He aquí, sacada de Heterodoxias.net, la supuesta carta de Gondomar:
EX BIBLIOTHECA GONDOMARIENSI,
IN NATIVITATE IHESU ANNO MCMXCIX
Pablo Andrés Escapa
Traemos a esta sección un fragmento de un borrador inédito redactado por el conde de Gondomar y dirigido al rey Felipe III. El embajador de Su Majestad Católica en Londres refiere, con un detalle poco habitual, un encuentro privado con el rey de Inglaterra la víspera de la Navidaddel año de 1617. Sirva el pasaje para documentar, si nola fama de excelente conversador del conde -conocida de todos sus biógrafos-, la condición menos divulgada del rey Jacobo como paciente de lo que el Vesalio llamaba frigipedia y nuestro Diccionario de autoridades traduce llanamentepor friera o sabañones en los pies, dolencia que el rey atribuía resignado a su humor melancólico.
[…] En el zaguán despedí a los guardias que me acompañaban y antes de llamar a la puerta me sacudí la capa, que más parecía albina que de su natural color. Porque, señor, nevaba sobre Londres -si se me permite decirlo- con una paciencia semejante a la que escribe el cronista que usaba don Aristóteles cuando batía la nata de los rebaños de Macedonia para deleitar al Magno Alejandro en su cuna, las mañanas de escarcha. Recibióme el rey de Inglaterra en su aposento, donde estaba privadamente con su bonete de noche puesto, y me abrazó antes de guiarme hasta la ventana para que admirásemos juntos los progresosde la nieve en el jardín. Con una candela hacía señales secretas que entre los de esta isla es creencia extendida que entienden los olmos nevados y que las lechuzas comentan para espantar el frío. Invitóme luego el rey a sentarme y a meter los pies en una cubeta de agua caliente, como también él lo hacía, que dijo que estaba de humor melancólico. Y añadió, con los pies ya dentro del agua, que había encargado cena privada, y que de bonísima gana se metiera en el lecho sin otro alimento que el Lancelote de no ser por mi presencia en su casa en noche tan señalada. Respondí yo que había acudido a su encuentro no como embajador de la Católica Majestad sino como amigo suyo que era, y que por esa noche nada trataría de los caprichos de su yerno el Palatino ni de las rodamontadas del embajador de Francia por causa de la precedencia, que de tan disputada cuestión ya había aconsejado el mago Merlín al rey Artúsaposentar a sus caballeros en una mesa redonda para que ningunotriunfara de los demás por su asiento. Celebró mucho el rey esta ocurrencia y tomando la tenaza añadió un tizón de su chimenea a cada cubeta mientras me preguntaba que si en España eran también conocidas las andanzasde Merlín, y que si se sabía de Aglován y de Abriorís, y del Castillo de la Roca y de la selva sonora de Brocelandia. Acomodéme yo mejor de frente al rey, que seguía con su bonete de noche y cebaba una pipa de tabaco, y le dije que del tal Merlín todos habían oído hablar en la corte de Vuestra Majestad pero que pocos en verdad acataban su magia, a pesar de que más de un caso se conocía de hombre prisionero en las merlinas ruedas de aire por habercortado una vara de avellano cuando florecía. Sorprendióse mucho el rey de esta imprudencia, pero más todavía se extrañó del tal precepto mágico que él ignoraba. Seguí yo diciéndole que, al menos en el reino de Galicia, nadie descuidaba esa advertencia de Merlín porque los avellanos son en aquella parte muchedumbre. Y también le hablé de la calidad musical de los laureles de Miñor, cuyas hojas suenan a madrigal cuando las peina el viento si setuvo la precaución de que una doncella los regara cantando durante el plenilunio de mayo. Quedóse el rey harto sorprendido de este prodigio y por no desmerecer del embajador que Vuestra Majestad envió a su corte, prometió que me regalaría con un ramo de un árbol que florece el día de Navidad y echa hojas verdes que se secan al siguiente día. Y esto, me dijo, es lozanía infalible y así lo ha sido cada año en este día desde la Natividad del Señor. Y díjome más mientras fumaba: que este árbol prodigioso es un espino que se conserva él mismo en el lugar de Glozemberi, junto a un monasterio de monjes benitos que llaman de San Andrés, que es donde quedó sepultado José de Arimatea.
Entraron en ese punto dos servidores muy galanes que nos sacaron los pies del agua y nos los secaron con paño de hilo, que es el único que toleran las plantas de este rey. Tornaron luego a disponer una mesa lindísimamente guarnecida de brocados y de liebre, y cambiaron las candelas, que ya se nos iban cortas. Llamó el rey a uno de aquellos mozos a su lado y hablóle al oído. Cuando hubo abandonado la cámara, le dije yo al rey que de aquel José de Arimatea o Abarimatia, también se sabía en Galicia, porque por allí había pasado con el grial de esmeralda arropado en el fajín, que la camisa la reservaba para navegar subido a ella por los ríos que le cortaban el camino, y que en esa figura de navegante fue visto vadeando el Miño, sobre la camisa, en un claro que dejó la niebla a unos pescadores de salmón.
