Charles Maurice de Talleyrand-Périgord fue uno de los políticos más geniales y odiados de la historia. Su madre era dama de la corte de Luis XVI, una de las mujeres de compañía de María Antonieta. Creció lejos de su familia, acabó por unirse a la Iglesia Católica -reformando genialmente sus finanzas-, fue ordenado Obispo de Autun, apostató, fue siempre un liberal admirador de Inglaterra, junto al abad Sieyès participó en la Revolución, huyó a Inglaterra y a Estados Unidos durante el Terror, volvió tras Thérmidor para servir al Directorio, luego al Consulado, inspiró el golpe de Brumario de Napoleón, fue nombrado Príncipe de Benevento, instó a Bonaparte a matar al Duque de Enghien y a invadir España, le traicionó tras la derrota en Rusia, lo vendió en Waterloo, con y contra Metternich trazó el destino de Europa para todo un siglo, redactó la Constitución de la Restauración para Luis XVIII, sirvió a Carlos X, traicionó a los Borbones a favor de Luis Felipe de Orléans y acabó ganándole la partida a la Iglesia en una negociación de retractación de sus pecados que acabó sólo pocas horas antes de su muerte. Fue siempre fiel a sí mismo y a sus ideas y por ello jamás se consideró traidor.
Se le ha descrito como el diablo cojuelo, como el principe inmóvil, como el vicio encarnado y como otro millar de cosas, nunca elogiosas. Chateaubriand lo odiaba, no sólo por su conocida maldad, sino también por haberle traicionado tras auparle al poder ante Luis XVIII. Flaubert, en su Dictionnaire des idées reçueslo hace figurar entre la definición de Transpiración (de los pies) y Tolerancia (casa de); “Talleyrand: s’indigner contre”1. Goethe, al ver su retrato, opinó que su mirada no se fijaba en ningún lado, que obviaba a aquél a quien parecía observar. Siempre tuvo fama de vicioso, tanta que Fouché, cuando Talleyrand fue nombrado Vice-Gran Elector del Imperio, comentó insidiosamente que era el único “vicio” que le faltaba.2 Ciertamente Fouché no podía ser acusado de vicioso, sino sólo de criminal y asesino, amén de traidor. Otros tampoco fueron más benévolos con Talleyrand. Efectivamente era una persona fría, impostora, altamente ególatra y ajena a todo sentimiento noble. Pero era de una inteligencia enorme, de gran lucidez, de un descomunal conocimiento de las debilidades humanas y un perfecto artista del“maintien”3: se había educado duramente entre jesuítas. Reconoce en sus memorias que su frialdad le permitía provocar tormentas emocionales en los demás que, pensando éstos que a él tampoco le podían ser del todo indiferentes, intentaban desestabilizarlo con contraataques similares, sin conseguirlo nunca. Sólo le dolían tres cosas: las pérdidas de dinero, la pérdida del poder y la resistencia de una mujer a ser subyugada. En esto último era absolutamente un genio: sin duda, el hombre que mejor sabía maltratarlas. También era enormemente sibarita y coqueto.
Su vida en el palacio de la Rue Saint Florentin de París era un torbellino ordenado. No tenía horarios fijos, era aficionado a las recepciones y las juergas con los amigos y bastante a menudo vivía a deshora. El desorden horario le permitió tramar mil complots sin que se levantara sospecha. Verlo por ahí a cualquier hora, como no verlo durante días, era normal, por lo que nadie podía advertir un extraño cambio de costumbres indicio de nada. La noche anterior al 18 de Brumario preparó junto a Napoleón el golpe en su propia casa con las luces encendidas, sin que se apagasen hasta el alba. Era lo normal y nadie les molestó.
Las relaciones con las mujeres eran sencillas para Talleyrand. No tanto lo eran para las tocadas por el aguijón del obispo apóstata. La conciencia de que las mujeres debían venderse en cierto modo, ser depositarias de secretos -o amantes y concubinas- para gozar de una buena posición y hasta ser tratadas dignamente, le permitía obrar con toda libertad ante ellas. Se añadía su ausencia total de sentimientos hacia ellas, entre las que tuvo siempre grandes amigas. Sin embargo, en ningún caso las trataba sólo por afecto o deseo. En sus relaciones femeninas siempre había una utilidad procedimental o una intención de provecho de la situación. Por ejemplo, no dudó en seducir a la mujer del ministro de Asuntos Exteriores del Directorio, Charles Delacroix, con la simple intención de acelerar su caída y ocupar su puesto. De ahí nació la creencia de que el pintor Eugène Delacroix, hijo de Charles, era en realidad hijo natural de Talleyrand4.
