Ya lo he dicho antes, pero les prometo que es verdad. Tenía preparada una entrada presuntamente interesante y sesuda sobre mezquinos funcionarios del Foreign Office y la traición a la desgraciada Polonia que comenzó el 17 de septiembre de 1939. Una entrada que comenzaba así:
"la vanguardia del Primer Frente Bielorruso de Rokossovsky avanzaba bien pertrechada y disciplinada y ya había cruzado el Vístula; la segunda línea, desarrapada y salvaje, con la aprobación de los politruks, aterrorizaba la retaguardia, merced a una estrategia diseñada tiempo atrás, y la tercera línea, las feroces divisiones del NKVD, se encargaban de liquidar a amigos y a todos los demás: a aquéllos por no avanzar al ritmo adecuado y a éstos por cualquier motivo".
Pero como Uds. (pocos) leerán esto un domingo, y acabo de darme una sesión de contacto con el pueblo llano que hace tiempo no disfrutaba, decido cambiar al tercio de banderillas, que será más ameno y lacerante. Sí, hace tiempo que no me topaba en estado prístino con una clase de ciudadanos de la comunidad política que o bien acaba de acceder al derecho al sufragio o está a punto de hacerlo. Si yo fuera un colectivista de izquierdas con alguna responsabilidad, no diré de gobierno, simplemente de acceso a una porción siquiera mínima de presupuesto, qué sensación de júbilo, qué gozo, qué éxtasis incluso. Qué barahúnda, que faramalla, qué turbamulta de adolescentes candidatos al desempleo. Qué legión de votantes aferrados a la limosna estatal, contributiva o no, de integración o acceso a derechos de nuevo cuño, o como quiera que llamen a lo que en adelante van a tener que inventar. Qué pozo sin fondo de votantes. Y ¿qué será lo que me lleva a esta torva ironía? Un Burger King, amigos, nada más y nada menos; y el paseo de ida y vuelta hasta el mismo. El caso es que mis retoños tenía ganas de hamburguesas (todavía en "menú infantil" no vayan a pensar) y como resulta que regalan no sé qué pamplinas para "fidelizar" a los críos, hete aquí que nos encaminamos al más cercano a nuestro paradero de la tarde de ayer sábado, a una hora no demasiado habitual para lo acostumbrado, que tengo por hábito tenerlos en la cama antes de las diez de la noche. Oigan que eso de llevar algún tiempo apartado del sábado (tarde) noche le deja a uno fuera de juego. Eso sí, los alborotadores candidatos al subsidio iban todos rigurosamente uniformados y no sé si es el uso, pero imagino que sí por las manifas que he visto por las seis cadenas de información públicas de que disfrutamos. Pañuelo palestino los más, perforaciones en diversas partes de su fisionomía, odio manifiesto por la cuchilla de afeitar ellos y ánimo desafiante contra el gélido viento invernal ellas. Cacofonía de berridos en un idioma poblado de interjecciones animalescas y surtido de muletillas insultantes propias de estibadores y ferrallistas que acaban de perder un miembro en accidente de trabajo. Afortunadamente los que van bebidos no entran en el expendedor de colesterol y bebidas gaseosas. Sólo lo hacen los que adivino menos pudientes. En el local, ajeno a la desaceleración del consumo imperante, se agolpan desordenadamente unos veinte o treinta alegres productos de la LOGSE. A fe que habrían necesitado una asignatura de educación para la ciudadanía o para la urbanidad, o simplemente para cruzar la calle por el paso de peatones, que ya será todo un logro. Y no se trata de que formaran una triste cola soviética en día de anuncio de suministro de jabón. Hubiera sido suficiente con que conocieran el significado de la palabra "turno", "compostura", "respeto" y quizás, quizás "educación". Un náufrago parecía otro padre que con dos pequeños estaba perdido justo en la mitad de la ¿fila? Y qué decir de los empleados que, sofocados, atendían a sus exigentes clientes. Los tres últimos de Filipinas parecían. Que me vino a la memoria la segunda línea de las divisiones rusas en su avance hacía el Oder y que decidí hablar de otra cosa, aunque el editor de esta entrada tuviera que esperarla más de lo debido (por cierto, que se fastidie, que mi blog era una rémora del suyo y como lo ha cerrado inopinadamente, ya sólo me leen cuatro despistados y un par de hinchas del deporte ovalado). Pero prosigo. Ante el desolador panorama y la cara de pasmo de esposa e hijos, sugiero prescindir de las hamburguesas y nos encaminamos al Vips más cercano. No hay regalos pero, señores, el público guarda relativo silencio y aunque el camino sigue poblado de patibularios adolescentes que sin duda votarán a quien les permita con total lenidad hacer lo que les de la real gana y se lo financie, ese paseo me permite ilustrar a mis críos con una lección de sociología urgente y seguramente adoctrinarlos en la vana esperanza de que estas lecciones les hagan recapacitar en un futuro próximo (ya saben, "esta gente acabará mal", "no son como nosotros", "vaya patulea", "nunca hicieron caso a sus padres" –esa es especialmente graciosa- y "son carne de botellón").
Acúsenme los biempensantes de prejuicios. Lo asumo. No diré que la tropa que describo sea el producto último de un plan deliberadamente pergeñado por Javier Solana y Pérez Rubalcaba durante su magistratura en la cosa educativa en el casi añorado Gobierno González, pero tengo para mí que aquellos lodos les traen ahora votos sin cuento. Brillante para ellos y sálvese el que pueda.
Etiquetas: Phil Blakeway
¿Qué sucede? He vuelto a casa después de cenar y cuando trato de abrir el NJ aparece que sólo admite invitados. Me he sentido como Pedro Picapiedra cuando se quedaba fuera en la calle y Vilma no le oía.
Todavía no se me ha pasado el susto, porque he entrado dando un rodeo por la página de las tierras raras de protactínio. No me atrevo a salir por si no puedo volver a entrar.
Ruego a los sres administradores que hagan caso de mis golpes en la puerta y que me invite a entrar. Que la adicción es muy mala.