Acomodados con la túnica y el delantal, pasaremos a la cocina declamando algún texto de Cátulo, Ovidio o Marco Aurelio. Como no vamos a ser puristas a costa de nuestro estómago, cambiaremos el garum omnipresente, archifamoso y pestilente, por un sucedáneo aceptable a nuestro moderno paladar, así que usaremos un bote pequeño de anchoas en aceite de oliva. Se cuela el aceite de las anchoas y se reserva. Hacerse con un pollo troceado, lavarlo con agua fría y secarlo con un paño. En una olla a presión, poner el aceite de las anchoas y freír el pollo a fuego lento, lo justo para darle un tono dorado. Añadir una taza de cebolla picada grosso modo, un manojo de cilantro fresco picado y un buen vaso de vino tinto en el cual habremos batido las anchoas. Poner la tapa de la olla y dejar cocinar a fuego suave, que silbe con timidez, durante media hora, Mientras, no estaremos ociosos: en una taza de leche disolveremos una buena cucharada de miel de bosque, que tiene un punto ácido y un sabor fuerte muy adecuados a la receta. En un cazo pondremos un vaso de vino tinto (otro, Hips!) y le añadiremos una cucharadita de orégano, un pellizco de pimienta negra molida y una cucharadita de ligústico, también llamado levístico o apio de montaña. No ignores esta especia, pues es su presencia la que le da su punto exótico al condumio. Si no lo encuentras en la herboristería como semilla, prueba en alguna tienda india de las que han instalado en Lavapiés o el Raval, ya que se sigue usando en sus platos, y la hallarás bajo el nombre de ajwan. Si no tienes parada de metro que te lleve a esos barrios, usa raíz troceada, que es más fácil que encuentres en una tienda naturista o similar de cierto fuste, aunque reduce la dosis porque esta tiene un sabor más fuerte. Hierve pues el vino con las especias hasta reducirlo a la mitad, y cuela el cocimiento para retirar las hierbas. Abre la olla cuando cumpla el tiempo, y añade la leche mielada para que cueza un poco y se mezcle con el caldo del pollo. Ahora puedes optar por complicarte un poco la vida o mantener a raya a los hidratos de carbono. Si negocias con los condenados, confórmate con añadir el vino especiado, revolver y aquí queda la faena hecha. Aunque si optas por lo primero, toma el caldillo del guiso, ponlo en el cazo del vino y añade un poco de harina para engordar la salsa, sirviendo el pollo cubierto con élla. Si dispones de éllas, esparce con sapiencia algo de verdura picada sobre las fuentes: perejil, acedera, rúcula… La sal de las anchoas bastará para la sazón, así que gasta tu ingenio en procurar un vino adecuado para el acompañamiento, que no es cosa de chanza, puesto que el sabor del levístico es penetrante. Dicten aquí lección los maestros excelentismos que en el blog concurren, y ordenen el ánfora adecuada. Puedes también tomarlo con una cerveza oscura, que ya en Roma era servida en las cauponas para calmar la sed del cuerpo y del alma, y de plato acompañante una fresca ensalada de hojas verdes y cebolleta, aquellas que tanto apreciaba en su mesa Lúculo cuando comía en casa de Lúculo.
Etiquetas: Mandarin Goose, recetario
Memoria histórica. Repetimos:
[272] Escrito por: Blogger kehre: 4 de abril de 2008 23:32:00 CEST
Acojonante,
para nuestro Crítico, soy tan ignorante que lo mismo él era de la partida. Trapiello está para matarlo, con lo bien que me cae.
Son vídeos de hace dos semanas, así que espero que no se hayan comentado antes, si ha sido así pido disculpas.
www.youtube.com/watch?v=JJ-EVC4sqGQ
www.youtube.com/watch?v=LlRA5qFbyWY