que sugiere lo limpio de la empresa.
(AGC)
El Cairo, Universidad de Fouad, 1947. Un joven profesor, Mohammad Ahmad Khalafallah, presenta su tesis, Las polémicas del Corán. Analiza el tratamiento que da el texto revelado a historias que nos son conocidas por fuentes anteriores, como la Biblia. Dedica algunas páginas a los errores históricos y contradicciones internas que el libro parece contener: imprecisiones que carecen de importancia, pues el Libro Sagrado no es una crónica histórica, sino un documento divino, destinado a poner al hombre en el camino de la salvación.
Aunque está convencido de que su trabajo enaltece el Corán, Khalafallah no se sorprende demasiado cuando el comité encargado de valorar su tesis la rechaza por sacrílega. ¿Cómo ha podido ocurrírsele que alguna porción del Libro podría desviarse, ni en una micra, de la verdad? ¿Insinúa acaso que su autor es Mahoma, y no el propio Dios? El asunto no tarda en saltar a la prensa, donde los Hermanos Musulmanes y otros alegres pillastres piden que se lleve a juicio al blasfemo. En respuesta, el autor se ofrece para quemar con sus propias manos la obra, si se demuestra que contiene alguna proposición contraria a la fe. Es inútil. El estudio llega a publicarse en 1951, pero Khallafah no se gradúa y pierde su plaza. Sólo logrará doctorarse con una nueva tesis, dedicada a un tema laico, sin ninguna relación con el Profeta.
El caso aparece recogido en un libro del folklorista estadounidense Alan Dundes, ¿Fábulas de los antiguos? El folklore en el Corán, publicado en el 2003. Dundes tiene entonces 68 años, y lleva muchos poniendo a prueba las tragaderas de sus compatriotas. Es uno de los últimos freudianos, capaz de escribir, por ejemplo, que el simbolismo de la cruz tiene seguramente muchas facetas, pero es concebible que tenga, en cuanto símbolo de vida, una dimensión fálica. (..) Jesús, tras haber negado al padre (naciendo de una virgen) se rinde ante el padre cuando lo clavan a un falo simbólico. (…) Si el número tres es un símbolo masculino o fálico, entonces la imagen de Cristo como uno de tres crucificados resulta relevante. Como figura central, él sería el falo —y los dos ladrones, los testículos («El patrón heroico y la vida de Jesús», 1976).
El audaz Dundes está casi irreconocible en su libro sobre el Corán, obra de madurez, conciliadora y algo pastelera. Sin explicarlo, nos lo explica: no es que los musulmanes sean poco tolerantes con los jueguecitos freudianos. Es que, como bien aprendió el joven Khalafallah, el mero hecho de tratar el discurso revelado como uno más en un conjunto, como obra humana en definitiva, es herético. Da igual que el objetivo sea resaltar la grandeza inmarcesible del Corán.
Así las cosas, no sorprende que el Corán no haya generado ni una mínima parte del discurso crítico enhebrado a costa de la Biblia. Lo que sorprende un poco más es que este cogérsela con toalla no afecta sólo a los países de mayoría musulmana, donde una palabra de más puede acabar en una fatwa demoledora. Como Dundes apunta, en su campo, la folklorística, apenas hay erudito que alce la voz sobre asuntos islámicos, no vaya a venir un Said a denunciarlos como orientalista etnocéntrico. Cualquier cosa menos atraer la atención indeseable del lobby islamista, como le sucedió al islamólogo islandés Günter Lüling, expulsado de su universidad en 1972, a los dos años de publicar un estudio sobre las posibles huellas de poesía tradicional árabe en el Corán.
Dundes anda con pies de plomo, pero sabe que, aun así, se dirige a los tiburones. En el prólogo se disculpa por perpetrar un libro que resultará soso (bland) para los lectores occidentales: el sacrificio, dice, merecerá la pena si contribuye a abrir los ojos de los estudiosos islamistas, ofreciéndoles una perspectiva radicalmente nueva de la gran obra de Mahoma.
Seguramente, no ignoraba que la respuesta a sus afanes sería ésta. El libro contiene sólo dos modestas sugerencias. La primera es que el Corán, como documento de tradición oral que es (y así lo corrobora la propia tradición islámica) contiene abundantes fórmulas, repeticiones de todo tipo que ayudan a su memorización, al modo de aquellas épicas en que el nombre del héroe aparece asociado a una descripción recurrente de sus características: Aquiles, pie raudo; Mio Cid, que en buena hora ciñó espada. La segunda es que varios de los relatos contenidos en el Corán (por ejemplo, la historia de los Durmientes de Éfeso) tienen paralelos en otras tradiciones, y pueden catalogarse dentro de los tipos de cuento que distinguieron en su día Antti Aarne y Stith Thompson.
Ambas son rechazadas de plano por blasfemas. Desde Kuala Lumpur, otro Ahmad (Ahmad A. Nasr) cierra su crítica con estas palabras: Dundes dedica este libro a sus nietos, «con la esperanza de que su mundo goce de una paz creciente, gracias a una mayor tolerancia y comprensión de las diferencias religiosas. La pregunta que debemos hacernos es: «¿Contribuye este estudio a esa paz?». La respuesta es un no rotundo.
Descanse en paz Dundes, con sus cesiones bienintencionadas. Como Khalafallah, sabía lo que le esperaba. Les honra haber creído que, a pesar de todo, había que intentarlo.
(Escrito por Al59)
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