Lo europeo (para mejor decir, lo francés) frente a lo norteamericano; lo jacobino, devenido más tarde en socialdemócrata, frente a lo puramente liberal; lo estatal frente a lo individual. Estas dicotomías están hoy, más que nunca antes, presentes indefectiblemente en el mundo del vino. Y así como la “vieja Europa” del tópico rancio ha ido progresivamente mudando legislaciones y estructuras administrativas frente al avance (básicamente económico pero también, y a veces sobre todo, social, cultural, político) del nuevo mundo, los vinos europeos –a la fuerza ahorcan– se han tenido que adaptar, para sobrevivir, a lo que dictan los mercados internacionales, los parker, los winespectators y, last but not least, los gustos, apreciaciones y conocimientos de la clientela. En los gastados esquemas de hace veinte años, parecía no haber vida fuera de las Denominaciones de Origen: la regulación, siempre la regulación. De variedades cultivables, de tiempo mínimo en la barrica y, después, en la botella, de límites geográficos perfectamente delimitados hasta el, a veces ridículo, microespacio del terroir…
Al igual que en resto de los órdenes, la nueva urdimbre conceptual que el mundo del vino está adoptando promueve la calidad personal frente a la (pretendida) bondad apriorística del origen; las ideas de un enólogo que experimenta frente a los métodos normalizados de producción; lo individual, en el fondo, frente a lo colectivo. El vino moderno es antinacionalista; o post-nacionalista, si lo prefieren. ¿Qué más da, opina el enófilo, que sea chileno, neozelandés, búlgaro o californiano si responde a la calidad que uno espera? Si, además, su precio es razonable, miel sobre hojuelas. De todos modos, esta afición no es exactamente nueva, bien que haya sido en los últimos años cuando ha eclosionado definitivamente: Vega Sicilia, por ejemplo, jamás perteneció a Denominación alguna. A diferencia de los Rioja, cortados todos por un mismo patrón proteccionista y creativo, los de Valbuena de Duero hacían los vinos que querían, introduciendo las variedades que estimaban oportunas y creando escuela. A su prestigio, a ellos, y malgré eux, se debe la creación de la D.O. Ribera del Duero, hoy día casi geográficamente textual incorporando tierras y climas tan diversos como los de Soria, Burgos y Valladolid: casi todo el río en su recorrido español. ¿Hay quien dé más?
De todas las D.O. españolas, si una no tiene sentido en su estado actual es La Mancha. ¿Puede haber un mínimo de homogeneidad, incluso de posibilidad real de control, en una región que cultiva casi un cuarto del viñedo mundial (sí: mundial) en lo que a superficie se refiere? Sin embargo, La Mancha (“Informe Rabobank” dixit) es una de las regiones mundiales con más expectativas de futuro; esto puede significar, si lo leemos cínicamente, que es una de las regiones con menos realidades de presente. Pero no nos pongamos más cínicos de lo estrictamente necesario: el suelo (¡y su precio actual!), el clima y la experiencia centenaria de sus viticultores, hacen de estas tierras un candidato real al futuro del vino de calidad. Y así lo entienden muchos bodegueros y así lo está empezando a entender el mercado. Irremediablemente, este futuro está, en gran medida, fuera de la actual D.O., anquilosada y lastrada por variadísimos problemas estructurales.
(Escrito por Protactínio)
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