcohólico, drogadicto y tiene un gorila amaestrado en casa que dicen que da por el culo a los visitantes; Barjola es un honrado padre de familia. No hay comparación posible".
Traigo la apreciación anterior, con toda su crueldad, porque me hace gracia y contradice el reciente artículo de Azúa en el que se permitía bromear con las biografías de los artistas, o mejor, con aquellos que tratan de explicar la obra por la biografía. No hay tal: la biografía no explica la obra pero arroja luz sobre ella. Incluso el silencio velazqueño o la pesadez goyesca son expresivos.
Menos lobos, diría un pastor. Bacon presenta unos hombres-fiera, unos monstruos terroríficos y degradados que podrían ser muy peligrosos si saltaran fuera del cuadro pero que, mirados con atención, están pintados con mimo, con mucha ternura, primorosamente -me atrevería a decir.
Es una buena ocasión para los que gustan de la pintura y del oficio de pintor. Lo que éste hombre hizo es pintura, buena pintura.
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A la salida de El Prado nos encontramos con Homarus W. Brusche, un artista holandés muy moderno, que siempre viste de impecable negro y es un hombre muy guapo, al decir de las mujeres. Está por aquí con treinta de sus alumnos, enseñándoles el museo y alguna otra exposición que comenta elogiosamente. Me precio de no ser un "manoblanda" pero los apretones que pega son de crujir huesos. Qué entusiasmo.
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Tomamos unas raciones en la citada taberna, la Cervantes. Bacalao marinado y una ensalada con ventresca. Después nos vamos a la cafetería del Círculo a esperar que den las cinco.
Es inevitable recordar el viejo Círculo de mi juventud, aquel de los vejestorios y carcamales y las poses de modelos vivos gratuitas para los aficionados y aspirantes a ingresar en BB.AA. que no podían pagarse clases en una academia o en el taller de algún viejo maestro. Aquello desapareció con la reforma de los planes de estudio. Nada queda ya del (hoy diríamos estresante) examen que duraba veinte días, en jornada completa, y que consistía en un dibujo de estatua al carboncillo y lápiz conté. Aspiraban trescientos y entraban treinta. Había que dejar bien claro que, al entrar en BB.AA., el alumno ya poseía todos los conocimientos necesarios para encajar, manchar y valorar perfectamente del natural. Otros tiempos.
El caso es que en aquel viejo Círculo los vejestorios y carcamales daban banquetes de vez en cuando en homenaje a tal o cual de ellos. No era infrecuente que osados estudiantes de BB.AA. se colaran por el morro y los camareros, conociéndolos por las pintas, hiciesen la vista gorda y les sirviesen raciones dobles. Era un mundo pacífico y, a lo que se veía, poco competitivo.
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En ese mismo círculo cuelga en estos días una exposición del fotógrafo de Praga Josef Sudek. Una muy bonita exposición (descontados algunos surrealismos un tanto pedrestres por los que al hombre le daba de vez en cuando). Hay imágenes tomadas con su cámara panorámica y unas cuantas de sus mejores fotos de la ventana de su estudio. La exposición está bien escogida, como no podía ser menos dado que uno de los dos comisarios es JMB, nuestro mejor experto en la fotografía de Sudek.
Es una exposición pequeña, de fotos pequeñas (son contactos de las placas originales, es decir, copia y negativo tienen el mismo tamaño) y muy densa. Las imágenes, como es habitual en Sudek, están hechas en momentos de luz incierta, entre el día y la noche o, mayormente, de noche misma. Entrar en el mundo de Sudek requiere un paso lento. El fotógrafo hace poco por nosotros, no nos llama desde la imagen o nos da invisibles codazos diciendo "fíjate". Parece que nos ignora, que fotografía para sí mismo o que exige de nosotros el esfuerzo de mirar lentamente, de comprender despacio. Es otro de esos que sólo dice su canción a quien con él va.
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Un poco más arriba, en la Fundación Telefónica de la Gran Vía, cuelga una gran exposición del geniudo Weegee, el ojo público Nada que ver con Sudek, mundos opuestos.
