Hoy martes regresa la saga ctónica tras un prolongado receso. Empecemos con cine. Hace unos años, el cineasta Neil LaBute estrenó su película Shape of things, traducida aquí como Por amor al arte. En ella mostraba un caso fascinante y brutal: un chico ingenuo y remilgado se enamora de una ctónica (interpretada por la bellísima Rachel Weisz, arriba en la foto) que le cambia la vida por completo. Por influencia de la chica, con mucha más iniciativa que él, el protagonista cambia de forma de ser, de intereses, de amigos, e incluso de aspecto físico, llegando a operarse la nariz por consejo de la bella ctónica. Al final resulta que toda la relación no era más que el proyecto de fin de curso del personaje de Weisz, estudiante de arte, que pretendía demostrar lo que éste puede llegar a influir en la vida de las personas. Todo el retorcido proceso pigmaliónico le es revelado traumáticamente al enamorado (y al espectador) al final de la película, cuando ella defiende en público su trabajo, que no era otra cosa que su mismo novio.
Dejando de lado no pocas diferencias, una historia parecida, en este caso real, me contó Ella cuando todavía nos tratábamos. Resulta que Ella, cuando tenía unos 20 añitos, conoció una noche a un grupo de amigotes en un bar de su ciudad y empezó a salir con uno de ellos. En realidad no tenían apenas afinidades, pero a ella le debió gustar la actitud animalesca del sujeto, parece que bastante macarra. Pero con quien de verdad se compenetraba era con Él, uno de los amigos del novio, con el que éste apenas guardaba parentesco alguno. Él era muy serio, aplicado, culto, vestía “como los de las Juventudes del PP” (Ella dixit) y, a sus 25/26 años, todavía no había besado a una mujer. Era muy apocado y tímido, al contrario que Ella, que “era muy echada p’alante”, pero pronto congeniaron, sobre todo a través de la vertiente cultural. A los dos les gustaba estar juntos y hablar de cualquier tema, y sus conversaciones podían durar horas y horas. Una de sus actividades favoritas consistía en coger el tren hacia la capital y pasarse el día allí viendo películas, hablando de ellas y paseando por las calles. La relación parecía perfecta, pero Ella seguía saliendo con su novio, el macarra, y Él comiéndose los mocos en su casa. Él estaba destrozado y Ella lo sabía perfectamente. Se sentía halagada por la compañía de Él y por su interés, pero, como buena ctónica, apreciaba más la testosterona de su novio. Esa relación de verse y tratarse constantemente, pero sin sexo, duró nada menos que año y medio, tiempo en el que Él cada vez acusaba más su amor no correspondido por Ella. Las despedidas en la puerta de la casa de Ella eran traumáticas para el chico; Ella veía su dolor, sus lágrimas, pero no dio un paso ni tampoco cortó la relación. Evidentemente no se le puede reprochar que no se enamorara de Él, eso sería absurdo; lo más discutible se dio más adelante.
Pasó, como he dicho, un año y medio. Él cada vez más enamorado y también dolido, resentido. Ella con el novio, pero pasando muchas más horas con Él, aunque sin permitirle ni un beso. Poco a poco Él empezó a cambiar. De forma de vestir, de comportarse, de hablar. También cambió de gustos musicales y otras cosas. Y su metamorfosis, lógicamente, se producía en la línea marcada por Ella. Los gustos que recién iba adoptando Él eran los que Ella profesaba y que, además, en ocasiones, prescribía. Como el protagonista de Por amor al arte, Él se convirtió en una creación de la pigmaliónica Ella, aunque ésta no fuera estudiante del arte ni pretendiera hacer con él el trabajo de final de carrera. Él pretendía agradarla más, hacérsele más interesante. Pero no entendía la lógica de las mujeres; no sospechaba que a una ctónica no se la satisface aceptando su criterio, al contrario. Una verdadera ctónica privilegia mucho más que su víctima mantenga precisamente un elevado nivel de autonomía, porque, entre otras cosas (subrayo: entre otras cosas), es eso, autonomía y determinación, lo que más aprecian en sus parejas.
Ya digo que Él fue cambiando, pero no Ella, que siguió siendo la misma, al tiempo que su noviazgo con el macarra continuaba y Él, a pesar de todo, no tenía acceso a Ella, ni siquiera a una caricia. “Lejos de ti hace mucho frío”, le confesaba.
