Shakespeare: las brujas gritan en Macbeth: 'Lo feo es bello y lo bello es feo'.
La historia llegó a su fin, Dios ha muerto y yo mismo no me siento muy bien. Ante tales decisivas circunstancias, ¿vale la pena que me preocupe porque ya no hay un arte bello? Sí. Tiene importancia. Hay causas por las cuales debemos seguir luchando. No sólo de pan vive el hombre.
Porque esa es la realidad actual: Nunca las obras de arte han sido tan feas como ahora. Salimos de las exposiciones a veces desconcertados, otras indignados o, peor aún, riéndonos del rey desnudo, porque hemos visto que se presentan como obras de arte un perro que agoniza de hambre, bolsas de residuos recogidas en la calle y latas con excrementos. Creo que Van Gogh es el culpable de todo esto: cualquier tilingo cree que la basura que produce, dentro de cien años valdrá tanto como las obras de él. Sin embargo lo que está ocurriendo es algo similar a lo que sufrió Van Gogh: Sus trabajos no eran aceptados porque en esos tiempos prevalecía un arte relamido, pseudoclásico. El equivalente al empobrecedor academicismo decimonónico reside hoy en la pretensión de una novedad constante. Quien no se adapta a la dictadura del día no es reconocido por el mundillo que domina en museos y galerías.
Pero la anhelada novedad es ya vetusta: Hace casi 100 años, Marcel Duchamp presentó un orinal en una muestra neoyorkina. Fue arrojado a la basura porque creyeron que era una broma. Duchamp lo reemplazó con otros ocho. Ahora cada uno de ellos cuesta casi cuatro millones de euros. ¿Qué diferencia hay entre un orinal comprado en una ferretería y el que lleva la firma de Duchamp? Ninguna. Todo está, como se dice ahora en el “concepto”. Ese “concepto”, en la mente de Duchamp, consistió en pensar al orinal como una fuente y así tituló su “obra”. A mi entender el “conceptualismo”, como se llama la corriente que domina el “arte” actual, no es otra cosa que el viejo idealismo platónico, para el cual las cosas no son importantes, ya que son simples y precarias concreciones de lo único realmente valioso: la idea, perfecta y eterna. Según el “conceptualismo” en la obra de arte no importa la realización, la técnica, el resultado, sino el impulso mental previo del artista. Pero considerar que eso es arte se asemeja al hecho de buscar en un sótano a oscuras un gato negro que no está allí.
Pero ya que esos pseudoartistas hacen un refrito moderno de viejas ideas filosóficas tal vez podamos encontrar el rumbo tratando de entender qué es el arte, qué es la belleza. El mismo Platón en el “Hipias mayor” reconoció: “difícil cosa es la belleza” pero se atrevió a definirla como “una idea eterna, perfecta, inmutable de la que participan temporal, imperfecta y diversamente las cosas bellas”. Para los pitagóricos lo hermoso estaba sujeto al orden, al canon, a la proporción. Lo hermoso era lo “formoso”, lo adaptado a las formas. A su vez lo “feo” etimológicamente proviene de “fétido”, lo desagradable para el menos noble de los sentidos, el olfato. Fue Aristóteles quien por primera vez entendió que la belleza en el arte estaba determinada por su capacidad de representación, de mimesis, por lo que algo feo podía ser objeto del arte. Dijo así en la Poética: “hay seres cuyo aspecto real nos molesta, pero nos gusta ver su naturaleza fielmente representada, por ejemplo los animales más desagradables o los cadáveres”. Sumada a esa gran intuición Aristóteles creía que lo bueno, lo verdadero, lo bello forman una unidad indisoluble.
Para los griegos (y para Nietzsche) la belleza tenía un valor ético además de estético: lo hermoso era bueno. Los dioses eran hermosos. Hefestos era un dios de segundo orden justamente por ser cojo y feo. Esa concepción clásica pervive en la actualidad, como cuando decimos que algo es “bonito”, es decir, “buenito”. O en el hecho repetido de ver que en el cine y el teatro los actores hermosos representan a los buenos, y los feos a los malos. Hubo, sin embargo, un enorme cambio de actitud ya en la antigüedad con la aparición del cristianismo. El héroe griego trataba de vivir y morir con arte, con belleza. Esa concepción permitía que se asesinara a los niños que nacían deformes. Antes de morir indignamente era preferible un suicidio elegante tal como hizo el mítico Ayax y el histórico Séneca. En contraposición el santo cristiano no pretende vivir estéticamente porque el sentido de la vida no es la belleza sino el bien.
