Al final de la calle de Atocha, ya a la altura de la plaza de Jacinto Benavente, se encuentra el bar Rincón de Atocha. Lo regentan muchachas de la China y de vez en cuando está un señor de ojos rasgados que casi increpa al recién llegado con gracia castiza: "Caballero, qué va tomar". Los fines de semana cuentan con el refuerzo de Valentín, un camarero veterano curtido en mil batallas que acepta con una naturalidad poco común la jefatura extranjera. El Rincón de Atocha está al lado de un comedor social. Después de tomar su sopa en la beneficencia de las sufridas monjitas, para algunos estúpidos todavía conspicuas representantes de los excesos de la iglesia facha y opresiva, abren el gran portón de madera del Rincón en busca de una copa de coñac y un modesto pincho de tortilla. Se juntan en el garito prostitutas más o menos vigentes, moritos y ecuatorianos sin ganas de trabajar y españoles fracasados de distinta condición. La rumana Valentina cogía hoy de la mano al peruano Luis, más viejo pero mejor conservado. Le hablaba de su país mientras le cogía de la mano con la confianza descuidada de quien paga unos servicios.
Los funerales de Estado del guardia civil asesinado por la banda terrorista ETA animaban la mañana en el televisor que se alza en la esquina sobre la puerta. Una mujer gorda y escandalosa con trazas de prostituta gritaba cada vez que aparecía el Rey en la pantalla.
- El Rey de España, ¡viva el Rey de España!
Sentado en una mesa junto a tres graciosas señoritas de voz acazallada el cojo elegante y limpio Pepe promovía entre los desheredados un atraco festivo al Corte Inglés:
- Están todos ahí, los guardias civiles. Han dejado Madrid libre. Vámonos todos al Corte Inglés y nos hacemos de oro. Al día siguiente dirán lo periódicos: Cuatro viejas y un cojo asaltan el Corte Inglés de la Puerta del Sol - decía mientras se levantaba para ir al baño arrastrando la pierna del zapato ortopédico de impresionante tacón.
Todos reían y una vieja que bebía coñac y fumaba compulsivamente se apartaba de las mínimas reglas morales que unen a todos ante la infamia.
- Un guardia civil muerto, ya hay un hijo de puta menos.
Un marroquí sucio sentado en la barra con una compatriota de rostro demacrado le recriminaba la indecencia, y ella callaba como si fuera consciente de lo indigno del comentario.
La muerte no es el final cuadraba a militares y civiles, al Rey Juan Carlos y al presidente Zapatero, que debería tener vergüenza de asistir a estos saraos. En el bar la mujer que se alegraba de la muerte del agente hablaba con un moro sentado en la barra.
- Yo odio a los hombres, porque hace mucho tiempo violaron a mi madre por un kilo de café. Pero necesito un hombre, cariño, yo necesito un hombre.
Y el marroquí apartaba la mirada en busca de otro santo varón que saciara a tan poco apetecible partido.
- Chunchina, reina, una copita de coñac, anda - decía con castizo salero una cuarentona de pelo grasoso.
La chinita cantaba la comanda a Valentín y volvía con la copa, recibiendo con frialdad oriental los elogios de la señora.
(Escrito por Happel)
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