En los aviones estamos casi acostumbrados a pasar ciertas incomodidades, lo vemos ya como algo consustancial al viaje. En el caso de Vueling, no es que los asientos sean estrechos y estén muy juntos los unos con los otros. No, es otra cosa. ¿Cómo definirlo? Piensen en una lata de sardinas.
Los señores y señoras de Vueling, en una demostración de fuerza (supongo: no hay otra explicación), regulan el aire acondicionado a la temperatura más baja posible. La última vez que volé, para no morir de frío, tuve que abrigarme con el Marca y El País, cual indigente. Así, entre la estrechez, el frío extremo y una música ambiente atronadora, no sólo es imposible dormir un poco, sino que un trayecto de poco más de una hora se convierte en lo más parecido a una tortura medieval.
Para acabar de completar este terrible cuadro, la tripulación, que es superenrollada, tutea a los pasajeros: “abróchate el cinturón”, “espero que tengas un buen viaje”, “permanece sentado en tu asiento”-dicen las azafatas y los azafatos, los pilotos y las pilotas. A ver, ¿quién ha dado permiso a esta gentuza para tratarme de tú?
Eso sí, todo esto te lo venden con un envoltorio de diseño pretendidamente cool, que, en realidad, no pasa de infantiloide, y la odiosa bandera del buenrollismo juvenil. El paradigma de esta idiocia de diseño son los bobalicones lemas de sus campañas comerciales.
Ya sé que low cost equivale normalmente a servicio malo. Vueling, la aerolínea de nueva generación, te trata directamente como un perro.
Etiquetas: Desierto Polaco
El viajar es un placer que no suele suceder.