No sólo forja el hombre a imagen propia
su Dios, aún más se le asemeja su demonio.
(Luis Cernuda, Noche del hombre y su demonio)
Hay que tener estómago para escribir en la contraportada, en párrafos inmediatos: El escrito que provocó la muerte de seis millones de judíos en los hornos crematorios y Los Protocolos demuestran la existencia de un nacionalismo racista judío. Como si lo segundo fuera otra cosa que un pleonasmo (todo nacionalismo parte de un ‘nosotros sí, ellos no’, o al menos ‘nosotros mejor que ellos’) y justificara la barbaridad de los hornos crematorios (obra, por lo demás, de un nacionalismo racista).
Cuando, a pesar de este envoltorio, uno se anima a revolver las páginas y supera las sucesivas introducciones (que alcanzan hasta la página 59), topa con una voz que no tiene nada de judío, nacionalista o racista. Es, sencillamente, la voz del pensamiento reaccionario:
"Es necesario fijarse [en] que el número de hombres con instintos perversos es mucho más grande que el de instintos nobles. Por lo cual, para gobernar el mundo, se obtienen mejores resultados empleando la violencia y la intimidación, por dar mucho mejores resultados que los discursos académicos. Todo hombre tiene ansia de poder, cada uno desearía ser un dictador, siempre que lo pudiera ser él sólo, y bien pocos serán aquellos a los que [no, dice el texto; pero este no sobra] les importaría sacrificar el bienestar del prójimo por alcanzar sus miras personales."
Incontables veces he vuelto a topar con estos mismos argumentos, expuestos desde orillas muy diversas, pero siempre con pretensiones de novedad y agudeza. Entre los que comparten la desconfianza del autor en la capacidad de los más para discernir el bien del mal, figuran destacadamente los que proponen que los Protocolos son un texto satánico, cuya publicación y difusión hay que prohibir severamente; una sarta de memeces irracionales a la que, sin embargo, se atribuye un venenoso poder de persuasión.
Tratar los Protocolos (y otros escritos similares, como Mi lucha) como lo que son, documentos históricos de cierta importancia, supone obligarse a su estudio y edición crítica. También, cumplir con la admonición de Simone Weil: rechazar sin más una proposición falsa es inútil si no se examina por qué y en qué condiciones ha podido pasar por cierta; en qué sentido, para algunos, lo es.
En otras palabras, asomarse a eso que los de Archipiélago llamaron, espero que con cierta sorna, la inquietante lucidez del pensamiento reaccionario. Saber que tras la voz de los Protocolos están, por ese orden, Maurice Joly, Maquiavelo y Calicles (tal como lo dibuja Platón), ayuda a situarnos: aunque los argumentos se presenten aquí engastados en un marco antisemita, su relación con él es contingente, más ocasión para el despiste que otra cosa. Lo propio puede decirse de la relación con las paranoias conspirativas en general. Lo que toca afrontar es el pesimismo antropológico: no puede confiarse en una presunta inclinación natural al bien del ser humano, hay que gobernar a la gente desde el principio de que es el miedo al castigo lo único capaz de mantenerla en los límites de lo razonable, y si se le otorga alguna capacidad de decisión, las opciones deben estar limitadas para evitar que el voto termine en manos del mal organizado. ¿Remoto? No tanto: la última proposición justifica la Ley de Partidos; la anterior, la legislación sobre drogas; se sitúan, implícitamente, en la primera quienes combaten el buenismo u optimismo antropológico (generalmente como si empezara y acabara en Rodríguez Zapatero y no estuvieran tras él Sócrates y Jesucristo, entre otras luminarias desdeñables).
En definitiva, si hay criaturas diabólicas tras los Protocolos, se trata de demonios sospechosamente familiares.
(*) Un repaso a los libros publicados por ediciones Petronio a mitad de los 70 sugiere, más que un perfil ultraderechista, uno genéricamente sensacionalista, con el Marqués de Sade, Casanova y el Decamerón como apuestas seguras. La lista de colecciones impresiona: Ciencia y Magia, Erótica, Escalofrío, Kung Fu, Panzer, Sadismo en el Tercer Reich (el nazismo como parafilia).
(Escrito por Al59)
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