Pale horse.
Este libro tenía que comprarlo en librería. Comprendo que si viviera en Teutonia o en Fridonia me lo pidiría online. Pero aquí no. Me aposté una mañana de puente a encontrarlo entre novedades. "El título, me dice usted?". "No, lo siento, vuelva usted mañana".
A la mariana siguiente, radiante y cálida, volví... a otra librería. "Me dice el título por favor", señala una joven dependiente. Cinco minutos después lo encuentra... en el ordenador. El libro existe, albricias. "Humm, no sé, cómo lo clasificaría: política, actualidad". "Bueno, esto, realmente es inclasificable", señalo. Avisa a un señor. No tiene un pelo de tonto y sí muchos en la cara. Aires de librero e intelectual: si alguien preguntara por el servicio, lo pensaría tres segundos antes de responder mirando al infinito. Pero como le pregunto por un libro medita diez segundos girando sobre una peonza. "Sí, sí, lo recuerdo".
Al sesquigiro aparece un señor. Cara de intelectual, gafas de intelectual, ropa oscura de intelectual. No hay duda, caga como un intelectual. Pregunta por un libro... de Schopenhauer. "Oiga, pero no del filósofo (qué se ha creído)... de la madre del filósofo". "Claro, claro" responde el dependiente, "aquí está". Comprendo que debe ser un momento de éxtasis intelectual. Un quid pro quod idealístico.
Instantes después el dependiente sigue recordando mi libro. "Sí, sí, cómo era la portada". Gracias a Internet la describo: león, rojo, amarillo, morado. El intelectualómetro muestra un desarrollo facial acentuado: el dependiente está organizando miles de imágenes de miles de portadas. "¿Y el autor?" "Ángel Ruiz", respondo. "Ruiz, sí, claro, Ángel Ruiz; ese que ha escrito casi tanto como Vidal". "Hum, está por aquí". "No, está por allí". Novedades, derecho, política... la librería es grande. Finaliza su reflexión: "No, lo siento, lo he visto en el catálago de novedades, pero aún no ha llegado... pero tenemos lo último de Aznar". Porca putana.
Pruebo en la siguiente. No sé qué tiene la ciudad pero hay ya demasiadas librerías. Alguien tiene que prohibir algo. En la nueva librería topo con otro joven dependiente. "Me dice el título". "Ah sí, de Ángel Ruiz, sí". "Aquí está"... "Diarios de un presidente del Gobierno". Efectivamente, estaba.
Al abrirlo comprendo. Acabóse de imprimir en Salamanca un 2 de noviembre del 2007. Era milagroso. En un puente había cruzado casi 800 kilómetros él solito. Lo que no consiga este hombre.
Libro en bolsa, revisité el centro. Lo nuevo no es ni metro ni tranvía. Es una poltrona. Avanza al ritmo de una bicicleta y es comprensible: tiene que apartar a la gente como si fueran ganado. Recorre en ocho minutos la distancia típica entre dos paradas de metro. Y el resultado no es vistoso: la publicidad del tranvía es agresiva y no se sabe si la calle es peatonal o ferroviaria. Lo mismo oyes los cascos de los coches de caballo que el llegar de una oruga gigante.
Ya es Navidad. Las luces en los comercios se están colocando. La peregrinación sabatina aumenta. Los villancicos ya suenan en el interior. Comprendo que los empleados exijan un plus de peligrosidad.
La música culta era irrepetible. Asistir a un concierto era un momento único. No importa que se repitiera autor, obra, orquesta y director; todo era único. Hasta que aparecieron las grabaciones y los aficionados pudieron recordar, comparar y graduar versiones. Y surgieron las canónicas. Más raramente, el mejor autor para un director dado y el mejor director para un autor dado forman una pareja perfecta.
La música más popular también sufre de versiones. Una canción es tanto más cuanto más gente la haya cantado. Y también surgen interpretaciones canónicas. Ahí está, recientemente, nuestro Suspiros de España.
Esto que sigue es una versión canónica; única e inmejorable. De otro arte.
Qué maravillosa habilidad para el retruécano: señora no se haga ilusiones por las primeras palabras que balbuce su niñito. Preocúpese de las últimas.
Herr qtyop,
Como sabe usted, hoy, día 11 del 11 a las 11:11 comienza el carnaval en muchas ciudades alemanas. Por ejemplo, en Colonia cuyo carnaval es uno de los más famosos de Alemania.
Hoy en día, con esto de la globalización, podría pensarse que el carnaval es igual en todas partes. Pues no lo es. Aquí es especialmente enervante sobre todo en el mes de febrero. Abundan las fiestas, más o menos privadas, y casi cada noche en televisión emiten una de ellas.
El elemento principal es la Büttenrede, un discurso se supone
que gracioso, normalmente en dialecto, salpicado con una irritante cantinela proveniente de la orquesta, y con los aplausos de los alemanes sentados en los típicos bancos de Biergarten, otro día le hablaré a usted del amor de los alemanes al aplauso coordinado.
Para que no piense usted que los alemanes solamente me irritan, aquí le dejo una perla.
Siga con salud,
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