Muchas crisis suelen tener una estructura catastrófica, según la cual cuando un sistema entra en crisis cambian de forma inesperada y rápida sus cinéticas y aparece un riesgo grave de colapso. Lo que sucede se parece al desplome de un edificio en cuyo interior estamos: el techo se nos cae encima y miramos horrorizados hacia él, ¡una crisis de techo!, gritamos, cuando lo más probable es que hayan fallado los pilares que lo sustentaban, incluso los cimientos que daban apoyo a éstos. Ya que junto a las crisis catastróficas, por debajo de ellas, hay otras, quizá las más peligrosas, que son latentes, larvadas; se están incubando, viven hacia dentro, hacen un trabajo subterráneo, gestando así las crisis catastróficas hasta que un día éstas eclosionan.
LO QUE SE VE
Estas crisis larvadas pueden detectarse por sus efectos no catastróficos en muchos aspectos de la vida cotidiana. Voy a describir algunos tal y como aparecen en España, advirtiendo previamente que mi talante no es apocalíptico ni profético. Los cambios que observamos en actitudes y comportamientos son consecuencia de que vivimos y evolucionamos, por lo que tienen siempre aspectos positivos y negativos. Algunos alcanzan dimensiones de crisis y entre ellos destaco los siguientes:
- La indiferencia de la sociedad respecto a la educación de los jóvenes. En España la educación de nuestros hijos no es un tema caliente. Intenten oír hablar de él en las conversaciones que pueden escucharse en los bares: ni rastro, solo se oyen cosas de espectáculos y dinero. Ni le interesa el asunto a la mayoría de los ciudadanos ni tampoco a los políticos. Hace solamente treinta años no era así, pero hoy mucha gente parece convencida de que la educación no va a sacar a la familia de pobre, o de que ya no hay pobres y el esfuerzo educativo no vale la pena. Los políticos, por su parte, están cómodos con una educación que puede ser manipulada, que crea ciudadanos sumisos, miopes a todo lo que no sea el terruño. No valoramos la educación como un instrumento creador de futuro y de ventaja competitiva a nivel español. Menos aún como un sistema para gestionar las capacidades intelectuales de los ciudadanos, descubriendo y sacándole el mayor partido posible a los mejor dotados; esta pretensión hasta resulta escandalosa, por ir en contra de una idea fundamental de nuestro sistema educativo, la igualación, que lo es siempre por abajo. Quizá todo lo anterior sea una consecuencia de la masificación educativa, que es la cara fea del gran esfuerzo educativo que ha hecho la democracia española. Esa masificación está produciendo quebrantos no solo en la primera y segunda enseñanza, sino quizá todavía más en la Universidad.
- El debilitamiento de la familia. La tasa de natalidad de los vientres españoles sigue siendo una de las más bajas de Europa. La población autóctona envejece. Esta crisis tiene sus complejidades y, como todas, sus aspectos positivos, porque en parte es consecuencia de la incorporación de la mujer al trabajo en la calle, la igualdad jurídica de sexos, el aumento del nivel de vida y su secuela consumista, etc. Pero puede decirse que hoy, en España y para la gente en edad de procrear, tener hijos no es una de las prioridades. No se ponen demasiadas ilusiones futuras en ello, no se confía en poder ofrecerle a los hijos una vida mejor que la que sus padres han tenido. No se piensa en que los niños de hoy tendrán que resolver la gran crisis del S. XXI, que necesitamos hacerlos fuertes y prepararlos adecuadamente para ello, casi como si fueran espartanos.
- El cortoplacismo económico. Casi nadie apuesta en España por construir un sistema económico para el largo plazo. La izquierda sociológica porque teme enamorarse otra vez de utopías condenadas al fracaso, es decir, sigue anclada en la postmodernidad. La derecha sociológica porque su único horizonte, como siempre, es el muy pesimista del ahorro seguro. Más todavía: no es que seamos incapaces de ver a España estratégicamente, sino que cada día la vemos menos en cualquiera de sus aspectos. Cuando empezó el boom de la construcción, todos sabíamos que aquello no era un camino de desarrollo sólido, sino algo coyuntural, pero cerramos los ojos, ¿qué otra cosa podíamos hacer? El “pan para hoy, puede que hambre para mañana” rige la toma de decisiones porque estamos convencidos de que el mañana es algo que no está en nuestras manos controlar.
Hay más indicadores que no da tiempo a tocar en el espacio de esta entrada. El fatalismo energético y climático, la angustia existencial puesta de manifiesto en la expansión hasta lo habitual del consumo de drogas como la cocaína, la virtualización de la cultura, etc. Juan Español y Carmela Española están llegando a una situación en la que el futuro no existe, tampoco el pasado. Solo existe el presente, acongojante unas veces, estimulante otras, pero solo el aquí y el ahora. Nos comportamos como esos enormes rebaños de antílopes y ñus que acuden para aplacar su sed a la charca semiseca de la inmensa sabana africana. Ese agua está deliciosamente fresca y nos llena de vida, sí, pero también es allí donde nos están acechando nuestros predadores. La charca es nuestro presente, lo único que, como no podría ser de otro modo, nos importa, por lo bueno y por lo malo.
