La frase que da título a esta entrada es de Josep Pla. La escribió en un artículo sobre Soria, ciudad de paso para él, y hacía referencia al viaje, no sé si como inducción ante la que uno debe plegarse, esclavo de las circunstancias, o como necesidad imperiosa. Ésta fue la que observó Gonzalo Torrente Ballester en sí mismo y a la que terminó adjudicando un concepto: "complejo de fuga".
Fuga y huida son sinónimos que quizá posean alguna sutil diferencia que obligue a usar uno u otro en determinados casos. Se diferencian de marcha o partida, en que éstos no implican que el sujeto que lleva a cabo la acción haya estado obligado por la fuerza a permanecer en el lugar que abandona. No obstante, todos tienen en común algo que se observa de forma muy bella y muy clara en la lengua alemana. Partida puede traducirse como Aufbruch. Si mi escaso conocimiento del idioma no me juega una mala pasada, el meollo de la palabra está en ese bruch, cuyo origen es brechen, que significa romper o quebrar. Así pues, toda partida, toda marcha, fuga o huida lleva implícita una ruptura, un acto violento, ya sea por el dolor causado al que se va o a quien deja, ya sea por los motivos que le han llevado a emprenderla.
He hablado antes de la fuga como necesidad. Kafka llevó esta idea hasta su último extremo en un cuento breve (de resonancias posteriores en El sótano, de Thomas Bernhard) titulado Der Aufbruch (La partida):
Ich befahl mein Pferd aus dem Stall zu holen. Der Diener verstand mich nicht. Ich ging selbst in den Stall, sattelte mein Pferd und bestieg es. In der Ferne hörte ich eine Trompete blasen, ich fragte ihn, was das bedeutete. Er wusste nichts und hatte nichts gehört. Beim Tore hielt er mich auf und fragte: »Wohin reitet der Herr?« »Ich weiß es nicht«, sagte ich, »nur weg von hier, nur weg von hier. Immerfort weg von hier, nur so kann ich mein Ziel erreichen.« »Du kennst also dein Ziel«, fragte er. »Ja«, antwortete ich, »ich sagte es doch: ›Weg-von-hier‹ – das ist mein Ziel.« »Du hast keinen Eßvorrat mit«, sagte er. »Ich brauche keinen«, sagte ich, »die Reise ist so lang, daß ich verhungern muß, wenn ich auf dem Weg nichts bekomme. Kein Eßvorrat kann mich retten. Es ist ja zum Glück eine wahrhaft ungeheure Reise.«
Weg von hier, das ist mein Ziel. (Huir, partir, salir de aquí), ésa es mi meta.
La primera vez que oí estas palabras fue hace unos diez años, más o menos, en Múnich. Viví en esa ciudad el tiempo suficiente como para aprender a detestarla. Fundamentalmente, el origen de este desprecio proviene de sus propios habitantes. Su forma de ser y su comportamiento cívico tienen como objetivo, y a la vez están predeterminados por, el mantenimiento del orden y la limpieza. La ciencia taxonómica, inherente al carácter germano, requiere de ambas cosas para alcanzar su perfección, pero los muniqueses -y quizá los bávaros en general y, por qué no (así pensaba yo, álgido e ignorante), los alemanes en su totalidad- han llevado a tales niveles ese prurito que han conseguido subvertirlo y transformarlo en un caos. Por paradójico que parezca, el exceso de orden produce desorden y confusión.
Tal como lo vi entonces y como he podido comprobar ahora, el desorden lo producían, pues, quienes eran los garantes de mantener lo contrario. El resultado de todo esto es, antes y ahora, ahora y siempre, una tensión insoportable. Resulta lícito calificar mi marcha de fuga y, por lo tanto, como una meta en sí misma: weg von hier, das ist mein Ziel.
