Ambos estadistas fueron estudiantes mediocres que hicieron Derecho, no sin dificultades, uno en León y otro en Salamanca. Ninguno de los dos llegó nunca a trabajar en el sector privado ni fueron capaces de aprobar oposición alguna (no se puede considerar como tal las canonjías que obtuvo Suárez por su pertenencia al Movimiento). Ambos estuvieron muy politizados desde el primer momento: Adolfo con su fe católica y falangista, José Luis con su izquierdismo utópico. Que con estos mimbres se hayan hecho dos Presidentes del Gobierno de España, bien merece una reflexión.
En todo partido político hay un aparato de propaganda que se encarga de la hagiografía del líder, así han llegado hasta nosotros cómicas, por falsas, biografías de nuestros próceres. Para la imaginería popular Suárez representa la Transición del franquismo a la democracia, mientras que Zapatero representa la segunda Transición, esta vez desde un Gobierno con las manos manchadas de sangre a uno pacifista y preocupado por los derechos positivos de los ciudadanos. Ambas imágenes son grotescas en su infatuada distorsión, Adolfo y José Luis simplemente pasaban por allí.
Seamos serios, la Transición la propició Franco y Torcuato Fernández Miranda le dio forma legal. La Corona y la izquierda consintieron, pues no tenían otra alternativa. Suárez puso la cara, poco más. Él nunca entendió los entresijos legales, simplemente vio la oportunidad, con la misma filosofía que aceptó ser Secretario General del Movimiento con tal de llegar a ministro. Poco después su figura se esfumó, pues no había nada detrás. Compárese con el denostado Fraga, primer actor de la política española durante cincuenta años.
De la misma forma la vacuidad de Zapatero será evidente en poco tiempo, desaparecerá del panorama político y su Alianza de Civilizaciones y su programa económico serán objeto de chanza, cuando no de olvido.
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