La exposición es estupenda aunque uno echa de menos alguna de sus mejores fotografías. Nada más entrar han puesto la Graflex del autor, con su antorcha de bombilla (Weegee siempre utilizaba flash porque su trabajo tenía lugar durante la noche) y una Hasselblad de cuando se dio cuenta de que era un gran fotógrafo y quiso jugar a ello aunque ya no fuera lo mismo. Su tiempo es el de las décadas de los treinta y cuarenta; pocas veces se ha contado con tanta intensidad la vida nocturna de una ciudad (Nueva York) como lo hizo Weegee. A mí no sólo me gustan muchas de sus fotos (tengo mis preferidas, cómo no) sino que él me cae muy simpático, o mejor, su actitud como fotógrafo. No se creía un artista, no ejercía de ello. Documentaba la vida de su ciudad para ganarse la vida. Vendía sus fotos a los periódicos y llevaba en el coche una emisora que conectaba con la de la Policía, además de un laboratorio de urgencia -reducido a su mínima expresión- para tener una copia dispuesta a los pocos minutos de fotografiar el suceso.
Como soy conocedor y admirador de antiguo de la obra de Weegee no le dediqué a la exposición las dos o tres horas que requiere mirar bien y despacio todo lo que se cuelgue. Fue una visita más bien de reconocimiento del terreno, de ver qué habían colgado y qué dejado fuera. Echo de menos algunas fotos geniales de la parte más oscura de Weegee pero, en general, la exposición es muy completa y permite situar la obra y el autor con precisión. Por supuesto que me detuve y volví a extasiar con mis fotos favoritas, esas que uno metería siempre en un imaginario museo de la fotografía. Como me ocurre con Lartigue, el genio-niño, la obra del Weegee que ha descubierto sus propios dones no me interesa aunque le reconozco el derecho a gozar de ello en sus últimos años. En el fondo, lo que digo puede parecer una crueldad pero los dones del arte son caprichosos y se dan cuando se dan.
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En la Fundación Mapfre, en General Perón -una de las calles más feas y sin gracia de Madrid, casi tan fea como la estatua de controvertido dirigente que allí se encuentra- exhiben una exposición de Walker Evans. Otra exposición que el aficionado no debe perderse. Es muy completa también y no se echa de menos más que una mayor representación del trabajo que hizo para la Farm Security Agency cuando la hambruna producida por la sequía y la crisis económica de 1929. Fotos que me parecen, mayormente, lo mejor de su obra. Por suerte hay algunas del período que cito y me siguen admirando por más que uno vea tras ellas, formalmente, la alargada sombra de Paul Strand.
El recorrido de Evans por la fotografía es el habitual en los fotógrafos norteamericanos de aquel tiempo: influencia de los movimientos modernos en pintura a través de Stieglitz, vuelta de la mirada hacia la realidad del propio país y largos recorridos por el mismo documentando las formas de vida y el aspecto de las cosas. En ese sentido, Evans es pionero y antecesor de muchos fotógrafos contemporáneos. Se puede decir que se adelantó a muchos de ellos con su depurado lenguaje en blanco y negro, con sus composiciones tan sencillas y a la vez tan fuertes. Otro fotógrafo con el que yo siempre contaría, con algunas de sus fotos, en mi museo imaginario.
A la hora que yo fui -las siete de la tarde- no había más que un par de visitantes. Pasamos un buen rato y, a la salida, era de noche. Una luna casi llena (hoy, día 11, toca llena de verdad) sobresalía por encima del Santiago Bernabeu. Ella insistió dos o tres veces en que me quedase pero yo no estaba por la labor.
En el camino vine oyendo la radio. Hablé por teléfono un par de veces y asistí, anonadado y sin verlo, al baño de fútbol que les metieron los del Liverpool al Real Madrid.
Paré en La Pausa y tomé un zumo de naranja y un sandwich mixto para no cenar. El local estaba casi vacío, un par de guardias civiles de Tráfico tomando café y viendo el partido. No era cosa de quedarse allí mucho tiempo. Uno, a partir de cierta edad, hace lo que sea por dormir en su cama. Me dice uno que conozco, que es psicoanalista, que es el miedo a morir lejos del nido durante el sueño. Puede, no voy a discutirlo, pero empiezo a preocuparme con el asunto de que, pocas cosas de las que ocurren fuera de mi casa, me interesan tanto como lo que ocurre en ella.
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