Llegué a Berlín. Sin lugar a dudas es una ciudad más fea y más sucia que Múnich, pero el primer contacto con sus habitantes fue extraordinariamente más relajado, pese a que tuvo que ver con los papeleos administrativos y burocráticos inseparables de toda mudanza. No obstante, el tiempo es el padre del olvido y erosiona cualquier recuerdo, por indeleble que parezca en nuestra memoria. Son ya muchos años los que he pasado aquí y ese complejo de fuga del que hablaba Torrente Ballester ha vuelto a picarme en mis posaderas. No en vano, "culo inquieto" es como puede calificarse popularmente a quien lo padece. Cansado de las peculiaridades de la ciudad, de su evolución caótica, del mal humor -pasajero, eso sí- de sus habitantes, de esa atmósfera villana que invade inexplicablemente la que está llamada a ser, aunque de forma vaga y evanescente, la capital de Europa; cansado, posiblemente, de mí mismo, "de mi piel y de mi cara", he sentido de nuevo la necesidad de partir.
Pero ésta se ha frenado indefectiblemente por un motivo nada desdeñable: la memoria, o el retorno a Múnich. Ha bastado pasar un fin de semana en esta ciudad y reencontrarme de nuevo con sus insanos habitantes para valorar de nuevo lo que Berlín me ofrece y que no puede darme ningún otro sitio. Las anécdotas que han dado pie a esta reflexión pueden ser baladíes: primero, el "orden caótico" con el que se ha organizado el desvío de unos tranvías con motivo de una maratón que atravesaba la ciudad; después, la constatación del egoísmo espacial de estas gentes, que les lleva cotidiana e invariablemente a conquistar sus espacios más cercanos -asientos de transportes públicos, escaleras estrechas, etc.- comportándose como panzers con anteojeras; y finalmente la angustia en la que me ha sumido un camarero que ha convertido el plácido ritual de beber una cerveza en algo planificado con una precisión tan impensable como intolerable. La comanda ha tenido que verificarse tres veces: dos al pedirla y una más al pagarla; los posavasos debían situarse en un sitio concreto de la mesa, so pena de aguantar el acelerado reproche del que servía el néctar cebádico y lupuloso; y el momento definitivo, el paradigma de toda esta neurosis mórbida: la reubicación de la cesta del pan para evitar que fuera posteriormente cobrado a mis desconocidos compañeros de mesa.
Pueden ser baladíes, sí, pero han constituido el hilo del que penden mis recuerdos. El cuervo de Poe se posa sobre mis hombros y de nuevo croa enervado sus eternas palabras: nevermore, nevermore, nevermore. Lo que había de ser mi regreso a Berlín, en el "moroso tren rápido" (germánica contradicción) que atraviesa la Alemania oriental, es ya, de nuevo, una huida. Mientras tanto, ocupo mi tiempo en cuestiones pintorescas, como observar el paisaje de Turingia, asistir con sorpresa en el vagón restaurante a la escena de una señora sin brazos que pide permiso para acomodar en el asiento sus pies descalzos, útiles con los que pasará las páginas del periódico, o la no menos pintoresca de escribir estas líneas para mis adorados y respetados conmilitones, sabedor de que ya me encuentro a salvo a cientos de quilómetros de Múnich. Dentro de pocas horas alcanzaré mi destino. Mi destino, que no mi meta. Ésta ya la he cumplido y la sigo cumpliendo sin solución de continuidad. Es la consigna de Kafka que acompaña el canto del cuervo: weg von hier, das ist mein Ziel.
(Escrito por Bremaneur)
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[0]Amar algo es una manera muy sutil de empezar a perderlo. Le diré más, citando a Benavente: los náufrafos no eligen puerto. En cuanto al exceso de orden, que es fruto siempre de una obsesión esquinadamente desarrollada, siempre he pensado que más que caos engrendra muerte.
Una amiga muy querida ha dejado Galicia para volver a Munich, la ciudad donde nació. Le pasaré su informe devoto.