Una de mis pesadillas recurrentes ha sido la idea de que podríamos no morirnos nunca, de que no se nos permitiría descansar nunca y de que nunca dejaríamos de abrir los ojos cada mañana, y ver siempre a los mismos, más los que se van añadiendo. Para mí la inmortalidad es una especie de condena perpetua. Me salvaba el saber que era solo una pesadilla, recurrente, pero una simple imaginación mía.
No hace mucho, sin embargo, he leído varias entrevistas a Juan Carlos Izpisúa, director del laboratorio de investigación de células madre más reconocido del mundo, el Salk Institute de California (EEUU), y del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona. Nos amenaza con la posibilidad de alargar la vida indefinidamente. Mediante la reprogramación de células madre de nuestro organismo en células específicas se puede conseguir que la vida se extienda indefinidamente mediante trasplantes periódicos. Ispizúa niega que exista una limitación temporal intrínseca en la división celular. Si es cierto lo que supone, si el organismo puede dividirse indefinidamente, entonces podemos esquivar la muerte. Hoy en día se piensa que la división celular no es indefinida, sino que se colapsa al legar a un número determinado de divisiones. Ispizúa y otros piensan que no es así y que el problema reside en la degeneración de las células. Si tiene razón, pronto veremos cómo nuestra vida se va alargando. Es cierto que no es nada nuevo, que si comparamos la media de vida en los siglos XVIII, en el XIX y en el XX, observamos un progresivo aumento de la edad de fallecimiento. Ahora, por lo visto, nos dicen que podemos llegar a los 120, los 150 o incluso a la eternidad biológica. (Falta aún pulir esa reprogramación de células madre, porque hasta ahora una vez reprogramadas tienden a convertirse en células cancerígenas; pero todo llegará, segurísimo).
A raíz de saber esto, mi antigua pesadilla ha regresado. Al fin y al cabo no sé qué hay de interesante en eso de alejarse, en mentalidad, cada vez más de las nuevas generaciones, ni tampoco qué interés existe en vivir muchísimos más años si eso supondría tener que alargar la vida laboral, si cada vez habría más pensionistas, o si por mucho que lo intentasen el cuerpo iría fallando, pero despacito, muy despacito, para acabar en una cama incapaz de movernos, aquejados de infinidad de pequeñas dolencias, incapaces de valernos por nosotros mismos. Por otro lado, lo de la reprogramación supondría un coste sanitario impresionante, que la gran mayoría aceptaría encantada porque a nadie le apetece morirse.
Me temo que se acerca el día en que será demasiado temprano para todo pero que en realidad será ya demasiado tarde para todos.
Etiquetas: Garven
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