Sólo se casó con Catherine Grand, nacida en Calcuta y divorciada de un comerciante inglés del que nada sabía por entonces. No era aceptada por la corte napoleónica, pero Bonaparte consideró necesario ayudarle para que se pudiera casar con ella, forzando la mano de la Iglesia. Su interés en la boda no tenía más motivo que alcanzar la respetabilidad necesaria y no verse sometido a las amenazas de su amante de provocarle una quiebra financiera si no conseguía que la aceptasen. Tuvo que salvarla del acoso de su antiguo marido, que apareció un buen día por París intentando obtener una recompensa por su silencio. Sin que quede claro cómo, Talleyrand se las ingenió para que embarcase hacia América sin haber cobrado nada.
Llegó el momento en que dejó abandonada a Catherine Grand en Londres, aunque acabara ésta por regresar a París, amenazando con provocar escándalo. Como en todos los demás casos, la consiguió tener callada para el resto de sus días sin darle más que el usufructo de ciertas propiedades a cambio de su exclusión civil a perpetuidad. En el tiempo en que estuvo casado, Talleyrand cayó por primera vez en desgracia ante Napoleón. No queriendo deshacerse en realidad de él, lo nombró chambelán de la corte, tocándole entonces en suerte ser el aposentador de la familia real española durante su cautiverio en Valençay. El cautiverio era del todo fingido, porque los reyes, los príncipes y todos los demás miembros de la corte no intentaron nunca escapar, ni tenían la más mínima intención de ello. Pasaban las horas entre entretenimientos gañanes y diversiones de señoritos rurales, lo que exasperaba a Talleyrand. Entre los españoles estaba el Duque de San Carlos, chambelán del principe Fernando. La mujer de Talleyrand era su amante, a la vista de todos, sin que hiciera nada por evitarlo. De hecho, le pareció bien, porque así se ganaba al príncipe Fernando, al que quería manejar –lo consideraba tan imbécil como su padre y mucho más miserable- para que hiciera como a él le pareciera cuando fuera rey de España, que era lo que pretendía, contra los deseos de la familia Bonaparte. Años más tarde, cuando Talleyrand supo de la muerte del Duque, confesó a Dalberg: “Era el amante de mi mujer; era un hombre de honor que le daba buenos consejos, de los que tenía buena necesidad. No sé en qué manos irá a caer ahora.”
La mujer con quien más arraigo tuvo fue con la Condesa de Périgord, su sobrina Dorothée, que lo acompañó hasta la muerte. Durante el Congreso de Viena, Dorothée acababa de perder a su tercera hija, su marido era mariscal de campo de las tropas reales y la había abandonado prácticamente. Acudió entonces a Viena a residir con su tío en la embajada de Francia. En la situación de escenas magistrales montadas unas veces por Metternich y otras por Talleyrand, los torbellinos amorosos y sexuales fueron cosa común. Así acabó Dorothée por ser la amante de su propio tío. Éste se dio cuenta de que era una persona de ingenio, culta, atractiva, con don de gentes y ambiciosa. La simbiosis era perfecta y no dudaron en ligar sus suertes. Ella se aplicó con todo empeño a servir la causa de su nuevo amante y desestabilizó a Metternich seduciendo a Neumann -aparentemente su asistente y, en realidad, su hijo natural-, haciéndole creer estar perdidamente enamorada, para hurtársele apenas él realmente lo estuvo. Dorothée empiezó a reinar en Viena, donde además se divirtió. No sólo se dedicó a seducir oponentes de Talleyrand, sino a causar celos en otras mujeres también, tanto por descabalgarlas de su posición en el ambiente como por seducir a sus maridos, mediase o no la ambición de su amante. El placer de la crueldad y el propio placer sin más también formaron parte de su comportamiento. Para colmo, los dos nuevos amantes eran excelentes actores y nadie sospechó de su relación. Tan así fue que los informes diarios que la policía austriaca hacía llegar al Emperador no mencionaron jamás el asunto, y sí decenas de otros del mismo jaez. Cuanto no había de pasión o de sinceridad en sus almas, lo hubo de histrionismo y cálculo. Ya de vuelta a París, la relación entre ambos quedó establecida definitivamente y para siempre sobre las trazas de las escenas del Congreso de Viena. Pero sí existió un afecto sincero entre ellos durante un tiempo, y hasta un punto de devoción de Talleyrand hacia su sobrina amante. Quizá exista un modo de tornar la vileza en virtud.
