Otra de mis aficiones tiene que ver con la pintura, fundamentalmente con aquellos cuadros que recogen un espacio más o menos pequeño, con unos personajes sorprendidos en un momento concreto. En un primer momento, me los tomo como si fueran verdad, como si se tratara de fotografías robadas a la realidad. ¿Quiénes son aquellos hombres?, ¿qué estaban haciendo un momento antes?; lo que en realidad significa, ¿qué pretende el artista que pensemos?
En buena parte del arte, esa interpretación requiere de ciertos conocimientos de simbolismo, el significado de un color, de un árbol concreto, de un animal aparentemente neutro. Cuestiones que hemos olvidado y que enriquecían enormemente las obras.
Las Meninas, por supuesto, “pero, ¿dónde está el cuadro?”, el misterio por excelencia, un cuadro que muestra a su autor pintando un cuadro que tendemos a pensar que es el que estamos viendo.
No me voy a meter en este jardín: he leído todo lo que he encontrado sobre el tema, desde Foucault hasta Nooteboom, pasando por Miller o Gauthier y no he podido resistirme a citarlo, pero la obra que me llamó la atención es mucho más sencilla.
Allí, Frick Collection, New York, calle 70 o así, entre la Quinta y Madison, está este cuadro de Vermeer, Soldado y muchacha sonriendo, un cuadro con mapa y escena aparentemente sencilla de interpretar.
Un soldado, de espaldas, conversa con una muchacha. Entre ellos, una mesa y junto a las manos de ella, una jarra. De los detalles pictóricos no me atrevo a hablar: es evidente que el efecto de luz es magnífico: desde la ventana hasta el rostro inocente de la joven, que recoge inmediatamente nuestra mirada.
¿Pero qué estamos viendo?
La interpretación canónica habla de la seducción por el vino. Esto exige admitir que la jarra es de dicha bebida. Bueno está y además explica el rictus de la boca de la joven: el comienzo del efecto del alcohol, que la hace sonreír un tanto bobalicona. Entonces, el gesto del soldado puede encajar, ligeramente agazapado, en sombra, esperando que el vino haga sus efectos. Pero no sé hasta que punto en la Holanda de la época era natural que en una conversación entre un hombre y una joven sea ésta la única que bebe, salvo, claro está, que el cuerpo del hombre impida ver su propia jarra.
Pero no parece que estemos en una taberna, sino en una estancia de una vivienda, aquellas personas se conocen, eso permite aceptar mejor el hecho de que sólo a ella la veamos beber (aunque no la vemos beber, sólo vemos la jarra ante sus manos). Quizás hay una relación familiar.
¿Y el mapa?, ¿por qué pinta Vermeer este mapa?
De entrada, es un mapa auténtico, concreto, el artista se ha preocupado de pintarlo con la suficiente precisión como para que sea identificado, algo que se antoja complicado si no se posee un ejemplar. Recoge a las provincias de Holanda y Frisia Occidental, lo que incluye Delft, cuna de Vermeer, y fue elaborado por Balthasar Florisz van Berckenrode hacia 1620.
El cuadro es unos treinta o cuarenta años posterior, al menos, algo que se puede observar por sus colores ajados y su aspecto algo desgastado.
A Vermeer le gustaba colocar mapas en sus cuadros, hay seis al menos documentados y parece que tenía cierto interés por la geografía, algo bastante normal en la Holanda de la época, promotora del comercio marítimo y de los viajes en general.
De manera que incluir un mapa es señal de conocimiento y poseerlo de cierto prestigio, al menos en aquel lugar y en aquella época.
El mapa, por otra parte, puede tener relación con el soldado, puede constituir una referencia política. La época de Vermeer fue época de guerras, primero contra los españoles, luego contra los franceses.
Podemos pensar que el soldado ha vuelto de luchar por la libertad de esas provincias y cuenta sus historias, sus batallitas, a una joven de su familia o de su círculo de amistades y entonces la sonrisa de la joven, que primero pareció ingenua, puede resultar también escéptica.
En un principio se pensó que los rostros femeninos de Vermeer eran de mujeres de su familia, algo que hoy se descarta, vaya usted a saber por qué.
Lo cierto es que familia tuvo de sobra, quince hijos, de los que le sobrevivieron once. Esto da idea de una vida desahogada y así fue en un principio, pintaba para sus mecenas y era también vendedor y reconocido experto en pintura, pero las guerras nunca fueron buenas para las Artes y finalmente tuvo que malvender algún cuadro. A su muerte, las deudas superaban la herencia y su viuda tuvo que renunciar a la misma y dar los cuadros a los acreedores.
Hoy está unánimemente considerado entre los mejores de su época e incluso como precursor del impresionismo en algunos aspectos.
A mí lo que de verdad me sigue gustando es su facilidad para componer esas pequeñas escenas, de pocos personajes en actitudes casi domésticas.
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