Pero todo cambió un día. Él ya no podía más, después de año y medio de transformación inútil en el que Ella se había convertido en el centro idolatrado de toda su existencia (Ella me reconocía que pocas veces se ha sentido más amada que entonces. Sin embargo...). Una noche, harto de todo, se armó de decisión y la besó. Nunca antes había besado a una mujer. Estaban en un bar, con el grupo de amigos, y eso implica que el novio estaba presente. Éste y Él se enzarzaron en una pelea que acabó con la salida del último del círculo de amigos. Rompió con todos, pero sobre todo con Ella, que se había enfadado mucho con el beso. Ahora Él la odiaba, no quería verla más. Como decía Fellini, refiriéndose a las mujeres, sólo se suele criticar aquello por lo que se manifiesta un cierto interés, y en este caso el odio era análogo al amor con que la había idolatrado hasta este momento. Por primera vez, después de dieciocho meses, Él montó su vida al margen de Ella. Dejó de verla y, también, dejó de desearla. Se buscó la vida en otra parte. Los resultados llegaron rápido: conoció a una chica y empezó a salir con ella. Eso lo cambió todo, al menos en lo que respecta a Ella.
Una soleada tarde, creo que de junio, Ella paseaba en solitario por un parque de su ciudad cuando vio a la nueva pareja besándose, sentados en un banco. No sabía que Él tuviera novia. La ctónica entró en erupción. “Tiene que ser mío”, debió pensar, si tenemos en cuenta lo que sucedió después. Años después, al contarme la historia, trataba de justificarse diciéndome que su súbito interés sexual por Él se debía a que éste había cambiado, de forma de vestir, de comportarse, etc. Yo no quise decir nada, pero estaba claro que el argumento no se sostenía, porque estos cambios fueron muy anteriores y, por sí mismos, en su momento, no provocaron cambio alguno en la actitud de Ella. Ahora sí se produjo un cambio, pero eso claramente tiene que ver con la capacidad sexual que empezaba a ver en Él. Ya se sabe lo competitivas que suelen ser las ctónicas con/contra ellas mismas; cuando Él se consagraba para Ella, nada de nada, pero todo cambia cuando ve que lo pierde en brazos de otra mujer. Es en ese momento cuando, casi inconscientemente, se dispara en las ctónicas un mecanismo ancestral, anclado en una dimensión prerracional y telúrica, que no obedece a criterios individuales. El caso es que en ese punto todo lo que Ella sentía por Él cambió de sentido. Creo que fue al día siguiente cuando lo abordó (o esa misma tarde, una vez que la novia había desaparecido). Él ya no estaba enfadado, y le contó a Ella, orgulloso de sí mismo, que tenía novia y las cosas marchaban muy bien. Si no recuerdo mal, esa misma tarde Ella ya lo sedujo. Me contaba, orgullosa también de su gesta: “y durante todo ese verano conseguí que él le pusiera los cuernos a su novia”.
Al final del verano los dos se convirtieron en novios, rompiendo con sus respectivas parejas. Fueron felices durante muchos meses. Una felicidad envidiable, por lo que Ella me contaba. Mucho sexo, complicidad, cariño, respeto. Pero el alien gigeriano que lo iba a destruir todo ya se había introducido en las tripas de la relación. Él la amaba con locura, pero el año y medio de humillaciones y desprecios que había sufrido sometido a la ctónica no podía borrarse. El odio acumulado era demasiado grande, y al final pudo más que el amor. Cuando la relación parecía ya asentada, comenzaron los problemas. Él le fue devolviendo, aunque de forma inconsciente, todos y cada uno de los golpes que había recibido de Ella durante meses. Llevados por un impulso mimético que era más grande y poderoso que ellos y sus voluntades, ambos cayeron en una espiral destructiva que acabó arrasando toda la relación. No entraré en detalles, pero la parte final de la historia es sórdida y escabrosa. Todo lo que Él había aprendido en manejos ctónicos lo utilizó y aplicó contra Ella, con resultados letales. Se amaban, pero se acabaron destruyendo casi sin darse cuenta de ello. Una historia trágica.
Llegó la ruptura inevitable y el trauma para Ella, que tuvo que ser tratada por psicólogos y psiquiatras durante unos tres años. Ahora era Ella la que padecía el vértigo del frío lejos de Él. Un derrumbe casi total, una derrota que bordeó lo definitivo. Tras mucho sufrimiento, superó el trauma y desde que le dieron el alta hace vida normal. Pero seguramente nunca llegó a recuperarse del todo. Esa idea me quedó tras mi experiencia con Ella. Me gustó conocerla, aunque reconozco que más me gustó perderla de vista.
Para quien haya llegado hasta el final de este historieta, el Nickjournal les regala a cada uno un bonito ejemplar de la divina Muñeca System (1), esa joya que acabará algún día con las retorcidas ctónicas rompehuevos. ¡¡Aleluya por Muñeca System, hermanos!!:
(1) Para pedidos, remítanse a los administradores del blog, que me consta son personas generosas y más pudientes que el mismísimo Marqués de Cubaslibres.
Etiquetas: Horrach
1 – 200 de 392 Más reciente› El más reciente»