Muy temprano en la historia del cristianismo, San Pablo escribió en Filipenses 4:8-9: “Finalmente, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado.” Por eso San Agustín refiriéndose a un mártir desgarrado por las fieras o a un anciano decrépito decía que “los amamos si los vemos con los ojos del corazón, ante la hermosura de la justicia”. Desde ese punto de vista la belleza en muchas ocasiones se identificaba con el pecado y los goces carnales. Teodosio I al mismo tiempo que impuso el catolicismo como religión del estado romano prohibió que se celebraran los juegos olímpicos, esa fiesta del cuerpo sano y hermoso. Los claustros monacales buscaban intencionalmente el ascetismo. Las catedrales austeras de la Edad Media fueron descalificadas como “góticas” cuando se pretendió restaurar el esteticismo clásico durante el Renacimiento. Sin embargo, pese a algunos retrocesos y dudas, la clara distinción entre ética y estética que hizo el cristianismo sumado al reconocimiento aristotélico de la mimesis permitió que se considerara como una obra maestra el cuadro que representa un cadáver casi putrefacto en la Crucifixión de Grunewald. He aquí un detalle:
O la mujer barbuda amamantando un bebé pintada por José De Ribera:
O “La vieja” de Quinten Massys, conocida como “La duquesa fea”:
El retrato pintado por Rembrandt de Gérard de Lairesse, que sufría de sífilis congénita:
Se podrían sumar muchos otros ejemplos, los enanos y bufones de Velásquez, “La lección de anatomía” del mismo Rembrandt, cuadros de Goya como “El tío Paquete”:
En esta evolución llegó un momento en el cual comenzó a verse más mérito en la representación de lo desagradable que de lo hermoso. Emmanuel Kant diferenciaba lo bello de lo sublime en “Crítica del juicio”. Lo sublime se encuentra para él en una tormenta, en un mar agitado debido a que producen miedo y desagrado. En cambio un campo cubierto de flores solamente es bello. El romanticismo tomó este concepto kantiano. Víctor Hugo encontró una nueva estética en lo grotesco, que era “una cosa deforme, horrible, repelente, transportada con verdad y poesía al dominio del arte”.
Ya en el siglo XX la fealdad tuvo un gran espaldarazo de parte de la Escuela de Frankfurt. Uno de sus integrantes, Theodor Adorno afirmaba que el arte no se agota en el concepto de belleza y que lo bello brota de la fealdad. Tal ocurre con las señoritas de Aviñón, intencionalmente feas, que pintó Picasso:
Sobre este y otros cuadros de Picasso escribió Salvador Dalí en su libro “Los cornudos del viejo arte moderno”: “Picasso, que le tiene miedo a todo, fabricaba fealdad por miedo a Bouguereau. Pero él, a diferencia de los demás, la fabricaba expresamente, poniéndoles así los cuernos a los críticos ditirámbicos que pretendían volver a hallar a la verdadera belleza.” Ya que estamos podemos ver algo de Bouguereau, exitoso en aquel tiempo y tan odiado por Picasso. Intencionalmente busco el que puede resultar más repelente, “El primer beso”:
Sin embargo Bouguereau está siendo revalorizado debido a su dibujo preciso y conocimiento de la anatomía humana, como se puede apreciar en “El beso del vampiro” ante Dante y Virgilio en el Infierno:
En todo hubo buenas intenciones, pero con ellas está empedrado el camino del infierno. Así es como hemos llegado al actual estado en el cual ya no se busca la belleza en el arte sino que se la rechaza conscientemente. Dieter Roth, por ejemplo, envuelve cubos de carne con poemas, conejos de Pascua hechos con mierda de conejo, rodajas de salami impresas sobre papel, etc. y dice: “Odio cuando noto que algo me gusta, si soy capaz de hacer algo bueno y debo repetirlo, es posible que se convierta en un hábito. Entonces me detengo de inmediato. Incluso cuando amenaza ser algo hermoso”.
Debido a la negación de la belleza un pseudo artista conocido por todos nosotros, el Atleta Sexual, ha expuesto fotografías pornográficas de santos
O de mujeres cagando, como esta llamada “Defecación suspendida”:
Más obras del Atleta Sexual pueden ver aquí.
En el Museo Reina Sofía se hizo una muestra llamada “El arte sucede”, que incluye un video de 53 minutos que muestra cómo a una vaca le clavan puñales en la garganta para coger sangre en una copa con el animal aún vivo. Después le cortan la cabeza y la despellejan y visten con el cuero a un hombre, al que luego le atan las patas del animal a sus pies.
