La imagen se hace más nítida. El niño (o quizás el joven, o el anciano, o la muchacha…) está demasiado relajado, demasiado laxo. Sus propios contornos se difuminan y confunden con los de la Madre. En verdad se está disolviendo en ella, disgregándose. La Djinn se remueve inquieta y apenas es una candelilla flotando entre nosotros.
-No es posible crear vida sin haber aceptado la muerte. Las Tejedoras Sombrías ya han cobrado su óbolo y yo recojo los cuerpos para devolverlos a mi matriz. Yo empapo la sangre derramada, amaso su carne, separo sus huesos, y en amoroso humus les doy el beso que les absuelve de todo pecado y todo daño, devolviéndoles la inocencia elemental.
-Tampoco estaba en mis cuadernos que por esta parte del mundo se encontraran Matutas.
-Yo soy la Magna Mater y la negra Kali, Isis la Maga y la Serpiente de Cernunnos, y soy Sechina, la mente de Dios. Yo soy la Diosa Blanca, y de mi carne mineral he creado a todos los hijos de los hombres y todos los hijos de los animales y todos los hijos de las plantas. Soy su Tumba y su Resurrección.
-A veces los crímenes de los hombres son tan espantosos que me sorprende que al morir los malvados no se retiren de sus cadáveres las aguas del mar o los dedos de la arcilla y aun el aire que los envuelve.
-Yo no juzgo a los muertos, sólo recojo sus carroñas abandonadas, Para mí, víctimas o verdugos, todos son hijos míos que vuelven a mí para descansar en la Paz. Y yo aplico la oscura alquimia para que los muertos sean purificados y os devuelvo una y otra vez los bendecidos materiales. Carbono, nitrógeno, azufre, calcio, hidrógeno…
Por toda la tierra, desde el Nilo hasta las nieves del Himalaya, los fantasmas de los muertos se hacen espesa niebla que no deja ver la luz del sol. Los falsos profetas encienden grandes hogueras con la excusa de iluminar y dar calor, y solo sirven para quemar a los que se acercan tiritando. El humo asfixia a los tristes, ciega a los viajeros, y damos manotadas en el aire intentando espantar a los espectros, pero no conseguimos nada.
-Mientras yo espero aquí abajo, con los cuerpos en lenta descomposición, a que dejéis de soñar en el mundo de los espectros y tengáis el valor de vivir con los vivos. Espero para ver a la Aurora de Rosados Dedos llenar de flores y frutos vuestras manos y que los funerales no tengan como música de fondo el retumbar de las explosiones. Os abro mi regazo para envolveros en mi berachah y colmaros de la leche y la miel. Seré Carmentis y pondré la mano en la frente de las mujeres que paren, expulsaré el hierro y el cuero de mi casa y prohibiré el sacrificio a los padres fallecidos. Mi ara estará cubierta sólo por ofrendas de pasteles y sal pura, y no volverá a ser profanado el laurel de mi patio ni arrancado el limonero.
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«He obrado con Ibarretxe de forma honesta. Pero no es ni ha sido recíproco» (!!)