Pasados los Reyes Magos, la calle donde habito solía llenarse de papás y mamás paseando al perrito que, semanas antes, habían regalado a sus hijos en la esperanza de que ellos cuidarían del animal. Vano empeño: los niños olvidan demasiado pronto a sus juguetes. Quizá por esa razón nos negamos, mi mujer y yo, a las –sin duda– justas reivindicaciones caninas de nuestras hijas. Mi padre, además, siempre ha mantenido que, dada la inexorable biología, un perro suele durar menos que su amo y, cuando muere, te llevas un berrinche. Así es que, buena gana. Sin embargo, y como ya relaté en mi extinto blog, el año pasado nos hicimos con una perrilla Schnauzer miniatura a la que llamamos Davis. Yo, el otrora canis maleorum, me veo ahora convertido en un padrazo para mi perra. Ahí me tienen, compartiendo siesta y sofá con la susodicha que, además, parece enterarse mejor que yo de que cierta papparazza nos va a tomar un robado. ¡Cómo cambian los tiempos, Venancio!
Claro: todos ustedes se preguntarán a qué viene esta conseja endiablada (al loro, Ramón) de la siesta y la perrilla que me vale de introito. Pues viene, viene. ¿Se acuerdan del terrible asunto del agujero de ozono? Hace unos años, antes de la invasión del dióxido de carbono, fue un auténtico coco que se llevaba a los niños que dormían poco. Hubo que cambiar, urgentemente y para gran alegría de las multinacionales químicas, todos los propelentes, todos los gases refrigerantes, todos los circuitos de los frigoríficos… CFCs: cloro-fluoro-carbonados. Esa era, entonces, la bestia. La gran bestia. Denunciada, claro, por la Ciencia. Así, en mayestáticas mayúsculas. Le valió el asunto un Nóbel de Química al astuto mejicano Mario Molina, que había sugerido (sólo sugerido) en un pequeño artículo publicado, eso sí, en Nature, la posible culpabilidad de los CFCs al respecto.
Pues bien: después de unos cuantos años, comienza a estar claro que la presunta culpabilidad de los CFCs no es tanta como parece; que la teoría inicial se tambalea; que el peróxido de cloro, ClOOCl, que debería generar los temibles radicales Cl• que rompen la frágil molécula de ozono, es un compuesto bastante estable y se descompone a una velocidad ¡6 veces menor! que la necesaria para que el modelo oficial cuadre. Se ha publicado recientemente un completo estudio que así lo indica. ¡Cielos! En Nature urgen, literalmente, a cambiar de teoría. ¿Qué pasará con el Nóbel de Mario Molina? ¿Volverá la industria química a producir CFCs? ¡Quiá! Como BASF, 3M, Dow, Bayer… son íntimas amigas del medio ambiente, seguirán poniendo en el mercado productos menos útiles, menos estables… y mucho más caros. Pero, eso sí, ozone friendly, claro.
Por cierto, ¿han leído ustedes alguna noticia al respecto en la prensa diaria? Por ejemplo: “Lo del ozono no era para tanto” o “Los CFCs, absueltos”. Comprendo que el artículo que cito fue publicado en el mes de mayo: ayer. Comprendo, además, que la llamada comunidad científica (cuyo presidente debe ser de lo más parecido a Juan Cuesta), está aún digiriendo la sorpresa, a pesar del toque a rebato de Nature. Comprendo, incluso, que el trabajo de los americanos de Pasadena es cualquier cosa menos divulgativo. Pero, ¿qué creen que hubiera pasado si el trabajo probase justo lo contrario? Es decir, que el ClOOCl se descompone seis veces más rápido de lo previsto y que, por lo tanto, el asunto está muy, muy feo. ¡Ah, no lo duden! Primera plana, titulares y nueva película de Al Gore.
(Escrito por Protactínio)
Claro: todos ustedes se preguntarán a qué viene esta conseja endiablada (al loro, Ramón) de la siesta y la perrilla que me vale de introito. Pues viene, viene. ¿Se acuerdan del terrible asunto del agujero de ozono? Hace unos años, antes de la invasión del dióxido de carbono, fue un auténtico coco que se llevaba a los niños que dormían poco. Hubo que cambiar, urgentemente y para gran alegría de las multinacionales químicas, todos los propelentes, todos los gases refrigerantes, todos los circuitos de los frigoríficos… CFCs: cloro-fluoro-carbonados. Esa era, entonces, la bestia. La gran bestia. Denunciada, claro, por la Ciencia. Así, en mayestáticas mayúsculas. Le valió el asunto un Nóbel de Química al astuto mejicano Mario Molina, que había sugerido (sólo sugerido) en un pequeño artículo publicado, eso sí, en Nature, la posible culpabilidad de los CFCs al respecto.
Pues bien: después de unos cuantos años, comienza a estar claro que la presunta culpabilidad de los CFCs no es tanta como parece; que la teoría inicial se tambalea; que el peróxido de cloro, ClOOCl, que debería generar los temibles radicales Cl• que rompen la frágil molécula de ozono, es un compuesto bastante estable y se descompone a una velocidad ¡6 veces menor! que la necesaria para que el modelo oficial cuadre. Se ha publicado recientemente un completo estudio que así lo indica. ¡Cielos! En Nature urgen, literalmente, a cambiar de teoría. ¿Qué pasará con el Nóbel de Mario Molina? ¿Volverá la industria química a producir CFCs? ¡Quiá! Como BASF, 3M, Dow, Bayer… son íntimas amigas del medio ambiente, seguirán poniendo en el mercado productos menos útiles, menos estables… y mucho más caros. Pero, eso sí, ozone friendly, claro.
Por cierto, ¿han leído ustedes alguna noticia al respecto en la prensa diaria? Por ejemplo: “Lo del ozono no era para tanto” o “Los CFCs, absueltos”. Comprendo que el artículo que cito fue publicado en el mes de mayo: ayer. Comprendo, además, que la llamada comunidad científica (cuyo presidente debe ser de lo más parecido a Juan Cuesta), está aún digiriendo la sorpresa, a pesar del toque a rebato de Nature. Comprendo, incluso, que el trabajo de los americanos de Pasadena es cualquier cosa menos divulgativo. Pero, ¿qué creen que hubiera pasado si el trabajo probase justo lo contrario? Es decir, que el ClOOCl se descompone seis veces más rápido de lo previsto y que, por lo tanto, el asunto está muy, muy feo. ¡Ah, no lo duden! Primera plana, titulares y nueva película de Al Gore.
(Escrito por Protactínio)
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