Cada titular de departamento tiene sus adláteres. Ya se sabe que la vida universitaria española es endogámica, servil, canallesca y tal y tal, pero el sagaz estudiante de primero de carrera, si se trata de Derecho, sabe que no tendrá demasiadas dificultades y que se abren ante él infinitas posibilidades de jolgorio sin que, siendo mínimamente avispado, su expediente corra peligro. Por lo menos hace 25 años y no creo que el panorama haya cambiado a ese respecto. Lo cierto es que tanto titulares como adláteres de aquella facultad y aquel curso han hecho carrera. En Historia del Derecho un Procurador y Senador del Partido Popular, presunto descendiente de un Virrey del Perú, según declaraba cada quince días, mostacho enhiesto y capa española al aire: Fernando de Arvizu y Galarraga, navarro, que disponía del vasallaje de quien es hoy profesor de la Universidad de Oviedo, Manuel de Abol, aburridísimo meritorio que caminaba siempre unos pasos por detrás del señor catedrático, en señal de sumisión y respeto infinito. En Derecho Romano el sobrio profesor Rascón, hoy catedrático en Valladolid y como adjunto el segundón de más valía, hoy en la Complutense de Madrid, Ignacio Cremades Ugarte, enamorado del caso práctico y particularmente destacado por su independencia y sano juicio, lo que sin duda le ha impedido llegar más lejos. En Derecho Natural Benito de Castro Cid, un tipo plomizo, hoy catedrático en la UNED, asistido por tres o cuatro esbirros tan oscuros y dados a la imitación del titular que probablemente ni mencionaron su nombre y apellidos a los escasos pobladores de las bancadas del aula. Sin embargo la estrella que deslumbraba al universo docente habitaba el Olimpo del departamento de Derecho Político, y no era el titular, un buen profesor, aficionado al rugby por demás, socialista entonces de criterio independiente y enemigo de dogmatismos, rara avis en fin, cuyo nombre no mencionaré por prudencia y por no asociarlo con algunos de los antedichos. Sufría éste con paciencia infinita al meritorio más destacado, al factor de mi afición por el póker y por la mesa de la esquina, a la derecha, del bar de la facultad, al inefable vallisoletano que ha quebrantado todas las reglas de la lógica y la sensata prospectiva y nos ha regalado una soberana cura de humildad a todos lo que nos mofábamos de él, en las pocas clases suyas que soportamos y en las ocasiones en que aparecía por la barra de local que habíamos convertido en zahúrda de eventuales tahúres. Las chanzas y chirigotas debieron ser crueles, pues su mirada esquiva revelaba resquemor, que juzgábamos equivocadamente se traduciría en malquerencia y riesgo para las calificaciones, que de haberlo, fue frenado por la equidad del titular. Mirada, digo, que más bien se transformaba en juramento de ambición ilimitada y desafío al destino que naturalmente hubiera aguardado a un tipo como el que se mostraba cada día: fatuo (valen las dos primeras acepciones del Diccionario de la RAE), atolondrado y resentido. Así lo juzgábamos, en mi círculo de jugadores, por sus descabaladas clases, sus andanzas en el departamento y por los chascarrillos que circulaban del aspirante sobre sus (malas) artes en el PSOE leonés, que no referiré por ser de segunda mano.
Lo habrán adivinado los escasos lectores de la contingente entrada: se trataba del presidente Zapatero, el aparatchnik por antonomasia. Que obtuviera acta de diputado en 1986 no me extrañó, era cuota juvenil entre los desastrosos y rancios sindicalistas de la cuenca minera. Que poco después obtuviera la Secretaría General del PSOE provincial, un poco más, debía ser un candidato de compromiso y haber apuñalado a alguno de esos viejos “mineros” por el camino. Que llegara a Secretario General del PSOE en nefasta fecha me provocó hasta una malévola sonrisa: insensatez del PSOE y vía libre a los complacientes aznaritas para varias legislaturas. Inocente de mí. El tipo era una bomba de relojería. Una carcajada del Azar. Lo demás ya lo conocen. Ahora habitamos el mejor de los mundos posibles.
Etiquetas: Phil Blakeway
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