Escribir de la ciudad desde la ciudad no es lo que suele estilarse en formato papel.
En fechas recentísimas dos maestros de la pluma y del florete nos deleitaban en sus blogs, a propósito de sendas urbes.
Dejó escrito F. de Azúa: “Contaba Robert Kaplan en su bello libro ‘Mediterranean Winter’, la impresión magnífica de los desolados paisajes adriáticos, opalescentes y verdinegros, la lluvia veneciana que lava los mármoles, todo ello desde un café recoleto cuando ningún turista osa asomarse al invierno marino y las olas parecen solfataras. En esos delicados momentos dejas de sentirte como un turista …”.
Por su parte decía A. Espada: “En la hipótesis de presentarse la oportunidad moderna de viajar a Praga, rechazarla, quedarse leyendo a Egon Erwin Kisch y no coger frío”.
Venecia y Praga, Praga y Venecia… humanas, demasiado humanas. Y dos vistas no secretas, no invisibles, menos habituales quizás, pero que no cesuran mi aprehensión de ellas. Recuerdos, referencias… desde un café, desde una melodía o desde un libro.
Hubo una época en la que los escritores enfermos bajaban hasta Italia para morir de belleza. Mejor en invierno. Así August Von Platen [al que Thomas Mann retrató tal como era en el cuento ‘La muerte en Venecia’, luego autorreferenciado por Visconti], un cinco de diciembre. Allí escribió ‘Sonetos venecianos y otros poemas’, su cuaderno de viaje que empieza y termina en el alma, o sea, sin salir de Venecia. En él nos dice lo obvio: “Venecia es sólo un sueño”. Malamente pudo ser inventada por Caín, pese a Azúa.
Hubo otro tiempo de nobles sueños humanos en el que a pesar de su nomadismo y su raro arraigo, Egon Erwin Kisch escribió pronto de su ciudad incisivas crónicas como reportero en los cafés. Sus correrías por Praga aparecieron recopiladas en el libro ‘De calles y noches de Praga’, cuyas páginas revelan los distintos ambientes de una ciudad oculta, invisible para los más, pero bien conocidos, es de suponer, por este periodista furioso. Ese Espada que lee esa ciudad canalla.
Sueño o realidad, “Europa es un espacio de refugio” según Peter Sloterdijk, por ello sus ciudades han acogido a los desterrados hijos de Eva, semitas y antisemitas.
Ciudades europeas, ¡qué buen oxímoron!
Pero si Praga sería tu mejor amiga y Venecia tu mejor amante, un tanto ajada eso sí, Berlín sería algo como tu mejor mujer, [y también en la tercera acepción de la academia].
¡Eso sí que sería una ciudad!
C. Alexander nos predicaba que “a city is not a tree”. Claro, la ciudad como árbol no, la ciudad como bosque. “Perderse en una ciudad puede ser poco interesante y hasta banal. Hace falta desconocimiento, nada más. Pero perderse en una ciudad como quien se pierde en un bosque exige un adiestramiento muy especial” dice W. Benjamín en su ‘Crónica de Berlín’ y cita a Franz Hessel como su guía de esa ciudad. También nos había dicho en ‘Historias y relatos’ que “para percibir la tristeza que emana de ciudades tan bulliciosas y fulgurantes, tiene uno que haber sido niño en ellas”. Por ello recomienda a Hessel y no a Robert Walser, a pesar de que según W. G. Sebald, en un pequeño bosquejo sobre Walser recién traducido, es Benjamín quién mejor lo comprendió y así elogió la confidente descripción por Walser de una tormenta de nieve un atardecer en Berlín.
Hessel, bastante olvidado en nuestros días [o sólo recordado por ser uno de los vértices del triángulo real luego novelado en ‘Jules et Jim’ por otro vértice, su amigo y contrincante amoroso Henri-Pierre Roché y filmado por Truffaut con una Jeanne Moreau (trasunto o remedo de Helen, la mujer de Hessel) en estado de gracia, protagonizando algunos planos excepcionalmente bien rodados, que empezaron a convertirla en un icono para una generación].
Hessel, decíamos, un verdadero flâneur que no se pierde en el laberinto de la gran ciudad, al contrario, se funde con su paisaje con respeto y lo describe con naturalismo, sin alegorías, [o sin el expresionismo de un Döblin], ceñido a la realidad material de la ciudad. Con razón Hessel nos denota Berlín como esta ciudad que siempre está en el trance de convertirse en algo diferente.
He aquí un buen ejemplo de sus ‘Paseos por Berlín’:
“La gran y amplia plaza que está enfrente del palacio, el jardín de recreo, llega hasta la escalera de entrada del antiguo museo y ésta conduce a una maravillosa isla en el medio de la ciudad. No es sólo topográficamente correcto que esta parte de la ciudad bañada por el agua protectora fuera denominada «la Isla museo». El mundo que comienza aquí con la sala de columnas jónicas de Schinkel es como el jardín de la Academia para el joven berlinés… Pero queremos quedamos en la ciudad y en la calle… Cuando estas líneas lleguen a tus manos, tal vez haya culminado la reconstrucción del museo que ha empezado Alfred Messel. Entonces podrás ver montado el magnífico altar de Pérgamon con sus dioses y sus gigantes… Pero volvamos, desde estas bellezas lejanas… La amplia llanura de esta plaza tiene también algo propio de isla y lleno de tranquilidad. De la larga fachada con su amplio portal no se distingue la presencia de nadie, espero que por mucho tiempo. La única ruptura de la tranquilidad en este sereno lugar es la catedral con sus peculiaridades…”
“El señor K. prefería la ciudad B. a la ciudad A.
-En la ciudad A. -decía- me quieren; pero en la ciudad B. han sido amables conmigo. En la ciudad A. se ponían a mi servicio; pero en la ciudad B. me necesitaban. En la ciudad A. me invitaban a sentarme a la mesa; pero en la ciudad B. me hacían pasar a la cocina.” Bertolt Brecht, ‘Historias del señor Keuner’.
[B. era seguramente Berlín]
POSTDATA:
En el ínterin de esta digresión me llega noticia de otra crónica de otra ciudad B. [la de residencia de los dos ‘maestros’ citados up supra]. Se trata de ‘La ciudad mentirosa’ de Manuel Delgado en Ed. Catarata. Pero quizás estas preocupaciones no sean en este presente prioritarias.
Escribir de la ciudad desde la ciudad no es lo que suele estilarse en formato papel.
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