Volvieron a llamar a la puerta y dio una voz el rey para que entrara el mozo con el que había tenido confidencia, el cual me traía de parte suya el ramo prometido. Agradecíle yo mucho al rey aquel regalo, y dijo él que lo posara junto a la ventana para que no nos estorbase la cena. Y así nos entregamos a la liebre, sin decirle yo al rey, por no hacerle mengua en la cortesía, que en un lindero retirado de Gondomar tenía yo crecido un roble de bellotas incendiarias que la noche de la Natividad alumbraban sin quemar el árbol, y que la víspera de Reyes se venían al suelo conorden de palabras que solían dejar por tierra alguna línea de las que es fama que escribió Eutimio de Évora cuando disputó con el obispo de Astorga sobre el número de los adoradores del Señor. Pero ofrecíle al rey, que celebraba mucho las ciruelas de Devonia con que habían henchido la liebre, hacerle copia de un manuscrito que yo tengo del obispo de Mondoñedo en el que se averiguan, muy por lo menudo, los colores de las dos barbas de Merlín, y se ponen por seguido las palabras séptimas que dijo aquel sabio mago ante un rey a los dieciséis días de habernacido, que así ordenadas son explicación de todos los misterios y de todos los tesoros del universo. Turbó setanto el rey de este ofrecimiento que abandonó la liebre y poniéndose en pie me preguntó que cómo era que ese obispo tenía tales conocimientos. Advertíle yo entonces que el obispo era tan gran sabedor merced a un reloj de príncipes elocuentísimo recogido de un naufragio, que bien escuchado en las horas de mar serena, que son pocas, ciertamente, hablaba por el péndulo grandes verdades y secretos olvidados de los hombres. Y que donde enflaquecía la memoria del reloj, venía en su socorro un jardín de flores curiosas que el obispo tenía reconocidas en un ribazo del río Masma, ocultas entre la hierbabuena, que son esas flores de escasa entalladura pero de hondísima raíz para amigarse con las voces ocultas de la tierra sin tomarlas por rumores de fuentes, que suenan semejantes. Seguía el rey muy asombrado de la calidad de estos prodigios y todavía de pie me pidió que, si de Jacques a Jacques, como yo le había dicho un día, no podía revelarle las palabras secretas de Merlín que traía ese manuscrito sin esperar por la copia. Servíle vino al rey, que volvió a sentarse despacio, y le dije que aunque me era posible recordarlos dos colores anotados de las dos barbas de Merlín, queson rojo y verde, no me alcanzaba la memoria de las palabras secretas, pero que acaso era cuestión de seguir cenando y de tornar despaciosamente al vino para que me vinieran solas. Y miróme este rey desconfiado y sonrióse, y levantó una ceja, y señalándome con el dedo, dijo que Vuestra Majestad Católica podía estar bien seguro de que había mandado por embajador a este reino de Inglaterra a un hombre sabio capaz de embaucar a un rey con sus cuentos. Y proseguimos riendo con la cena, que la liebre venía perseguida prestamente de un faisán bien cercado de manzanas, y a su vuelo sucedió una bandeja de almíbares y cremas de Bretaña que formaban el mapa de la llamada Isla de Oro, que es paraje imaginario de un tal Renaut de Beaujeu que aquí tienen por cierto, y yo tengo para mí que no andará lejos de nuestra Barataria.
Por la noche nevada volaron las campanas de la catedralde Londres hasta los cristales de la habitación del rey, y sonaron doce golpes cuando servía él de la última botella. Púsose entonces de pie, y quitándose muy cortés el bonete de noche, me pidió que brindásemos por el que acababa de venir al mundo a redimirnos. Y después de un trago me dijo que brindásemos también por la Católica Majestad de España, que yo tan a su gusto representaba, y por el mago Merlín y por aquel obispo de Mondoñedo de tan grandes partes. Todavía hablamos largo rato de cacerías y de remedios para dolencias de halcones, de que este rey es harto entendido. Me acompañó al fin a la puerta y volvió a abrazarme como amigo advirtiéndome que no olvidara el ramo que me había regalado.
Cuando atravesaba el jardín miré hacia el aposento del rey, que levantaba su copa una vez más desde la vidriera. Alcé yo el brazo para responderle y entonces, señor, cayó el ramo de José de Arimatea que llevaba yo embozado. Y prometo a Vuestra Majestad que aunque son muchos los prodigios de Galicia no me pareció pequeño éste, que sobre la nieve eran bien visibles tres hojas verdes que debieron florecerle al ramo bajo la capa, y en la punta una flor blanca que al otro día el secretario Lake, hombre muy docto y probado en nuestra religión, me dijo que era símbolo del Redentor, y que si el ramo era bueno, se marchitaría a la noche en memoria de la flaquezade los hombres, como así fue.
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