Hay dos aspectos curiosos de Talleyrand respecto de las mujeres. El primero es que las que realmente fueron importantes para él, no son jamás mencionadas. En sus memorias –plagadas de mentiras y tergiversaciones-, Dorothée aparece como una referencia algo cercana, pero sin importancia. El segundo es que consigue hacerse perdonar su malformación y hasta la convierte en un atractivo sexual morboso. Mintiendo descaradamente de nuevo en sus memorias, finge que su pie malformado y la cojera ostentosa que arrastra se deben a un accidente infantil mal curado. La realidad es que se trata de un defecto congénito de familia, que le hace tener un pie como un burruño y lo obliga a caminar desde muy joven sin gallardía alguna y con bastón.
No sólo su pie monstruoso forma parte de los defectos que hace mutar en objetos de deseo, sino que su acicalado diario y hasta las operaciones de aseo más repugnantes las convierte en escenas de admiración. Decenas de veces recibe a otros políticos y diplomáticos en sus estancias personales mientras se lava, se viste y se empolva la cara y el pelo. Mientras le lavan los pies es capaz de negociar acuerdos de paz o alianzas de guerra. Las mujeres ven en ello la demostración de todo su poder y están fascinadas por el gran actor. El caso más increíble se produce cuando es embajador en Londres. Por entonces ya tiene ochenta años y necesita a Dorothée incluso como ayuda física para poder andar. Pero no se priva de acudir a todas las recepciones y de ofrecerlas en la embajada de Francia. Los ingleses lo llaman “the uncommon man”. Se une a su inmenso talento político y estratégico -admirado por Wellington- la leyenda de su extravagancia medida e histriónica. Desde siempre tiene costumbre por la mañana de absorber por la nariz dos grandes vasos de agua, que expulsa por la boca entre convulsiones. Ahora ha tomado la costumbre de repetir estas abluciones por la noche, inmediatamente después de cenar. Un día, Mérimée, de paso por Londres, es invitado a la recepción de la embajada de Francia. Asiste también Lady Holland, por entonces reina de la vida de la corte inglesa. Talleyrand, apenas acabada la cena, solicita sus dos vasos de agua y se dispone a sus lavados nasales ante todos los invitados. Mérimée, fascinado, cuenta que “Lady Holland seguía el curso de los vasos de agua con un interés respetuoso. Si se hubiera atrevido, le habría sostenido ella misma la palangana. Es seguro que el príncipe5 debe ser un gran seductor para obtener tanta condescendencia”.
No sólo estos placeres formaban parte de su vida, donde nada de lo privado dejaba de tener que ver con lo público. Saber hacer y saber vivir son la simple consecuencia de saber, decía. Por ello mismo fue refinado en los gustos de vestimenta, en los culinarios y hasta en los literarios. Harina de otro costal y para otra vez, que por ésta ya basta.
2. Se trata de un juego de palabras en francés. Vice significa tanto "vice" como "vicio".
3. Maintien significa compostura, saber estar, contención, capacidad de conservar el propio lugar a pesar de la zozobra del entorno.
4. Este asunto nunca llegó a aclararse enteramente. La fecha de nacimiento de Eugène Delacroix dataría su concepción exactamente en las fechas de la caída en desgracia de su padre, pero sin mayor prueba a favor de la paternidad de Talleyrand. Emmanuel de Waresquiel, quizá el mayor experto en Talleyrand, opina que probablemente el pintor no era hijo natural de Talleyrand, pero tampoco aporta prueba en contrario de lo que comúnmente se cree.
5. Se hacía tratar de Príncipe porque durante el Imperio le fue concedido el territorio de Benevento, del que fue nombrado Príncipe, como ya he dicho. Formaba parte del Reino de Nápoles. Duró lo que el reinado del general Murat.
Etiquetas: Dragut
Variadito de AC/DC
http://produztos-inteleztuales.blogspot.com/2009/02/variadito-de-acdc.html
68 temazos como 68 solazos. Dedicado especialmente a Weininger Z que lo estaba esperando.
:)