En Managua el costarricense Guillermo Vargas ató en una esquina de la sala de exposiciones artísticas a un perro callejero flaco, enfermo y con hambre, que capturó en un barrio pobre de la capital y que, según el diario costarricense La Nación, murió de hambre esa noche.
Hay una película de culto en USA, “Pink Flamingos” de John Waters, en la cual Divine, un drag queen, realmente come mierda recién cagada por un perro. Esa noche tuvieron que internar al actor porque creía que se estaba muriendo. La escena, donde sonríe pícaramente y al mismo tiempo tiene arcadas de vómito, se puede ver aquí. Debo reconocer que este film me ha hecho reír. En una parte actúa un culo que canta. Lástima grande que lo han retirado de Youtube.
Otras bellezas en el arte han sido hechas con sangre menstrual. Un madrileño, Santiago Sierra, hace “instalaciones” y esculturas con excrementos humanos. Por lo menos son de más categoría que las que hace otro con excremento de perro.
Una cabeza modelada con sangre propia refrigerada: Marc Quinn, “Self”, 1992
Un crucifijo sumergido en orín del propio artista, Andres Serrano
Cerdos tatuados por Wim Delvoye, radiografías porno, etc.
Ante tantas inmundicias presentadas como obra de arte resulta lógico que fueran confundidas por el personal de limpieza. Una empleada de la Tate Gallery de Londres tiró a la basura una obra del alemán Gustav Metzger llamada: 'Nueva creación de la primera presentación pública de un arte autodestructivo'. Colocada sobre una mesa cubierta de desperdicios, la bolsa contenía trozos de cartón y periódicos viejos. Aunque la bolsa fue recuperada, Gustav Metzger consideró que estaba demasiado dañada y la sustituyó por otra. "Hemos informado a nuestro personal", ha declarado un portavoz de la Tate Britain. "Ahora, la bolsa de basura se queda cubierta durante la noche para que nadie la toque". Hace tres años, le sucedió algo parecido al artista británico Damien Hirst. Una de sus composiciones -un cenicero lleno de colillas, botellas y paquetes de tabaco vacíos- acabó en la basura, donde lo depositó una mujer de la limpieza. La obra fue rehecha.
En esa misma Tate Gallery se encuentra expuesta una lata que contiene mierda de Piero Manzini. La obra de arte se titula apropiadamente “Artist´s Shit”. Otras latas de mierda del mismo artista, hizo setenta, se encuentran expuestas en el Museu d’Art Contemporani de Barcelona, en el centro Georges Pompidou de París y en el MOMA de Nueva York. Algunas latas han explotado por la expansión de los gases. En el año 2007 una de esas latas se llegó a subastar en 124.000€. La razón que dieron en la Tate para tal inversión, según publicó el 'Telegraph', fue que Manzoni "era un artista internacional increíblemente importante". Amigos: me indigna tanta estulticia. En la Tate Gallery tendrían que reemplazar al curador que compró mierda por la mujer de la limpieza que, demostrando mejor criterio para evaluar el arte, tiró a la basura las bolsas de residuos de Metzger.
Por mi parte me considero un hartista, así, con hache, porque estoy “harto” de tanta tilinguería. Los fundadores del “hartismo” son unos hartistas gallegos. Dicen así: «Estamos hartos de que cualquier cosa se nos pueda presentar como arte. Una lata llena de caca es tan solo una lata llena de caca, por mucho que intenten convencernos con una serie de ingeniosas historias para que la consideremos una obra de arte». En consecuencia hay que repensar los contenidos aristotélicos del arte: bondad, belleza, orden, armonía, técnica.
Aclaro por si alguna duda cabe que cuando trabajé como actor de cine siempre estuvieron presentes todos esos valores en mis películas: En ellas no había violencia sino amor en su máxima expresión. En las escenas múltiples cada uno aguardaba su turno en orden. Aplicábamos a la perfección las técnicas actorales de Stanislavsky, porque en ese tiempo no existían las drogas energizantes actuales. Y fundamentalmente había bondad, porque cuando los productores pretendieron insertar escenas perversas o con animales que no figuraban en el guión original siempre me negué rotundamente a hacerlas salvo que nos pagaran un plus. Por esa razón mis hijos pueden estar orgullosos de que su padre no fue un artista de baja estofa como los que ahora cunden y porque nunca se vendió por poca plata.
Para compensar tanta fealdad expuesta previamente quiero levantar el nivel y publicar una hermosa fotografía de gente agradable comiendo nuestro delicioso asado criollo. ¡Esto es arte! ¡Se me hace agua la boca!
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