LO SUBYACENTE
Ese anclaje en el presente que ponen de manifiesto los fenómenos anteriores, conforma el material del que están hechos los pilares de nuestro sistema vital. Pero ¿qué hay de los cimientos que los sustentan? Me parece que a este nivel pueden identificarse al menos tres crisis larvadas de envergadura:
- El sentido del tiempo. Si nos recluimos en el presente es porque hemos ido perdiendo el pasado y el futuro. En las sociedades occidentales está en marcha un proceso de cambio radical en la vivencia del tiempo. Desde que con Nietzsche como notario dimos por muerto a Dios y después de las guerras terribles que llenaron el S. XX, no nos interesa recordar el pasado, arrepentirnos a partir de él; baste como muestra lo molesta que va resultando en muchos ámbitos la insistencia de los judíos en que se recuerde la Shoah, cuando en realidad se trata de una admonición moral, no de un acto de marketing. Tampoco queremos mirar abiertamente hacia el futuro, porque lo vemos lleno de interrogantes terribles para los que no tenemos respuesta, de los que el mejor ejemplo quizá sea ese cambio climático anunciado que muchos se obstinan en denunciar como una exageración. Así nos empeñamos en vivir en un presente rabioso al que lo único que le pedimos es que sea confortable, aunque pueda traer consigo situaciones de angustia existencial a las que cada vez más nos gusta calificar como psicosis, es decir, como excepciones patológicas, esas depresiones que son un emblema de nuestra época.
- La inabarcable complejidad del sistema global en que vivimos. El sistema político, económico y social en que basamos nuestra vida los occidentales se hace cada vez más complejo, es como un castillo de naipes en el que, a medida que crece, lo hace con él una inestabilidad escondida. Empezando por la ciencia y la tecnología, estamos lejísimos de los tiempos de un Leibnitz o un Kant que habían asimilado toda la ciencia de su época; a los filósofos ni siquiera les permitimos hoy que hagan lo que siempre han sabido hacer, apuntar con claridad hacia los grandes problemas. Ahora tenemos ciencias, no ciencia, a ningún humano le es posible abarcar una visión científica integrada del mundo, pues nuestra comprensión científica de la realidad está dividida en entornos que se excluyen unos a otros. La divulgación científica, que junto con la ciencia ficción debería ser hoy una de las ramas nuevas de la literatura, sigue estando muy lejos de entusiasmar a la gente. Nos intuimos como incapaces de controlar un desarrollo tecnológico que si siempre tuvo sus riesgos hoy nos amenaza con la extinción del individuo humano, a través de singularidades como la absorción del hombre por las máquinas o del agotamiento de los recursos. Mientras más pequeño se nos hace el mundo, más difícil nos es comprenderlo, más miedo nos dan los comportamientos contraintuitivos del sistema global o los riesgos de que partes metaestables del mismo vuelquen. En algunos ambientes intelectuales la ciencia va segregando una nueva religión, el ciencismo, que proclama ser nuestra salvación si ponemos suficiente fe del carbonero en él. El sistema económico está centrado en el mercado al que, según el dogma de nuestro tiempo, consideramos autorregulable, cuando lo que realmente sucede es que somos incapaces de controlarlo sin frenarlo. Y el sistema financiero, que debería ser nada más que uno de los engranajes importantes que mueve al sistema económico, ha adquirido autonomía escapando a todo control.
- El encuentro con el otro como una ocasión de conflicto. La revolución de las comunicaciones y de la globalización tecnoeconómica nos ha puesto forzada e inesperadamente en un contacto de todos contra todos. Puesto que vivimos instalados en el presente, desconocemos el pasado de los demás, sus interconexiones biológicas e históricas con el nuestro, de manera que cualquier diferencia profunda nos lleva más al rechazo que al acercamiento. Ese es hoy el caso entre Occidente y el mundo Islámico y puede serlo en el futuro entre ricos y pobres.
UN DIAGNÓSTICO
Todos estos elementos de crisis pueden resumirse en un diagnóstico: la intensidad del progreso desborda nuestras capacidades de asimilarlo, mientras que la diversidad de intereses y visiones en un mundo limitado dificulta la paz mundial. Por todo ello nuestra tentación es la de refugiarnos en el presente y en el terruño, donde nos gustaría pasar desapercibidos. Pero como ya no hay valles escondidos entre montañas, sintiéndonos además faltos de una orientación clara, capeamos el tiempo y el espacio, dejando que sus vientos y corrientes nos lleven a la deriva, eso sí, con un enorme bagaje tecnológico a cuestas.
EL TRATAMIENTO Y SUS RIESGOS
Tenemos ante nosotros varias alternativas. Podemos excluir de antemano toda posibilidad de tratamiento, seguir sin reaccionar, poniendo parches que alivien los síntomas y hagan llevadero el presente. También podemos reaccionar en exceso, dando un parón a la libertad y el progreso, volviendo de un cerrojazo a las antiguas ineficiencias de los estados y las iglesias salvadoras.
Pero la única solución decente es confiar en el futuro, es decir, en nosotros mismos y en nuestra capacidad de construirlo. Para ello tenemos que asumir nuestro pasado, arremangarnos y ponernos en la tarea, confiando en los demás, conociéndolos mejor para comprenderlos, yendo juntos y con la mayor rapidez y sensatez hacia un mundo justo y viable. Educando para todo ello a nuestros hijos, que van a ser los protagonistas de esta hazaña, con cariñosa dureza espartana.
LA PROGNOSIS
La mayoría de los futurólogos serios, sea cual sea su especialidad, nos anuncian momentos muy críticos para la mitad del S. XXI. Será el que ya llaman cuello de botella de los 2.050, del que saldrá un mundo nuevo o un mundo gravemente herido. Según eso, el S. XXI seguiría en la misma línea dramáticamente conflictiva y a la vez llena de esperanzas de los S. XIX y XX. Una situación análoga a la de los siglos I, II y III de nuestra era, que entonces resultó en el fin del imperio romano, el triunfo del cristianismo y la predominancia de los bárbaros. Es decir, no se trata de algo que nos sea totalmente desconocido. La cuestión está en enfrentar dicha situación con conocimiento histórico, determinación y visión a largo plazo, para superarla de la mejor manera posible. Podría decirse, evocando la frase famosa del expresidente Clinton: “No será la economía, estúpido”.
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